domingo, 8 de noviembre de 2015

Abogados del diablo


El New York Times ha pedido a varios arquitectos de prestigio que defiendan un edificio maldito. Te cuento lo que ha salido.



El edificio más odiado de París es sin duda la Torre Montparnasse. Finalizada en 1973 fue tan aborrecida por su absoluta desproporción y desconexión (con perdón) respecto al skyline parisino que generó una normativa urbanística específica impidiendo que se pudiera volver a levantar semejante cosa en la Ciudad de la Luz. Pues viene Daniel Libeskind, abogado de causas perdidas (ver NYC) y la defiende (Viñoly también lo podría haber hecho): "Los parisinos quedaron aterrorizados cuando la vieron, y cuando abandonaron la torre también abandonaron la idea de una ciudad sostenible de alta densidad.(...) Los parisinos reaccionaron estéticamente, como son tan proclives a hacer, pero no consideraron las consecuencias de lo que significa ser una ciudad vital y viva frente a una ciudad museo. (...) No es una coincidencia que la gente vaya a Londres no en busca de trabajo sino por el espacio disponible. Ninguna compañía joven se puede permitir París". Pues tiene su parte de razón. Y es que los rascacielos son necesarios, incluso allí, como prueba el hecho de que hayan tenido que llevarlos a esa especie de parque temático-arquitectónico que es La Défense (que administrativamente no pertenece a París), un agobiante zoo de cristal donde lucen en descomunal  freak parade.


Zaha Hadid ejerce su particular defensa de un inmueble que no te podrías esperar: el edificio de gobierno del condado de Orange en Goshen (Nueva York) de Paul Rudolph. La arquitecta de la curva y las formas fluidas se descuelga apoyando un edificio rectilíneo, entrecortado y seco que quizá debería haber encontrado un apoyo más lógico en Ando, Siza o Souto de Moura. Pero no, ahí tenemos a la anglo-iraquí defendiendo al autor de la no menos maldita Facultad de arquitectura de Yale (de la que era a la sazón decano cuando se autocontrató; el incendio que dejó al edificio muy tocado un par de años después de su inauguración habría sido provocado, según el obituario que del arquitecto hizo el propio NYT, por unos alumnos de la facultad...), veamos lo que dice Zaha: "Hoy en día la gente piensa que los edificios públicos deberían ser más floridos, pero estos eran tiempos [los 60] en los que la gente hacía proyectos duros. (...) El trabajo de Rudolph es puro, pero la belleza está en su austeridad. No hay añadidos para hacerlo educado o bonito. Es lo que es" (vaya, como Gloria Gaynor). A Zaha y Rudolph al final les une su divismo autista y su inquebrantable determinación. Fíjate en la siguiente perla del americano: "Puede que Gropius se equivocara al creer que la arquitectura es un arte cooperativo. Los arquitectos nunca estuvieron hechos para trabajar juntos. La obra es tuya o es de otro" (en Norman Foster de Deyan Sudjic).


Por cierto que Foster, alumno de Rudolph, también está presente en el artículo que nos convoca hoy. Su defendido, bastante desconocido, es el aeropuerto Tempelhof de Berlín. Fue levantado por el arquitecto Ernst Sagebiel, discípulo de Mendelsohn, que acabaría convirtiéndose en un arquitecto del régimen nazi. El aeropuerto, que fue clausurado en 2008 y reconvertido en parque y equipamiento cultural, lleva además el estigma de haber sido vecino de un campo de concentración. Foster habla de una arquitectura heroica, pero no en un sentido pomposo o vacuo sino como capaz de levantar el espíritu. "Los monumentos, si investigas su ascendencia, pueden revelar cosas inquietantes sobre el pasado. Sin embargo, tienen cualidades duraderas que, consideradas desde sus propios méritos, son quizá un ejemplo para nosotros". Una elección polémica la del Lord, pero no olvidemos que lidió con ese mismo fantasma para su reforma del Reichstag con notable éxito.



Vincent van Duysen, que he de reconocer que no conocía de nada, elige el Pompidou de Rogers y Piano. Hoy en día es una atracción turística de primer orden en París, pero en el momento de su inauguración (1977), su agresiva apariencia fabril supuso toda una conmoción para los parisinos. Como dice Duysen, "la arquitectura entonces necesitaba hacer cosas de manera diferente, como un shock. El shock libera muchas emociones y percepciones". Ya te digo. Vangelis, que por aquel entonces vivía en París, compuso un album dedicado al edificio (Beaubourg) que no hay por dónde cogerlo, a ver si lo aguantas más de un minuto. A un nivel más instinto básico, una vecina que reconoció a Rogers le soltó un paraguazo en toda la cabeza. Por cierto que Rogers, genio y figura (y también alumno de Rudolph), sigue hoy en día provocando parecidas emociones. Según cuenta Vladimir Belogolovsky en Conversations with Architects, una señora (igual era la misma) señalaba alarmada al Leadenhall (Rallador de queso para los amigos) de Londres, diciendo que era peligroso que la gente pasara cerca de un edificio en construcción, cuando la torre ya estaba acabada.

Apadrina un edificio maldito. Qué culpa tiene él. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario