sábado, 18 de julio de 2015

Lonbái

¿El próximo Stirling?
Puede serlo. Ya se han dado a conocer los cinco finalistas para el Óscar arquitectónico de la Gran Bretaña y este bloque de viviendas sociales en Londres, del estudio local Níall McLaughlin Architects, es uno de ellos. Así, de primeras, como que dice más bien poco, pero cuidado, porque las apariencias engañan. El RIBA alaba las cuidadas terminaciones, la elección de un ladrillo para su fachada que imita la tonalidad de los edificios victorianos circundantes, al igual que sus contenidas formas, lo que hace que "complemente a sus vecinos sin copiarlos".
Sobre su escalera interior la asociación de arquitectos británicos derrocha cumplidos desorbitados, como que sus usuarios se sentirán en el séptimo cielo al utilizarla ("como un millón de dólares", es la  metáfora, tan británica, que usan), y no contentos con eso recalcan que también se hallarán "como estrellas en un transatlántico", vamos, que dan ganas de ir a Londres sólo por probarla, para acabar diciendo que la casa es un ejemplo de cómo la destreza de un arquitecto puede convertir lo corriente en extraordinario.


Es también reseñable el concepto de "esquinas abiertas" (en palabras esta vez del propio arquitecto) que conforman unas generosas terrazas que permiten la entrada de abundante luz en los salones, como puede verse en la foto: fíjate en las sillas, diseño de Prouvé, una cita pertinente aunque si tenemos en cuenta que hoy en día las hace Vitra a 450 euros la unidad, la cosa cambia un poco. Y, por cierto, se puede ver el Walkie-Talkie (horror).

Con todo, aunque el RIBA no lo mencione, el factor más decisivo para su elección quizá haya tenido que ver con el hecho, heroico en el Londres de hoy en día, de haber creado viviendas sociales dignas y asequibles en una zona casi céntrica de la ciudad. La inmobiliaria Peabody, que es el cliente para el que McLaughlin ha construido este bloque, es una empresa con más de 150 años de vida creada por George Peabody, filántropo americano que en el deprimente Londres de Dickens se propuso eliminar los slums (barrios chabolistas) creando para ello bloques dignos donde la higiene fuera objetivo prioritario, así en cada edificio vivía un "superintendente" que controlaba que los inquilinos mantuvieran limpias por turnos las zonas comunes (incluyendo los baños, que hasta 1928 no fueron individuales), llevaba un registro de enfermedades infecciosas y se aseguraba de que todos los residentes fueran vacunados de la viruela. Su primer arquitecto, Henry Darbishire, da precisamente nombre al bloque de McLaughlin, y es que toda esta zona está rodeada por viviendas diseñadas por dicho arquitecto y financiadas por Peabody en torno a 1860 (la parcela donde se ha levantado el nuevo edificio alojaba otro de dichos bloques pero fue destruido por un V2 durante la Segunda Guerra Mundial). Peabody, en una hazaña empresarial que sorprende no sólo por haberse mantenido en el tiempo sino también (y especialmente) por no haber perdido su espíritu social con la que está cayendo, sigue promoviendo edificios de viviendas accesibles y de calidad: el propio estudio de McLaughlin diseñó otro para ellos (más audaz) en 2001.

Como hemos apuntado, la selección de finalistas para el Stirling, en su gran mayoría "cajas democráticas" en palabras de Jay Merrick  (aunque también se ha nominado nada menos que al NEO Bankside, los apartamentos de superlujo de Rogers con áticos desde 8,5 millones de euros, todavía queda alguno sin vender, anímate), hay que entenderla dentro de un contexto, nada nuevo por otra parte, de verdadera alarma ante la carnicería arquitectónica que se está perpetrando en Londres. Nada menos que 260 nuevas torres se están construyendo o se van a construir próximamente, en una pasmosa fiebre especuladora a menudo generada por capital extranjero que el alcalde Johnson, tan sutil como de costumbre, saluda con sobrecogedoras frases del calibre de: "Londres es al millonario como la jungla de Sumatra al orangután". Las que más van a afectar al skyline por estar en el cluster central de la City son la de Bishopgate 22 (justo en el solar donde iba a ir la torre del estudio KPF hasta que quebró la inmobiliaria, el equipo que la diseñó se independizó de la firma y ha vuelto al lugar del crimen para levantar un mamotreto impersonal y desproporcionado ahora que se ha resucitado el proyecto, rascacielos que en palabras de Wainwright va a dejar al Gherkin de Foster como un pepinillo bonsái), junto a la ya popularmente conocida como El bisturí por sus escalofriantes aristas y La lata de jamón, que disputará al Walkie-Talkie, esa torre con poderes tan peculiares, el título de rascacielos más horrendo de la City. Y esto no es lo peor, al fin y al cabo para gustos los colores (Koolhaas seguro que está encantado, ya hablamos de su opinión sobre el skyline londinense aquí), el verdadero problema es la brutal gentrificación que está convirtiendo la ciudad, o al menos su cogollo central, en un lugar sólo apto para los muy pudientes. El tema ya era conocido, pero un reciente artículo de Rowan Moore para The Guardian (Londres, la ciudad que se comió a sí misma) ha puesto el dedo en la llaga y ha levantado ampollas (ha tenido más de 1,100 comentarios) al enfocar el tema en casos personales con nombre y apellidos, gente común que literalmente se tiene que marchar de donde vive o tiene sus negocios porque no pueden pagar ya los alquileres, fenómeno que se ha etiquetado como social cleansing (limpieza social) y que ha afectado ya a 50.000 familias (y lo que queda). Otros términos con los que se define lo que está sucediendo en la ciudad del Támesis son el "lights out London" (el Londres de las luces apagadas: muchas de estas viviendas de superlujo suelen estar deshabitadas porque se compraron para especular o "invertir"), las iceberg houses (casas que se construyen sobre equipamientos exclusivos a los que sólo pueden acceder los muy distinguidos socios) o las beds in sheds (camas en los cobertizos de los patios traseros alquiladas a gente que no puede permitirse un alquiler digno: chabolismo encubierto, vamos). Moore acaba su artículo con una frase lapidaria: "El resultado es que los puntos débiles, en términos de mercado, son canibalizados. Lo que se pierde es el tejido blando pero esencial que hace que la ciudad merezca ser habitada y que, finalmente, la hace deseable a esos inversores extranjeros". Es lo que Alain de Botton, en un pedagógico video que en 5 minutos explica a la perfección la situación, llama, sin pelos en la lengua, la profanación de la capital británica, a la que, camino de convertirse en una mala versión de Dubái, bautiza Lonbái.

Si George Peabody levantara la cabeza...



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