Pero ¿qué hace una boa trepando por esta pared? ¿Y el resto de esta
fauna pétrea?
Resulta que este castillo perteneció a un singular
explorador y geógrafo (cartografió Etiopía),
a la par que científico, astrónomo y lingüista (hablaba al parecer catorce idiomas). Su nombre: Antoine d’Abaddie, nacido en Dublín en 1810
de madre irlandesa y padre vascofrancés y fallecido en París en 1897. Cerca de Hendaya, en un bello entorno natural, se hizo construir entre 1864 y 1879 el château d’Abbadia en estilo
neogótico con planos de Viollet-le-Duc nada menos (el restaurador de la catedral de Notre Dame
de París), a la sazón amigo de la esposa de nuestro explorador, Virginia.
Aunque nunca llegó a visitar la obra (en aquellos tiempos estaba enfrascado en
otra restauración, la de la ciudadela de Carcasona) delegó su construcción en
un discípulo cercano, Edmond Duthoit, quien trabajó a fondo en la mansión
llegando incluso a diseñar parte del mobiliario.
El castillo esconde curiosos secretos, como no podía ser de
otra manera teniendo en cuenta el excepcional carácter de su dueño. Para empezar alberga un experimento óptico. El edificio está horadado por
conductos que tenían como objetivo, cual si de un periscopio se tratara, ver
desde cierto lugar de su interior la cima de un monte cercano, la Rhune. El
experimento no salió, y Antoine, no sin cierto humor, escribió alrededor del
último visor la frase “No vi nada, no
aprendí nada”. Con todo nuestro explorador, quizá para
resarcirse, dotó al edificio de un observatorio astronómico que estuvo en uso
hasta 1975. Y es que estamos en
la época en la que se está gestando el triunfo de lo visual sobre el resto de
los sentidos, al fin y a cabo qué es la
modernidad sino el triunfo de la imagen. Hoy, llevado ese triunfo a extremos
inauditos somos ya meros rehenes de las
imágenes, como Antoine, si no vemos no
aprendemos, sufrimos el “secuestro de la seducción retiniana”,
que dice Luis Fernández-Galiano en el editorial Modos de ver del último AV, y no digamos en arquitectura, donde los fotógrafos “son hoy los críticos de arquitectura más influyentes”. ( Ila Bêka
va aún más allá, y en su libro Koolhaas
Houselife publicado junto a Louise Lemoine en torno a la casa construida
por el holandés en Burdeos, señala que “la
imagen se ha separado tanto de la realidad que representa que se convierte por
sí misma en una nueva forma de arquitectura completamente separada de su
fuente”).
Pero en nuestro castillo la palabra se resiste aún a perder
protagonismo, representada por la fantástica biblioteca (arriba) o por los proverbios y citas que pueden verse en la mansión en una
gran variedad de idiomas incluyendo
árabe, latín, inglés, euskera (del que Antoine fue gran impulsor), gaélico (no olvidemos sus orígenes irlandeses)
o amhárico, lengua etíope de original grafía (recordemos también que exploró Etiopía). La que más me llamó la atención
es la que puede verse, en euskera, sobre una viga de la biblioteca: “Sólo hace falta un loco para tirar una
piedra a un pozo, pero se necesitan
cinco sabios para sacarla”. Aquí,
otra en latín ("Los cielos afirman la gloria de Dios") en el interior de un horóscopo en el exterior del edificio :
Antoine y Virginia están enterrados en la cripta de la bella
capilla del castillo. El explorador, que murió sin hijos, cedió su mansión a
la Academia de las Ciencias francesa, de la que llegó a ser presidente. Su
lema: “La felicidad en el trabajo”. Trabajando en
semejante mansión no nos extraña.
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