viernes, 19 de abril de 2013

De Rotterdam


Arrobado leía el otro día el artículo bucólico-pastoril de Anatxu Zabalbeascoa para El País sobre una sencilla casa realizada con artesano primor en Mallorca utilizando piedras extraídas de la zona: "Y así, frente a las construcciones momentáneas y artificiosas que son flor de un día, ellos oponen su arquitectura telúrica, un hacer que valora lo que hay, lo que permanecerá y cómo vivirá lo construido. Se trata de saber envejecer frente al esfuerzo sísfico de intentar mantenerse eternamente joven. Esa sabiduría vital puede aplicarse a la arquitectura. Y el conocimiento de la tradición, frente a la arrogancia del desprecio por lo existente, abre la puerta a un acercamiento al paciente arte de enriquecerse, en lugar de estropearse, con el paso del tiempo". Así que lo próximo es la arquitectura telúrica. Pues a lo mejor es verdad, entre unas cosas y otras lo mismo acabamos volviendo a la cueva, tan platónica por demás. Lo del esfuerzo sísfico no lo pillo (en la edición impresa del artículo la autora ha sustituido sísfico por el más asequible ímprobo), quizá se refiera a Sísifo, aquel avaricioso maleante de la mitología griega que fue castigado a subir una enorme piedra por una pendiente. Para cuando llegaba a lo más alto, la roca volvía a rodar cuesta abajo y vuelta a empezar (y así toda la eternidad). Camus, que escribió sobre el mito, señaló que quizá los dioses "habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza". El arquitecto tiene mucho de Sísifo: "El globo es una esfera amnésica, donde la entropía impone su ley testaruda, arruinando la construcción, descomponiendo la materia y borrando los rastros, que en un parpadeo del tiempo geológico se habrán desvanecido como un rastro de humo", en demoledoras palabras de Luis Fernández-Galiano. Si total nos va a dar igual, ¿nos quedamos entonces para siempre en la incómoda comodidad de la cueva? 

Anatxu, en sus artículos y su fructífero blog, siempre anda atenta a la arquitectura con los pies en el suelo, nunca mejor dicho, poniendo su foco en lo low (low-cost, low-tech) y lo slow. Nosotros, por aquello de llevar la contraria, hemos traido a esta entrada justo lo opuesto. Lo que ves en la foto es Rotterdam. Holanda no es país para artesanos telúricos, en arquitectura al menos. Aquí la demografía aprieta y el terreno escasea, no hay espacio para casitas de cuento elaboradas con materiales biodegradables. En el muelle Wilhelmina -del que ya hablamos- van a juntarse diez rascacielos (entre ellos cuatro de Cruz y Ortiz, los de la titánica remodelación del Rijksmuseum en Amsterdam), que siguen despuntando con cierta lentitud. A finales de este año se concluirá el De Rotterdam de OMA, un enorme mamotreto -como no podía ser de otra manera- (en la foto está coronado por grúas) que se convertirá en el edificio más grande de Holanda (tienes más fotos en Designboom). Koolhaas siempre a cuestas con su roca.

Acabo con Camus: "Dejo a Sísifo al pie de la montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. Él también juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada trozo mineral de esta montaña llena de oscuridad forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso".

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