sábado, 24 de marzo de 2012

Artquitectos


El starchitect ha muerto, viva el artchitect. A raíz de una certera entrevista a Gehry y un comentario de Arturo Franco sobre su intervención, forzosamente limitada, en el Matadero madrileño, hace unos días comentábamos el fenómeno de la progresiva tendencia a la disolución del arquitecto como creador y su conversión en un mero constructor. Me gusta el Matadero, que conste, y su hermosa poética de muros desconchados, pero prefiero la rehabilitación de la fábrica de cerveza El Águila de Mansilla y Tuñón. El péndulo es devastador, y si negativa es la figura del arquitecto divo superstar con carta blanca para hacer lo que quiera, no lo es menos un arquitecto coartado reconvertido en mero trazador de líneas. Especialmente si esa faceta creativa es usurpada por el artista de moda, al que sí se permiten ciertas licencias que coronen la obra del arquitecto, como señalaba Gehry. 

Me acaba de llegar el último número de Arquitectura Viva y resulta que me encuentro varios artículos relacionados con este tema. Uno de ellos es de Eduardo Prieto, arquitecto y filósofo autor de La arquitectura de la ciudad global, que se centra en el fenómeno Eliasson. Prieto defiende el mestizaje artístico aunque comenta que se está convirtiendo ya en una contaminación y habla de la arquitectonización de la escultura y la esculturización de la arquitectura para pasar a centrarse en el caso del danés. Su mayor aportación al mundo arquitectónico sería, más que sus colaboraciones directas con arquitectos, la creación de un ideal estético basado en la evanescencia atmosférica, un cambio apropiado, señala Prieto, tras la hipertrofia icónica del pasado más reciente, y acaba: “el ars meteorológica de Eliasson apunta a una improbable arquitectura meteorológica que aspiraría a cumplir el significado del étimo compartido por ambas, esto es, ser como las nubes, devenir aire”.  Pues sí, esperemos que dicha artquitectura sea improbable porque con tanta disolución etérea al final al que vamos a disolver y barrer del mapa es al propio arquitecto. Por su parte Francisco J. San Martín se ocupa de otro artista en la cresta de la ola: Anish Kapoor. Tras señalar la intensa relación que desde siempre ha existido entre escultura y arquitectura dando como epítome el Erecteión con sus cariátides, describe con gran precisión varias de las descomunales instalaciones del artista angloindio y apunta que Kapoor “ha recogido el reto de los jugueteos escultóricos de los arquitectos, precisamente cuando estos están sufriendo una rigurosa revisión, y los han conducido a una lógica espectacular de matriz escultórica”. Exacto: el artista artquitecto llena el hueco creativo abandonado por el arquitecto de verdad. Por cierto la foto de arriba es la torre ArcelorMittal Orbit en Londres, de Kapoor, a punto de acabarse y que pretende celebrar los próximos Juegos Olímpicos. El artista la compara con la torre de Babel. Los londinenses, más prosaicos, con una montaña rusa. 

Dijo una vez Norman Foster que el papel del arte en la arquitectura contemporánea venía a ser el de pintarle los labios a un gorila. La frase es simpática pero, en mi opinión amateur, desafortunada. El arte no es mero maquillaje y la arquitectura no tiene por qué ser fea, es más, se me ocurren un buen número de edificios bastante más bellos que muchos cuadros y esculturas de arte contemporáneo, que nunca tuvo a la belleza como una de sus prioridades. A tal ocurrencia podríamos contraponer nuestro refrán mona vestida de seda mona se queda. Pensemos por un momento en el Palacio de Congresos madrileño junto a la Castellana, de Pablo Pintado y Riba. En mi opinión, un edificio anodino al que quizá se le quiso dar alegría colocándole una suerte de frontón con un mural de Miró. Prueba no superada. El mural parece lo que es: un artificio postizo en un contexto en el que no pega. Y el edificio sigue pareciendo igual de aburrido. Hay ejemplos contrarios, por supuesto, como el Harpa de Henning Larsen con Eliasson sin ir más lejos. Seguimos con el refranero: Juntos pero no revueltos: ni la austeridad monacal del Movimieno Moderno ni la mezcolanza malsana artquitectónica que produce monstruos de difícil digestión.

A todo esto habrá algún ingeniero que se estará carcajeando a mandíbula llena ante esta situación. La ingeniería ha sido tradicionalmente la pariente pobre del proceso creativo-constructivo del arquitecto, mucho más cercano al arte (y por tanto con más glamour) que la labor técnica y callada del ingeniero. ¿A cuántos ingenieros conocemos? A ver, sobre la marcha, Manterola (académico de Bellas Artes de San Fernando nada menos), Torroja (creo que es ingeniero) y... Arup, omnipresente pero siempre como inefable coletilla al final de los créditos. Y cuántas veces habrán sacado las castañas del fuego a los arquitectos. El documental How much does your building weigh, Mr Foster? incorpora entrevistas a un sinfín de artistas de primera fila: el propio Kapoor, Richard Long, Anthony Caro, Weiwei, Christo, Serra (en el documental puede verse cómo instala una de sus mastodónticas esculturas en el jardín de la casa suiza de los Foster), apenas hay arquitectos (sus socios y Rogers) y ni un ingeniero. Y eso que el puente de Millau, diseñado por Foster pero con realización técnica del ingeniero Michel Virlogeux, es una de las obras que más atención reciben en el documental. Creo que simplemente se menciona su nombre (y no estoy seguro). Pues bien, los ingenieros ahora ven cómo los arquitectos están empezando sufrir en sus carnes el mismo ninguneo que ellos llevan sufriendo desde siempre, viendo cómo los artistas les adelantan en popularidad e incluso en autoría en los proyectos. De hecho, gracias a la incipiente primacía de los artquitectos se permiten hasta puentearlos (nunca mejor dicho): la torre ArcelorMittal de Kapoor (de 115 metros) está diseñada junto al ingeniero Cecil Balmond (de Arup), ni rastro de arquitectos. El nombre de Balmond, por supuesto, siempre aparece tras el del artchitect.


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