lunes, 25 de abril de 2011

Arquitectura amish



Estos días he estado revisitando Único testigo de Peter Weir, quiero ponérsela a mis alumnos. Dudo que les entusiasme -a ver cómo vendo la moto-, pero me apetecía mucho presentarles de manera seria junto con un eficaz envoltorio de thriller-western el curioso mundo de la comunidad amish. Supongo que al principio verán a los amish como una panda de frikis paletos (¿gente que no usa coche ni electricidad y visten como hace siglos? Buah!), pero confío que una vez sumergidos en su mundo, como el propio Harrison Ford (que interpreta a un poli que se esconde entre ellos tras descubrir que su jefe es corrupto), acaben aprendiendo no pocas lecciones de esta comunidad. Una de las escenas que más recordaba de la película es el momento en el que todos los habitantes del pueblo se reunen para construir un granero para una pareja de recién casados. En un solo día, trabajando a lomo caliente y sin máquina alguna (Ford el primero: supongo que le haría gracia volver a practicar su primera profesión, carpintero) logran levantar el edificio. La magnífica escena (por supuesto está en Youtube) queda subrayada por la emotiva música de Maurice Jarre, padre del otro Jarre, quien se entrega con fruición a los sintetizadores (estamos en 1985, en pleno efecto Carros de fuego), y ofrece una espléndido ejemplo de una de las cualidades más acendradas entre los amish: su espíritu fuertemente comunitario, capaz de superar las inevitables rencillas y egos (qué difícil) para ponerse todos a una a echar una mano. Cuando hablamos de arquitectura sostenible aquí tenemos un bello ejemplo.
Es curioso cómo las penurias y las limitaciones extraen el espíritu solidario que llevamos dentro (lástima que lo olvidemos cuando alcanzamos un cierto nivel de vida). El ejemplo amish no nos pilla tan lejos (así, las casas autoconstruidas en el madrileño barrio de Entrevías) y es de plena actualidad tras el tsunami japonés y las revoluciones árabes, como nos recordaba ayer en El País el artículo Bailando con cadenas de Luis Fernández-Galiano. Utilizando para el título una cita de Nietzsche que no es sino una versión primitiva del nuevo lema de la arquitectura (más por menos), el arquitecto, editor y profesor señala cómo japoneses y árabes no sólo están dando un ejemplo de civismo y solidaridad, sino que han demostrado en sus respectivas culturas arquitectónicas que con poco se puede hacer también cosas bellas, "produciendo poesía en un marco de restricciones". No gritaremos como los absolutistas aquello de ¡Vivan las caenas!, pero es cierto que las cadenas a menudo sacan lo mejor de nosotros mismos.

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