viernes, 18 de junio de 2010

El "Bilbao Effect" llega a Broadway


Esta primavera se representó en el off-Broadway una obra satírica llamada "The Bilbao Effect". En ella, un starchitect de aparatoso nombre ficticio era acusado de provocar con uno de sus no menos aparatosos edificios el suicidio de una mujer. Lo cuenta Cathleen McGuigan en el último número de Newsweek, y lo hace por supuesto para certificar la defunción de la arquitectura de pompa y circunstancia, dando un buen número de ejemplos de cómo los arquitectos (especialmente los famosos) van adaptándose con rapidez a los nuevos tiempos. Nada nuevo por lo demás. Adiós, dice la autora, a la eye-popping architecture (la arquitectura que nos hace abrir los ojos como platos) o a los can-you-top-this designs (diseños tan extremos que desafían a otros arquitectos a superarlos), y cita a un tal Rob Rogers, del estudio neoyorquino Rogers Marvel quien resume a la perfección el nuevo espíritu: "No deja de ser saludable que nuestra profesión tenga que retroceder, volver a empezar y reimaginar lo que se supone es nuestra tarea: la resolución creativa de problemas". Se demandará a la arquitectura más urbanismo y menos trophy buildings y el "heroico starchitect solitario" tendrá que asumir que sus obras son producto de un colectivo de profesionales (destacando cada vez más los ingenieros, como así subrayaron SANAA en referencia al Rolex). El Prizkter seguirá teniendo tirón, pero el Aga Kahn (un "premio anti-icono"), será cada vez más tenido en cuenta. La autora introduce casi al final un melancólico comentario de nuestro Alejandro Zaera (FOA): "No creo que podamos asistir en lo que nos queda de vida a otra época en la que tanto los clientes privados como los públicos estén tan dispuestos a comprometerse con la innovación arquitectónica", para apostillar que nadie echará en falta los excesos de una arquitectura a menudo sin sentido. Zaera (esto lo añado yo) acaba de estrenar el único tribunal que se construirá en el ex-Campus de la Justicia madrileño, un edificio nacido muerto ya que al estar en una zona apartada carece de electricidad y no se va a construir un generador para un solo edificio porque el coste sería astronómico. Su forma de burbuja reventada, como señalaba Moncho Alpuente en un artículo en El País, bien podría ser el triste símbolo del final de esta década prodigiosa.

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