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Me ha sorprendido el entusiasmo de Anatxu Zabalbeascoa, la crítica de arquitectura de
El País, sobre las
casitas de Pin y Pon que
Herzog y De Meuron acaban de inaugurar en el
campus de Vitra en
Weil am Rhein (Alemania), nada menos que las considera "uno de los logros arquitectónicos del año" y una "obra maestra"(artículo
aquí). No sé, quizá si tuviera la suerte (como probablemente ella la ha tenido) de verlas en vivo y en directo me habrían llamado más la atención, por las
fotos que conozco me parece más bien un proyecto vistoso que no deja de ser una obra menor. Tengo la sensación de que a veces, el peso de la
marca nos hace ver espejismos, y que hay otros arquitectos que no juegan en primera que están haciendo cosas mucho más interesantes.
Y aquí podríamos enlazar con el interesante
artículo de Simon Heffer para el
Daily Telegraph de hace unos días ("Los arquitectos deberían agradar al público, no fastidiarle") en el que habla de esto mismo, centrándolo en dos proyectos: la
Ampliación del Museo del Ejército de
Dresde de
Daniel Libeskind (foto de arriba), con una brutal proa de cristal añadida a un edificio barroco del siglo XVIII que parece sentarle como una patada (su inauguración está prevista para este año), o la propuesta
extensión del St Antony´s College en
Oxford, de
Zaha Hadid (ya conocido como
La Trompetilla), diseño que tampoco parece muy afortunado para su entorno. Heffer señala también cómo la resistencia a estas obras es vista como reaccionaria por parte de la intelectualidad del mundillo arquitectónico. O sea, que cuesta admitir que hasta los más grandes meten la pata a veces. De todas formas también cabría decir que uno no se explica cómo se les ocurre a las respectivas comisiones de selección encargar proyectos en entornos tan delicados a arquitectos que difícilmente van a renunciar a su seña de identidad: el riesgo formal.