Somos frágiles. Lo intuíamos, pero no tanto. Te voy a comentar tres imágenes recientes que han incidido en esa condición tan nuestra, apagón ibérico aparte. La primera es la de Álvaro Pombo, encogido en su silla de ruedas junto a, en potente contraste, los espléndidos reyes de Leibovitz durante la entrega del premio Cervantes. Mario Crespo, colega en la RAE, leyó el discurso que había preparado el premiado, demasiado frágil para leerlo personalmente. Se llamaba, precisamente, Fenomenología de la fragilidad. La fragilidad, nos dice Pombo, es el "gran tema" de nuestro tiempo en sus distintas variantes (soledad, enfermedad, injusticia, inseguridad, etc.), pero lo va a centrar en nuestra propia fragilidad, la de España en su historia reciente (menciona el desastre de Annual, está ahora preparando una novela sobre los estertores del colonialismo español) y en su más rabiosa actualidad, cuando nos sentimos frágiles ante este descabalado siglo XXI en el que la "tarumbancia" campa por sus fueros y nos enfrentamos a una sociedad a menudo ininteligible en la que nos hemos convertido en "influencers y mercachifles" permanentemente insatisfechos. Deseamos -esto lo encajo yo aquí con tu permiso- lo que otros desean, es el deseo mimético que dice René Girard en Mentira romántica y verdad novelesca, ensayo de 1961 donde se recoge el concepto de bovarismo de Jules de Gaultier para nombrar esa necesidad de imitar a nuestros modelos/influencers tal y como Madame Bovary hacía en la novela de Flaubert, necesidad que Girard centra en los personajes del francés y de Cervantes (el frágil don Quijote y su insana obsesión por convertirse en caballero para emular las hazañas de Amadís de Gaula), todo lo cual descubro en Sin relato de Lola López Mondéjar. Volviendo al discurso de Pombo, nos habla el escritor cántabro también de Cervantes como no podía ser de otra manera, en este caso de un personaje suyo también convenientemente frágil, el Licenciado Vidriera, el estudiante salmantino hechizado por una dama desdeñada que le hará creer que está hecho de vidrio. El cristal, lo rompible, que Pombo contrapone a El Escorial, representación de la victoria, y que asocia a los achaques de un Cervantes ya sexagenario cuando escribió dicha novela ejemplar.
La referencia al licenciado cristalino nos ha recordado a otro libro que hace bien poco descubríamos gracias a Jaume Prat y que aún estoy leyendo, El horror cristalizado de Josep Quetglas. Se refiere el crítico mallorquín al Pabellón de Barcelona de Mies, un ensayo doblemente prologado por Moneo y publicado en 1986 justo cuando se culminaba la resurrección del pabellón, desmontado en 1930, y que puede recordarnos al caso de la Frauenkirche de Dresde como veíamos recientemente. Aunque Quetglas no se mete con la reconstrucción, Prat sí que nos da su contundente y diáfana opinión: "Las diferencias entre las dos obras son tan abismales que no es necesario ningún tipo de comparativa entre ellas para entender que aquello construido en 1986 no es el pabellón original. No es ni una obra de Mies van de Rohe. Es la idea que tres arquitectos comisionados por el Ayuntamiento de Barcelona tenían de esta obra. La reconstrucción viene a ser un remontaje de cualquier gran película hecho por tres artesanos del cine que hayan decidido firmar su obra como Director’s Cut (montaje del director). Excepto que el director ha muerto hace décadas y que ellos han asumido de manera unilateral y acrítica que la obra necesitaba un Director’s Cut. Y lo han hecho obviando todo aquello que caracterizaba la obra original. Es decir: se trata de una reinterpretación de la obra original que obvia la obra original haciendo buena la frase de Marx. De Groucho Marx: Todo en usted me recuerda a usted. Excepto usted". El libro, verdaderamente brillante (hay tramos que entiendo lo justo, a qué negarlo), tiene, como dice Moneo, "relámpagos de lucidez" que te dejan anonadado, a mí al menos. La metáfora del vidrio, por ejemplo, como representación de la imagen que la nueva Alemania de Weimar quiere dar al mundo, es realmente interesante: "El trabajo inglés subterráneo, sucio de carbón, ha acabado: ahora empieza el trabajo alemán: adecuado, transparente, cristalino, eléctrico". El propio planteamiento del ensayo, como si fuera una obra teatral con actos y escenas, quiere ser un trasunto de su tesis: que el Repräsentationspavillion es en sí una obra teatral en la que el visitante se convierte en parte de la representación sin perder su condición de espectador gracias al vidrio que lo envuelve: "Es un personaje cuyo papel consiste, sobre todo, en considerarse a sí mismo, reflejado en el espejo virtual que es el teatro. (...) Todavía no ha pisado la superficie de la plataforma cuando, a medio subir, ya puede mirar hacia el interior del Pabellón. muy próximo a su derecha. Mira adentro y se ve a sí mismo, al otro lado del cristal, dentro del Pabellón, reflejado por el cristal oscuro, contra el cielo y las nubes, con árboles a su alrededor". El uso protagónico del cristal es probable, señala Quetglas, que se debiera a la reciente experiencia de la exposición que sobre el vidrio había organizado Mies junto a Lilly Reich en Berlín. Al final del primer acto, dice que la única forma "orgánica" que podemos ver en el pabellón, la enigmática estatua de Georg Kolbe, queda también desdibujada por el vidrio (en la portada del libro podemos verla en añeja fotografía tomada por Juan Rafael Alday, el arquitecto municipal de San Sebastián que curiosamente mencionábamos en la pasada entrada): "¿Estaba encerrada entre cristales o sólo entre reflejos de cristales? Lo que se veía era la estatua o la imagen reflejada de la estatua? No hay respuesta. Esa ansiedad constantemente incitada y continuamente aplazada, nunca resuelta, es lo que constituirá, también, la experiencia del visitante en el Pabellón". Quizá el horror cristalizado sea ese (voy por el segundo acto, espero que el misterio se aclare en el tercero): la insoportable levedad del ser. El frágil muchacho de la foto que te traigo hoy es también obra de Kolbe y podríamos considerarlo improbable pareja de la estatua del pabellón. Está en los jardines del museo Städel de Fráncfort (decir ya puestos que en la ciudad del Meno tiene Kolbe sus obras más importantes, el monumento a Beethoven y el Ring der Statuen).
Vamos con las otras dos imágenes, tranquilo, seré mucho más breve en su comentario. La primera es una magnífica foto del Papa Francisco a cargo de Stefano Spaziani que descubrí en El País donde vemos a Bergoglio confesándose en el Vaticano justo al lado de las poderosas esculturas barrocas de Gaspare Sibilla, una dedicada a la Sabiduría y otra al Desinterés, en el monumento a Benedicto XIV. El más poderoso representante de la Iglesia reclinado frente a humilde cura haciéndole acaso partícipe de sus más ocultas debilidades. Una imagen que me lleva, agárrate, a la azotea lluviosa del ecléctico Bradbury, donde Roy Batty perdona la vida de su más pertinaz perseguidor poco antes de desgranar el más bello himno a la fragilidad humana. La tercera y última imagen me lleva a un reciente evento de la March donde por una vez Fernández-Galiano, becado en tiempos por la Fundación, era el entrevistado y no el entrevistador. Soy fan bovarista de don Luis así que me sabía casi todo, pero pude ser testigo de un momento para mí realmente memorable: ver a una persona de su calibre intelectual dudando. Hablando de carreras y estudios no tenía muy claro el arquitecto, crítico, profesor y editor si no sería más recomendable emprender una carrera técnica antes que una humanística considerando que los conocimientos proporcionados por una carrera "de letras" pueden obtenerse por nuestra cuenta (y máxime, decimos nosotros, con la copiosa información a nuestra disposición en internet), algo mucho más complejo en el caso de una carrera científica o técnica. Tiene su punto si pensamos que, por ejemplo, un filólogo como el abajofirmante nunca podrá construir un edificio mientras que un arquitecto puede escribir como un filólogo (o mejor), él mismo es claro ejemplo. De todas formas, si podemos dar nuestra opinión, nos tememos que el conocimiento humanístico casual no es comparable por invertebrado, fragmentario y en suma, frágil, al que aporta una formación obtenida por medios académicos. Sonaré reaccionario, pero parece obvio que influencers, tiktokers, blogueros y demás creadores de contenido, los mercachifles que dice Pombo (nos incluimos en la troupe) no podemos eclipsar a estudiosos que se han trabajado su erudición en serio por muy aburridos que sean. No digo que no podamos hablar de temas que nos gusten aunque no sean de nuestra competencia o incluso que podamos atinar en nuestros comentarios, ya dice el conocido símil que un reloj roto acierta la hora dos veces al día. Por lo demás la entrevista, muy bien llevada, resultó muy interesante con solo un par de apreciaciones, la primera, la puesta en escena, vintage por decirlo muy eufemísticamente (el propio Fernández-Galiano lo comentaba con retranca aragonesa), y por favor, siéntenme a don Luis en un sillón a su nivel, no en esa especie de silla de sala de espera de dentista. Junto a ello, eché en falta una pregunta en plan: ¿En qué momento el afilado crítico devino cronista aséptico? No emitimos juicio alguno, faltaría menos, es simple curiosidad.
Nos vamos ya. Como no quiero dejarte con mal sabor de boca, que hoy la entrada me ha quedado tristona, acabaremos con un toque pop para arrancarte una pequeña sonrisa al menos. Como creadores de contenido priorizamos siempre la experiencia de usuario. Qué me dices de la histórica reconstrucción que estamos viviendo en estos momentos, la del Pabellón de Barcelona se queda corta en comparación. De mano de TVE y el erario público por tanto, se ha replicado el mítico Sálvame cuando ya pensábamos que estaba muerto y enterrado. Bajo el nombre de La familia de la tele tendremos a los usuales colaboradores, liderados por la incombustible Belén Esteban, generando su particular contenido en las tardes de la televisión pública. Y lo que es más, gracias al apagón nos hemos perdido la que iba a ser presentación por todo lo alto del programa, una suerte de freak parade de carnes recauchutadas, frágiles egos y ademanes victoriosos, acompañados por 200 bailarines, un millar de invitados y hasta carroza verbenera. Bienvenidos, mes sembables, mes frères.