domingo, 17 de noviembre de 2019

La belleza de las cosas inconexas (2)



Te traigo hoy el proyecto ganador para una terminal ferroviaria en Tallin a cargo de Zaha Hadid Architects. Impresionante cómo el nodo de comunicaciones enlaza con elegante fluidez y sin aparente esfuerzo tal maraña de líneas de ferrocarril, tranvía y autobús, sirviendo a su vez como puente que conecta los barrios separados por los raíles. Hub, puente e icono por el mismo precio.

La estación estonia viene a cuento, e incluso a colación, porque yo quiero una cosa igual. No solo para mi ciudad o España, sino para mi vida. Un puente elegante, sin un solo remache, sin el más mínimo aspaviento, que cruce aguas turbulentas como si nada. Ya lo decía Roland Barthes en su libro Mitologias de 1957 hablando del también fluido diseño del Citroën DS (el Tiburón): "Es bien sabido que la tersura es siempre un atributo de la perfección porque su contrario revela una operación técnica y típicamente humana de ensamblaje. La túnica de Cristo no tenía costuras, igual que las naves de la ciencia-ficción están hechas de metal continuo.(...) En el DS encontramos los inicios de una nueva fenomenología del ensamblaje, como si progresáramos desde un mundo donde los elementos están soldados a un mundo donde están yuxtapuestos y unidos por la sola virtud de su maravillosa forma, que por supuesto nos conduce a la idea de una naturaleza más benigna". 

Esta estación-puente, que puede remitir al pabellón-puente de Zaragoza también de Hadid, es toda una revelación y hasta acaso un signo de los tiempos. La arista ya no se lleva, la arruga dejó de ser bella y hasta el colegial más disruptivo ha oído hablar de la modernidad líquida de Bauman. En su lugar se impone el alabeo lábil, la costura invisible, la flexibilidad. Byung-Chul Han habla de la "sacralización de lo pulido" (y pone como ejemplo las esculturas de Koons) en La salvación de lo bello, aunque no está muy de acuerdo con una belleza despojada de toda contradicción que al cabo es la que logra conmovernos y conducirnos a la reflexión.

En estos tiempos de fragmentación extrema, donde todos reivindicamos, y mejor con gran alharaca, una determinada especificidad que nos distinga de la masa, el gregarismo conciliador es cosa del pasado. Es como aquella posmoderna Strada Novissima de la primera Bienal veneciana, todo un freak parade arquitectónico levantándose en armas contra la uniformidad moderna. Difícil, eso sí, encontrar un camino vertebrador en medio de esta imposible sinfonía unas veces apasionante, cansina otras, de voces disonantes. Algo parecido venía a decir Hannah Arendt en The Human Condition (cita que encuentro en una reciente conferencia de Kenneth Frampton): "Pero si no fuera relatado por los hombres y sin darles cobijo, el mundo no sería un artificio humano, sino un cúmulo de cosas inconexas al que cada individuo aislado podría arrojar un nuevo objeto. Sin el artificio humano para alojarlos, los asuntos humanos serían tan fluctuantes, fútiles y vanos como el deambular errante de las tribus nómadas".  

En este contexto inconexo la arista parece poco apropiada para lograr un mínimo común denominador, el artificio humano de Arendt, imprescindible para avanzar. Andrea Rizzi, en un interesante artículo de nombre Claves históricas, institucionales y culturales de por qué Italia ya tiene gobierno y España no, publicado en El País hace un par de meses, decía: "Ambos países son muy diversos y albergan diferentes matices culturales y sociales en su interior. Pero hay denominadores comunes. La dulzura del escenario natural italiano es el punto de partida de una línea que abarca Rafael y Botticelli, la elegancia del design italiano, plazas principales de forma redonda u oval y una actitud vital que busca soluciones no a través del choque, sino más bien a través de la maniobra. Los serios paisajes de la meseta castellana conducen a una austeridad plasmada en ciertos cuadros de Goya o Velázquez, en tantas plazas cuadradas en tantas ciudades, en una actitud humana a menudo directa y valiente, pero a veces ineficazmente obstinada". 

En nuestra realidad coral y a menudo disfuncional parecen ser más necesarios que nunca muñidores de extremos, capaces de convencer más que de vencer y de crear dúctiles artificios que puedan alojarnos a cuantos más mejor. Habrá con todo quien piense que el eclecticismo es refugio de indecisos y débiles y reclame nostálgicas aristas. No son mayoría. Sea como fuere mucho sería ya pedir que el artificio en cuestión quedara tan falsamente fluido como la estación estonia de Hadid. Será inevitable, y bastante más honesto, que costurones y cicatrices queden a la vista. 

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