domingo, 4 de agosto de 2019

Nubes y lágrimas (2)


Vamos hoy a dar una vuelta a los distintos proyectos que han competido para el museo de Bellas Artes de Bilbao junto al ganador de Foster. Una vez más, pero acaso esta con especial insistencia, te recuerdo mi condición de no-arquitecto. Avisado quedas, querido lecteur. Libre eres, faltaría más, pero si tras leer la presente entrada te sientes estafado por la pérdida de tu precioso tiempo, por un intrusismo que consideras nefario o en general por la absurdidad (e incluso absurdez) de que un aprendiz pardillo afronte tamaña tarea, la culpa será solo tuya.


La tarea de abordar la cuarta ampliación de un museo como el de Bellas Artes, con dos edificios contrapuestos, uno de 1945 en estilo neoclásico y otro de 1970 de estilo miesiano que solo se parecen en sus plantas en L (sin olvidar una tímida rehabilitación en 2001 que trata en vano de acercar posturas) resulta heroica. Las eles ni siquiera se cierran en cuadrado: la L miesiana (diseñada por Álvaro Líbano y Ricardo Beascoa) da la espalda a su veterana compañera (de, como decíamos, Urrutia y Cárdenas) en gráfica confrontación ¿Es pura coincidencia o hay una voluntad de rechazar lo que por aquel entonces se consideraba quizá un edificio de factura rancia y franquista? A saber, pero con estos mimbres mal vamos. Veamos cómo lo han encarado estos estudios punteros.

Tetris
Nieto y Sobejano empiezan su explicación del proyecto aduciendo el carácter heteróclito y acaso irreconciliable del museo, en realidad dos bajo el mismo nombre, no por nada Bikoitz (doble en euskera) es el lema de su proyecto. Ante semejante sindiós se lavan las manos y encajan sin miramientos un cubo gris oscuro casi negro (para más inri) en la plaza de Arriaga cual ménage à trois forzado e inconexo. Melpómene se va a tomar viento, ni siquiera sugieren qué hacer con ella, hay que ver, mandarla a la plaza Euskadi para que llore aún con más ganas hubiera sido una opción. El cubo se alza tres plantas, lo que no ayuda a la circulación y a la continuidad de las exposiciones. Soberbia la entrada: como el resto de equipos menos Moneo recuperan la primera entrada del museo (la reforma del 70 reubicó la entrada justo en la otra punta: ¿otro desprecio al edificio de 1945?) pero se abre un nuevo y elegante acceso subterráneo al que se llega por una ceremoniosa rampa (plaza descendente en palabras de los arquitectos). La cubierta del edificio antiguo se habilita como terraza para que podamos disfrutar con mejor perspectiva de la plaza Euskadi. En el interior, blanco nuclear y juegos panópticos. Más información e imágenes aquí.

Marrón glacé
Snøhetta, el estudio que saltó a la fama con la Biblioteca Alejandrina y la Ópera de Oslo, debe su nombre a una montaña en Noruega. Todos los años los componentes de la firma, desperdigados por cinco oficinas en tres continentes, la escalan en un sano ejercicio de team-building. Quizá por ello han sido especialmente sensibles al entorno de Bilbao, situado en el fondo de un valle, y han coronado su caja, que al igual que la de Nieto-Sobejano se alza en la plaza Arriaga, con una terminación a doble vertiente simulando la cima de un monte y su contrario, imitando a un valle. En la parte de la cubierta en forma de V sitúan un pequeño graderío visitable para eventos, que conecta a su vez con la característica pulsión cívica tan propia del espíritu nórdico. La entrada se realiza por el edificio antiguo, y exactamente como propone Foster, elevan la escalera original para crear un pasaje por el que acceder al edificio principal. Al igual que en otros proyectos anteriores los interiores se forran profusamente de madera, volviendo a conectar su intervención con la naturaleza en otro rasgo característico del estudio. El artesonado del sobrio vestíbulo principal del nuevo edificio, justo donde se encontraba la plaza Arriaga, replica las formas de la cubierta (la montaña puntiaguda y el valle) en rítmico y repetitivo patrón que acaso acabaría agobiando. Melpómene, como en el caso de Nieto y Sobejano, sale desplazada de su ubicación actual, pero al contrario del proyecto de los madrileños, se le da protagonismo colocándola justo delante de la puerta principal, donde luce espléndida y en perfecta consonancia con la fachada neoclásica. La memoria de Arriaga (al que en los paneles explicativos califican de poeta, confiemos sea una metáfora) queda así resguardada. En fin, un proyecto interesante que no apasiona. Aquí tienes más información e imágenes.

Pocoyó
SANAA, como Snøhetta, nos traen también una porción de su país con el proyecto más peculiar, una sutil japonesada dicho sea sin la más mínima voluntad de ofender, tantas son las lecciones que nos puede dar el país del sol naciente. No sabemos si su pertinaz infantilismo es una de ellas. Aquí lo vemos en forma de una nube alucinógena que cierra la plaza de Arriaga y que parecería sacada de un episodio de Pocoyó. Melpómene es respetada en su presente ubicación. Mucho más nos gusta el cierre de la plaza de Chillida (la que conforma la L invertida de la ampliación del 70), de formas fluidas y amables y completamente acristalado en el típico estilo del estudio. Sería una tercera L, esta redondeada y hospitalaria que, ahora sí, se encuentra con la gélida L de la segunda ampliación creando en su unión un pequeño patio. La cafetería se ubicaría en la planta baja, un espacio con gran encanto entre el mencionado patio y el parque de doña Casilda mientras que una gran sala de exposiciones se alojaría en la planta superior. No contentos con ampliar el museo, SANAA pretende también sanar el contexto urbano en su propuesta sugiriendo un estanque en la actual plaza de Euskadi que sea extensión del parque de doña Casilda y “genere un nuevo evento” que sirva de “efecto llamada” a los visitantes del Guggenheim, que atraídos por el acogedor recorrido acaben descubriendo el museo de Bellas Artes como quien no quiere la cosa. En la lagunilla, ya puestos, digo yo que en esa voluntad de generar eventos fenomenológicos se podrían poner pequeñas barcas que, cual Carontes modernos, permitieran a sus usuarios navegar hacia el singular hades arquitectónico de la plaza Euskadi. Más aquí.

Arriba y abajo
Cuando el danés Bjarke Ingels era pequeño, solía subirse al tejado de una casa que sus padres tenían cerca de un lago, hasta que sus progenitores, alarmados, le echaban la bronca para que bajara. Como señala en el documental Big Time, dicho acicate por asaltar la verticalidad inspiró su arquitectura. Eso y Barcelona, adonde acudió para recibir clases de Miralles durante un Erasmus en 1996 y donde, como no deja de repetir en toda entrevista que le hacen, descubrió su verdadera vocación por la arquitectura. Su relación con España continúa: su pareja es gallega y su hijo (de nombre Darwin, toda una declaración de intenciones) acaba de nacer en Barcelona, donde también recientemente ha abierto un estudio. Su ampliación del Bellas Artes plantea más que ninguna otra suturar la tremenda herida que en realidad es este museo uniendo los dos edificios antagónicos mediante una intervención topográfica, un “nuevo paisaje” en el que, como es típico en el danés, horizontalidad y verticalidad se funden en intenso abrazo y en el que el edificio acoge usos ambivalentes. El autor de la central de tratamiento de residuos de Copenhague, una montaña artificial cuya cubierta puede utilizarse como pista de esquí, aquí sorprende creando en la plaza Arriaga otra montaña que, en sinuosa curva, sirve de ágora urbano. La curva continúa por delante del museo antiguo, donde dos lucernarios, a cada lado del asombrado edificio, aportan luz a una soberbia sala de exposiciones subterránea y a su vez sirven de recorrido elevado que haría las delicias de skaters y traceurs. Como ves aquí tenemos un desbordante mix de la “función oblicua” de Virilio, el “alpinismo doméstico” del futurista Vincenzo Fani, la apuesta incondicional por el riesgo de Miralles y los indómitos pliegues de Koolhaas, para quien Bjarke trabajó. Pegas: en las rampas elevadas con apenas ligeras barandillas algún aitona fijo se nos descalabra, las tremendas aristas que generan los lucernarios (que recuerdan a su pabellón Serpentine) se llevan mal con la sobria construcción de 1945 y el vestíbulo del “edificio” sobre la plaza Arriaga, obligado por el graderío exterior que sostiene, tiene unas formas extrañas, casi claustrofóbicas, con una pared-techo que parece venírsete encima. Melpómene está aquí, su cabeza casi dando de bruces con esa brutal ola de cemento. Con todo es un proyecto verdaderamente deslumbrante en su planteamiento. Más información aquí.

Ni contigo ni sin ti
El gran morbazo que generaba este concurso era sin duda la confrontación entre Moneo y Foster. Un duelo en la cumbre, una épica batalla entre los dos gigantes de la arquitectura que ampliaron respectivamente el Prado y el British Museum, lance simpar que finalmente se ha saldado con la victoria del inglés. Nosotros nos declaramos fans de Moneo como otros lo son del Betis, manque pierda, así que la objetividad va a ser difícil. A ello. Todos esperábamos una caja del arquitecto navarro, pero jobar, es que ha hecho un pedazo cajón que literalmente se come el ala más nueva. Más que integrar, Moneo desintegra el actual museo, dejando el edificio antiguo de milagro, por aquello de que está protegido, y aquí paz y después gloria (el arquitecto dice que se debe entender su actuación como un “eco de lo existente”). Quiebra el disloque de las dos eles dándose la espalda creando su propia L (el doble de grande) que, al contrario que la disposición actual, se cierra en cuadrado con el ala antigua. Es el único que no plantea la entrada principal por el museo antiguo (la abre sólo para VIPs), lo que le permite crear un nuevo y potente acceso por el parque. Moneo tiene bellas palabras para el veterano edificio,  “escudo iconográfico” de su propuesta, pero sitúa una enorme fachada justo donde empieza su intervención en forma de pantalla sobre la que se proyectaría información acerca de la exposición temporal en curso, lo que dejaría en segundo plano la fachada neoclásica. Una gran ventaja de liarse de tal guisa la manta a la cabeza es que puede ofrecer el mejor vestíbulo con diferencia de todos los proyectos con un juego de vacíos espectacular en un blanco resplandeciente (con algún toque de rojo pompeyano en alusión a su ampliación del Prado) y una escalera helicoidal realmente bella. La plaza Chillida desaparece, pero como compensación se deja un generoso espacio lindante con el parque como apetecible cafetería y se crea una fantástica terraza mientras que Lugar de encuentros IV, la escultura de Chillida que se instaló en su plaza en 1982 tras una tardía exposición antológica de su obra, sería recolocada en el lobby de entrada. La plaza Arriaga queda reducida a un pequeño “claustro/patio” que alojaría un jardín de esculturas. Melpómene, vaya, tendrá que compartir protagonismo. En suma, en este contigo pero sin ti, en esta ampliación a la portuguesa, Moneo prácticamente hace un museo nuevo. Es seguramente el mejor de todas las propuestas, pero a lo mejor no es eso lo que se buscaba. Fotos y más información aquí.


Agravitas, la propuesta vencedora
¿Es la de Foster la mejor propuesta? El mayor valor quizá del proyecto del mancuniano es que respeta lo existente, incluso en su total contradicción, arriesgándose con ello a que su proyecto pierda espectacularidad o funcionalidad. Lo vemos especialmente en la entrada principal: mantiene la del edificio de 1945, tan solo modificando la escalera original para que gane en altura y debajo se pueda crear un acceso al atrio (ofrece una alternativa: eliminar totalmente la escalera, dejando así en evidencia la debilidad de dicha decisión), sea como fuere palidece si lo comparamos con el lobby de Moneo. Además el paso de un modesto vestíbulo de estilo neoclásico diseñado para un museo más bien pequeño al nuevo y futurista atrio que ya describíamos en la anterior entrada puede resultar en un shock arquitectónico de digestión complicada. Ya en el atrio, el óculo, justo sobre Melpómene, eje central en su propuesta, nos parece un detalle magistral. La nube elevada sobre el conjunto, bastante más acertada que la de SANAA, ofrece como decíamos una enorme sala de 2.000 metros cuadrados sin obstáculos que da mucho juego y además permite sin aparentemente pretenderlo lo que otras propuestas se esfuerzan en conseguir sin demasiado éxito: crear una nueva estructura que nos haga olvidar la tremenda llaga de un museo escindido en dos, ofreciendo una audaz visión del futuro sin estridencias innecesarias y generando un icono amable y optimista.


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