martes, 22 de julio de 2014

Los arquitectos navegantes



El que se mueve no sale en la foto, creo decía Alfonso Guerra. No es el caso del feliz trío que puedes ver en ésta, que descubro en la exposición Fotografía y arquitectura moderna en España 1925-1965 que puede verse ahora mismo en el museo ICO madrileño. Pero ¿quiénes son? Dos de ellos son los arquitectos José María Aizpurúa y Joaquín Labayen, responsables del Club Náutico de San Sebastián (1929), un barco
de hormigón que es quizá la obra más lecorbusieriana de las que se hicieron en España siguiendo los postulados del Movimiento Moderno (el propio maestro suizo la visitaría al año siguiente de su construcción) y que durante aquellos años fue el edificio español más presente en las publicaciones europeas especializadas en arquitectura (hasta el MoMA lo incluyó en la famosa exposición  Modern Architecture: International Exhibition de 1932).

Saltan, frenéticos, felices, allá por 1930, conscientes de su éxito recién iniciada su carrera profesional, inconscientes de su triste futuro, en la azotea de la casa de la donostiarra calle Prim donde tenían su estudio, que no sólo fue un lugar de trabajo sino también un espacio de reunión y exposición de las nuevas tendencias (también artísticas) de una época en plena efervescencia cultural. El inquieto Aizpurúa, el arquitecto navegante como le llamó Santiago Amón, organizó exposiciones no sólo sobre la arquitectura más reciente (fue miembro destacado del GATEPAC), sino que también llevó a la conservadora Donosti cuadros de Picasso, Picabia, Ernst o Gris y fundó la sociedad gastronómica (y cultural) GU decorada, por cierto, como si del interior de un barco se tratara. Animó a Oteiza a exponer en su estudio (el escultor reconoció que fue allí donde tuvo su primer contacto con la vanguardia artística europea), fue amigo de García Lorca, Buñuel y Dalí a los que conoce en la Residencia de Estudiantes de Madrid (donde estudia la carrera), le interesó el cine, el jazz y la fotografía (hace diez años el Reina Sofía le dedicó una exposición al descubrirse fotografías inéditas suyas) y fue atento lector de Ortega.

Jose Ángel Medina, experto en el arquitecto (en él y su obra basó su tesis, que dio lugar a un libro -he de conseguirlo- y a una exposición para el Koldo Mitxelena donostiarra que tenía en su póster otra toma del trío saltarín), señala una remarcable coincidencia. El 24 de octubre de 1929, que ha pasado a la historia como el  jueves negro, el día del Crack de la bolsa neoyorquina, resulta que se inauguraba la segunda edición del CIAM (Congreso Internacional de Arquitectura Moderna) en Frankfurt donde, curiosamente, se hizo especial hincapié en la creación de una vivienda digna básica definiendo desde un punto de vista científico y pragmático cuestiones como horas de iluminación solar al día, renovación de aire, superficies acristaladas, espacios verdes, insonorización... Teniendo en cuenta la profunda crisis económica que iba a sufrir el mundo occidental el tema del congreso no pudo ser más oportuno (sus lecciones son sin duda aún útiles en un contexto actual bastante similar al de entonces). Aizpurúa y Labayen no estuvieron en Frankfurt, pero sí en un congreso preparatorio en Basilea, y comulgaban totalmente con estos principios, así lo podemos ver en el  proyecto que presentan para el Ayuntamiento de Bilbao (las viviendas de Solokoetxe) en el que la higiene y la ventilación son ejes centrales en el diseño de los espacios, se utilizan ascensores y se incluyen gimnasio, biblioteca y piscina comunitarios. También podemos ver esas ideas reflejadas en el provocador manifiesto que Aizpurúa publicaría al año siguiente bajo el título ¿Cuándo habrá arquitectura? (que da  nombre a la exposición de Medina) en el que critica la arquitectura española del momento diciendo que en España no había arquitectos sino pasteleros y había que luchar por dar una dimensión social a la disciplina, más ética y menos estética. Acaba el manifiesto con esta frase lapidaria: "Un espíritu sereno sale a la calle y ve edificios faltos de tranquilidad y llenos de sensualismo; pierde la serenidad y grita revolución". No me negarás que esta cita, de hace la friolera de 84 años, tiene plena vigencia.

Apenas seis años después de que se hicieran estas alegres fotos, Aizpurúa fue fusilado. Estamos en septiembre del año 1936 y en San Sebastián había fracasado en un primer momento el alzamiento franquista. El arquitecto estaba  plenamente comprometido con la Falange, de la que era máximo responsable en la capital guipuzcoana y tenía relación fluida con sus altos cargos (Sánchez Mazas dio la conferencia inaugural de la sociedad GU y se dice que José Antonio le encargó el diseño de la cabecera del diario Arriba). Tres semanas antes el bando contrario fusilaba a su amigo García Lorca. Sorprende que una persona tan vanguardista se aliara con una ideología que ahora vemos rancia y caduca, pero no hay que olvidar que en un primer momento muchos intelectuales y artistas (D´Annunzio, Malaparte, Croce, Heidegger, Pound, etc) cayeron subyugados por el componente dinámico y regenerador que los movimientos fascistas parecían tener (el espejismo duró poco para la mayoría). R.N.Stromberg en Historia intelectual europea desde 1789 lo explica así: "El espíritu del fascismo fue, en gran medida, el espíritu del gesto romántico, de la acción por la acción y de la movilización de la psicología de las masas. Aquí está presente la mística del movimiento de avant-garde del momento: el estímulo nietzscheano a abrazar la vida y "vivir peligrosamente", la rebelión contra la legalidad burguesa, el odio del artista alienado hacia la sociedad respetable, la llamada a la revuelta de socialistas y anarquistas". No menos sorprende la aparente buena relación entre personajes que militaban ideológicamente en mundos tan opuestos.

Nos preguntamos qué habría sido de la carrera de Aizpurúa si no hubiera sido tan tempranamente truncada a los 34 años. Labayen, su socio en el estudio, que no comulgaba con las ideas falangistas de su colega, se retiraría del mundanal ruido a su natal Tolosa y nada más se sabría de él. Murió a los 95 años. Por cierto que hace unos días Norman Foster inauguraba en Mónaco un lujoso Club Náutico con cierto parecido al donostiarra. Quién sabe si no es un homenaje al barco varado de los arquitectos navegantes que tan intensamente abrazaron la vida.


2 comentarios:

  1. Gracias por esta excelente entrada. Por haber abierto un poco más la visión del mundo, con esta gran lección de historia, que ayuda a entender e interpretar el presente.

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  2. Gracias a tí por tus muy amables palabras.
    Un saludo,
    Samuel

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