jueves, 1 de diciembre de 2011

Sardinas y mejillones


Sé que me repito, pero es que no puedo con esto. Rita Barberá, alcaldesa de Valencia, se va a gastar 24 millones de euros en ampliar el palacio de Congresos de su ciudad. La obra será acometida por el estudio de Norman Foster (en la imagen, infografía del proyecto), el mismo que levantó a finales de los 90 el primer palacio, popularmente conocido como la sardina. Y yo me pregunto ¿No se habrá enterado doña Rita de que la ciudad dispone de un fastuoso auditorio (apodado en este caso el mejillón) de Calatrava que salió por 60 millones y se utiliza de pascuas a ramos para competiciones tenísticas y poco más? ¿No se ha enterado tampoco de que tenemos a la prima (de Zumosol) más atacada que la nave de StarTrek? ¿Tampoco de que la Comunidad de la que su ciudad es flamante capital es una de las 6 que no cumplen con el objetivo de déficit (y por tanto arrastran a las demás al abismo griego)? ¿Se habrá olvidado también la alcaldesa de que dicha Comunidad entregó precisamente a Calatrava 15 millones de euros por el proyecto de unas desorbitadas torres, a construirse también en su ciudad, que nunca saldrían del blueprint? (Y claro, como sabe doña Rita, lo que se da, no se quita) ¿Y tampoco sabe que el presidente electo Mariano Rajoy, de su mismo partido, repite cual obsesivo mantra que su único objetivo es recortar gastos de todas partes como mandan los mercados, nuevo coco inventado por el sistema para que traguemos y callemos? ¿No es consciente de los esfuerzos que su partido está haciendo para que cuando llegue la temida escisión de Europa en dos velocidades, España, junto a Italia, Mariano y Mario (llamemos al tándem Mari(an)o, contrapunto de dúo Merkozy), se quede en el núcleo duro? La alcaldesa se defiende diciendo que la ampliación se autofinanciará gracias al turismo de negocios que atraerá el potenciado palacio y hace unas optimistas cuentas de la lechera. Pues que tenga cuidado, el Campus de la Justicia madrileño también se iba a autofinanciar con la venta de inmuebles sin cuento, y fíjate cómo se quedó el pobre. Hecho unos zorros. Barberá, over the moon tras los resultados electorales, quiere que Valencia sea la Dubai mediterránea, y al fin y al cabo las lujosas ciudades del golfo no son sino fallidas fallas arquitectónicas que, ay, también acabarán sus días pasto de las llamas financieras.

No hay droga más dura que el ladrillo y sus derivados.

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