Como quedamos en la entrada anterior hablaremos hoy sobre la capilla de Agiña, a cargo de Luis Vallet, que conforma junto a la estela de Oteiza el memorial al Aita Donostia inaugurado en 1959.
Pero déjame primero que te dé unas breves pinceladas sobre el arquitecto en cuestión, del que he descubierto un par de detalles que pueden ser de tu interés. Luis Vallet de Montano (1894-1982) nace en Plan (Huesca) en el seno de una familia culta y viajada, pero muy pronto se traslada a Irún, de donde es originaria su madre. En 1921, tras estudiar la carrera en Madrid, conseguirá el puesto de arquitecto municipal de la fronteriza ciudad. Sus inicios en la disciplina fueron historicistas, construyendo casas de estilo neovasco e inglés, este último estilo influido por un viaje al Reino Unido para estudiar estadios de fútbol ya que uno de los encargos primeros para el ayuntamiento fue la construcción de un campo para el equipo local, el Real Unión. Se le llamó Stadium Gal pues fue financiado por Salvador Echeandía Gal, empresario fundador de Perfumes Gal y por cierto tío de nuestro arquitecto. Fue inaugurado en 1924, con un partido contra el Barcelona nada menos. Volviendo al estilo inglés, te enlazo a uno de los mejores ejemplos en la obra de Vallet, el que fuera matadero de Irún y hoy sede de la Policía Municipal, con un aire a Lutyens. No obstante estos ejemplos de arquitectura tradicional, nuestro protagonista tuvo un alma moderna en lo arquitectónico y en lo vital, algo en lo que también ayudó la cercana frontera. Fue deportista avezado en deportes como el ski, el buceo o la navegación (en un pequeño balandro que él mismo diseñó, el Jai) y fue al parecer pionero surfista sobre la tabla que un carpintero amigo, Manuel Montes, le fabricó, el mismo por cierto que construiría el encofrado de madera para la capilla de Agiña que hoy nos ocupa. Trató a Pio Baroja, Menchu Gal o Stravinsky, al que conoció mientras el músico residió en Biarritz, escuchaba la música de Schönberg cuando pocos lo hacían y escribía artículos en Cortijos y rascacielos, la revista de Casto Fernández Shaw con una vocación que hoy denominaríamos glocal bajo el alegre pseudónimo de Kazkazuri ("Buena suerte" en euskera). En lo arquitectónico su modernidad no fue menos intensa. Estuvo presente en la conferencia "Pintura y arquitectura modernas" que se celebró en San Sebastián en 1930 y a la que asistieron entre otros García Mercadal o Aizpurua y Labayen (autores del muy moderno Club Naútico donostiarra) y perteneció al GATEPAC, fundado ese mismo año por Mercadal y Sert en Zaragoza con el fin de estrechar lazos con los CIAM. Quizá el mejor ejemplo de casa moderna que Vallet realizó fue el chalé para Alberto Anguera (1930), también en Irún, único edificio de la ciudad reconocido por la Fundación para la Documentación y Conservación de la arquitectura y el urbanismo del Movimiento Moderno (Do.co.mo.mo) con la placa correspondiente.
La Guerra Civil iba a cambiar la vida de Vallet durante varios años. Cuando las fuerzas franquistas invadieron la ciudad, el arquitecto y su familia, como tantos otros, abandonaron Irún fácilmente gracias a la cercana frontera a principios de septiembre de 1936. Se establecieron en la vecina Hendaya y ocasionalmente en Buenos Aires. Perdió su plaza de arquitecto municipal y fue inhabilitado para ejercer la profesión; su buena suerte se apagó, aunque desde luego fue más afortunado que Aizpurua. Acusado de colaborar activamente con las fuerzas leales a la República (seguro que alguno recordaba que el arquitecto prestó su refinado Lancia Lambda, rojo para más inri, para agasajar a Alcalá Zamora, presidente de la República, en su visita a Irún en 1932), pronto se demostró que eran denuncias sin fundamento, por lo que en 1943 pudo regresar a su ciudad casi natal y volver a trabajar aunque no se le devolvió el cargo de arquitecto municipal; no le sería restituido, ya simbólicamente, hasta 1978. El regreso a su labor fue lento y tortuoso. Empezó trabajando en los entornos de los embalses del Ebro y Yesa y por supuesto debió olvidar el lenguaje moderno, considerado subversivo por representar los valores de igualdad social y apertura al exterior defendidos por la República. Las iglesias que construyó para los nuevos núcleos urbanos creados para los habitantes de los pueblos anegados eran tradicionales, pero, moderno al fin, en las viviendas introdujo los principios higienistas postulados por los CIAM disfrazados tras fachadas regionalistas al gusto del nuevo régimen, que ya en 1939 había fijado el nuevo canon en un congreso convenientemente celebrado en El Escorial. Las tornas irían cambiando progresivamente cuando el régimen franquista se dio cuenta de que la arquitectura vanguardista podía aportar un barniz de modernidad a un país aislado y atrasado que buscaba apoyos en el exterior. En ese contexto pueden explicarse proyectos como la Delegación de Sindicatos en Madrid (hoy ministerio de Sanidad), de 1949, o la muy moderna Basílica de Aránzazu (1950). Entretanto los arquitectos pugnaban por nadar y guardar la ropa, y Vallet no era excepción. Su curioso edificio de viviendas en el Paseo Colón 50 de Irún es un ameno pastiche donde aunó con arrojo el estilo neovasco (con unos arcos escarzanos para las terrazas), el inglés, (con unas atrevidas bay windows), el moderno (los balcones redondeados) y, como colofón, que estamos aún en 1946, un portal con formas barrocas.
Los 50 son años felices para Vallet. Destacaremos dos proyectos: Uno, quizá el más original, fue una casa desmontable de madera que podía ser erigida sin demasiada dificultad por cuatro personas en unas seis horas. Hizo de hecho dos prototipos de forma troncopiramidal quizá con la idea de su producción en serie, pero la idea no cuajó. La revista británica Woods publicó un reportaje sobre la casa en 1952. Más interesante es la casa en Irún que diseñó para Oteiza, con quien trabajaba en esos momentos en Agiña, y otro pintor y escultor vasco, Néstor Basterretxea, autor de las virulentas pinturas de la cripta de Aránzazu. En un primer momento fue Saénz de Oiza (responsable de la basílica de Aránzazu) el elegido para proyectar la vivienda, de hecho incluso se planteó vivir con ellos, pero tras diez (algunos hablan de 14) propuestas que por una razón y otra no eran aceptadas por los exigentes artistas parece que perdió interés en la casa y marchó a Madrid. Vallet, a quien Oteiza recurrió entonces (se habían conocido en los años 30 por mediación de Aizpurua, verdadero impulsor de la modernidad en Guipúzcoa), no lo tuvo más fácil. Nueve proyectos presentó a Oteiza y Basterretxea antes de que finalmente dieran su plácet en 1956. La casa, moderna de manual, recibió al parecer las felicitaciones del mismísimo Le Corbusier. Aún está en pie, pero en un estado de abandono calamitoso (los escultores vivieron en ella hasta los 70). Sólo hace unos meses el ayuntamiento ha decidido finalmente acometer su restauración tras más de veinte años pensándoselo. La cubre ahora mismo una lona temporal que lleva serigrafiados los diseños originales de Vallet. En la casa ambos artistas viveron momentos clave en sus carreras, Oteiza escribió en ella su famoso Quousque Tandem...! y decidió abandonar como veíamos la exploración artística para llevar a cabo proyectos más prácticos; Basterretxea por su parte dejó la pintura para iniciar una nueva etapa artística como escultor y cineasta.
Llegamos al fin a Agiña. Como las que nos proponíamos breves pinceladas han devenido brochazos espesos, trataré de ser conciso, aunque me temo que la síntesis sea solo asequible para los más aptos. Vallet presentó dos proyectos de capilla para Oteiza, uno, anguloso en plan caja moderna como navío varado en la montaña megalítica y otro en forma de sencillo cascarón curvo de hormigón, cual altavoz que reprodujera (lo dice Vallet) los sonidos de la montaña, en metáfora musical muy apropiada para un monumento dedicado a un compositor y musicólogo. En la parte posterior la pequeña nave queda truncada y se le adosa una suerte de primitivo rosetón con vidrios de diferentes colores. Vallet hizo dos maquetas de madera, encargadas a Manuel Montes, su carpintero fiel, y las dispuso en el jardín de su estudio situado en la magnífica villa Montano, que el propio Vallet había diseñado en estilo inglés para sus padres. Ducho fotógrafo como buen moderno, hizo instantáneas de ambas maquetas y se las mandó a Oteiza para que eligiera, reconociendo así la primacia del artista sobre el técnico para el memorial. El de Orio se decantó sin dudarlo por la nave que hoy conocemos, las razones para ello nunca las conoceremos con exactitud. Sabemos que había quedado prendado de Ronchamp, esa iglesia que recomendó a Sáenz de Oiza visitar antes de morir y que acababa de terminarse por aquel entonces. Como elucubrar es gratis (e inocuo en nuestro caso), podríamos pensar que Oteiza quiso reproducir en Agiña las inesperadas curvas de Le Corbusier (al parecer sus formas fueron inspiradas por el caparazón de un cangrejo hallado en Long Island) para una iglesia que, como la capilla del padre Donosti, se situaba en lo alto de un monte dando la bienvenida a los peregrinos de rigor y que, como aquella, era muy consciente de su espectacular emplazamiento. Para los modernos y seguidores de Corbu debió ser un verdadero shock el diseño de la iglesia, con sus formas alabeadas y su desprecio del ángulo recto, formas que el arquitecto hasta ese momento había escondido, cual excrecencias vergonzantes, en azoteas y lugares poco visibles de sus edificios para ahora mostrarlas en todo su esplendor. Otras semejanzas con Agiña, muy cogidas por los pelos pero es que aspiramos a ir más allá del cortaypega, sería su apariencia primitiva, casi prehistórica, cual gigantesco dolmen (lo dice Moneo en su reciente Sobre Ronchamp). Ronchamp además se propone "alcanzar un "todo" abstracto y sintético, que nos ayude a despojarnos de nosotros mismos y a intuir que aquél es el lugar en el que preguntarse acerca de lo trascendente" (Moneo de nuevo: él por cierto lo consigue plenamente en Iesu), algo muy parecido a lo que intenta el memorial de Agiña salvando las oceánicas distancias. La pequeña "vidriera" que Vallet introduce en su capilla también podría haber sido inspirada por los coloridos vidrios de Ronchamp, que para Moneo son su seña de identidad. En fin.
Terminamos. Si te ha picado la curiosidad sobre Vallet, te recomiendo encarecidamente Luis Vallet de Montano (1894-1982). Arquitecto de Frontera, de Lauren Etxepare Igiñiz y Fernando García Nieto, de donde hemos obtenido gran parte de los datos aquí vertidos. Excelentemente documentado y de ágil lectura gracias a una fluida prosa, sólo se le podría poner la pega, tan habitual en esta clase de trabajos, de ser un tanto hagiográfico. Hay dos capítulos del libro subidos a internet, el que relata su relación con la arquitectura moderna (aquí lo tienes) y otro que se centra en su depuración tras la Guerra Civil (aquí). Mención aparte merece el fotógrafo que ilustra el libro, Aitor Izaguirre, en su página web puedes encontrar una selección de las imágenes incluidas en él. Si quieres saber más sobre el memorial al padre Donostia, tienes aquí un interesante texto de Ana Arnaiz Gómez y en este enlace puedes encontrar otro pequeño pero jugoso artículo de Emma López Bahut, experta en Oteiza. Nosotros nos despedimos ya, siempre agradecidos por tu paciente atención.