¿Eres fan de Bond, James Bond? Entonces seguro que sabes que Goldfinger fue uno de los múltiples malvados que actuaron como antagonistas del héroe más cínico del Reino Unido, de hecho dio nombre a una de las más emblemáticas películas de la serie (estrenada en 1964). Lo que a lo mejor no sabes es que Ian Fleming, el novelista creador del personaje, tomó dicho nombre de un arquitecto de origen húngaro, Ernö Goldfinger, que dejó una marcada huella arquitectónica en la Gran Bretaña. Como sin duda habrás adivinado Goldfinger no era precisamente santo de la devoción de Fleming, quien detestaba su obra. No fue el único.
La Balfron tower, Titanic vertical
Aquí a tu derecha tienes una de las razones de esta desafección entre público y la obra de Goldfinger. Al húngaro parece que le afectó poco lo de ser el baddie enfrentado a Bond (aunque de primeras estuvo a punto de demandar a Fleming cuando publicó la novela), porque cuatro años después del estreno del film (en 1968) levantó esta mole de 27 plantas para alojar viviendas sociales en Londres, de nombre Torre Balfron, digna de ser la sede de cualquier maléfica organización (la similar Torre Trellick, construida poco después, es más alta aún). A esta especie de construcciones se les dio en llamar arquitectura brutalista, nombre que me temo no ayudó mucho a ganarse el aprecio del gran público. En realidad, aunque desde luego parecían brutales, el origen del término viene de béton-brut, (hormigón en francés), material ampliamente utilizado en la mayoría de este tipo de edificios. Goldfinger se formó como arquitecto en Francia, donde conoció a Le Corbusier (siempre volvemos a él), quizá el primer brutalista si pensamos en la Unité d´habitation de Marsella o Chandigarh. La aridez (inicial) del maestro suizo (quien, según Vicente Verdú,dijo que "el color es propio de las razas simples, de campesinos y salvajes", y se quedó tan ancho) permea la obra del húngaro, gris, austera y triste. Goldfinger, utópico y entusiasta, por supuesto, no lo veía así, y estaba profundamente convencido de que sus torres mejorarían la vida de sus inquilinos: su idea era que los high-rises liberarían espacio para que la gente pudiera disfrutar de la "madre Tierra". En el mismo año de su inauguración se fue a vivir dos meses a la Balfron con su multimillonaria esposa para experimentar in situ lo que era vivir en semejante lugar. Famosas fueron las fiestas que daba a sus vecinos (con barra libre de champán), a los que pedía opinión sobre su obra, algo así como Desayuno con diamantes versionado por Ken Loach. En esas fiestas a lo mejor más de uno le preguntó que cómo se le ocurrió poner sólo dos ascensores en un edificio con 146 viviendas, o por qué no hizo "calles en el cielo" (las pasarelas que unen el bloque principal con la torre exenta que aloja los ascensores) en cada planta, y no en cada tres, lo que suponía que si por ejemplo vivías en la planta 11 tenías que bajar por las escaleras hasta la 10 para acceder a la sky street. El edificio quedaba mucho más aparente, sin duda, pero las personas mayores o las familias con niños pequeños seguro que se acordaron de Goldfinger más de una vez.
Las "calles en el cielo"
Por si no fuera suficiente con su discutible estética, la Balfron, al igual que su hermana, la Trellick, sufrió un mantenimiento deficiente que la degradó en extremo, lo que unido a su fama de caldo de cultivo de conflictividad social acabó de hundirlas en la miseria en el imaginario colectivo inglés. No pocas películas sobre catástrofes distópicas o problemática social utilizaron las torres como fondo (así, 28 Days Later, que narra los devastadores efectos de un virus zombie que asola Londres). Trellick, apodada "La torre del terror", era protagonista de tristes noticias como cuando una joven inquilina, que al parecer ya no soportaba más vivir en semejante antro, se lanzó al vacío desde una de sus terrazas, o cuando un anciano murió de un infarto al intentar subir a su apartamento por las escaleras al encontrarse (al parecer era frecuente) fuera de servicio los ascensores. Que conste que gozó también de una fama más jovial cuando en los 80 una emisora pirata (la DBC, Dread Broadcasting Corporation, Dread significa "terror") comenzó a emitir música alternativa desde ella. Más de 100.000 personas de la ciudad llegaron a seguirla. Hablando de música, el álbum Dead Citiesde Future Sound of London, con sus escalofriantes sonidos creando una atmósfera apocalíptica, podría ser una apropiada banda sonora para las torres de Goldfinger en sus momentos más bajos.
Goldfinger, en pose miesiana. El que ríe el último...
Pero, lo que son las cosas, pasa el tiempo, que todo lo cura y lo trastoca, poniendo en valor lo que hace un rato era un horror. Las torres brutalistas gozan hoy de un cierto revival: Trellick hace ya tiempo que se ha abierto con éxito al mercado libre (el año pasado un piso de tres dormitorios y 80 m²comprado en su momento por 83.000 euros se puso a la venta por 478.000). El caso de Balfron es aún más descarado: aquí el plan es directamente convertir la torre en un "silo de pisos de lujo", en palabras de Oliver Wainwright. Mientras los antiguos inquilinos se van oportunamente marchando, se han realizado todo tipo de eventos y performances más o menos artísticos como forma de reivindicación (y de paso revalorización) del bloque. Así, el apartamento 130 (el que alojó a los Goldfinger) se ha redecorado temporalmente utilizando muebles y parafernalia típica de los 60 (fotos aquí), ha habido también un "carnaval vertical", una representación "inmersiva" de Macbeth durante 12 horas seguidas o un simposio de arquitectura en la azotea desde donde estuvieron a punto de arrojar un piano como -cito a la artista que tuvo la ocurrencia- "parte de un taller comunitario que estudiara cómo viaja el sonido". Inexplicablemente la idea quedó desestimada(siempre hay algún cenizo reaccionario que tiene que cercenar la expresión artística). Y mientras tanto, a lo tonto tonto, se iba culminando en la torre una sórdida limpieza social para hacer sitio a los nuevos inquilinos glamurosos. Wainwright, como siempre, pone el dedo en la llaga: "[Balfron] es ahora el cadáver zombie del estado de bienestar, ha sido acicalado y vendido, al igual que incontables edificios en Londres, eviscerado de su original propósito social". Jonathan Meades, escritor que recientemente ha realizado un documental sobre el brutalismo para la televisión británica (aquí ya le hemos citado), insiste en la misma idea: "Había brutalismo bueno y malo, pero hasta el malo se hacía en serio", para acabar diciendo que aunque vuelva a ponerse de moda el béton-brut, lo hará despojado desu fe en la utopía y"la esperanza de un mañana que rompiera con el ayer".Y es que, al parecer, la revolución ya no es posible hoy.
La Trellick, hasta en los cojines
Epílogo. Pues al final va a resultar que Goldfinger fue más héroe que villano. Algo tendrán sus bloques cuando hoy tanto hipster se mata por vivir en ellos (no me imagino una gentrificación similar del madrileño barrio de la Concepción que tan bien retratara Almodóvar en Qué he hecho yo para merecer esto). Además, la caída en desgracia del modelo social que en gran medida impulsó el húngaro (causado en gran medida por un inadecuado mantenimiento) provocó que la iniciativa privada (y especulativa) tomara el mando e iniciara la construcción de un sinfín de adosados en el extrarradio de las grandes ciudades, en entornos aparentemente bucólicos y socialmente inocuos ("espacios sin memoria" en palabras de Josep M. Montaner y Zaida Muxí), que a la postre han demostrado ser una catástrofe ecológica de primer orden por los recursos energéticos despilfarrados en su construcción y en el estilo de vida que generan: "El modelo de suburbio con vivienda aislada es hoy una de las peores plagas del planeta y uno de los mayores engaños del siglo XX ", de nuevo según Montaner y Muxí, que hay que ver cómo reparten estopa en su libro Arquitectura y política. Ensayos para mundos alternativos.
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