domingo, 11 de septiembre de 2022

El lenguaje perdido de las grúas

 


El centro comercial Hipercor de Méndez Álvaro en Madrid va a ser demolido. En el rénder de blancos volúmenes publicado en La Razón puedes ver en verde la huella de casi 12.000 metros cuadrados que dejará el edificio, espacio que se utilizará para zonas verdes, equipamientos para el barrio (se habla de un centro cultural y otro de mayores) y dos torres, ojo al dato, icónicas, de 120 metros nada menos. Copio y pego del artículo, que a su vez cita la memoria del proyecto, de nombre Nuevo Sur«Permite localizar la torre en un foco visual orientado hacia las grandes vías de acceso desde el sur de Madrid. Se crea con ello un efecto escenográfico, conformando la imagen de entrada a Madrid, tanto desde la red ferroviaria que conecta con la estación de Atocha como desde la M-30. Este hito constituye la “bienvenida” a Madrid desde la denominada Puerta de Méndez Álvaro. La monumentalidad asociada al desarrollo de una torre contemporánea integrada en este eje de acceso a Madrid dignifica la imagen de la ciudad de Madrid en su totalidad y es una oportunidad para ofrecer un hito arquitectónico de referencia, invocando la herencia histórica de las puertas de Madrid desde un lenguaje moderno.» Observa cómo la palabra "hito" se repite dos veces. Cielos, ¿volvemos a los 90? (las negritas son del periódico). 

Méndez Álvaro está on fire. Tras una larga década hibernando en plan terrain vague las innumerables grúas hablan de las numerosas obras que allí se van erigiendo a un ritmo frenético. Así, la torre Colonial (o Méndez Álvaro II), que se elevará 81 metros y el Méndez Álvaro Campus, un complejo de edificios que incorporará una torre de 70 metros, ambos obra del Estudio Lamela (sumando 110.000 metros cuadrados de los que para oficinas serán 80.000), junto a otros bloques de viviendas, algunos de curioso diseño y también de altura considerable, todos en la margen izquierda de la calle vista desde la estación de Atocha, porque en la margen opuesta (donde se encuentra por ejemplo el mucho más equilibrado desarrollo de Rafael de La-Hoz para Repsol) los edificios son de altura bastante más modesta. Esta mezcla de horizontalidad con verticalidad radical choca, pero igual hasta aporta dinamismo al tejido urbano que dirían los entendidos. No muy lejos de allí se desmantela el paso elevado de Pedro del Bosch sobre las vías y la calle Ciudad de Barcelona, cuando se inauguró en 1972 uno de los más largos de Madrid (algo más de un kilómetro). Al parecer se mantendrá el que salva las vías aunque rehabilitado para incluir carril bici y zonas peatonales; ya puestos, se podría haber hecho un túnel para los coches y dejar el puente sólo para peatones, ciclistas y vegetación en plan High Line. No olvidemos por último que hasta Foster tiene aquí obra, aunque en este caso respetando el edificio existente, en el rénder de arriba es el edificio alargado con cubierta de doble vertiente, a la izquierda. 

En aquel lejano 1992 fui testigo de la construcción del hoy reo de muerte, junto a las cuatro torrecillas, hermanas pobres del complejo Cuatro Torres de la Castellana, pues vivía cerca y además trabajaba en Entrevías, justo enfrente del poblado dirigido de Sáenz de Oíza como me enteré mucho después, así que pasaba a diario por allí. Recuerdo la ilusión que nos hizo, en una zona entonces bastante olvidada, que se construyera ese complejo por los servicios y oportunidades que ofrecía, además de suponer una mejora notable en la imagen del barrio. Solo 30 años después va a desaparcer el Hipercor, que al parecer se ha quedado obsoleto. Pues hala, demolemos y aquí paz y después gloria. Pero un momento, ¿no habíamos quedado que lo de la arquitectura de usar y tirar era cosa del pasado y debíamos trabajar en la reutilización en plan economía circular? En la foto de Google Maps podemos observar que, efectivamente, el edificio, destacado en rojo, es un estafermo (12 millones costará su demolición) mucho menos eficiente, en términos de ocupación de espacio, que una torre pero ¿no se podía haber pensado eso antes? ¿y no se podría mantener, en todo o en parte, la estructura? Los arquitectos están hartos de hacerlo. Hace poco descubríamos el centro cultural Cukrana en Liubliana, un edificio que ha pasado por cinco usos diferentes: refinería de azúcar, fábrica de tabaco, dotación textil, cuartel, refugio para personas sin hogar y finalmente el estudio Scapelab lo ha convertido en un muy atractivo centro de arte contemporáneo. Tienes más información (y fantásticas fotografías) aquí. ¿Te imaginas el despilfarro que habría supuesto que para cada nuevo uso se hubiera derribado el edificio y construido un nuevo? En la entrada anterior veíamos cómo en Róterdam han reconvertido una iglesia en viviendas, se ha hecho también con silos, Bofill hizo su casa en un antigua fábrica de hormigón y así podríamos seguir dando ejemplos hasta el infinito y más allá. En Méndez Álvaro, ¿no podría haberse mantenido la enorme caja, construyendo equipamientos dentro (cabe el centro cultural, el de mayores, una piscina cubierta, gimnasio, pistas cubiertas y mucho más) y haber insertado las dos torres en un extremo, como saliendo de la caja? Si queremos hacer de ello un hito, no hay problema, eliges a un buen estudio y le da a todo ello una terminación significativa (pero por favor, que sea elegante y sobrio, tipo RCR, no horterada de ínfulas neoliberales). Nos quedaríamos sin espacio verde, es cierto, pero ¿habrá verdadera intención en el que finalmente se haga de mantenerlo verde o acabará en erial amarillento? Y ojo, que el Hipercor no es el único caso, el antaño popular centro comercial de la Ermita del Santo también se va a demoler. ¿Le seguirán muchos centros comerciales más? Lo digo porque hay tropecientos. ¿Se viene un Apocalipsis Mall?

Al sentido común, que muchos dicen es el menos común de los sentidos (en este caso es obvio), a veces hay que ayudarle de manera fáctica. Lo que está en juego es mucho, especialmente ahora que estamos viendo cómo el precio de la energía se desorbita (crisis y rascacielos, siempre unidos: el Empire State y el Chrysler surgieron en plena Depresión del 29). ¿No podría aprobarse una ley que exigiera que cada edificio nuevo de ciertas dimensiones no fuera demolido hasta que pasaran un determinado número de años tras los cuales la tremenda inversión realizada para su construcción quedara amortizada? ¿Se podría legislar además que la demolición sólo se llevara a cabo si los materiales desechados pudieran reciclarse en un edificio "nuevo" (¿se va a hacer así en el Hipercor? ¿dónde acabarán dichos residuos si no se reciclan? ¿de cuántas toneladas estamos hablando? ¿alguien sabe cuánto pesan los edificios, como le preguntó Fuller a Foster?)? ¿Se podría obligar a diseñar edificios que pudieran valer no sólo para su primer uso sino para las funciones más insospechadas de tal forma que su longevidad quedara asegurada? ¿Podrían los urbanistas, que para eso han estudiado, y los funcionarios de rigor, que para eso se les paga, pensar mejor las ciudades (¿hacen falta en Méndez Álvaro, con el volumen de oficinas que se están construyendo, 52.000 metros cuadrados más?)? Al final siempre acabamos sintiendo nostalgia por la modernidad (su fibra ética en este caso). 

Debe ser enervante que un intruso proponga ideas acaso ingenuas a una profesión masacrada con normas a menudo absurdas, pero algo habrá que hacer, pero ya, en este ámbito y en todos, para consumir menos. Entretanto, volveremos a contemplar (con una mezcla de emoción y desazón) cómo surgen nuevas y poderosas torres que cubrirán la brutal cicatriz (¿encargará El Corte Inglés el diseño de estas dos a Heatherwick también, como ha hecho en Castellana?), mientras las grúas, con sus lenguajes perdidos como las de la novela de David Leavitt, nos recordarán que una cosa es lo que pretendemos ser y otra a veces muy diferente lo que realmente somos. 

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