jueves, 26 de diciembre de 2019

Jaque y la gata Niebla


Pues sí, estoy leyéndome Mies y la gata Niebla. Ensayos sobre arquitectura y cosmopolítica de Andrés Jaque. Hacía ya meses que el libro rondaba por casa sin encontrarme en el ánimo adecuado para enfrentar un texto que imaginaba inaprensible, impoluto aún en su envoltorio plástico. Pero ha sido ver el restaurante Run Run Run diseñado por él y lanzarme de inmediato a sajar con encono el retractilado, tan en shock me había dejado esa tecnogranja urbana con ambición de erigirse en manifiesto político. ¿Qué esconde la cabeza del arquitecto de tamaño delirio marciano?, me preguntaba sin cesar, dando a mis días tormento.

Si Fernández-Galiano hablaba de hipermodernidad al comentar la obra de Koolhaas, quien se dedicó a tomar principios y formas modernas para llevarlos a un extremo surreal, bien podría decirse que Jaque hace lo propio con la posmodernidad. La lucha contra la uniformidad moderna toma en nuestro arquitecto cosmopolítico dimensiones dantescas, en una mezcolanza caníbal de churras y merinas. Y lo que es más importante: en el viaje alucinado de Jaque, la posmodernidad, tradicionalmente amiga del poder económico, se arma con un mensaje político subversivo en una maniobra acaso contraria a Koolhaas, que desmontó la utopía moderna rellenándola de verborrea, esta sí, inaprensible, para acabar convertido en el hombre que vestía de y a Prada.

La hiperposmodernidad (o, si lo prefieres, posposmodernidad) de Jaque está trufada de conceptos incisivos y desorbitados. Veamos algunos. Así, cuando relata su proyecto junto a Miguel de Guzmán y Enrique Krahe para la reconversión de un antiguo seminario en casa sacerdotal diocesana en Plasencia (en la foto), habla de puertourraquización, término extremo y desafortunado en nuestra opinión (ya puestos proponemos en su lugar madmaxización) que pretende reflejar la voluntad de crear en la residencia para sacerdotes jubilados un ámbito de confrontación de ideas evidenciando a su vez la falta de uniformidad de una institución como la Iglesia ("el catolicismo es la tensión entre la perspectiva única y centralizada, y una trama fragmentada de alianzas, controversias y subversiones cotidianas"). La nueva residencia ha de enfrentarse a "la necesidad de pasar de producir soldados a contribuir a generar ciudadanos". 

Algo similar sucede en su concepto de Rolling House, la casa compartida de los jóvenes millennial en la que todas las decisiones demandan una "acción política permanente" por parte de los que viven en ella. Los distintos espacios "activan socializaciones diferentes y especializadas, cada uno es una puerta de entrada, una clavija de conexión a una red de interacción". La casa se convierte así en "un ensamblaje de puertas de acceso a una maraña de espacios de socialización que se ha construido a partir de una mezcla de accidentalidad, confianza y vínculos afectivos que persisten en la distancia y en la tecnología (como Easyjet, Messenger [este texto es de 2013], sofá-cama, cristal o descargas furtivas de narrativas atmosféricas) para la teleconvivencia. Todo es público, todo es político, todo es personal" (flipo con lo de las narrativas atmosféricas). La casa es una carcasa vacía, es solo una "parada" en medio del trasiego real y virtual de unos jóvenes abocados a la interinidad permanente y al desarraigo corpóreo, devenidos ya seres quasivirtuales."'No me identifico con el gotelé de las paredes, pero sí con las postales que pincho en ellas'" (por cierto, yo también tengo gotelé en casa). La casa como "photocall", una máquina no ya para vivir que dijera ese antiguo de Corbu, sino "para producir y disponer imágenes de nosotros mismos con fondos inadecuados", para "presentarnos con una actitud", para "descolocar" a sus inquilinos, recordándoles "que estamos en transición y que nuestro empoderamiento depende del tránsito y el abandono de la inclusión en lo colectivo actual. La casa es lo que no es".  Una casa para la postvida, "el lugar que queremos dejar de habitar".  

En el siguiento ensayo, IKEA disobedients, continuación lógica del anterior, Jaque llama a desobedecer el "mandato" de IKEA de "contener la interacción social en lugares apolíticos y luminosos", promoviendo en su lugar, claro está, un replanteamiento de lo doméstico "no como un espacio de consenso, sino como uno que alberga la controversia y el desacuerdo", tras lo que nos cuenta una serie de microhistorias de hogares que retan a los más tradicionales reflejados en los mencionados catálogos de la compañía sueca. El texto aquí presente acompañaba a una instalación/performance que el MoMA adquirió para su colección permanente, siendo la única de género arquitectónico presente en el museo neoyorquino. 

El nombre del libro (Mies y la gata Niebla) tiene su origen en otro de los ensayos en él recogidos, que en este caso tiene como objetivo de análisis cosmopolítico el Pabellón alemán de Mies van der Rohe en Barcelona. Refleja la contradicción de un edificio que se presenta como permanente e inmutable cuando lo cierto es que fue el resultado incierto de un gran "ecosistema de realidades" que se encontraban en pleno tránsito ideológico, social y económico: "El pabellón fue un proyecto comercial promovido por un grupo de empresarios alemanes para que la República de Weimar, que por aquel entonces tenía grandes restricciones para comerciar con sus vecinos europeos, pudiera aprovechar la coincidencia de la exposición de Barcelona con la Exposición Iberoamericana de Sevilla para atraer a Barcelona a los contratistas de las florecientes ciudades latinoamericanas, que viajarían excepcionalmente a España. La dictadura de Primo de Rivera veía en la exposición de Barcelona la oportunidad de culminar su transición de un modelo bancario (...) a otro que fomentase el comercio internacional desde Cataluña. El pabellón fue diseñado por arquitectos en tránsito hacia la modernidad, que a su vez trabajaban para construir una sociedad que comenzaba a distanciarse de la posguerra. El edificio en sí estaba construido con materiales que habían viajado a Barcelona desde Argelia, Italia y Suiza (...). El pabellón fue inaugurado por un rey a punto de abandonar el país para siempre". Pero quizá lo más novedoso (para mí) es que Jaque propone que la reconstrucción de 1986 tuvo también una dimensión política y transitoria, ya que se quería dejar atrás una determinada imagen de Barcelona asociada al abandono durante el franquismo para iniciar un intenso peregrinaje en busca de la modernidad perdida (prueba conseguida). El arquitecto madrileño se dedica a desmontar como decíamos ese supuesto carácter inmutable del pabellón, que funcionaba "como un  dispositivo para gestionar el cambio haciéndolo invisible", poniendo en valor la "performatividad" del edificio. Su estudio se centra en el sótano que la reconstrucción de los 80 llevó a cabo (el pabellón original tenía uno mínimo), un lugar desconocido de difícil acceso para la mayoría gracias una escalera de caracol adrede angosta donde se guardan objetos variopintos que quedaron así "cajanegrizados". Jaque los saca a la luz en forma de microrrelatos: el más curioso, el de la gata Niebla del título, felino que vivía en dicho sótano para evitar que los malditos roedores llegaran al piso noble y que debe el nombre a su extraña mirada, provocada por una atrofia ocular desarrollada en la oscuridad del neosótano. Jaque se torna casi poético al recordar al único morador del inframundo postmiesiano, una suerte de Segismundo gatuno: "Hace dos años murió la gata Niebla. Niebla vivió casi toda su vida en el sótano del pabellón. Formaba parte de otro proyecto cosmopolítico: evitar que el ecosistema del pabellón contuviese roedores.(...) Mientras que los conocedores de Mies son ciegos al sótano, Niebla era ciega a Mies. No era capaz de ver en el piso de arriba". 

Y hasta aquí ha llegado mi lectura por el momento. Aún me quedan varios ensayos por leer, no puedo esperar a alcanzar los agrupados bajo el epígrafe Sex and the non-city (entre los que se incluyen Hogares pornificados). De todas formas no me resisto en este punto a dar algunos apuntes subjetivos, por lo que te invito a dejarlo aquí si mi opinión juzgas baladí. Para empezar decir que veo a Jaque pues un pelín pasado de vueltas, lo cual nos parece hasta cierto punto necesario en un pensador extremo de la arquitectura que en la actualidad dirige el programa Advanced Architectural Design de la Columbia University neoyorquina nada menos, su acelerada vida transcurriendo a caballo entre Madrid (donde sitúa la sede de su Office for Political Innovation) y Nueva York. Supongo es de sobra conocedor de la obra de Pallasmaa, aburrida si la comparamos con la ruidosa narrativa del madrileño, pero le propondría releyera con calma al arquitecto finlandés, sin ir más lejos esta cita de La mano que piensa: "Personalmente he aprendido a estar agradecido por los días terriblemente interminables de mi infancia durante la II Guerra Mundial en la pequeña granja de mi abuelo y la corroyente experiencia del aburrimiento, resultado de la falta de estímulos externos que podrían haber proporcionado los amigos, las aficiones, el entretenimiento o los libros que, por otro lado, no estaban disponibles en la vida solitaria de una granja finlandesa de hace siete décadas. Agradezco el sentido de la curiosidad y el hambre de observación evocados por la ausencia de estímulos cotidianos deliberadamente programados. Como sostiene Odo Marquard, en el mundo actual hemos perdido en gran parte "el arte de la soledad". La experiencia del aburrimiento en la primera infancia enciende la imaginación y pone en marcha la observación independiente y automotivada, el juego y la imaginación. Esta situación también nos conduce a que nos percatemos de las causalidades esenciales que existen entre las cosas. La tendencia actual de padres y profesores a sobreestimular a los niños puede tener consecuencias catastróficas para su capacidad de imaginar, inventar y para su propia identidad. En la vida cotidiana actual, los equipos y artilugios mecanizados, automatizados y electrónicos, con sus mecanismos y funciones invisibles, pueden debilitar el sentido de las causas físicas incluso en los adultos, por no hablar del impacto final de los juegos de entretenimiento sobre la interacción humana y social y el sentido de la compasión". 

También podríamos confrontar las excitantes teorías de Jaque sobre su algo desquiciante Rolling House con la visión totalmente contrapuesta de Santiago de Molina, ese sutil estudioso del hogar, en Hambre de arquitectura"Desde la casa, el hombre se asoma al mundo. La casa es el origen de cada viaje: de todos los viajes. La casa es pues ese invento humano al que uno vuelve, como un Ulises a su Itaca, como un toxicómano reincidente. O como un sonámbulo. Esto se debe a que en la estructura mítica de la casa se encierra el mito de volver a ella. Hasta el punto que se podría definir la casa como aquello a lo que volvemos bajo la implícita promesa de la protección. Sin la casa no hay viaje posible. Como un caparazón que nos atrae hacia su centro, que nos cautiva e infecta con la sustancia de lo doméstico, la casa nos encadena con una goma elástica invisible, que nos obliga a volver, porque en su interior ofrece el ensueño de descanso, del reposo interior". Y compárese también con su opinión mucho más pesimista sobre lo virtual que la mostrada por Jaque: "Hoy que contemplamos ediciones sin fin de realities televisivos en versiones y formatos impensables, hoy que nos relacionamos con más seres humanos que nunca antes, gracias a las tecnologías sociales, hoy que parece que la virtualidad está cobrándose el mayor número de víctimas posibles en almas sin cuerpo, reclamamos la realidad con el ansia del que reclama una pausa en un descenso sin frenos. Si T.S.Eliot dijo en el siglo pasado que los seres humanos no pueden soportar demasiada realidad, le faltó vivir este tiempo. En el siglo XXI parece que la necesidad de recobrar ese contacto con la realidad-real es cada vez más acuciante. Hoy parece necesitarse una arquitectura capaz de aportar una dimensión sensible a la vida. Sin más". 

Más interesante nos parece la llamada de Jaque a una suerte de rearme político desde los ámbitos más modestos, algo muy similar a lo que George Monbiot llamaba resilvestración de la política en el último artículo que ha escrito para The Guardian. Por cierto que el alegato que hace el articulista británico de la labor del periodista en su página web  (como agente que debe enfrentarse siempre al poder y a la mentira) me recordó el discurso que no hace mucho ofreció Javier Cercas ante los reyes tras la concesión de un premio periodístico, un texto que debería enseñarse en las escuelas. En su visión cosmopolítica, Jaque pone el énfasis en la confrontación de ideas y en la recuperación de  perspectivas tradicionalmente despreciadas, algo ciertamente imprescindible, pero se olvida de decirnos cómo hacerlo, quizá porque está fuera de su alcance o porque es alérgico a la normatividad. Llámame, querido lecteurreaccionario, rancio o pequeño burgués formalista, pero creo que lo hands-on, tan americano, sin el acompañamiento de un mínimo de estructura, teoría, marco o como queramos llamarlo, está llamado a darse de bruces con la tozuda realidad. La performatividad por sí sola, máxime en un país como el nuestro en el que impera un porqueyolovalguismo narcisista y autoreivindicativo según el cual todos tenemos razón, está abocada al caos, y el caos, por muy creativo que sea, no construye nada. En un reciente artículo para El País de nombre Las formas, Fernando Savater recordaba con bochorno el espectáculo de nuestros políticos acatando con fórmulas surrealistas la Constitución: "Las fórmulas extravagantes de los nuevos parlamentarios al asumir su cargo revelan una puerilidad terminal, pero también algo peor: un narcisismo tan centrado en la autoafirmación  que reniega de la función pública. Imposible representar la soberanía popular si no se es capaz de dejar las ganas de lucirse a un lado mientras se dicen cuatro palabras como es debido". 

Acabo. La "erosión del otro" (en palabras ahora de Byung-Chul Han en La agonía del Eros) junto a la sobrecarga presuntamente informativa que imponen las redes virtuales impiden la política de verdad. Hacen falta acaso más orden y menos ruido, no para amordazar opiniones, sino para aclararnos y llegar a puntos de acuerdo. Y por cierto, un entorno arquitectónico neutro, seco, moderno, igual ayudaría en el proceso. Termino con Byung-Chul Han: "La ciencia positiva, basada en los datos (la ciencia Google), que se agota con la igualación y comparación de datos, pone fin a la teoría en sentido amplio. Esa ciencia es aditiva o detectiva, y no narrativa o hermenéutica. Le falta la constante tensión narrativa. Así se descompone en informaciones. Ante la proliferante masa de información y datos, hoy las teorías son más necesarias que nunca. Impiden que las cosas se mezclen y proliferen. Y de este modo reducen la entropía. La teoría aclara el mundo antes de explicarlo. Hemos de pensar sobre el origen común de la teoría y las ceremonias o los rituales. Todos ellos ponen el mundo en forma. Dan forma al curso de las cosas y lo enmarcan, para que estas no se desborden. En cambio, la masa actual de la información ejerce un efecto deformativo. La tremenda cantidad de información eleva masivamente la entropía del mundo, y también el nivel de ruido. El pensamiento tiene necesidad de silencio. Es una expedición al silencio". 

lunes, 23 de diciembre de 2019

Resilvestración



"Formado como arquitecto, el trabajo del artista francés Jacques Villeglé se convirtió en el de una suerte de arqueólogo callejero, una mano anónima que hurtaba coloridas capas de restos sobrantes, pósters mutilados de las paredes de París (el "periódico de la calle" de los años 30, como le gustaba llamarlos). El ornamento espontáneo y colectivo exhibido públicamente en la calle se arranca, se sujeta sobre un lienzo y se enmarca, siendo su título tan solo el lugar y la fecha del hallazgo: 122, rue du Temple, 1968, es la imagen de cubierta de este número. 

Capturando un instante congelado, Villeglé trata las paredes de la ciudad como si de un museo en desarrollo se tratara y nos presenta fragmentos de evidencia como reflexiones sobre la cultura popular, documentos que atestiguan el paso del tiempo. (...)

El proceso de selección es el primer paso de la conservación. Al elegir lo que preservamos, escribimos nuestras propias historias. (...) "Seremos juzgados no por los monumentos que erigimos sino por los que hemos destruido", escribía Ada Louise Huxtable.(...) 

La manida distinción entre viejo y nuevo del Movimiento Moderno ha quedado atrás, y muchos proyectos de reutilización flexible entablan una animada conversación entre lo existente y la nueva vida, reconociendo el incrementalismo antes que la dualidad. Todas las arquitecturas están evolucionando de manera gradual y constante: "Es necesario considerar el pasado como un presente histórico, todavía vivo", decía Lina Bo Bardi. Los edificios absorben el mundo a su alrededor, los hábitos humanos sedimentados en sus paredes y grabados en sus pieles. (...)

La dualidad entre lo natural y lo artificial se desdibuja; como alternativa radical a la preservación tradicional, la resilvestración [rewilding] pone en duda la superioridad humana sobre la naturaleza y propone tratar los paisajes con imaginación y curiosidad: "Tenemos una perversa idea de la preservación que dice "esto es lo que tenemos, así que es lo que deberíamos conservar", en lugar de decir "esto es lo que podríamos tener así que esto es a lo que deberíamos aspirar", señala  George Monbiot.

Desafiar viejos marcos intelectuales ensancha nuestra comprensión de la conservación para incluir lo "desagradable" o lo "indigno", excluido por las narrativas oficiales, en lugar de restaurar el viejo estado de algo que ha quedado definitivamente obsoleto. Los edificios son solamente parte de una fotografía mucho más amplia. Aunque pueda sonar contrario al sentido común, se trata de mirar al futuro, más que al pasado." (Manon Mollard, The right to inherit -El derecho a heredar-, editorial del último número de The Architectural Review).



sábado, 14 de diciembre de 2019

Arquitectura parlamento

Jaque mate a Mies
"El desafío que asumimos en nuestro trabajo consiste en explorar cómo desarrollar una arquitectura de anfitrionazgos, el diseño de dispositivos materiales que permitan restituir sin consenso el día a día, como un ensamblaje de actores diferentes que no liman sus asperezas. Una constitución de humanos y no humanos, de generaciones presentes y otras por venir, de lo hortera, lo cursi y lo afectado, junto con lo austero y lo optimizado. Una arquitectura parlamento que, en lugar de garantizar la supervivencia de lo mejor o de lo normativo, lo haga de aquello desposeído de prestigio, de lo subversivo y lo repulsivo, y que, en lugar de eliminar las disputas -lo que solo puede ocurrir por simplificación, control e imposición-, medie en ellas y construya una cotidianeidad problemática.

(...) Durante un tiempo se ha pensado que la arquitectura debía fabricar nuevos territorios, nuevos espacios, nuevas realidades desde cero; sin embargo, en mi opinión, la reinvención depende de la capacidad de rearticular los parentescos entre los fragmentos de realidad ya existentes que podemos llegar a detectar y movilizar. Colocar en primer plano, en el mundo de las cosas que importan, lo que antes permanecía en la marginalidad, y relacionarlo, con garantías, con lo que ya estaba allí instalado. La democracia parece ser el marco en el que, en lugar de buscar la optimización de los procesos colectivos, se construye un espacio para la simultaneidad y la coexistencia de lo diferente. La arquitectura es en estos momentos más política que científica, y en lugar de optimizar, creo que es el momento de construir simultaneidad". (Andrés Jaque, Mies y la gata Niebla. Ensayos sobre arquitectura y cosmopolítica. En la foto, el restaurante Run Run Run diseñado por Jaque).

sábado, 7 de diciembre de 2019

Reciclajes


Leyendo el artículo Remote Control: Álvaro Siza in South Korea de Philip Christou en The Architectural Review he descubierto que el recién terminado pabellón de arte en el Parque Saya surcoreano (en la foto) es una réplica de un proyecto no realizado que el portugués diseñó en 1992, el año que ganó el Pritzker, para el Parque del Oeste madrileño con el fin de alojar a dos Picassos, uno sobre el nacimiento (Mujer embarazada) y otro sobre la muerte (el Guernica nada menos). Al parecer fue el cliente, a lo que se ve todo un conoisseur arquitectónico, quien pidió a Siza que realizara dicho proyecto, para lo que el arquitecto, junto a su colaborador Carlos Castanheira, redujo sus dimensiones y lo ajustó a la orografía de la zona. Siza, que se habría mostrado escéptico con la petición, comentó al cliente que el edificio estaba hecho para el Guernica, y que estaba seguro que el cuadro no iba a estar disponible, a lo que el resuelto promotor respondió que hiciera dos esculturas para el pabellón y problema resuelto. Siza, ni corto ni perezoso, ha diseñado una pieza en acero Corten suspendida del techo en uno de los extremos de la horquilla que conforma el edificio y para el otro ha creado un enorme huevo de mármol blanco. La primera escultura, según el autor del artículo, simularía un ángel flotando o una abstracción de la figura de Cristo (representando la muerte), el huevo de mármol haría referencia al nacimiento, de tal forma que el sentido original del edificio se mantendría. En sus explicaciones sobre el proyecto coreano, Castanheira no menciona el museo madrileño.

Este reciclaje de proyectos arquitectónicos no es infrecuente. Todos sabemos por ejemplo que la Casa da Música de OMA en Oporto fue un diseño en un principio pensado para una vivienda particular en Rótterdam finalmente no construida (a la que se había dado por nombre Y2K en referencia a la obsesión del cliente con los desórdenes informáticos previstos para el año 2000, cuando fue diseñada). Fernández-Galiano, en un artículo de la época (incluido en el segundo volumen de Años Alejandrinos), menciona el desconcierto ante tan tajante decisión en el estudio de Koolhaas, quien señaló sin empacho cómo sus colaboradores "no podían creer que fuésemos tan cínicos". Don Luis alega también que el holandés se encontraba de un "humor hipereficaz" tras un viaje a Nigeria donde "había entrado en contacto con el pragmatismo expeditivo  de las economías de supervivencia", a lo que se unía la urgencia de los promotores lusos, que pedían un proyecto en sólo tres semanas. Como sabemos, Koolhaas ganó el concurso: "la varita mágica del arquitecto transformó la calabaza en carroza" (es obvio que aquí, al contrario que Siza en Corea, se hizo necesario ampliar las dimensiones del proyecto).

Pues como la entrada se me queda algo corta, sigo con Koolhaas. Acabé Delirio en Nueva York como te decía, en esta última parte del libro destaca el capítulo dedicado a la visita de Dalí y Le Corbusier (por separado, al parecer no se podían ni ver) a Nueva York a mediados de la década de 1930, con momentos desopilantes provocados por los desbordantes egos de estos dos creadores extremos. Para empezar te pongo una cita que encabeza el capítulo sacada de un texto en inglés fonético -el pintor no dominaba el idioma- realizado por el propio Dalí para un discurso al poco de llegar a la ciudad: "BIUER! AI BRING OU SURREALISM. AULREDI MENI PIPOUL IN NIU YORK JOVE BIN INFECTID BAI ZI LAIFQUIVING AND MARVELOUS SORS OF SURREALISM". Te lo traduzco: "Beware, I bring you Surrealism. Already many people in New York have been infected by this (?) life-giving and marvelous source (?) of Surrealism" (tienes el resto del texto aquí). Otra anécdota de traca es el momento en el que el ampurdanés desembarca por primera vez en la urbe, y, al objeto de épater le bourgeois, manda hacer al cocinero del transatlántico una descomunal barra de pan de 15 metros (el cocinero le responde que con 2,5 va que chuta) con la que pretende presentarse ante los medios que le esperan a su llegada. Pero entonces sucede algo imprevisto: ninguno de los periodistas presentes le hace ni una sola pregunta sobre la enorme barra que blande ostensiblemente ("el desconcertador queda desconcertado"). Y es que es difícil superar a Coney Island. De Dalí se cuentan otras divertidas excentricidades de su paso por Niu York, a cual más marciana (esta la cuenta el propio pintor aquí). Es obvio que a Rem le fascina Dalí y su "método paranoico-crítico" (MPC), entendido como una conquista de lo irracional (la "explotación consciente del inconsciente"), una suerte de reciclaje del mundo racional desde la paranoia: "Cuando todos los hechos, ingredientes, fenómenos, etc, han sido clasificados y catalogados (...) gracias al reciclado conceptual, el contenido gastado y consumido del mundo puede recargarse o enriquecerse como el uranio". El MPC por tanto se dedica con ahínco a "cortocircuitar todas las clasificaciones existentes, volver a empezar". Pone ejemplos, como la relectura de El Ángelus de Millet en clave erótica; el propio Manhattan, visto a la luz del MPC sería "el retrato de una Venecia paranoica, un archipiélago de colosales recuerdos, avatares y simulacros que son testigos de todos los turismos acumulados -tanto literales como mentales- de la cultura occidental". Por cierto que aquí puedes ver a Koolhaas en una caótica conferencia sobre el tema en 1976 (sorprende su abundante melena), dos años antes de que el libro fuera publicado. Es evidente que en su obra arquitectónica Rem ha aplicado el MPC sobre la modernidad, dejándola hecha unos zorros.

Sobre Le Corbusier también hay jocosa anécdota a su llegada a la urbe en transatlántico allá por 1935: como los periodistas pasaban de él, dedicados a fotografiar a las celebrities que desembarcaban, su intérprete, mandado por el MoMA, da cinco dólares a un reportero gráfico para que le fotografíe al ver al arquitecto suizo demudado ante el desplante. El reportero le devuelve el dinero porque se ha quedado sin carrete, pero se apiada del apesadumbrado arquitecto y dispara su cámara vacía ante Le Corbusier, confortando así su ego moribundo. Ya centrado en temas arquitectónicos Rem menciona su "Ciudad Radiante", una reinvención de Nueva York, un anti-Manhattan descongestionado gracias a unos inmensos rascacielos de planta cruciforme (anda, como las columas de Mies), "cartesianos, límpidos, nítidos, elegantes y relucientes" como los define el propio arquitecto, que permiten liberar espacio a su alrededor. Le Corbusier propone un reciclaje extremo de la cuadrícula neoyorquina para crear un bosque de árboles cristalinos sin alma, un "no acontecimiento urbano" que es justo lo que los ubanistas neoyorquinos siempre habían tratado de evitar. Algo así como la belleza del caos inconexo frente a la aburrida perfección cartesiana. Obviamente nuestro arquitecto se fue como había venido.

Ahora ya puedo despedirme en paz, no sin antes volverte a recomendar el libro imprescindible de Koolhaas y de paso lamentar con enojo que Madrid se quedara por oscuros avatares sin una obra de Siza, al que por cierto se acaba de reconocer con el Premio Nacional de Arquitectura de nuestro país (interesante esa aparente contradicción que nos anima a borrar las fronteras).

domingo, 1 de diciembre de 2019

Más marcianadas


Noticia esta semana ha sido otra de las delirantes marcianadas de Elon Musk. El visionario que quiere llevar a Marte a cientos de colonos en 2022 en naves espaciales forradas de acero inoxidable totalmente reutilizables (su idea es fundar una ciudad estable en el planeta rojo en el 2050), ha desvelado el último modelo de su marca de automóviles eléctricos Tesla, el Cybertruck, una versión futurista de la típica pick-up americana. Según Xataca su lanzamiento justo en noviembre de 2019 en Los Ángeles, donde se encuentra la sede de SpaceX (la empresa espacial de Musk), no es coincidencia sino que querría rendir homenaje a Blade Runner y la estética cyberpunk. Nosotros diríamos que el último Tesla, más que diseñado por Syd Mead (creador del spinner de Deckard), parece salido directamente de Total Recall (Desafío total), película de la que aquí hablábamos hace un par de semanas, que además tiene a Marte como escenario principal y en la que, en medio de su violencia brutal y delirante, encajaría como un guante. Y es que el Cybertruck hace alarde de un diseño agresivo cuyas angulosas y amenazadoras formas le convierten acaso en el vehículo ideal para estos tiempos apocalípticos y deletéreos. Decíamos que la arista moderna ya no se llevaba (penosas pruebas seguimos viendo), pero al parecer ya hay 250.000 reservas según Musk, entre los interesados destaca la policía de Dubái, ya comentábamos también que allí se establecerá la Mars Space City con diseño de BIG, así que una buena flota de Cybertrucks les ayudará a irse ambientando. Y es que cuando de lo que se trata es de rebanar, cercenar o seccionar, la arista no tiene rival. Te metes en este engendro y ya pueden venir zombis, alienígenas o incluso constitucionalistas, que acabas con ellos en un acelerón. Desconocemos la opinión sobre el coche de Janette Sadik-Kahn, la experta en movilidad y espacio público a la que muchos consideran la nueva Jane Jacobs y que defiende las ciudades pacificadas mediante un urbanismo atento al peatón, pero probablemente haya puesto el grito en el cielo.

El Cybertruck me ha traido de pronto a la memoria las brutales aristas de la marciana Casa da Música de Koolhaas en Oporto o su no menos marciana biblioteca de Seattle. Y es que al holandés pocos le ganan en meter tajos, especialmente si es a la modernidad. Acabé Delirio de Nueva York y he vuelto con el segundo volumen de Años Alejandrinos (Tiempos de Incertidumbre) al terapéutico orden de Fernández-Galiano, que ya echaba en falta. Precisamente del holandés "errabundo y errátil", que tanto juego nos dahace don Luis otro de sus certeros retratos con ocasión de la concesión del Pritzker al arquitecto de Róterdam en 2000:"Periodista y cineasta [es obvio en el magnífico pasaje que citaba en mi entrada anterior] antes de ingresar en el campo de la arquitectura, Koolhaas ha empleado su talento literario y artístico para socavar con violencia sádica todas las certezas modernas, construyendo con libros, exposiciones y edificios un manifiesto hiperreal que resulta también ser hipermoderno. Ante la crisis del lenguaje áspero de las vanguardias, los años ochenta contemplaron el ascenso de las formas azucaradas posmodernas, una utopía amable ad usum delphini, pero en los noventa Koolhaas emergió como el ideólogo de una reacción radical que exacerbaba el idioma moderno hasta extremos surreales, para fabricar un universo imaginario tan fascinante como poco apto para menores". 

Los delirios deletéreos (adjetivo que he aprendido también de don Luis) nos tientan en estos tiempos que siguen siendo de incertidumbre, lo que permite a los agoreros del apocalypse now hacer caja con nuevas fronteras quiméricas. Ya hace casi veinte años, al hilo de una arquitectura casi gaseosa que tendía a disolverse, el director de Arquitectura Viva hablaba de la modernidad líquida de Bauman surgida, mira tú por dónde, de Marx y su frase "Todo lo sólido se desvanece en el aire". Dicha arquitectura de paisajes desflecados sería reflejo de una época, que sigue siendo esta, en la que un "individualismo narcisista y corrosivo está desatando la intricada trama de lazos sociales anudada por la continuidad tenaz de los tejidos urbanos". La arista acelera ese desmembramiento voraz.

La foto que abre la entrada no es, obviamente, del Cybertruck. Es del Citroën 19_19, el prototipo con el que la marca francesa quiere celebrar su centenario (sí, como la Bauhaus, fue fundada en 1919), y que, este sí (hasta en el color), parece rendir tributo al spinner. Quería traértelo porque, en mi opinión, ofrece una visión bastante más optimista del porvenir: sus formas alabeadas y su diseño acogedor (lo que no le impide transmitir fuerza) nos dicen que otro futuro es posible. La arista será acaso imprescindible para desbrozar los caminos, pero llega un punto en el que no queda otra que fluir con más tiento y elegancia.


domingo, 24 de noviembre de 2019

Delirios (3)




"Un hotel es ya una trama: un universo cibernético con sus propias leyes, que genera unos enfrentamientos fortuitos entre seres humanos que nunca se habrían conocido en otro sitio. El hotel ofrece una fecunda sección transversal de la población, una interrelación ricamente tejida entre las castas sociales, un campo para la comedia de costumbres en conflicto y un fondo neutro de operaciones rutinarias para dar relieve dramático a todos los incidentes.

Con el Waldorf, el propio hotel se convierte en una película, en la que se presenta a los huéspedes como estrellas y al personal como un discreto coro de extras con frac.

Al ocupar una habitación del hotel, el huésped compra su pase para un guión en continua expansión, adquiriendo así el derecho a usar todos los decorados y a aprovechar todas las oportunidades prefabricadas de interactuar con todas las demás "estrellas".

La película comienza en la puerta giratoria, símbolo de las ilimitadas sorpresas de la casualidad; luego se provocan tramas secundarias en los oscuros recovecos de las plantas inferiores, que se consuman -tras un episodio en el ascensor- en las zonas altas del edificio. (...)

Conjuntamente, el reparto interpreta una epopeya abstracta titulada Oportunidad, emancipación y aceleración. Una trama secundaria (sociológica) describe cómo un arribista ataja hasta lo más alto gracias a su estancia en el hotel. "Invertí mis ahorros en vivir en el Waldorf y en hacer todo lo posible por codearme con los grandes de las fianzas y los negocios [...]. Esa fue la mejor inversión que he hecho en toda mi vida", confiesa Forbes, el futuro magnate.

En otra parte de la intriga, las mujeres que allí se hospedan quedan libres para hacer carrera gracias a que el hotel se hace cargo de todas las molestias y responsabilidades que supone llevar una casa, lo que conduce a una liberación acelerada que desconcierta a los varones, repentinamente rodeados de "criaturas hiperemancipadas".(...)

En una historia más romántica, el muchacho de al lado se convierte en el hombre del piso de arriba, siendo su claqué medio de comunicación indispensable en el rascacielos: un código morse del corazón interpretado con los pies. (...)

Hasta 1800, en el terreno del primer Waldorf pastaban vacas de verdad. (...) Otros 35 años más tarde, el Waldorf presencia la (re)aparición final del concepto "vaca" en una de las tramas secundarias más ambiciosas del hotel. 

La cronista de sociedad Elsa Maxwell -que se define a sí misma como "peregrina de hoteles"- ha vivido en las torres Waldorf desde su inauguración. Para cultivar sus contactos, organiza una fiesta anual en algún lugar del edificio. 

Como le gusta poner a prueba a la dirección del hotel, el tema de cada uno de estos acontecimientos se escoge para que sea lo más incompatible posible con los interiores existentes. De hecho, "el vano y enloquecido empeño de sacar de sus casillas al capitán Willy" (que es el encargado del departamento de banquetes del Waldorf), llega a ser, al poco tiempo, "la única razón de la continua y siempre creciente extravagancia de mis bailes de disfraces". (...)

"-Capitán Willy, en este salón de baile de Jade voy a dar una fiesta campesina, un baile popular. Voy a poner árboles con manzanas de verdad, aunque las manzanas tengan que estar sujetas con pinzas.(...) Voy a poner tendederos de un lado a otro del techo, de los que colgará la colada familiar. Voy a poner un manantial de cerveza. Voy a poner establos con ovejas, vacas de verdad, burros, ocas, pollos y cerdos, y una banda de música country
-Sí, señora Maxwell -dijo el capitán Willy-, cómo no.
Para mi sorpresa, le espeté:
-Imposible. ¿Cómo va a llevar animales vivos a la tercera planta del Waldorf?
-Podemos encargar unas zapatillas de fieltro para los animales -dijo el capitán Willy con convicción. Un Mefistófeles con frac". 

El centro de la fiesta de Maxwell es Molly, la vaca Moët, una vaca que da champán por un lado y whisky con soda por el otro. 

La granja de Maxwell completa un ciclo: la superrefinada infraestructura del hotel, su ingenio arquitectónico y todas sus tecnologías acumuladas aseguran conjuntamente que en Manhattan el último grito es lo mismo que el primero". (Rem Koolhaas, Delirio de Nueva York. Cita Hotel Pilgrim de Elsa Maxwell).




domingo, 17 de noviembre de 2019

La belleza de las cosas inconexas (2)



Te traigo hoy el proyecto ganador para una terminal ferroviaria en Tallin a cargo de Zaha Hadid Architects. Impresionante cómo el nodo de comunicaciones enlaza con elegante fluidez y sin aparente esfuerzo tal maraña de líneas de ferrocarril, tranvía y autobús, sirviendo a su vez como puente que conecta los barrios separados por los raíles. Hub, puente e icono por el mismo precio.

La estación estonia viene a cuento, e incluso a colación, porque yo quiero una cosa igual. No solo para mi ciudad o España, sino para mi vida. Un puente elegante, sin un solo remache, sin el más mínimo aspaviento, que cruce aguas turbulentas como si nada. Ya lo decía Roland Barthes en su libro Mitologias de 1957 hablando del también fluido diseño del Citroën DS (el Tiburón): "Es bien sabido que la tersura es siempre un atributo de la perfección porque su contrario revela una operación técnica y típicamente humana de ensamblaje. La túnica de Cristo no tenía costuras, igual que las naves de la ciencia-ficción están hechas de metal continuo.(...) En el DS encontramos los inicios de una nueva fenomenología del ensamblaje, como si progresáramos desde un mundo donde los elementos están soldados a un mundo donde están yuxtapuestos y unidos por la sola virtud de su maravillosa forma, que por supuesto nos conduce a la idea de una naturaleza más benigna". 

Esta estación-puente, que puede remitir al pabellón-puente de Zaragoza también de Hadid, es toda una revelación y hasta acaso un signo de los tiempos. La arista ya no se lleva, la arruga dejó de ser bella y hasta el colegial más disruptivo ha oído hablar de la modernidad líquida de Bauman. En su lugar se impone el alabeo lábil, la costura invisible, la flexibilidad. Byung-Chul Han habla de la "sacralización de lo pulido" (y pone como ejemplo las esculturas de Koons) en La salvación de lo bello, aunque no está muy de acuerdo con una belleza despojada de toda contradicción que al cabo es la que logra conmovernos y conducirnos a la reflexión.

En estos tiempos de fragmentación extrema, donde todos reivindicamos, y mejor con gran alharaca, una determinada especificidad que nos distinga de la masa, el gregarismo conciliador es cosa del pasado. Es como aquella posmoderna Strada Novissima de la primera Bienal veneciana, todo un freak parade arquitectónico levantándose en armas contra la uniformidad moderna. Difícil, eso sí, encontrar un camino vertebrador en medio de esta imposible sinfonía unas veces apasionante, cansina otras, de voces disonantes. Algo parecido venía a decir Hannah Arendt en The Human Condition (cita que encuentro en una reciente conferencia de Kenneth Frampton): "Pero si no fuera relatado por los hombres y sin darles cobijo, el mundo no sería un artificio humano, sino un cúmulo de cosas inconexas al que cada individuo aislado podría arrojar un nuevo objeto. Sin el artificio humano para alojarlos, los asuntos humanos serían tan fluctuantes, fútiles y vanos como el deambular errante de las tribus nómadas".  

En este contexto inconexo la arista parece poco apropiada para lograr un mínimo común denominador, el artificio humano de Arendt, imprescindible para avanzar. Andrea Rizzi, en un interesante artículo de nombre Claves históricas, institucionales y culturales de por qué Italia ya tiene gobierno y España no, publicado en El País hace un par de meses, decía: "Ambos países son muy diversos y albergan diferentes matices culturales y sociales en su interior. Pero hay denominadores comunes. La dulzura del escenario natural italiano es el punto de partida de una línea que abarca Rafael y Botticelli, la elegancia del design italiano, plazas principales de forma redonda u oval y una actitud vital que busca soluciones no a través del choque, sino más bien a través de la maniobra. Los serios paisajes de la meseta castellana conducen a una austeridad plasmada en ciertos cuadros de Goya o Velázquez, en tantas plazas cuadradas en tantas ciudades, en una actitud humana a menudo directa y valiente, pero a veces ineficazmente obstinada". 

En nuestra realidad coral y a menudo disfuncional parecen ser más necesarios que nunca muñidores de extremos, capaces de convencer más que de vencer y de crear dúctiles artificios que puedan alojarnos a cuantos más mejor. Habrá con todo quien piense que el eclecticismo es refugio de indecisos y débiles y reclame nostálgicas aristas. No son mayoría. Sea como fuere mucho sería ya pedir que el artificio en cuestión quedara tan falsamente fluido como la estación estonia de Hadid. Será inevitable, y bastante más honesto, que costurones y cicatrices queden a la vista. 

domingo, 10 de noviembre de 2019

Moneo, siempre




"La primera labor de un arquitecto consiste en construirse a sí mismo por dentro. Nada le puede salir bien si el equilibrio y la resistencia de los materiales no empieza por el propio espíritu, un trabajo inicial que Rafael Moneo (Tudela, 82 años) ha realizado como una obra maestra. A mi juicio, este personaje tiene tres características singulares: la forma de hablar, la de moverse y la de vestir. Moneo habla a la manera de los profesores anglosajones, con un aparente esfuerzo dubitativo, balbuciente, como si las cosas, aunque las conoce a fondo, se le ocurrieran en el momento de pronunciarlas. Parece como si su pensamiento tuviera varias opciones para cada problema y él tratara de elegir la más atinada a su voluntad de convicción. Por eso al hablar aprieta los puños y cierra los ojos con un impulso hacia dentro y a veces se cubre el cráneo con la mano para que las ideas no escapen. Usa mucho la palabra coraje, sin duda muy adecuada a su personalidad, ya que él se mueve siempre entre la polémica y el proselitismo. En ambas batallas se crece.

Moneo es un ser agónico de aeropuerto. En una semana puede habitar en Chicago, Estocolmo, Berlín o Milán, adonde quiera que le lleve la obra que esté construyendo simultáneamente. Dice que si uno cambia de sitio parece que no se repite y lo hace con la misma naturalidad con que en su estudio de Madrid se traslada de una a otra habitación y se asoma sobre la cabeza de cualquier ayudante para inspirar o vigilar el proyecto que está naciendo en el tablero o en la pantalla del ordenador.

Rafael Moneo presume de haber lucido un abrigo de cachemir, que en sus tiempos de Harvard sacó de un gancho por cinco dólares de las grandes cestas del ejército de salvación en Nueva York donde se encuentran las prendas exquisitamente ajadas que donan los multimillonarios. Jugar a vestirse así lo eleva a la máxima categoría estática, aunque solo fuera para divertir a Belén, su mujer. Los años de profesor de Harvard, aparte del premio Pritzker, el nobel de los arquitectos, le han dado un aire de elegante despistado que se fija en todo.

Bajo la luz de esta mañana de otoño, durante nuestro breve paseo desde su estudio de la calle Cinca hasta su casa de la calle Miño, en la colonia del Viso, recuerda los tiempos en Barcelona, cuando en 1970 ganó la cátedra en la Escuela de Arquitectura. Eran como hoy, días muy convulsos con la ciudad llena de barricadas, con la policía a caballo cargando contra los estudiantes. Pese a esta adversidad, en medio de los estertores del franquismo, fue un tiempo feliz compartido con sus amigos catalanes Bohigas, Correa y Rosa Regàs como en Madrid lo fue con los escritores Martín Santos y Juan Benet, sus contertulios del Gambrinus.

Si al terminar el bachillerato en los jesuitas de Tudela quiso estudiar filosofía para dedicarse al pensamiento honesto, desde su primer trabajo, una fábrica de transformadores en Zaragoza en 1963 hasta la creación del museo romano de Mérida, la reforma de la estación de Atocha, el cubo del Kursaal, el Museo del Prado, la honestidad la ha llevado a la arquitectura, al desafío y a la polémica. Moneo ha convertido el hangar de la vieja estación de Atocha en una sala de estar donde no es obligatorio ser viajero y ha despejado la plaza para que el sol entre desde el campo a la ciudad como un pasajero más. Con el edificio de Bankinter, realizado en colaboración con Ramón Bescós Domínguez, ha dado un ejemplo paradigmático de cómo pudo haberse salvado el Paseo de la Castellana de Madrid ya que ha asumido el palacio decimonónico del marqués de Mudela, sin dejar de ser una obra moderna adaptada a su función. En la Fundación Miró, una vez más, Moneo ha tenido que luchar contra un medio adverso, un barrio de Palma de Mallorca que ha ido creciendo convulsivamente hasta ahogar el estudio del pintor que levantó el arquitecto catalán Josep Lluís Sert en Son Abrines a mitad de los años 50. La creación de Moneo ha consistido en olvidarse del mar con un muro, convertir el espacio Miró en una isla interior para devolverle la primitiva inocencia y defenderla frente a la agresiva compulsión de alrededor.

Después de admirar la proporción racionalista con que el cubo del Kursaal se inmiscuye en la atmósfera de la ciudad de San Sebastián hay que reconocer el genio de Moneo para dialogar siempre con el paisaje y su poder para someterlo a su pensamiento. Moneo, maestro de arquitectos, ha hecho del eclecticismo una filosofía y de su forma de construir una dedicación al ingenio honesto. Tiene una huella digital muy personal por eso siempre se reconoce como un moneo cualquier obra que realiza. Su acción nunca grita, solo se limita a ejercer su espíritu didáctico y polémico, pero al final siempre conciliador. Conviene recordar que en medio del pesimismo agónico español existen todavía valores muy sólidos a los que agarrarse. Uno de ellos es Rafael Moneo". (Manuel Vicent, Rafael Moneo, un valor sólido donde agarrarse en El País de ayer). 


domingo, 3 de noviembre de 2019

Vente a Marte, Pepe


Hasta el 23 de febrero puedes ver en el Museo del Diseño de Londres una exposición de nombre Mudarse a Marte. Para la muestra se han diseñado habitáculos y mobiliario (creados por impresoras 3D), se expone un Mars Rover, el pequeño vehículo todo terreno que se mandó a Marte para recoger muestras de la superficie y hacer fotografías, se ha creado una fragancia marciana que acompaña al visitante con un olor según cuentan como a mosto seco y diferentes artistas y diseñadores han planteado propuestas ad hoc. Así, la empresa Hassell explica cómo se construirían las viviendas: en primer lugar una legión de robots levantarían las cáscaras protectoras (impresas en 3D in situ) y más tarde los habitáculos inflables que acogerían a los astronautas se insertarían en su interior (este video te lo explica mejor). Que conste que Foster ya tuvo esta idea. Alexandra Daisy Ginsberg propone a su vez colonizar Marte con plantas y bacterias resistentes que vayan dando una fisonomía menos agresiva al planeta (The Wilding of Mars lo llama). Un tal Christopher Raeburn ha diseñado incluso una línea de ropa y accesorios apta para lucir estilismo en el planeta rojo. Sin embargo parece que el comisario de la muestra no ha tenido a bien incluir algunas de las imaginativas ideas de Ridley Scott para Marte, la película que mucho nos tememos ha puesto el planeta de moda llevando al futuro la investigación que empezara la NASA en 2001 con la misión Odyssey (a la que puso música Vangelis). Por cierto que Rowan Moore reseña la exposición londinense en The Guardian sin demasiado entusiasmo, para finalizar citando el Contra natura de Huysmans: en dicho novelón crepuscular su protagonista se dispone a viajar a Londres desde París. Como preparación cena la noche anterior en un restaurante inglés en el que comen no pocos británicos, su tez de un rojo intenso al calor de los chuletones y el alcohol con el que generosamente los riegan. Al salir, una densa niebla y una pertinaz llovizna cubren la capital gala. El protagonista se percata entonces de que ya ha experimentado de manera suficiente a las gentes y el clima inglés así que decide ahorrarse el viaje, tal y como, señala Moore, deberíamos hacer nosotros con Marte.

Lo del planeta rojo será contra natura, pero lo está petando. Ahora resulta que en Madrid, un espectáculo de nombre Desafío total. Mueve tu culo a Marte, así mismo como lo oyes (digno heredero de los de Coney Island), te propone una experiencia de cine inmersivo, algo así como una mezcla de película y performance teatral con participación activa de los espectadores, que reproduce la conocida película de Paul Verhoeven. En la añeja (y hoy ya petarda) cinta, basada en un relato de Philip K. Dick, Schwarzenegger recibía implantes falsos de memoria que le permitían viajar virtualmente a los destinos más exóticos. Recordamos también, entre otros enloquecidos momentos que son santo y seña del director de Showgirls o Starship Troopers a una tremenda Sharon Stone pre-Instinto Básico repartiendo mandobles a mansalva y dejando al mismísimo Arnold postrado con certeros golpes, y todo ello mucho antes del Me Too y (algo menos) de aquello de que Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus. Tienes más información del evento marciano-madrileño aquí.

Todas estas crónicas marcianas, que diría Bradbury, te parecerán algo freak, pero que sepas que hay gente que se lo está tomando muy en serio. En Los Emiratos Árabes Unidos se está desarrollando el proyecto Mars 2117 que se plantea como objetivo construir en un plazo de cien años una colonia humana en el planeta rojo. A tal fin se ha ideado la Mars Space City a las afueras de Dubái, una ciudad que incorporará una gavilla de cúpulas interconectadas con diseño de BIG (quién si no) que reproducirán las condiciones de vida marcianas.

Marte se está convirtiendo en la nueva frontera, esperanza acaso para tantos oprimidos de opereta que se sienten incomprendidos en estados que juzgan represores. Quizá en el planeta rojo encontrarían acomodo todos esos descontentos de cuento que podrían fundar al fin la famosa república independiente de su casa en la que hacer lo que te venga en gana sin depender de nadie (el sueño burgués); la pena es que incómodo iba a ser un rato. Y es que no se puede tenerlo todo. O sí. Antonio Muñoz Molina dice que hay un lugar en el mundo donde se puede. No te lo pierdas.

domingo, 27 de octubre de 2019

Los gurúes del hacha





'"El primero lo mataron a palos porque había citado a Espinoza en un talk show”. Así empieza una llamativa, provocativa novela política —Il censimento dei radical chic (El censo de los radicales chic)— del escritor italiano Giacomo Papi, publicada este año en Italia por Feltrinelli. El profesor Giovanni Prospero es apaleado hasta la muerte poco después de la cita docta en un programa de televisión. Otros intelectuales seguirán. El texto retrata una Italia del futuro, inmersa en un régimen nacional-populista, de sabor neofascista, en la que los máximos estamentos de la política azuzan el odio contra los intelectuales y se yerguen en paladines de la sencillez del pueblo. El protagonista político de la novela, en privado, explica el meollo de la cuestión: las emociones se pueden gobernar, dirigir, manipular; el pensamiento y el conocimiento, no.
La novela es una hipérbole que toca una fibra profunda. La correa de transmisión entre retórica política emocional, sentimientos identitarios, exclusión de los diferentes y violencia es un mecanismo peligroso, cuya activación fácilmente provoca consecuencias imprevisibles. Asistimos en Estados Unidos a una inquietante nueva dinámica de la vieja dicotomía nosotros/ellos, azuzada en este caso por la máxima autoridad de la república: Donald Trump. ¿Por qué no regresan a sus países?, le dijo a cuatro congresistas, obviamente todas de nacionalidad estadounidense (ninguna de trasfondo anglosajón/europeo). Poco después, en un mitin del presidente ya se coreaba la consigna: “¡que las envíen de vuelta!”. La correa de transmisión, el porqué no regresan, se convierte rápido en devuélvanlas adonde les corresponde.


Europa no está exenta de este riesgo. Por supuesto nadie agrede a los intelectuales como en la novela de Papi, pero sí ha habido casos de violencia de ultraderecha, sí hay múltiples síntomas de xenofobia, de apego muy excluyente a los valores tradicionales. Y hay un prolongado proceso de simplificación del discurso político, que banaliza problemas complejos.
La sección Materia de este diario citaba el pasado mes de febrero dos estudios —uno de las universidades de Princeton y Texas; otro de la Universidad de Ámsterdam y de Dublín— que, tras analizar una gran cantidad de discursos e intervenciones, concluyen que en Occidente la comunicación política pierde complejidad y profundidad analítica.
En una entrevista concedida esta semana a este periódico, la futura presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen lamentaba en varios pasajes esta banalización. “Las respuestas simples no nos llevan a ningún sitio”; “tenemos muchos eslóganes en el debate europeo que inmediatamente impiden cualquier posibilidad real de diálogo”, afirmaba.
La excesiva simplificación borra los matices; sin matices crece la polarización; la polarización es caldo de cultivo de la animosidad; la animosidad es madre y padre de la violencia. Conviene no perder de vista esta correa de transmisión y quién es responsable de activarla.
El mundo es crecientemente complejo. Las interconexiones espoleadas por la globalización y el descomunal avance tecnológico crean una realidad de una complejidad nunca vista antes. Cabe sospechar que las soluciones se hallan en el conocimiento más que en el sentimiento; en la interlocución más que la confrontación; en las herramientas de precisión más que en el hacha.
Y sin embargo proliferan los profetas de las respuestas sencillas, los gurúes del hacha. “Necesitan un enemigo al día”, escribe Papi en su novela. ¿Les suena? No se fijen solo en Trump, miren en sus sociedades, hay muchos políticos que razonan así. Un día los enemigos son los extranjeros con diferente religión u color de piel; otro, serán una casta de privilegiados que ha leído mucho y pretende dar lecciones. Otro, quizá, el grupo al que pertenece usted". (Andrea Rizzi, La hoguera de la complejidad en El País).

domingo, 20 de octubre de 2019

Música congelada (2)


Charles Jencks se nos acaba de ir. Toca hacer mención al crítico que decretó la muerte de la modernidad (el 15 de julio de 1972 a las 15.32, día y hora en que se terminó de demoler uno de los proyectos más emblemáticos del fracaso moderno: el conjunto de viviendas sociales Pruitt-Igoe en San Luis, Missouri, del japonés Minoru Yamasaki, autor de las Torres Gemelas neoyorquinas o la Torre Picasso en Madrid) y dio denominación de origen a la corriente que le sucedería, el traído y llevado posmodernismo caracterizado por un eclecticismo exacerbado y liberador que surge del hastío frente al racionalismo unidireccional y asfixiante de la modernidad. Ya hablamos aquí suficiente del tema cuando el que nos abandonó fue Venturi, no diremos más, tan solo, como certeramente apuntara Eduardo Prieto en un artículo indispensable, que si bien fue un movimiento que en lo arquitectónico ofreció resultados más bien pobres, su verdadero éxito radica en su triunfo como ideología que, al infiltrarse en todos los ámbitos imaginables, cambió para siempre el concepto de cultura. Oliver Wainwright, en su obituario para The Guardian, comenta que otros historiadores más ortodoxos veían a Jencks más como un Zeitgeist chaser (un cazazeitgeists) un punto pop que como un crítico de verdad (sus cacofónicos estilismos al parecer no ayudaban), lo que no impidió que sus más de 30 libros, su provocadora ironía, su famoso evolutionary tree en el que explica de manera visual los intrincados caminos de la arquitectura desde 1960 (acaso inspirado en el diagrama no menos famoso de Alfred H. Barr) y su pasión por la discrepancia, que aprendió de Reyner Banham, le convirtieran en una figura ampliamente respetada. Sus Maggie´s Centres, centros para el cuidado de enfermos de cáncer inspirados por la muerte de su esposa Maggie y diseñados por los arquitectos más prestigiosos, también han contribuido a ese reconocimiento.

Dando tumbos en internet sobre su figura me he topado con una conferencia que dio hace dos años en Berlín con ocasión del Festival Mundial de Arquitectura. Tras verla un par de veces, he de decir que Jencks me ha cautivado por su exacta lucidez, su facilidad de verbo (con 78 años), su capacidad de relacionarlo casi todo con todo lo demás y su contundente ironía, así que te cuento ya puestos un algo. La conferencia se centra en la Elbphilharmonie de Herzog y de Meuron (con presencia del segundo) en Hamburgo. De entrada, en pleno escándalo por los sobrecostes del edificio, que llegó incluso al parlamento alemán (el coste final se elevó a casi 800 millones de euros, diez veces superior a lo inicialmente presupuestado), Jencks hace gala de su fama de agent provocateur repitiendo varias veces que el icono de mil millones es "the new normal". Vamos, que pelillos a la mar y póngame dos más. Jencks pone como ejemplos la nueva embajada americana en Londres o el Louvre de Nouvel en Abu Dhabi, a los que no tiene empacho en etiquetar de posmodernos (como a la propia filarmónica de Hamburgo), a pesar de que el posmodernismo pensaba yo que estaba ya criando malvas. De Meuron no dijo ni esta boca es mía cuando le tocó hablar, pero me pregunto lo que habría dicho Nouvel si hubiera estado también allí. Igual llegan a las manos. Jencks da como argumentos el doble código de su arquitectura (moderna y vernácula a la par), junto al hecho de haber querido hacer (y cita textualmente a Nouvel) un edificio simbólico y contextual. Lo dejamos ahí. Centrado ya en el edificio de H&dM para Hamburgo (que considera el mejor de la década), Jencks habla de la voluntad de los suizos por realizar un auditorio que denomina "a time city", un edificio que mezcla sin contemplaciones lo nuevo y lo viejo, lo histórico y lo último, comparándolo con el edificio que, según él, marcó los 80: la Staatsgalerie de Stirling en Stuttgart, este sí canónicamente posmoderno. Tras incidir en la importancia de Hamburgo como ciudad comercial (sede de la Liga Hanseática), compara el emplazamiento del auditorio, en una dramática esquina sobre el río Elba, con la Punta della Dogana en Venecia. Hace referencia también a otro edificio de los suizos en Madrid, el Caixaforum, que también se eleva sobre una construcción preexistente, una obra que Jencks ve profundamente musical: según él la fachada estaría dividida horizontalmente en seis "melodías" que se entrecruzarían con sendas divisiones verticales (aquí me pierdo). De nuevo en el Elba, el crítico hace referencia a las formas onduladas del techo que parecen imitar a las olas del mar como música congelada (utilizando la famosa metáfora de Goethe) y de nuevo crea un interesante paralelismo con la architectural promenade de Le Corbusier: la arquitectura como descubrimiento al adentrarnos en el edificio, algo muy presente en el auditorio alemán en esa misteriosa escalera mecánica que se curva  para no dejarnos ver qué viene a continuación, en la "piazza" que marca el límite entre el antiguo almacén y la enorme peineta (esto es mío) cristalina sobre él, que permite dramáticas vistas sobre la ciudad, por no hablar de la azotea superior, en mitad de las encrespadas "olas". Jencks hace también referencia a la cultura musical de la ciudad, que no es solo ópera (los Beatles dieron aquí varios conciertos y es la ciudad alemana que más musicales ha tenido en cartel), lo cual vemos en un edificio que es también "high-low" en sus referencias estéticas (con momentos incluso kitsch según el crítico en la iluminación elegida para su interior). Jencks finaliza su charla haciendo ver que, como Garnier dijo de su Ópera de París en el siglo XIX, H&dM han querido hacer una especie de "fuego de campamento" que, con el acicate de la música, convocara a todas las clases sociales en un solo lugar. En fin, un brillante batiburrillo que engancha hasta al más reacio. Aquí tienes el video de la conferencia, de la que he hecho sólo un breve y acelerado apunte.

Por cierto que el último Icon Design publicado hace un par de semanas dedicaba su portada, todo un inquietante presagio, a la casa de Jencks en Londres (que él denomina la Casa Temática), otro batiburrillo imposible de referencias clásicas tanto en su exterior como en el interior que hay que digerir acaso con almax, aunque ya se sabe que para gustos los colores. Planteada como manifiesto posmoderno, recibió el año pasado protección oficial de "grado uno" (como la Torre de Londres, por ejemplo). A Stephen Bayley, que escribe en la revista, no le gusta mucho, habla de arquitectura travestida, colección de apliques kitsch y lujo excéntrico. Aravena dijo de ella que era la casa más intensa desde la de Soane, que no es poco.

Me despido hoy con un pequeño apunte ad hoc (Adhocism: The case for Improvisation es uno de los libros de Jencks). En nuestro túnel negro como la pez, en el que nadie está dispuesto a mover un ápice en sus heroicas convicciones y donde la racionalidad objetiva ha perdido la batalla frente a las emociones viscerales, acaso nos vendría bien improvisar a la manera posmoderna, echándole toneladas de imaginación transversal.

domingo, 13 de octubre de 2019

Música congelada




" 'Una canción cualquiera puede a veces, con su hermosura elemental, herirnos de muy mala manera el corazón', nos dice el poeta Eloy Sánchez Rosillo en su libro Oír la luz. ¿Cómo se puede oír la luz? Él mismo nos explica en otro poema que cuando era niño, ante un cielo lleno de estrellas, 'además de mirar tanto fulgor, podía oír la luz'. Quizá esa luz que oía el poeta era la armonía secreta que está en ese otro mundo que intuían los gnósticos, ese mundo al que de verdad pertenecemos y al que aspiramos todo el tiempo, de acuerdo con esta sabiduría, a volver. Esto nos invita a pensar que nadie es de donde se cree que es, y a mirar con saludable escepticismo los nacionalismos, los separatismos, los provincialismos que proliferan en nuestro siglo XXI.

Volvamos a la música, a esa canción que nos hiere con su hermosura elemental, de la que habla el poeta, sin perder de vista el otro mundo gnóstico. Para empezar, la música ordena el entorno; vivimos normalmente rodeados de un caos atómico del que somos parte integral; los átomos que nos constituyen pertenecen al mismo universo de partículas al que pertenecen la silla, el escritorio y el perro, y esta promiscuidad atómica en la que vivimos permanentemente, como si estuviéramos en medio de una borrasca, se disipa cuando el entorno es intervenido por una pieza de música cuya armonía coincide con la armonía secreta de ese otro mundo del que de verdad somos. Cada quien tiene su música para ordenar el entorno, la única condición es que su armonía coincida con la armonía secreta del otro mundo. La música nos gusta, nos emociona, nos levanta el ánimo y nos hace llorar precisamente porque nos lleva a intuir, y a veces a vislumbrar, ese mundo armónico del que de verdad somos, y al vislumbrarlo nos libra de nuestra permanente condición de extranjeros.
La música nos pone en contacto con zonas perdidas de nuestra memoria, de nuestra historia personal; hay veces que una canción nos hace no solo recordar, también sentirnos otra vez como la persona que éramos en otra época, y esto no puede despacharse irresponsablemente como un ataque de nostalgia, porque estaríamos ignorando todo lo que nos enseñaron los sabios de la antigua Grecia, que no verían nostalgia en la situación que acabo de plantear, sino la conexión directa que ha hecho esa persona con la armonía secreta del cosmos, gracias a una canción.

Este siglo nos ha puesto toda la música que existe al alcance de un clic, lo cual es una de las maravillas de la modernidad, pero también es verdad que esta maravilla nos ha arrebatado el deseo, el anhelo, esa desesperación por tener un disco especifico de la que gozábamos los habitantes del siglo XX. Hoy ya no es posible desear oír una canción, no hay que esperar, podemos escucharla un instante después de desearla, y el deseo sin el tiempo de espera no existe, se convierte en una gestión, en un trámite. En el siglo XX, la entrañable actividad de escuchar música tenía lugar bajo el yugo de la materia; por ejemplo, la única forma de llevarla contigo a la intemperie era en un casete, que necesitaba una aparatosa máquina de reproducción que funcionaba con baterías que nunca duraban lo suficiente. Aquellos años estaban marcados por la pérdida trepidante de energía, todas las fuentes se agotaban rápidamente, no había posibilidad de recargarlas, y la única forma de escuchar música sin la zozobra de que en cualquier momento se interrumpiera la pieza era con un enchufe a la pared.

Las pilas que se vaciaban de energía y no podían volver a recargarse eran un recordatorio continuo, una alegoría, de lo perecedera que es la vida; no sería difícil que los aparatos que hoy forman parte de nuestra cotidianidad, cuyas baterías se recargan cada vez que se agotan, hayan sembrado en nosotros la alegoría contraria: la ilusión de que la vida puede perpetuarse cuando se recarga con la energía que promueven los hábitos saludables.

Pero la materia que ataba a la música tenía un capítulo más sutil. Cada vez que escucho una de esas piezas que llevan dentro la armonía del universo, no solo disfruto de la música, también vibro con el recuerdo de ese objeto material que hoy llamaríamos soporte físico; porque antes la música estaba asociada al objeto que la contenía, a la cubierta, al trabajo gráfico, a las fotografías, a la funda que protegía el disco, y al disco mismo, que tenía siempre una etiqueta en el centro con los títulos de las canciones, o con un complemento gráfico que redondeaba el concepto general de la obra; todo eso era parte indisociable de la experiencia de oír música. Lo mismo pasa con los libros, uno recuerda la historia que leyó, la voz del narrador que la cuenta, las particularidades de su estilo, pero también la portada del libro, su peso, su olor, la época, las circunstancias y el sillón en el que fue leído. Todo este universo memorioso y sensorial ha sido erradicado por el libro electrónico, de la misma forma en que Spotify, además de arrebatarnos el derecho de desear largamente un disco, nos escatima esa experiencia física que en el siglo XX era parte de la música.

En la Edad Media, la música estaba asociada con las matemáticas y la astronomía; la figura que representaba el movimiento matemático de los cuerpos celestes era la música de las esferas, una música universal que desde luego influye también en nosotros y que es, sin duda, esa luz que oía el poeta. En la Universidad medieval se instruía a los alumnos con el quadrivium, un sistema de conocimientos que los ayudaba a aproximarse a los misterios del universo. Quadrivium quiere decir encrucijada, cruce de caminos, que eran las cuatro materias que se enseñaban para lograr esa aproximación: aritmética, geometría, astronomía y música. El quadrivium nos enseña, a los habitantes del siglo XXI, el lugar que ocupaba la música en la vida de nuestros antepasados; sin la música no podía entenderse el funcionamiento del universo, la música era una de las cuatro vías para entender qué somos, y, desde este punto de vista, a la luz del quadrivium, no se entiende por qué hemos terminado confinando a la música, esa materia fundamental para entender el universo, en el rincón de los pasatiempos. Hoy, la música no es más que otra de las formas de la ociosidad, la usamos para llenar el tiempo libre, sin saber que es la llave de la armonía secreta del universo. Qué insensatez vivir sin esa llave" (Jordi Soler, Oír la luz, en El País). 


sábado, 5 de octubre de 2019

La belleza de las cosas inconexas

Rehabilitación de una casa en El Cabanyal por David Estal
1978 fue un año interesante. Aquí nada menos que vio la luz nuestra Constitución, se estrenó La escopeta nacional de Berlanga, quizá la mejor película española de la década, y en música llegaban al número uno de Los 40 Principales temas de Camilo Sesto, Miguel Bosé, Tequila o Los Pecos. De fuera nos llegaron verdaderos hitos sociológicos como Grease y las taquilleras Superman, La invasión de los ultracuerpos (con un terrorífico Donald Sutherland que hace unos días andaba por el festival de cine de San Sebastián), La vida de Brian con los Monty Python, El expreso de medianoche (inolvidable su banda sonora de Giorgo Moroder) o El cazador de Michael Cimino. Y en música eran los tiempos en los que barrían los Bee Gees, Boney M., Umberto Tozzi, Abba, Donna Summer, el clásico Baker Street de Gerry Rafferty, el genial Every kinda people de Robert Palmer o el arrebatador Morir al lado de mi amor (versión en español de Because aunque las letras curiosamente no tienen nada que ver entre sí) de Demis Roussos.

Antes de continuar, y aprovechando que el Pisuerga pasa por Murcia, no puedo resistirme a reivindicar (brevemente, tranquilo, aunque le dedicaré el párrafo porque él lo vale) a uno de estos autores ya caídos en el olvido que no es otro que el enorme Demis Roussos. Lo sé, no es reto pequeño. Famoso en toda Europa (y no solo en los países del Sur sino también en las frías Alemania o Gran Bretaña, donde su música traía sin duda recuerdos de felices vacaciones en España o Grecia), extravagante en sus looks imposibles (esos tremendos caftanes que devinieron carne trémula de parodia, por no hablar de su indómita pelambrera) y poseedor de una portentosa glotis capaz de tonalidades extraterrestres, Roussos es el Sinatra mediterráneo, y para él pedimos respeto. Te enlazaré a un solo tema que, lejos del repertorio de hits geriátricos que todos conocemos (y muchos disfrutamos en secreto) considero muestra a las claras que se trata de un cantante de una gran calidad (no se venden 60 millones de discos por nada). Es un tema del album Magic publicado en 1977 donde se incluía el superventas mencionado Morir al lado de mi amor, número uno en la lista de ventas española ese mismo verano, que contó con los arreglos de Vangelis, músico junto al que formara el exitoso grupo Aphrodite´s Child disuelto unos años antes. El tema del que te hablo (My Face in the Rain) había sido compuesto por el propio Vangelis para su álbum en solitario Earth de 1973 donde era interpretado por Robert Fitoussi, quien a principios de los 80, ya con el seudónimo de FR David, triunfaría con su famoso tema Words (el de Words don´t come easy...). Roussos ofrece una versión del tema mucho más cálida y redonda, casi como salida de la factoría Motown. Aquí la tienes, juzga tú mismo. Artista pertinazmente periférico pero al mismo tiempo global que combinaba alegremente música griega tradicional con arriesgados arreglos electrónicos (proporcionados por Vangelis, que por aquel entonces se entregaba sin descanso a la experimentación sintética más puntera), delicado en sus tiernas baladas pero al mismo tiempo de apariencia ruda, un poco como de descargador de muelle en El Pireo, Roussos era un oxímoron con piernas, un señor felizmente imperfecto. Como curiosidad (y ya acabo), pocos años más tarde, el propio Vangelis reconvertiría un archifamoso tema suyo en balada para que Roussos se luciera: ¿lo reconoces? Concluyo este párrafo que se nos va de las manos por momentos diciendo que los 80 acaso estén sobrevalorados y que haríamos bien en mirar más a los 70. La Casa Azul, ese grupo que canta a la belleza de las cosas inconexas (podría valer como título de este tu blog) lo sabe, y en sus temas combina sin pudor samples setenteros muy electrónicos, coreografías robóticas que recuerdan a Kraftwerk y letras en la que la típica balada edulcorada se aliña con demoledora ironía y angst milenial para acabar hecha picadillo. Sus videoclips reflejan mundos de repelente perfección bajo la que se esconden fantasmas espeluznantes. Como te veo interesado, te voy a enlazar a uno de sus temas más emblemáticos, La revolución sexual.  Por si te gusta el coreano, aquí tienes el tema en dicho idioma (el grupo arrasa en Corea, obviamente, del Sur).

No sé si tiene mucho sentido continuar con esta entrada que está, a qué negarlo, casi ya echada a perder en su totalidad. En fin, como somos de moral alcoyana y siempre, aunque no lo parezca, tenemos thesis statement (recuerda además que solemos dejar lo mejor para el final) me atrevo a pedirte un poco más de tu precioso tiempo para ver si al cabo logro enderzar este delirante sindiós o definitivamente naufragamos con estrépito. Todo esto de empezar hablando de 1978, si me has leido con atención en la anterior entrada, sabrás a qué se debe. Es el año en el que se publicaba Delirio de Nueva York, y nuestro objetivo en esta entrada no era otro que relatar con asombro cómo este libro apenas ha envejecido si lo comparamos con buena parte de las otras manifestaciones culturales (o similar) que hemos listado aquí, muchas de las cuales aguantan más bien mal un visionado o escucha atenta. Si me dicen que está escrito el año pasado yo al menos me lo creo a pies juntillas. Y de nuevo, no me cansaré de repetirlo, es pasmosa la capacidad de Koolhaas para enumerar los orígenes y los síntomas de acaso la enfermedad más grave que corroe nuestra traída y llevada civilización occidental. En Coney Island, en esa necesidad casi enfermiza de mejorar la realidad mediante la creación de un mundo artificial a espaldas de la naturaleza gracias a tecnologías que aún hoy asombran, está no sólo el germen de Manhattan, sino del Antropoceno. Mientras en la otra punta del continente se conquistaba el Far West, en el Este se iniciaba otra conquista: la de la superación de las imperfecciones y miserias de nuestra débil condición humana, una lucha en la que seguimos immersos (la realidad aumentada o virtual tiene allí su prehistoria) y que ha llevado a logros indiscutibles pero también a aberraciones nunca antes vistas en la historia de la humanidad. Todo en nuestras occidentales vidas debe ser inmediato, indoloro, exacto y seamless, o sea, encajar sin fisuras ni contradicciones, que si no nos da un vaído. Habla el one: "La perfección es más ruta que meta. (...) El dilema entre camino y destino se abrevia en la réplica del poeta Juan Ramón Jiménez a los discípulos que lo consideraban perfecto: "Quiero serlo; pero no quisiera serlo". El empeño creativo en el perfeccionamiento no excluye la aceptación de la imperfección, rasgo al cabo ineludible de toda tarea humana, donde el vértice inalcanzable de la exactitud se somete a la ley económica de los rendimientos decrecientes. Para la arquitectura y el arte, la belleza imperfecta no es sólo la que se halla en una etapa intermedia del camino, sino aquella que se asume como destino estético e imperativo ético, en un tiempo devorado por la bulimia del consumo y el descarte de lo que muestre huellas de desgaste físico o de erosión simbólica.(...) Estas arquitecturas se hallan en singular sintonía con la estética japonesa del wabi-sabi, que celebra la belleza de lo imperfecto, mudable e incompleto, reconciliándose con la naturaleza a través de la sencillez y la modestia. (...) No es difícil hallar vínculos de esta actitud con la técnica también japonesa del kintsugi, que repara las piezas de cerámica subrayando las grietas con polvo de oro para exaltar con su huella indeleble la imperfección que las sitúa en el devenir temporal. Esas bellezas imperfectas son también las nuestras, seres frágiles arrojados al río del tiempo". (Luis Fernández-Galiano, La belleza imperfecta, en Arquitectura Viva 217).