"La primera labor de un arquitecto consiste en construirse
a sí mismo por dentro. Nada le puede salir bien si el equilibrio y la
resistencia de los materiales no empieza por el propio espíritu, un trabajo
inicial que Rafael Moneo (Tudela,
82 años) ha realizado como una obra maestra. A mi juicio, este personaje tiene
tres características singulares: la forma de hablar, la de moverse y la de
vestir. Moneo habla a la manera de los profesores anglosajones, con un aparente
esfuerzo dubitativo, balbuciente, como si las cosas, aunque las conoce a fondo,
se le ocurrieran en el momento de pronunciarlas. Parece como si su pensamiento
tuviera varias opciones para cada problema y él tratara de elegir la más
atinada a su voluntad de convicción. Por eso al hablar aprieta los puños y
cierra los ojos con un impulso hacia dentro y a veces se cubre el cráneo con la
mano para que las ideas no escapen. Usa mucho la palabra coraje, sin duda muy adecuada
a su personalidad, ya que él se mueve siempre entre la polémica y el
proselitismo. En ambas batallas se crece.
Moneo es un ser agónico de aeropuerto. En una semana
puede habitar en Chicago, Estocolmo, Berlín o Milán, adonde quiera que le lleve
la obra que esté construyendo simultáneamente. Dice que si uno cambia de sitio
parece que no se repite y lo hace con la misma naturalidad con que en su
estudio de Madrid se traslada de una a otra habitación y se asoma sobre la
cabeza de cualquier ayudante para inspirar o vigilar el proyecto que está
naciendo en el tablero o en la pantalla del ordenador.
Rafael Moneo presume
de haber lucido un abrigo de cachemir, que en sus tiempos de Harvard sacó de un
gancho por cinco dólares de las grandes cestas del ejército de salvación en
Nueva York donde se encuentran las prendas exquisitamente ajadas que donan los
multimillonarios. Jugar a vestirse así lo eleva a la máxima categoría estática,
aunque solo fuera para divertir a Belén, su mujer. Los años de profesor de
Harvard, aparte del premio Pritzker, el nobel de los arquitectos, le han dado
un aire de elegante despistado que se fija en todo.
Bajo la luz de esta
mañana de otoño, durante nuestro breve paseo desde su estudio de la calle Cinca
hasta su casa de la calle Miño, en la colonia del Viso, recuerda los tiempos en
Barcelona, cuando en 1970 ganó la cátedra en la Escuela de Arquitectura. Eran
como hoy, días muy convulsos con la ciudad llena de barricadas, con la policía
a caballo cargando contra los estudiantes. Pese a esta adversidad, en medio de
los estertores del franquismo, fue un tiempo feliz compartido con sus amigos
catalanes Bohigas, Correa y Rosa Regàs como en Madrid lo fue con los escritores
Martín Santos y Juan Benet, sus contertulios del Gambrinus.
Si al terminar el
bachillerato en los jesuitas de Tudela quiso estudiar filosofía para dedicarse
al pensamiento honesto, desde su primer trabajo, una fábrica de transformadores
en Zaragoza en 1963 hasta la creación del museo romano de Mérida, la reforma de
la estación de Atocha, el cubo del Kursaal, el Museo del Prado, la honestidad
la ha llevado a la arquitectura, al desafío y a la polémica. Moneo ha convertido el
hangar de la vieja estación de Atocha en una sala de estar donde no es
obligatorio ser viajero y ha despejado la plaza para que el sol entre desde el
campo a la ciudad como un pasajero más. Con el edificio de Bankinter, realizado
en colaboración con Ramón Bescós Domínguez, ha dado un ejemplo paradigmático de
cómo pudo haberse salvado el Paseo de la Castellana de Madrid ya que ha asumido
el palacio decimonónico del marqués de Mudela, sin dejar de ser una obra
moderna adaptada a su función. En la Fundación Miró, una vez más, Moneo ha
tenido que luchar contra un medio adverso, un barrio de Palma de Mallorca que
ha ido creciendo convulsivamente hasta ahogar el estudio del pintor que
levantó el arquitecto catalán
Josep Lluís Sert en Son Abrines a mitad de los años 50. La
creación de Moneo ha consistido en olvidarse del mar con un muro, convertir el
espacio Miró en una isla interior para devolverle la primitiva inocencia y
defenderla frente a la agresiva compulsión de alrededor.
Después de admirar la
proporción racionalista con que el cubo del Kursaal se inmiscuye en la
atmósfera de la ciudad de San Sebastián hay que reconocer el genio de Moneo
para dialogar siempre con el paisaje y su poder para someterlo a su
pensamiento. Moneo, maestro de arquitectos, ha hecho del eclecticismo una
filosofía y de su forma de construir una dedicación al ingenio honesto. Tiene
una huella digital muy personal por eso siempre se reconoce como un moneo cualquier obra
que realiza. Su acción nunca grita, solo se limita a ejercer su espíritu didáctico
y polémico, pero al final siempre conciliador. Conviene recordar que en medio
del pesimismo agónico español existen todavía valores muy sólidos a los que
agarrarse. Uno de ellos es Rafael Moneo". (Manuel Vicent, Rafael Moneo, un valor sólido donde agarrarse en El País de ayer).
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