miércoles, 22 de agosto de 2012

Delirious Oporto





Rem Koolhaas comparó en una ocasión al arquitecto con un surfero que va de ola en ola y de tendencia en tendencia según sopla el viento. Ahora tal y como estamos él surfea (al menos en Europa) por debajo de la ola para no salir en el radar y encima le sale bien, dos sobrios edificios suyos han sido recientemente seleccionados para el premio Stirling. Quién le ha visto y quién le ve. Cuando las cosas tiraban, el sobado efecto Guggenheim era cool y los mercados eran tan solo esos lugares entrañables en los que compraban nuestras abuelas, el camaleónico Koolhaas fue contratado para levantar un auditorio en Oporto que conmemorara la capitalidad cultural de la ciudad en 2001 (la Casa da Música, que así vino en llamarse el proyecto, se demoró no obstante unos años). Y en las dos primeras fotos y en la penúltima entrada puedes ver lo que le salió: un cuerpo extraño, fuera de contexto, de formas apabullantes y con vocación de erigirse en icono.
Pero en esta ciudad el autor de Delirious New York pinchó en hueso. La ciudad que dio nombre a Portugal y es Patrimonio de la Humanidad, no es nada fácil de epatar. Urbe de extremos, de brutales desniveles (el metro tan pronto horada su subsuelo como sale a la superficie por el puente Luis I a 50 metros de altura sobre el río Duero), llena de épicas cuestas por las que se esfuerzan desvencijados tranvías, tour de force para ingenieros y arquitectos, Oporto tenía ya mucho antes de que aterrizara la nave alienígena del holandés no pocos artefactos sorprendentes. Justo al lado del auditorio, en mitad de una rotonda, se erige un impactante monumento de dimensiones parisinas (foto 3) diseñado por el arquitecto José Marques da Silva junto al escultor Alves de Sousa y que está dedicado a los héroes de las guerras peninsulares (portugueses y sus aliados británicos) representados por un enorme león de fiera cabeza que aplasta al águila napoleónica. El monumento acongoja por su altura y su expresionista conjunto escultórico. Precisamente Marques da Silva fue el arquitecto que dejó más huella en la ciudad en la primera mitad el siglo XX, enseñó casi 30 años en la Academia de Belas Artes de la ciudad y levantó entre otros edificios la potente estación de S. Bento, que desde la calle Mouzinho da Silveira, en abrupta cuesta (foto 4), se antoja soberbio Titanic a punto de escorarse y del que sorprende su grandiosidad aún más al estar encajonada entre un laberinto de calles.

Dos siglos antes fue el toscano Nicolau Nasoni el arquitecto que sembró de apabullantes iglesias toda la ciudad. Practicante de un barroco desaforado, sus fachadas no incorporan más elementos decorativos simplemente porque ya no caben. Su gran obra fue la iglesia y torre de los Clérigos (5); la iglesia le llevó casi 50 años de trabajo y necesitó una zapata de 4 metros para salvar el desnivel de la calle sobre la que parece despegar (quiso ser enterrado en ella) y la torre aneja de 75 metros resultó tan compleja y extraña para la época que se convirtió de inmediato en emblema de la ciudad y sirvió como referente para los navegantes al ser por aquel entonces visible desde el mar. El interior de las iglesias portuenses no anda a la zaga. La que ves en la siguiente foto es la igreja de S. Clara, buen ejemplar del llamado barroco joanino (por Juan V, época en la que el país nadaba en riqueza obtenida en Brasil). En la de San Francisco se llegaron a utilizar 200 kilos de oro en su interior (toma oxímoron) y resulta tan recargada que marea. Sus poeianas catacumbas (siguiente foto) ponen la piel de gallina. Pero es que aquí hasta las librerías llaman la atención. La de Lello e Irmão, con su increíble escalera, inspiró a J.K.Rowling (que vivió en la ciudad un par de años) la ambientación para las novelas y películas de Harry Potter. Está siempre a rebosar de turistas tratando de sacar fotos de estrangis (está prohibidísimo).

Las últimas arquitecturas portuenses también plantan cara a la Casa da Musica. Barbosa y Guimarães tienen en la avenida Boavista, arteria principal de la ciudad, otra nave extraterrestre que puede competir de tú a tú con la de Koolhass (foto 8), aunque sus dimensiones sean más modestas. Y la sencillez, si es tan extrema como la de la Escuela de Oporto, también puede dejarte boquiabierto (en la siguiente foto, estación de metro de Souto de Moura), y es que los extremos se tocan. Quién sabe si la arquitectura de Siza o Souto no es una reacción a tanto exceso y artificio presente en su ciudad.

Dejamos para el final el icono por exelencia de Oporto, el puente de Luis I sobre el Duero. Si Koolhaas pretendía suplirlo no lo ha conseguido. Su arco de 172 metros (el más grande del mundo cuando se inauguró en 1886) y sus más de 3.000 toneladas de metal le dan un aspecto impresionante. Fue levantado por Téophile Seyrig, discípulo y socio de Eiffel, de hecho, se suele comparar al puente con una torre Eiffel tumbada. Y hay 4 más (dos de ellos, con impresionantes luces, batieron también récords mundiales).

Pues eso, que el meteorito del surfero Koolhaas, que sería injusto decir que no resulta soberbio y digno competidor, es tan solo el último en llegar en la lista de delirios de la ciudad vertical, la ciudad de los prodigios ingenieriles y arquitectónicos.


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