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Un Rolex de 789 millones en Hamburgo |
Herzog y de Meuron lo han vuelto a hacer. Han cogido un edificio industrial que dormía el sueño de los justos y me le han puesto una suerte de monumental peineta que lo deja con el aspecto que puedes ver en las fotos (que son reales aunque parezcan infografías).
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El "galeón de cristal" navega por el Elba |
Lo hicieron en Madrid con el Caixaforum
formolizando, que diría Nouvel, una antigua central eléctrica para mutarla en centro cultural, y han repetido la idea en Hamburgo para levantar la sede de la Filarmónica del Elba (nombre del río que discurre por la segunda ciudad de Alemania), a estrenarse en enero. Aquí el inmueble preexistente, de nombre Kaispeicher, era un almacén de granos de cacao (
así de serio y circunspecto era el pobre, un
monumento mudo, en palabras de los arquitectos), sobre el que los suizos han puesto el cristalino auditorio que parece flotar sobre el mencionado almacén al igual que el Caixafórum parece flotar sobre el suelo. Justo en la juntura de ambos volúmenes tan opuestos, sobre el techo del Kaispeicher, se sitúa la que se denomina la
Plaza (una "bisagra entre lo nuevo y lo viejo" según H&dM), espacio ya abierto al público y a la que se accede por una
ceremonial escalera mecánica que atraviesa el interior del violentado almacén. El auditorio, de 2.100 asientos, tiene una disposición similar (orquesta y escenario en el centro) a la Filarmónica de Berlín a cargo de Scharoun (también como dicho edificio recuerda a un buque varado, no en vano el arquitecto alemán era originario de la marinera Bremen), distribución que Hd&M comparan igualmente a un estadio de fútbol y al teatro Globe de Shakespeare nada menos. Además, el flamante edificio aloja 45
apartamentos de lujo y un hotel de 250 habitaciones (ya puedes
reservar , se estrenó ayer) con los que los ilusos promotores pretendían pagar la ampliación. De los 77 millones presupuestados inicialmente la cosa acabó en 789, o sea, diez veces más. No llega a las 14 más que supuso la Ópera de Sidney pero ahí le anda. El aluvión de críticas por semejante
calatravada, más aún en la muy luterana Alemania, ha sido brutal, hasta tal punto que los suizos admiten que este proyecto ha estado a punto de acabar con su carrera profesional, como recoge el
artículo que le dedica Oliver Wainwright en
The Guardian. De hecho, el tema llegó incluso al parlamento germano, que encargó un informe de 800 páginas en el que se critica, por ejemplo, el coste de las escobillas de inodoro en los servicios públicos del edificio (a 291,97 eurillos de nada la unidad). Lo que me recuerda que en esta misma ciudad hará no más de dos o tres años, una escobilla de baño devino
icono ideológico cuando, en medio de unas duras protestas anticapitalistas (la versión alemana de nuestro 15-M), la policía detuvo a un hombre que escondía una, quién sabe si por haberla afanado (al precio de las que hoy adornan las
Toiletten de la Filarmónica no me extraña) o por tratarse de un objeto potencialmente peligroso, y es que donde esté una buena escobilla que se quite una porra o un táser. En fin, igual el objetivo de dotar los baños del flamante edificio con tan lujoso instrumental era que los usuarios, generalmente reticentes a utilizarlas, se vieran tan atraídos por su diseño que acabasen dejando el inodoro niquelado. Pero dejemos tema tan escatológico (
no sería la primera vez) y prosigamos.
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Igual H&dM se han pasado aquí de frenada |
Al siempre perspicaz Wainwright, que califica al nuevo edificio como el
milagro de Hamburgo o
una catedral de nuestro tiempo, la ampliación le recuerda a una descomunal y cristalina tienda de campaña que sobresale por encima del romo
skyline hamburgués con una silueta de olas marinas,
"como un pedazo de mar que hubiera sido congelado, cincelado fuera del agua y elevado con grúa a su actual posición". A mí, ya puestos, me recuerda a
Calvin, ese popular personaje de cómic, pero es que uno no pasa de aficionado dominguero. Nos guste o no, nadie puede negar su espectacularidad y el soberbio alarde arquitectónico que supone. Y el interior no es menos reseñable. El crítico inglés destaca en el auditorio (entre otros detalles) una suerte de enorme
seta mágica invertida que pende del techo, que aparte de mejorar la acústica hace las veces de galáctica araña de techo.
Curioso es cómo han anunciado la finalización de las interminables obras (más de una década) en el nuevo icono hamburgués: iluminando la cristalina fachada estratégicamente para que apareciera la palabra
Fertig (acabado). ¿Se refiere a la Filarmónica o a la arquitectura espectáculo? No me seas iluso. Acabamos nosotros también con la cita de rigor:
"Mucho menos aún importa la cuestión de la falta de funcionalidad, el inflado a posteriori
de los costes o los graves defectos constructivos que presentan muchos de estos monumentos inmediatos
. Una proporción desmesurada de los edificios-espectáculo son museos sin colección o galerías de arte fingidas, salas de exposición extravagantes en las que el continente es la auténtica atracción.(...) El público no está realmente interesado en ver edificios que funcionen; quieren ver construcciones raras, expresivas, melodramáticas, llenas de poesía estridente, y, puestos a elegir, si es posible, que sean también violentas, catastróficas, grotescas y espeluznantes. Pero esta actitud no es exclusiva de la "era del espectáculo". Se remonta al panem et circenses
del Imperio Romano, a la afición medieval y moderna a contemplar ejecuciones en plazas, a los monstruos mal labrados y las grutas con sorpresa de los jardines manieristas a la moda, a las menageries
barrocas con sus extraños animales orientales y los carnavales venecianos del siglo XVIII, al auge de la novela popular gótica y romántica, al entusiasmo por la guerra de los futuristas italianos, y también, y de forma muy especial, al éxito seguro, en el cine, de las historias de catástrofes o invasiones. Es nuestro lado decadente, la atracción del abismo
que nos fascina en las prisiones de Piranesi. La muerte, la abyección, la destrucción y lo grotesco han sido siempre objeto de deleite, y nuestra época, en este sentido, tiene sus propias obsesiones: el fin de todas las cosas, lo inhumano y la ausencia de forma, lo inestable y lo desarticulado". (David Rivera,
El monumento que cayó del cielo. Arquitectura-espectáculo y colisiones urbanas a principios del siglo XXI, en
Teatro Marittimo n.4).
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