domingo, 27 de diciembre de 2020

Caídos del cielo

 


Este cuadro puede verse estos días en una pequeña exposición en Londres de la que se ha hecho eco Rowan Moore. Se llama The Last One y su autora es Zoe Zenghelis, quien sin duda te sonará como una de las fundadoras de OMA, el estudio del hoy todopoderoso Rem Koolhaas. Zoe colaboró en Delirious New York, en concreto en el "Apéndice: una conclusión ficticia" donde se exponían diseños imaginarios que llevaban el manhattanismo a sus últimas consecuencias. El cuadro que hoy abre la entrada es muy posterior (de 1994), y nos ha subyugado por su (posible) mensaje arquitectónico. Observa esa persona, apenas visible, que se sitúa en mitad del cuadro con brazos alzados acaso en actitud de exasperación. ¿Protesta por sentirse alienado ante las amenazadoras estructuras que le rodean? ¿Se siente absurdo en un espacio tan salvajemente desproporcionado? ¿Estamos ante una crítica del camino de desconexión con el ser humano, su escala y sus necesidades, que en cierto momento tomó la "gran arquitectura"? 

En el número 8 de Teatro Marittimo, la revista de David Rivera que funde cine y arquitectura, se entrevista a Jan Gehl, el urbanista y autor de, entre otros libros, Cities for People. En ella narra que el primer capítulo del libro que sobre su vida han escrito Annie Matan y Peter Newman (People cities: the life and legacy of Jan Gehl) se titula "Making people visible", algo que el académico danés, espoleado por su esposa (psicóloga), se ha dedicado a hacer desde los años 60 (contribuyó por ejemplo a la portentosa peatonalización de Times Square junto a Snohetta, que ayudó a hacer menos delirante el centro de Nueva York). Gehl no tiene pelos en la lengua: "En lugar de centrarse en diseñar espacios [los pensadores "modernos"] pusieron todo el énfasis en los objetos. Esto divirtió mucho a los arquitectos, porque cuanto más llamativos fueran esos objetos más éxito iban a tener, aunque parecieran caídos del cielo. Por eso llamo a este tipo de arquitecturas "caca de pájaro", porque ya fueran torres u objetos con formas graciosas, se han ido soltando desde arriba sin estudiar dónde iban a posarse. Pero lo peor es que lo que quedaba entre esos objetos ya no era espacio concebido para la vida, sino espacio residual". Gehl nombra a Erskine como uno de sus grandes referentes: "Poco antes de morir dijo en una entrevista que le hicimos que 'para ser un buen arquitecto hay que amar a las personas, porque la arquitectura es un arte aplicado que debe lidiar con los escenarios donde se desarrolla la vida humana'", pero no tiene en similar consideración a, precisamente, Koolhaas: "Nosotros nos encargamos del planeamiento urbano del ámbito en el que se edificó ese Centro [el Dansk Arkitektur Center que ha diseñado Rem Koolhaas en Copenhague]. Analizamos el lugar y fijamos dónde habría que ubicar los accesos y las conexiones entre los distintos espacios urbanos. Después se encargó el proyecto a Rem Koolhaas, quien tiró esa ordenación a la basura e hizo algo completamente distinto. Entonces vino una fantástica lucha en la que defendimos diez cambios que habrían de realizarse en la propuesta para resolver diversos problemas que ésta generaba. Conseguimos que se realizaran los diez, pero pese a ello el resultado sigue sin estar bien". 

Ahí lo dejamos. Por si quieres echar un vistazo a más cuadros de Zoe Zenghelis (te lo recomiendo), te enlazo a su página web

domingo, 20 de diciembre de 2020

Estáticos

 


Illa, el ministro filósofo, nos sorprendía hace unos días con el concepto de cabalgatas estáticas, un puro oxímoron que refleja uno de los rasgos más distintivos de la Nueva Normalidad: todo ha devenido estático, también en Navidad. Esta desaceleración brutal nos hace recordar con casi dolor el alegre dinamismo de no hace tanto; rememoramos aquello de la "modernidad líquida" de Bauman y nos da la risa floja; buscamos  horizontes lejanos en fotos para encontrar tan solo un reflejo inmóvil. Mientras, los sabios piden paciencia y nos hacen ver cómo en un mundo cada vez más fragmentado, polarizado e individualista, la colaboración global ha facilitado la creación de vacunas en tiempo récord. 

Es por ello que hoy vamos a dar una vuelta a un par de proyectos últimos de gran potencia matérica, pesados, masivos, donde se cultiva con fruición una estética de lo estático. Al final nos saldremos por la tangente para refrescarnos tras el probable agobio. Ambos proyectos están como no podría ser de otra manera en Suiza, en concreto en Zúrich. A la cultura germánica casi siempre le ha resbalado esa cultura de lo liviano e incorpóreo tan típica de otros lares y a menudo han preferido construcciones grávidas y un punto amenazantes para sus edificios (ahí están las obras de Christ & Gantenbein, Meili Peter, Max Dudler o Diener & Diener para atestiguarlo; H&dM van por libre). David Chipperfield acaba de presentar  la ampliación del Kunsthaus de Zúrich tras diez años de planificación y desarrollo. De entrada, me digo, desde esa perspectiva entre inexperta e inepta tan propia de , que para ese viaje pues no necesitamos alforjas: una caja mortalmente aburrida con un interior, eso sí, brillante. A Chipperfield, no nos engañemos, siempre le ha ido lo rectilíneo, pero últimamente solíamos ver en sus obras (incluso en las situadas en el entorno germánico) un divertido guiño transgresor (así en Berlín) que aquí parece esfumarse. En posible justificación, el arquitecto inglés alega que ha querido seguir las rigurosas formas de los edificios que componen el resto del campus (de Moser, Pfizer -perdón, Pfister, en qué estaría yo pensando- y Müller). Será también que Suiza, acaso el país más estático del orbe (será el peso del oro), impone. Las generalizaciones son absurdas e impropias de blogs serios como éste, por lo que antes que perder la credibilidad que nunca tuvimos de inmediato te vamos a proponer otro grávido edificio que se acaba de inaugurar también en Zúrich y donde vemos un intento de introducir algo de dinamismo, con éxito incierto debemos apostillar. Se trata de otra ampliación de un museo, en este caso del Nacional de Suiza, de los arquitectos locales Christ & Gantenbein. Antes de enlazarte a fotos me veo en la obligación de avisarte, si eres persona de cierta sensibilidad, de que las imagenes son de tal potencia que acaso sufras del famoso síndrome de Stendhal no tanto por la belleza de las mismas como por su brutal contundencia. Vamos a ello sin más preámbulos: aquí están. Soy consciente de que algunos de mis seguidores, incontables como las estrellas, no volverán tras semejante bofetada matérica, pero elaborar un blog nunca fue tarea fácil. Al menos no me negarás que supone un relativo cambio tras la pulsión paralelepipédica de Chipperfield. Christ & Gantenbein parecen haber creado un volumen que quisiera moverse (no sin torpeza), especialmente si vemos la planta con esas formas como papirofléxicas. Decir finalmente que en su página web los suizos señalan haber tenido dos profesores que les han marcado especialmente: uno de ellos, nuestro Josep Lluis Mateo, quien, tras revisar sus proyectos, les decía con perverso laconismo que podían estar bien o no, sembrando en ellos la duda de si aún podrían haberlo hecho mejor. Quizá también el autor del centro cultural de Castelo Branco (que parece va a echarse a andar de un momento a otro cual díscolo transformer) haya influido en esa cierta voluntad dinámica que vemos en esta obra.  

Termino con un proyecto que acabamos de descubrir y que está en las antípodas de la severidad germánica. Es de Sou Fujimoto (otra vez) y nos parece interesante contrapunto a tanta rotundidad matérica. El autor de la casa NA nos propone esta vez un hotel en el que "sus piezas se dispersan en el espacio con un orden espontáneo" (son palabras de Fernández-Galiano en el último AV dedicado al japonés). Volvemos al fragmento, acaso deberíamos llamarle píxel, que no es otra cosa que el fragmento digital. El propio logo del hotel lo forman varios cuadrados separados conformando a su vez otro cuadrado mayor y acaso recordando a esa follie pixelada que hizo en París (Many small cubes) en 2014. El hotel Shiroiya, que así se llama, en la ciudad japonesa de Maebashi, es un oxímoron total al conjugar un edificio anodino de los años 70 (la "Heritage Tower") con un patio interior como de cuento (japonés) en el que el arquitecto ha dispuesto una segunda construcción, la "Green Tower", experimental y fragmentaria, con una montaña artificial habitable sobre la que se sitúan extrañas casetas en las que no nos costaría imaginar al Bill Murray de Lost in Translation. Mejor lo ves. El hotel ya admite reservas. La foto que preside nuestra entrada es del bello atrio situado en el edificio preexistente, donde se dejan al aire las vigas originales, en ese típico afán de Fujimoto por aligerar lo sólido. 

Nos vamos ya. Te dejo con la cita de rigor hoy de Alessandro Baricco, escritor italiano, que curiosamente opina que nuestro mundo prepandémico era "una ficción de inmovilidad" y que la pandemia será la perfecta excusa para que "al fin ocurra algo": "Había demasiadas cosas sumidas en una prolongada y exasperante agonía: el sistema democrático, la sociedad de consumo, el sistema capitalista, el Antropoceno, la cultura romántica, las élites del siglo XX (....): un otoño eterno estaba volviendo melancólico un mundo incapaz de permitirse el lujo del invierno y el esplendor de la primavera. Solo una conmoción podía sacarnos de esa coyuntura.(...) Por resumirlo de forma sintética y brutal, vivimos, desde hace cincuenta años por lo menos, un duelo latente entre el viejo mundo y el nuevo: la pandemia decidirá quién gana". Sigue leyéndolo aquí


domingo, 6 de diciembre de 2020

Remezclas

 


¿Cómo llevas tú lo de la fatiga pandémica? No, no me pienso quejar: estoy sano, tengo trabajo, mi sueldo no se ha reducido y mis condiciones laborales son bastante mejores que las que imaginaba este pasado verano de incertidumbres, pero lo cierto es que cuando he leído la columna de Antonio Muñoz Molina en Babelia (Cansancio narrativo) me he sentido algo identificado: "El cerebro humano exige simetrías: comienzos y finales nítidos, formas abarcables por la mirada o el oído, historias que se abren en la promesa de un comienzo y encuentran más pronto o más tarde la resoución, la absolución del final. Es una manera de dar sentido a la confusión y a la incertidumbre del mundo, aunque sea a precio de ignorar la realidad, o tergiversarla.(...) La pesadumbre insidiosa, el sordo abatimiento que muchos de nosotros sentimos a estas alturas de la pandemia, y que se detecta como la presencia de un gas dañino en la atmósfera colectiva, tienen que ver con el desconcierto ante la falta de expectativa de un final claro y cercano"...

Hablábamos del fragmento y del estado mezcla en la pasada entrada, la misma mezcla por cierto que alababa también en El País hace poco Andrés Trapiello al referirise a Madrid, ciudad a la que dedica su último libro: "Esto es Madrid (...) ¡La mezcla! Desde el siglo XVII, desde que Felipe II llega a Madrid y en una misma calle hay tres conventos, una iglesia, siete tiendas, dos burdeles o casas de juego, y mucha gente que vive. Y todo eso en una calle de 30 metros, y se saludan, se conocen, se respetan". Una mezcla que, aunque nos agote, aleja el rupturismo, la polarización, males de nuestro tiempo, y nos conduce a la sana e inquietante duda: "Deseaba que no pensaras como él para poder discutir su verdad con la tuya", decía Pasqual Maragall de Ernest Lluch, cuando se cumplen 20 años de su asesinato a manos de ETA. Así que hoy te traigo tres edificios recién construidos que remezclan el fragmento preexistente con lo nuevo en diferentes fórmulas: uno, "museizando" el fragmento, que se muestra cual inconexo ninot indultat; otro fundiendo lo nuevo y lo antiguo en audaz abrazo, y el tercero subsumiendo el fragmento preexistente y haciéndolo invisible. Les echamos un breve vistazo y ya. 

El primero es el Museo Zhang Yan en Shanghái, del estudio Horizontal Design -nombre de resonancias modernas- donde, muy someramente explicado, el estudio chino mete el Pabellón de Barcelona en unas hermosas ruinas que mantiene intactas en romántica pose (foto de arriba). El resultado choca, modernidad y ruina nunca casaron bien, pero en foto resulta realmente bello y un punto fantasmático. 

Para el segundo caso nos vamos a Polonia, donde MVRDV ha creado en Breslavia (Wrocław) el Concordia Design. Partiendo del único edificio que se mantenía en pie en una de las islas sobre el río Óder tras el brutal asedio que sufrió la que es hoy capital de la Baja Silesia en la Segunda Guerra Mundial, el estudio holandés ha mantenido el antiguo edificio rehabilitándolo con primor y ha añadido una extensión que se distingue claramente de la antigua construcción sin suponer una ruptura. Aquí, al contrario que en el caso anterior, se consigue que lo nuevo y lo viejo conecten con fluidez en un diseño inspirado según nos cuentan sus arquitectos en el dios Jano, el de las dos caras, deidad del tiempo, las transiciones y la dualidad. 

En el tercer ejemplo que traemos, el fragmento queda sumergido en el interior de la nueva estructura, resultando invisible pero condicionando su forma. Son las Norra Tornen en Estocolmo, de OMA, dos torres mellizas (Innovationen y Hélix) que se han convertido en un nuevo icono de la capital sueca. Reiner de Graaf ha sido el encargado de la singular obra, que respeta las estructuras que dejara inacabadas el arquitecto municipal. En la dramática narrativa del lugarteniente de Koolhaas (de casta le viene al galgo), la asunción del fragmento ya existente se asemeja a un "freudiano salto adelante -un apasionado abrazo de lo inevitable para conquistar y superar nuestros miedos iniciales". La piel de las torres (hormigón mezclado con guijarros) quiere igualmente rendir homenaje al brutalismo, no en vano según Banham el término fue inventado por Hans Asplund, el hijo de Gunnar Asplund. 

En fin, podríamos dar muchos más ejemplos (acabamos de ver otra descollante muestra de mezcla, aquí salvaje, también de OMA en Perth: se ponen los slabs marca de la casa sobre/junto al fragmento histórico sin el más mínimo intento de conectar y si te he visto no me acuerdo: tremendo, juzga tú mismo), pero aquí lo vamos a dejar, no sin antes despedirnos con una cita que también rinde tributo a la mezcla libre de prejuicios: "El ensayo entendido como indagación libre y creativa, no exhaustiva ni especializada, sin un carácter rigurosamente sistemático, es la más genuina herramienta de la crítica. Todo ensayo debe intentar hilvanar razonamientos y comparaciones inéditas, hasta cierto punto heterodoxas, con elementos subjetivos. (...) El ensayo consiste en una reflexión abierta e inacabada que parte del desarrollo de la duda. Esta estructura abierta le debe permitir ir en la dirección de una concepción multidisciplinar del conocimiento humano, entendiendo la cultura y el arte como un todo, interrelacionando (...) y entrecruzando referencias a muy diversos campos de la cultura: pintura, escultura, arquitectura, literatura y poesía, música, antropología, religión y ciencia". (Josep María Montaner, Arquitectura y crítica). 


domingo, 1 de noviembre de 2020

Estado mezcla

 


Sigo con el hormigón, que me he quedado prendado de esta foto (cuánta paz). Si como veíamos el hormigón de Tadao Ando en París era acongojante e inverosímil, el que David Chipperfield nos propone aquí para la reconversión de un antiguo monasterio alemán herido de muerte durante la Segunda Guerra Mundial en sede de unos estudios resulta por el contrario acogedor e integrado. Si el muro perimetral del japonés quería separar (así lo exigía el programa) con escándalo, la intervención del inglés quiere articular en silencio. Igual la arquitectura es simplemente esto. Conectar lo que estaba inconexo, curar lo roto, ofrecer sosiego (físico y mental). Santiago de Molina nos dice que el arquitecto antes que constructor es costurero, un "juntacosas" como un escritor es un "juntapalabras", un bricoleur (según ahora Levi Strauss) que ensarta fragmentos en un collage que haría las delicias de Agustín Fernández Mallo, rey del fragmento (quizá él preferiría el término excrecencia), proceso que entiende más como un estado permanente, el "estado mezcla". Por supuesto para el autor de Teoría general de la basura el concepto de "fragmentarismo"  (que con ahínco se enseña en las facultades de Filología para explicar la literatura moderna surgida tras el horror de la Primera Guerra Mundial) es una falacia que ocultaría la nostalgia de una unidad que en realidad nunca habría existido y no sería sino una "mentira consoladora". Pues eso, que el tótum revolútum sería nuestro estado natural (no somos sino"traficantes de residuos", afirma exaltado). 

Y el hormigón, una amalgama de deshechos variopintos, representa dicho "estado mezcla" como ningún otro material. No deja de ser curioso que su introducción en la arquitectura coincidiera en el tiempo con el momento, como indicábamos, en el que los distintos géneros literarios y el arte en general abandona sus planteamientos unívocos y lineales para reflejar un mundo reventado en el que la realidad deviene caleidoscópica y los personajes reflejan un yo cuarteado en múltiples desdoblamientos. Eduardo Prieto llama al hormigón (en La vida de la materia) una "materia-filosofía" por el interés que despertó en filósofos como Deleuze y Guattari: "Para los autores de Mil mesetas, el hormigón, esencialmente fluido, adaptable y plástico, no serviría tanto para construir físicamente como para construir ideológicamente, en la medida en que sería un modelo completamente ajeno a las estructuras conceptuales más comunes y ominosas (....). A estos esquemas jerárquicos, rígidos (...), el hormigón opondría su condición de cuerpo fluido y rizomático con una armadura flexible, oculta e insubordinada". Lo que Fernández Mallo llamaría una disposición en red. 

El "estado mezcla" es la razón de ser de la red de redes. En un momento en el que la presencialidad se diluye en una virtualidad casi fantasmagórica, la foto que te traigo de la intervención de Chipperfield también subyuga por su potencia matérica. Dan ganas de agarrarse a esos firmes pasamanos antes de que internet nos succione sin remedio hacia los mundos virtuales como sucedía en aquella premonitoria cinta de los 90, El cortador de césped. La fundación March se ha liado la manta a la cabeza con arrojo sin igual y acaba de presentar su primera exposición digital, sobre Mondrian. Sus comisarios que, como nos pasa a todos, andan dando palos de ciego en esa extraña hibridación de lo real y lo virtual que nos ha tocado vivir, tratan de justificar su decidida apuesta por lo digital (lo que no deja de entrever un cierto complejo de culpa) aludiendo a explicaciones pasmosas pero realmente interesantes. Así, alegan que el precursor de las exposiciones digitales no habría sido otro que Velázquez, quien en Las Hilanderas nos presenta una imagen en primer plano que representaría en el mundo real las hilanderas en plena faena para pasar a reflejar al fondo una "reproducción virtual" de dicha experiencia en la fábula de Ariacne y Atenea, y concluyen:"Las exposiciones digitales son el lugar en el que los contenidos sin aparentes jerarquías, límites u orden de internet –cuyos contenidos no han sido curados– pueden articularse en nuevos espacios que permiten establecer comparaciones y secuencias significativas". Volvemos a lo mismo: amalgamar fragmentos sin orden ni concierto (o con otro orden y concierto). 

Y así andamos, más perdidos que cefalópodo en garaje, cierto, pero al mismo tiempo, qué experiencia tan estimulante poder vivir en primera persona esta aceleración digital sin precedentes (lástima no tener en mi caso 20 años menos). Permíteme, con todo, que insista (de forma ya cansina, lo sé) en que la presencialidad es imprescindible si no queremos acabar en una alarmante polarización ideológica: los espacios físicos actúan como antídoto frente a los extremismos al favorecer los encuentros casuales, tan raros en internet, donde filtramos con suma facilidad al que no piensa como nosotros. Termino con una cita de Teoría general de la basura: "Ahora estamos en una 3ª Naturaleza que es internet y por extensión la sociedad de la información. Pero ocurre que aún somos salvajes en esa 3ª Naturaleza, somos auténticos hippies digitales, primitivos en un Cosmos que aún se está creando, estamos aún perdidos y asistiendo a una cosmogonía, estamos en un momento en el que la indefinibilidad de las cosas es lo que abunda en la Red: no es que haya territorios separados por fronteras, sino que toda la Red es una frontera, y como ocurre en toda frontera, se dan las condiciones de espacio híbrido, no puritano, para que aparezca lo nuevo, la experiencia del constante experimento"

domingo, 18 de octubre de 2020

Azares

 


"Nunca ha existido un plan urbanístico para Londres, y de alguna forma esa es su mayor fortaleza. Por el contrario París es una ciudad exquisitamente hermosa, pero el plan Haussmann no puede modificarse, no se adapta. De hecho, el concepto de Haussmann se basaba en el control de la gente, y de alguna forma se percibe. Londres se forjó con libertad y azar. Es una ciudad diversa, irreverente, un reflejo de nosotros mismos". (Amanda Levete, The architect building the future en Financial Times). 

"En 1968 el doctor en química Spencer Silver inventó un pegamento que pegaba, pero no mucho. Éste se adhería a una superficie dada permitiendo que se fuese pegando y despegando con fiabilidad y durabilidad. Spencer Silver trabajaba para la 3M, que despreció su invento. En 1974 llegó a oídos de Arthur Fry, que decidió encolar un trozo de la parte posterior de un papelito de color amarillo (el más barato y común de cuantos corrían por su estudio): había nacido el Post-it. 

(...) Recuerdo perfectamente cuál fue el mayor impacto que tuve como estudiante de arquitectura. Ese momento en que notas que tu formación hace un “clic” y te das cuenta de que ya nada de lo que has visto o conoces va a ser igual. No había arquitectos en mi entorno, que me inculcó que las cosas han de ser sólidas para que duren y para que parezca que duren. Sólidas, fiables, cuadradas. Rocosas. En primero de carrera teníamos la asignatura de física. Lo que se ocupa de lo sólido y lo fiable y lo cuadrado y lo rocoso es la estática. De toda la vida de Dios. Pues bien, estuvimos dando estática como diez minutos y, al cabo de nada, el profesor ya nos estaba hablando de dinámica. Dinámica por un tubo. Dinámica a todos los niveles. Las tensiones internas de los materiales no los convierten precisamente en estáticos. Pero, y este fue el punto de inflexión, resulta que si las estructuras no se mueven, si no tienen tolerancias, juntas de dilatación, contrapesos, etcétera, sencillamente colapsan y se caen. Ya nunca más podría entender la física de la misma manera. Ni, con ella, la arquitectura, porque esta sacudida vino de parte de una ciencia y existe esa distinción entre las ciencias objetivas y las letras interpretables por parte de quien no se ha dado cuenta todavía de que las ciencias son de letras.

(...) Este mismo pensamiento lateral de Mr. Fry es el que ha creado todas las estructuras interesantes a lo largo de toda la historia de la arquitectura. Y tiene más que ver con la dinámica y el post-it, con los errores aprovechados, con las debilidades convertidas en virtudes, que con esta sensación de solidez que nos han inculcado de pequeños. Así es como trabaja la arquitectura". (Jaume Prat, La dinámica y el Post-it, en el Blog de Fundación Arquia). 

"Un buen amigo de Gaudí, el comerciante y coleccionista Lluis Plandiura Pou, le solicitó remedio para un vitral que quería hacer con una antigua colección de piezas circulares de vidrio, gruesas hacia el interior y finas al exterior, llamadas "sibas".

Tras los esfuerzos del propietario que no acertaba a colocarlas con sentido, Gaudí las recogió en un capazo, lo inclinó suave y repentinamente sobre el suelo y dejó que todas ocuparan el lugar según el impulso de su propio peso. Después solo hubo que llamar al vidriero para que las emplomase.

(...) Nadie sabe ya del proceso que dio forma a esa vidriera nacida cerca del mercado barcelonés del Borne. La arquitectura apenas logra atesorar el relato del proceso que la engendró. Por mucho que Gaudí, tras ese golpe de fortuna, sintiese la misma satisfacción que tiene el jugador, ni victorioso, ni arruinado, a la salida de un casino. Esa es la excepción que confirma la regla: la arquitectura no es cosa de suerte. Ni siquiera en la disposición del ornamento se puede hacer otra cosa que disponer los fragmentos con un orden, aunque sea solo el gravitatorio". (Santiago de Molina, Hambre de arquitectura). 

domingo, 11 de octubre de 2020

Perímetros

 


La modernidad y el clasicismo entablan brutal batalla en este proyecto de Tadao Ando, un museo a mayor gloria de François Pinault alojado en la antigua bolsa de París que verá la luz en enero. Sigo con arquitectos japoneses, qué cansino, pensarás con razón, pero al menos abandono la retícula por formas más curvas, que no es poco. Y es que Ando ha desventrado sin miramientos el decimonónico edificio para alojar en él un desbocado cilindro extraterrestre de cemento armado donde se instalará una sala de exposiciones. No voy a entrar en un debate de opinión, porque para gustos los colores (a mí personalmente, ya lo sabes, me pierde el hormigonaco), sólo apuntar que me llama la atención la presunta ironía que supone rehabilitar con primor el edificio en todo su esplendor Beaux Arts para luego asaetearlo de tamaña manera, algo así como obligar a un condenado a verstirse de gala para luego ajusticiarlo mediante garrote vil. El resultado de tan singular hibridación, sabes también que soy positivo (quiero decir con esto que tiendo a un sano optimismo, este virus de las narices nos va a cambiar hasta el lenguaje), acaso pretenda una reconciliación entre estilos tan contrapuestos, aunque más bien consigue poner en evidencia lo contrario. 

Sea como fuera es indudable que los espacios generados por tal yuxtaposición provocarán momentos de gran tensión fenomenológica. Ya solo viendo las fotos me apetece recorrer esa angosta galería que se crea entre el muro mudo de Ando y la pared pompier del edificio original. ¿Y qué me dices del espacio dentro del cilindro de 30 metros de diámetro? Frente al agobio del confinamiento perimetral, la luz entrando a raudales por la descomunal cúpula transparente. El inmenso círculo de Ando me ha traido también a la memoria (esto debe ser el apropiacionismo que dice Mallo: la mezcolanza posmoderna e ignorante) el espacio heterotérmico de las viviendas más primitivas, en las que el fuego central crea un círculo térmico y luminoso, cuyo límite marcará el emplazamiento del perímetro de la casa (estoy leyendo Historia medioambiental de la arquitectura de Eduardo Prieto).  El fuego como creador de la arquitectura y la sociedad (el "hecho social total" en palabras de Marcel Mauss, ya decía Levi-Strauss que la cultura no es otra cosa que el paso de lo crudo a lo cocido) que enlaza con el mito de Prometeo. Te regalo una espléndida cita del libro del arquitecto y filósofo: "la arquitectura, producto más o menos directo de la llama primigenia, a la que protege y procura un entorno simbólico, consiste así en un microclima técnico, social y geométrico: es una realidad compleja". En la rehabilitación de Ando no hay fuego que valga, pero rápidamente buscamos metáfora: el perímetro atávico del arquitecto que fue boxeador desea proteger la llama de la cultura, que necesita cierta privacidad para ser captada en su totalidad. 

El contraste doloroso que provocará en vivo y en directo este oxímoron arquitectónico acaso tenga igualmente una lectura casi psicoanalítica y me ha recordado a esa azotea parisina diseñada por Le Corbusier en la que no se le ocurrió otra cosa que colocar, en medio de una pared totalmente moderna una absurda chimenea pompier que, aparte de ser falsa, dialogaba a palos con el resto de la intervención del arquitecto francosuizo, una azotea que acabo de descubrir con pasmo en una imprescindible conferencia que dio Fernández-Galiano sobre Le Corbusier en la Fundación March. Es un aviso de la evolución estilísitica que le llevaría a abandonar el ángulo recto para dibujar las sinuosas curvas de Ronchamp. En esa misma conferencia don Luis mostraba una foto que él mismo había hecho en La Tourette donde puede observarse un banco de rectilínea modernidad junto a una roca artificial totalmente irregular que, en palabras del crítico y catedrático, "habla de lo que no podemos controlar porque está más allá de nosotros", ejemplo de una evolución del arquitecto de Chandigarh que transita de las certezas a las emociones. Corbu, como acaso Ando, son conscientes en su edad ya crepuscular de que la cuadrícula no puede explicar el mundo, que la realidad no cabe en una retícula por muy perfecta que sea. La perfección geométrica, la "alegría del orden matemático que constituye una de las aspiraciones más lícitas del espíritu moderno" como culmina su artículo Arquitectura de época maquinista (de 1926), al cabo nos confina y nos impide abrazar lo inesperado mientras buscamos una exactitud que quizá no sea otra cosa que vanidad e intransigencia.  


domingo, 4 de octubre de 2020

Hiperconexión

 

Sou Fujimoto de nuevo

"Una obra que no puede ser entendida  bajo la organización temporal de la literatura, no existe para la literatura. Una obra que no puede ser desmenuzada en parámetros temporales, tampoco existe. Ese proceder, muy útil a la hora de estudiar los productos insertados en la Historia, tiende a ver mermada su potencia -en ocasiones incluso fracasa- cuando intentamos aplicarlo tanto a obras que están en internet como a la naturaleza de la propia Red digital. Porque lo que caracteriza a internet no es el tiempo, sino el espacio. El modelo temporal de "fuera de la red" acostumbra a estar fundamentado en las relaciones entre objetos unidas por un tiempo cronológico o vectorial, es ese tiempo el que "pega" un objeto a otro en una cadena lógica que conforma la causalidad y por lo tanto la historia; pero en internet los objetos se relacionan o son "pegados" los unos a los otros por otra clase de adhesivo: las relaciones que ofrecen los enlaces en un espacio topológico. No son sólo los enlaces o links que acostumbramos a utilizar en internet para navegar de un lugar a otro -que, obviamente, también- sino las propias asociaciones espacial-conceptuales que se generan entre las partes de una misma obra, y que en tiempo real vemos en pantalla. Esa diferencia, temporal/espacial, es la que hay entre "contar una historia" -técnica más propia del mundo fuera de internet- y "construir una historia" -técnica que se da con toda su potencia en internet. (...)

Todo esto se relaciona con cierta literatura -incluido el género ensayístico- que opera importando materiales ajenos para mezclarlos con los propios, deformar productos originales o de segunda generación, sacarlos de quicio, desviarlos y enchufarlos a otras corrientes, que no son casi nunca temporales sino espaciales en el sentido en el que estamos usando la palabra espacio. En general, a esa técnica la llamamos apropiacionismo. Vistas a posteriori, esas literaturas no cuentan una historia (en el tiempo) sino que fundamentalmente construyen una historia en relaciones espaciales. El horizonte utópico de la modernidad trabajó sobre todo en el acoplamiento del humano con la máquina -el sueño del cyborg es principalmente un mito moderno, y antes Newton hablaba del Mundo como una Máquina [v. Corbu], solo que acoplada a Dios en vez de al humano. Pues bien, toda máquina, principalmente "cuenta una historia", genera una historia, en tanto que sus procesos básicos se relacionan con el tiempo o con la eficacia energética de sus piezas en virtud de su desarrollo temporal. Hoy, fruto de la utópica hiperconexión entre individuos, así como de otras utopías pop fraguadas en la posmodernidad, el horizonte utópico es otro, la Red: el ser humano desea estar fundido en una Red Global, y las redes, al contrario que los cyborgs, no hablan de tiempo sino de topologías y de espacios. (...)

Y uno de los lugares donde conviven hoy al mismo tiempo y conectados todos los objetos, ideas o entes, ya sean originales, copias o errores, antiguos o contemporáneos, es internet, un espacio físico y simbólico en el que el tiempo parece realmente la suma de todos los tiempos, todas las capas de tiempo, infiltradas unas en las otras. (...) Internet es una arqueología contemporánea, un gran Contenedor de Tiempo en el que, paradójicamente, se ha borrado el tiempo". (Agustín Fernández Mallo, Teoría general de la basura (cultura, apropiación, complejidad)).

viernes, 25 de septiembre de 2020

Tablas blancas

 

La casa ideal para estos días recios
                          

Vuelve lo blanco. Las últimas portadas de Arquitectura Viva y AV dedicadas a Aires Mateus, Sou Fujimoto y Roldán+Berengué así lo atestiguan, por no hablar de la impactante portada del más reciente Icon, en el que Norman Foster aparecía radiante, enfundado todo de blanco nuclear, como listo para su Primera Comunión. ¿Es casualidad o un reflejo voluntario o inconsciente de estos días recios de rigor profiláctico? Ahí lo dejo y hasta cierro párrafo y todo. 

Sou Fujimoto (que ya llamó nuestra atención años atrás con una peculiar parada de autobús), está presente como señalábamos en el último AV. Su casa NA en Tokio abre nuestra entrada: como ves, una caja blanca vaciada. Fujimoto ha llevado al extremo aquello del thinking outside the box, imprescindible ante la demencial complejidad que nos rodea, y ha dejado la caja monda y lironda. Ahora que todos, febriles (es una metáfora, ojo) e insomnes, levantamos tablas que nos permitan organizar el tiempo y el espacio (todos somos arquitectos estos días), la casa NA se me antoja como un monumento a una de esas tablas, una caja desencajada que esconde bajo una aparente (risible incluso) sencillez un complejo trabajo de investigación cuyo objetivo es plantearse qué convierte una estructura en hogar. Como ves no hay separaciones en forma de tabiques, sino que se busca una cierta privacidad poniendo a distintas alturas los espacios, lo que ayudaría a que percibieras a tu conviviente de forma semipresencial. Te enlazo a más fotos a ver si pillas el concepto. ¿Es la casa NA realmente habitable? En Japón, quizá sí. Ya lo dice Fernández-Galiano en su introducción a la monografía dedicada al japonés: "Fujimoto es difícil de imaginar fuera del clima social, el entorno técnico y el paisaje artístico del país: un ambiente luminoso, exacto y sosegado donde la sintonía con el medio natural es inseparable de la cortesía ciudadana y el bajo perfil de la individualidad afirmativa". Esos fuertes lazos comunitarios, que llevan a la sociedad japonesa a vivir en sorprendente comunión, pueden explicar factores que tanto nos llaman la atención estos días. Thomas Daniell, en la misma revista, comenta sobre la escasa casa: "Se trata de un proyecto que solo es posible en un contexto de seguridad, civismo, discreción y respeto colectivos: en las ciudades del Japón contemporáneo, la intimidad tiende a ser solo conceptual. En contextos de densidad extrema, la invisibilidad o el anonimato implican una decisión clave: actuar como si se estuviera ciego y sordo frente al comportamiento de los demás, y esperar que los demás hagan lo mismo con uno".  Lo que me he podido reír este verano de (con) mi contraria, que leía un curioso libro de nombre Soy un gato (lo protagoniza, de hecho, un felino sin nombre que habría acaso hecho buenas migas con la gata Niebla del Pabellón barcelonés de Mies) a cargo de Natsume Soseki, autor japonés para más señas. El gato, todo un filósofo, es el narrador onnisciente del libro e introduce agudas reflexiones sobre la cultura japonesa contraponiéndola a la europea; observaciones que aquí nos vienen al pelo: "Pues bien, esa profunda insatisfacción que sientes reside en la creencia implícita, muy europea, de que existe un continuo progreso hacia un ideal imaginario. Nunca nadie, ni Alejandro Magno, ni Napoleón siquiera, consiguieron sentirse satisfechos de sus conquistas. (...) El positivismo propio de la civilización occidental ha producido, sin duda, muchos y notables progresos, pero al final no ha producido sino una sociedad profundamente insatisfecha, conformada por gente profundamente infeliz. La civilización tradicional japonesa, en cambio, no buscaba el cambio en los otros, no buscaba el cambio fuera, sino en uno mismo. La diferencia principal entre ambas civilizaciones es que la japonesa asumió desde muy al principio que el ambiente exterior no se podía cambiar significativamente, por mucho que uno se empeñara. (...) Solíamos mantener esa actitud para estar en consonancia con la naturaleza y ser un reflejo de ella. Si, por ejemplo, una montaña bloqueaba el paso natural hacia un país vecino que queríamos visitar, no nos empeñábamos en hacer un túnel e ir contra el orden natural de las cosas, sino que nos limitábamos a no visitar a nuestros vecinos". 

Permíteme que insista con la casa NA. ¿Y qué me dices de ese 2 CV azul celeste que se guarece (es un decir) en el garaje? Siempre pensé (conocía la casa) que se trataba de una ocurrencia de Iwan Baan, acaso el fotógrafo arquitectónico más famoso del orbe, y autor de la mayoría de las fotos que conocemos de la hiperventilada vivienda, pero para mi pasmo veo en la detallada maqueta de la casa, (su foto está en la revista), que aparece también el mismo modelo de automóvil en el garaje. ¿Quiere la NA ser el 2CV de las casas (un auto revolucionario planteado como un vehículo básico despojado de elementos superfluos)? ¿Y si el coche en cuestión fuese un guiño arquitectónico a Le Corbusier (su voiture maximum tan parecido al Citroën, sin olvidar la afición del arquitecto por la marca francesa)? Oye, ¿y si la casa NA fuera en realidad la casa moderna llevada al extremo? En Arquitectura de época maquinista, de 1926, el arquitecto francosuizo comenta: "Con los postes de cemento, empleados actualmente, tengo derecho a decir que el muro ha sido suprimido.(...) extremando las cosas hasta el absurdo, podría, sin dificultad y sin peligro, hacer muros de papel", pues bien, igual Fujimoto ha querido ir aún más allá y directamente eliminar los muros, acabando lo que Le Corbusier iniciara al reventar las fachadas con sus amplias ventanas horizontales. 

¿Vuelve la modernidad con su blancura higiénica y sus líneas ortogonales fáciles de desinfectar? ¿Nos salvará la retícula (el trazado regulador en palabras de Corbu)? Como escarpias te lo digo se me ponen los pelos cuando veo esas soberbias rehabilitaciones de edificios decimonónicos (las últimas, de Herzog y de Meuron en Basilea o Lamela en el complejo Canalejas de Madrid), llenas de vericuetos víricos. Fíjate lo que Beatriz Colomina decía ya en 2013: “[La arquitectura moderna] No se puede entender sin la tuberculosis. La hemos estudiado desde todos los puntos de vista: el industrial, el estético… Y nos hemos olvidado de lo más obvio: la vida real. Lo que los arquitectos modernos ofrecían era casi como una receta de salud igual a la que proponían los manuales médicos para tratar la tuberculosis: el aire libre, las terrazas, el sol, la blancura, la higiene… La tuberculosis dominó la primera mitad del siglo XX. Es normal que no solo estuviera en la literatura, sino también en la arquitectura. No hablo de la arquitectura sanitaria. Es la arquitectura moderna la que internaliza este trauma inmenso que era la tuberculosis y trata de ayudar. Se vuelve curativa”.

En fin. Nos tememos, con todo, que la modernidad cartesiana poco puede por sí sola. Vuelvo al gato de Soseki: somos nosotros los que debemos cambiar. Acabo como empecé, con Foster y Arquitectura Viva: en el último número de la revista se publica un ensayo suyo (El mundo tras la pandemia), donde señala que a pesar de que ahora se criminaliza a las ciudades (las bombas víricas), hay urbes como Tokio que están gestionando la pandemia mucho mejor que áreas más despobladas. Y concluye: "La esperanza es que el 'yo, yo, yo' deje paso al 'nosotros', 'nosotros', 'nosotros'". 




                                      



lunes, 31 de agosto de 2020

Nuevos caminos

 


"Un proyecto nace de una voluntad, de un lugar, de un deseo, de una memoria, de una imagen, de una ambición. Nace para comenzar un camino. Un camino que a veces es recto y a veces tortuoso. Nace creando su propio camino, su propia evidencia.  

El proyecto nace de lo que ya aprendimos, pero también de lo que no conocemos, de aquello que deseamos. (...) El proyecto es un camino de comprensión, de descubrimiento. 

Un proyecto crea su campo de posibilidades. Lo hace caminando, acompañándonos, exponiéndonos y validando nuestras decisiones. Nuestro trabajo consiste en hacer posible que cada condición única crezca en libertad.

Sin embargo, esta circunstancia irrepetible se crea a partir de aquello que nos resulta cercano, de lo que nos es familiar y conocemos bien. De cosas inmersas desde siempre en la vida, en lo cotidiano.

Puertas, ventanas, techo, suelo, son las letras con las que escribimos. Elementos que deben ser nuestros, porque no se escribe poesía en una lengua extranjera, sólo en la materna. El proyecto combina la memoria y el descubrimiento, o el descubrimiento de la memoria. Un camino que que va integrando todos los factores de la vida, reales, físicos o culturales, eligiendo en el proceso aquellos que dan a luz una respuesta que el propio proyecto legitima.

Se proyecta por el asombro del descubrimiento, único e irrepetible. Es un trabajo que obliga a comenzar siempre desde cero. Un trabajo disponible, atento, libre, cargado de conocimientos disciplinares pero próximo a la vida". (Manuel Aires Mateus, Lo demás es silencio, en AV 225) 

"Creo que la arquitectura tiene que generar una cierta influencia en la forma en que vivimos. Y en este momento estamos demasiado acostumbrados a una forma de vida estandarizada. No es negativo, pero quiero hacer hincapié en ello porque nos hemos acostumbrado en exceso a espacios que son genéricos, no vemos la posibilidad de usar los espacios como algo que podría proporcionarnos cierta poesía necesaria en nuestras vidas. Así, vemos y experimentamos estos espacios en los edificios históricos. No fueron dictados por normas estandarizadas sino por la relación de las personas y el espacio como algo que pudiera generar una influencia en nosotros. Por ejemplo, para la gente que vive en la zona histórica de Lisboa, los espacios no fueron diseñados con la intención con la que se usan hoy en día. Pero, a pesar de ello, han sido capaces de resisitir en el tiempo y tener la capacidad de adaptarse en nuestra sociedad y mantener su sentido poético. El lenguaje de la arquitectura es en realidad el espacio que interactúa contigo. Es una relación del cuerpo con el entorno, en todas las escalas posibles". (Manuel Aires Mateus, Architecture as an Art of Permanence, en A+U 574)

viernes, 21 de agosto de 2020

En la vida real

 

Sí, esto es real

Terminé la primera parte de Teoría general de la basura de Agustín Fernández Mallo y he tomado la decisión de hacer un alto en su lectura. Estoy exhausto. De hecho a veces me pregunto si la fórmula de Mallo es la forma correcta de encarar la complejidad. Su libro, repito, es un impresionante tour de force donde se hace un magnífico ejercicio de centrifugado intelectual en el que queda claro el potencial de su cráneo privilegiado, como el de Max Estrella, para deformar la realidad hasta el esperpento a ver qué pasa. Nada que objetar a su argumentación, pero es en su puesta en práctica donde puede que el tiro le acabe saliendo por la culata a nuestro físico y pospoeta: el disparate -por más que pueda ser un saludable ejercicio mental- es fácil que acabe produciendo rechazo. Si se trataba de ganar adeptos que acepten la complejidad como forma de entender la realidad, igual esta no es la forma de hacerlo. Existe otra manera consistente en simplificar lo complejo, ojo, sin renunciar a defenderlo. Personalmente me admira ver a otros cráneos privilegiados (no daremos nombres porque alguno pensará que me dan comisión de tanto que aparecen en este tu blog) haciendo un esfuerzo acaso similar al de Mallo, solo que en dirección contraria, para explicar a las mentes medias (que somos la mayoría) ideas complejas de una manera menos alambicada y seguramente más efectiva. Nunca tendrán, eso sí, el glamour del intelectual irreductible, no serán pensadores estrella. Sé lo que estás pensando, querido lecteur: que soy un pequeñoburgués crepuscular y reaccionario. Puede. En fin, como regalo a tu paciencia para conmigo, te dejo con una bella cita pospoética del libro: "Vivir, y sus productos, es instalarse en la sucesión de instantes en los cuales se ponen en intersección vida y muerte, dando lugar al impuro residuo que llamamos existir: realimentación que da lugar a una forma individual -el yo- o colectiva -las sociedades y sus mitos y aspiraciones-. En el apogeo del verano, en cada uno de sus instantes, sentimos que, en efecto, está ya contenido todo el fin del verano, todo su posverano, todo su septiembre y toda su muerte, sin la cual agosto nada sería; no hay competencia entre vida y muerte, y si la hay se ve disuelta en un mutuo apoyo". 

Lo que ves en la foto que abre hoy la entrada te parecerá un disparatado fotomontaje, pero no, es real como la vida misma. Se trata de un tiburón plástico de 8 metros estrellado contra el tejado de un anodino adosado de Oxford. Lo aburrido del entorno fue precisamente lo que llevó a su dueño, el periodista de origen americano Bill Heine, a preguntar a un escultor amigo (John Buckley) si podía hacer algo para dar más mordiente al barrio. Y lo consiguió. De inmediato las autoridades locales, horrorizadas, se enzarzaron en una batalla legal para desmantelar la escultura que, según sus promotores, pretendía ser un alegato contra la guerra (corría el año 1986 y los ingleses estaban colaborando junto a los Estados Unidos en el bombardeo de Libia). Seis años duró la batalla legal que se zanjó con el inaudito informe de un burócrata revolucionario (valga el oxímoron) que dio respaldo institucional a la follie. En dicho informe, casi una nueva Carta Magna, se incluían perlas como esta: "En este caso no se discute el hecho de que el tiburón no esté en armonía con su entorno, pero lo cierto es que no tenía intención de estarlo" o esta: "El ayuntamiento está con razón preocupado por la creación de un precedente. La primera preocupación es simple: la proliferación de tiburones (y a saber que otras cosas) impactando contra los tejados de la ciudad. Este temor es exagerado. En los cinco años transcurridos desde que el tiburón fue erigido, no se han dado otros ejemplos". Puro Monty Python. Y la mejor: "Cualquier sistema de control debe dejar un pequeño espacio para lo dinámico, lo inesperado, lo directamente extravagante". Y, como ves, ahí sigue el escualo de fibra de vidrio, incrustado en el adosado, más de 30 años después. Más aún, nuestro tiburón ha devenido influencer: ha inspirado la próxima intervención del Antepavilion, una suerte de concurso anti-Serpentine que, desde 2017, tiene como objetivo principal "liberar el arte y la arquitectura del control institucional" promoviendo así "el pensamiento independiente y la creatividad simbiótica" en palabras de Russel Gray, responsable del evento. En este caso serán no uno sino cinco los tiburones de pega creados con gran realismo por un arquitecto, Jaimie Shorten que, agárrate, echarán burbujas por la boca, cantarán (¿esto quizás?) e incluso darán conferencias sobre arquitectura (posmoderna, imagino) en un canal (de agua) cercano a Londres; así como lo oyes lo cuenta Oliver Wainwright. Si no te basta tienes más información y fotos delirantes aquí. Shorten, quien quizá también cansado de hacer grises adosados haya decidido despendolarse de tan desorbitada guisa, se explica: "La creencia según la cual las cosas nuevas deben estar "a tono" es ilógica. Si las cosas encajan entre sí, entonces todo va a ser siempre igual" (qué buenas migas haría con Mallo) y deja caer sin entrar en detalle que los tiburones, "esas criaturas amorales", parecen muy apropiadas para nuestro tiempo. Interesante. ¿Es el tiburón un icono tardoposmoderno? Vamos a darle una breve vuelta a la idea, que todo no va a ser copypaste. En primer lugar habría que plantearse por qué en concreto el mundo anglosajón es tan proclive a dicho animal. Lo hemos visto en la famosa Tiburón de Spielberg y sus secuelas y múltiples imitaciones, llegando al paroxismo en la tremenda serie Sharknado (amalgama de "tiburón" y "tornado"), en la que aparecen escualos voladores acaso inspirados en el tiburón de Oxford, no te pierdas el tráiler (o sí). "Tiburones" se les denomina también a esos y esas cracks de las finanzas (ver Billions), actividad tan cara en la pérfida Albión y sus excolonias, hogar y escuela de tales escualos: el tiburón sería así una metáfora de la insaciable voracidad financiera, marca de éxito en la moral calvinista (quién sabe si el tiburón en formol de Hirst no pretendía representarlo). Una voracidad que además puede ser entendida de otras maneras (esa búsqueda insomne de carne, esas fauces de potencia desmedida, esos colmillos penetrantes...). A su vez, en estos tiempos acelerados e individualistas, el tiburón es de nuevo perfecta metáfora de eficiencia rauda y despiadada. Finalmente, el mismo Mallo, a menudo tendente al melodrama, menciona en su libro que la identidad occidental siempre fue apocalíptica ("no ha habido época en la que la civilización occidental no haya ficcionado su propio Apocalipsis") haciéndolo siempre a través de la figura del otro, "el extranjero que cuando no toma la forma de humano de carne y hueso lo hace transfigurado en accidentes naturales o, en su delirio máximo, en criaturas extraterrestres" (o en monstruoso animalario), recordando en esa "pulsión de catástrofe" a Paul Virilio, quien ya hablaba del "accidente integral" debido a la aceleración desproporcionada de nuestras vidas: el tiburón como epítome del excitante caos posmoderno. 

Pero un momento, ¿son los tiburones el tema que nos ocupa? Y es que nos quedamos en la anécdota y se nos olvida lo principal, especialmente cuando la anécdota está tan salida de madre -si me permites la castiza expresión- que la conexión con la vida real se pierde. El tiburón de Oxford que abre nuestra entrada pretendía ser un alegato antibelicista, pero ha quedado en mero chascarrillo chusco, un disparatado canto a la libertad como mucho. Los tiburones cantores del Antepavilion pretenden defender un arte y arquitectura libertarias, pero me temo quedarán igualmente en tronchante ocurrencia. Del mismo modo, las correspondencias de Mallo -algunas tan descabelladas como nuestros escualos plásticos- pueden acabar provocando el rechazo hacia la necesidad cierta de comprender nuestra poliédrica realidad de otra manera. Fallan por lo inadecuado del envoltorio que recubre el mensaje (tan espectacular que oculta su verdadero sentido, convirtiéndose en mensaje en sí mismo), no por su contenido.  

Y sin embargo, no deja de ser cierto que a veces necesitamos de un shock para salir del letargo en el que se encuentran nuestras vidas, a menudo dirigidas en modo piloto automático. Y es precisamente a través del arte, en sus múltiples manifestaciones, donde tal catarsis puede conseguirse de manera más efectiva. Todos (bueno, casi todos) somos conscientes, de una manera teórica, de la necesidad del otro, ahora lo hemos experimentado de manera ciertamente traumática. Pero, en aquellos felices tiempos pre-covid, seguro que unos cuantos, hasta que no entraron en la instalación Tu sombra incierta de Olafur Eliasson, en la que una niebla densa (que encima cambia de color) te envuelve haciendo que pierdas de inmediato contacto visual con la persona que está a tu lado sintiéndote totalmente perdido en mitad de la nada, no fueron conscientes de su extrema vulnerabilidad y la necesidad que tenían de ayuda para encontrar la salida a tan intrincado laberinto, metáfora de la vida. Eliasson, un optimista (ingenuo por tanto para muchos) convencido de la capacidad del arte para hacernos cambiar, llama a dicha experiencia "we-ness", "nosotredad": "la sensación de estar juntos sin estar vinculados a credo alguno ni a un propósito específico" como explica Mark Godfrey, comisario de la exposición En la vida real, una antología de las obras más conocidas del artista islandés que ahora podemos ver en el Guggenheim bilbaíno tras haber pasado por el Tate Modern. Otro día debatimos si algunas de sus intervenciones están más cerca del parque de atracciones que del verdadero arte (es lo que cree Hal Foster), pero deja que te diga que entre eso y las calaveras de Hirst tengo claro lo que prefiero. Es en cómo conseguir esa conexión entre obra y mensaje, cómo lograr que la obra no sea un simple objeto alienado que recordaremos -si es que lo recordamos- tan solo por una espectacularidad vacía sino que afecte a nuestra realidad y nos cambie de alguna manera, donde posiblemente radique hoy el sentido del artista, del pensador y (acaso más que ningún otro) del arquitecto. 

domingo, 9 de agosto de 2020

Redes

 

Acabábamos la entrada anterior con el “realismo-real” de Santiago de Molina, y en la penúltima, citábamos a Daniel Innerarity y la necesidad de la “complejidad de una modernidad reflexiva”. Hoy unimos felizmente ambos términos y te traemos el concepto de “Realismo Complejo” de Agustín Fernández Mallo en el libro que hemos empezado a leer, de estridente nombre Teoría general de la basura (cultura, apropiación, complejidad). Conocíamos el Realismo Mágico (algo hay también de él en este libro), no el Complejo, y aunque intuíamos que la realidad moderna de fácil no tenía un pelo, nos ha llamado la atención el enfoque así que vamos a darle una vuelta a esta y alguna otra idea presente en el singular ensayo.

Aún no he acabado ni el primer capítulo pero ya te puedo decir que el libro es original, deslumbrante y, por supuesto, complejo. Su autor, licenciado en Físicas, novelista, poeta y teórico de variopintos temas, se mete en jardines de frondosidad considerable ayudado por una apabullante cultura que bebe de las disciplinas más variadas y una inaudita habilidad para conectar lo aparentemente inconexo, jardines de los que el lector medio sale con dificultad, aunque es obvio su paciente empeño por guiarte a través del proceloso periplo intelectual que nos propone en el que como digo mezcla sin el más mínimo empacho churras, merinas y todo lo que se le pone por delante sin diferenciar la, llamemos, alta cultura de lo más rabiosamente pop. Aunque habla de la posmodernidad como una “cosmovisión” ya superada, yo diría que Mallo parte de ella para llevarla a un paroxismo casi surreal en esa hibridación desmedida que recuerda al Complejidad y Contradicción de Venturi y Brown o al Espacio Basura de Koolhaas, por mencionar a otros ilustres guerrilleros de las ideas que batallaron en el campo arquitectónico. Nosotros, que en necio empecinamiento criticábamos no hace mucho la posmodernidad por poco seria hasta que nos dimos cuenta de que, inadvertidamente, elaborábamos un blog descaradamente posmoderno en el que la mezcla impura también campaba (y campa) por sus fueros, caída del caballo (que no del cabello, que también) comparable al momento en que Luke Skywalker es consciente de que su padre es Darth Vader (el terrible “I am your father”), o, si me permites más símiles, a aquel en el que Harry Potter se da cuenta de que es un horrocrux, que lleva en su interior una porción de su mayor enemigo, Voldemort (¿ves lo que te digo?), diremos que nos sentimos cómodos en este mestizaje cultural que nuestro físico y poeta nos propone. En ese reciclaje salvaje que se nos presenta casi como cruzada, el residuo, lo desechado (la basura, vaya), cobra singular protagonismo, como valioso objeto casi arqueológico que oculta jugosos relatos, pero dejemos que el autor se explique: “Preguntarse hoy qué es lo real equivale a dar un paso adelante respecto a aquellas cosmovisiones del siglo XX a fin de intentar construir una imagen que se adapte a la complejidad en la que se ha instalado lo contemporáneo. (...) Y es que cada día asistimos al discurso de la fragmentación y atomización de la realidad contemporánea, pero, por otra parte, y en un discurso contrapuesto, se nos dice que la globalización y la absoluta conectividad se ha apoderado de nuestras vidas de tal modo que todo tiene apariencia de un amontonamiento de residuos. La contradicción de tales discursos resulta evidente: ¿cómo es posible que algo fragmentado pueda estar al mismo tiempo hiperconectado? La solución a la falacia pasa por cambiar el punto de vista: la realidad ni ha estado, ni está ni estará nunca, fragmentada sino organizada en red: la fragmentación tan sólo es una apariencia fruto de no haber cambiado la óptica de nuestro instrumento de visión. Lo que eran desdeñables residuos materiales o simbólicos que sin orden ni taxonomía se amontonaban ante nuestros ojos, pasan, bajo esta nueva óptica y con tal de enfocar un poco mejor, a ser considerados como residuos complejos, coherentemente conectados en múltiples redes, no fragmentados y por tanto culturalmente aprovechables de otro modo.(...) De esas redes trata la complejidad. Es a las derivaciones más orgánicas de esa configuración a lo que llamamos realidad compleja, y a su correspondiente modo de narrarla, Realismo Complejo”.

Su propuesta podría quizá asemejarse a ese pasatiempo infantil que consiste en unir puntos numerados en una misteriosa red para, tras conectarlos siguiendo el orden numérico, hallar la figura que se encontraba oculta tras esa maraña de nodos inconexos. Mallo sugiere no seguir el orden establecido por los números, sino unir los puntos siguiendo nuestra intuición liberada de prejuicios y conocimientos, digamos, estandarizados, y esperar a ver qué forma, concepto o relato surge de las "correspondencias” que hayamos establecido. Dos ejemplos extremos te quiero contar de este afán que promulga Mallo de realizar “descubrimientos” de esta manera. En el primero el autor pretende explicar el verídico suceso que aconteció a Nietzsche en Turín el 3 de enero de 1889 cuando, tras salir de su casa para pasear hacia el centro de la ciudad, observa cerca de una de las puertas del palacio Carignano una escena que cambiará su vida para siempre: un cochero está maltratando un caballo porque el animal, exhausto, no quiere continuar la marcha. Nietzsche se lanza a ayudar al pobre cuadrúpedo, rodea su cuello con los brazos y entre sollozos pronuncia “una de las más crípticas frases de la historia del pensamiento moderno” en palabras de Mallo: “Madre, soy tonto”. Tras volver a su casa pierde el habla y la consciencia, que no recuperará hasta su muerte en 1900, diez años después. Nadie sabe qué vio el filósofo en esa plaza, qué pensamientos le hicieron derrumbarse mientras abrazaba al caballo. Pero ahí está Mallo para lanzar su teoría. En lugar de unir los puntos de manera convencional (Nietzsche venía de un periodo de intensa actividad intelectual, etc.), en 2013 ni corto ni perezoso marcha a Turín para replicar el trayecto del filósofo desde su casa en la calle Carlo Alberto 6 hasta el punto exacto en el que ayudó al caballo. Le sorprendió a nuestro físico que en ese justo punto había una boca de alcantarillado, y ya tenemos la correspondencia, cito porque si te la explico yo no me creerías: “El sistema de alcantarillado, esa red de nodos y links que agujerea el subsuelo de nuestras ciudades es, ante todo, una estructura moral, una red moral, algo que iguala al habitante del Palacio de la plaza de Carignano con el de un suburbio de Turín. Podemos pensar que fue eso lo que vio Nietzsche, aquello que le hizo enmudecer para siempre: la refutación de la moral pregonada años atrás por su superhombre. El Zaratustra que regresa de la montaña para llevar a cabo su prédica se da cuenta de que ese gesto de regresar para contar nada tiene que ver con la moral del superhombre sino que (...) resulta un paso más en la construcción del humanismo, la construcción del sujeto occidental, aquel que, en efecto, regresa a la superficie terrestre para elaborar una narrativa, una parábola, un cuento que, como lo hacen las alcantarillas, ha de propagarse sin distinciones sociales”. Por lo que he entendido, las alcantarillas, acaso la primera red de redes, no admite distingos, ni el mismísimo superhombre estaba exento de liberar sus residuos orgánicos en tan democrático sistema. Eso sería lo que habría descolocado sin remedio al filósofo. Flipante.

El segundo ejemplo de correspondencia que te traigo parte de la obra de Luis Macías iniciada en 2011 (sigue en proceso al parecer) de nombre Where Western Civilization Ends. Mallo habla aquí de la existencia de un “Músculo Universal” que uniría dos extremos espacio-temporales: Atenas y California. Para elaborar su obra Macías viaja a Los Ángeles y alrededores y, tras recorrer lugares de culto, observar basuras varias vertidas a la playa por las corrientes marinas, “vertederos de aguas fecales” (la escatología de nuevo) y demás, concluye que en esta zona de América se produce un “punto de acumulación” de una masa cultural originada en la Grecia clásica que no puede ir más allá. Pero eso no es todo. En ese punto hace su aparición el “mito de la línea, el ansia de viaje y conquista occidental” que debe continuar de algún modo, y para ello no tiene otra que “constituirse en movimiento vertical: el cohete, la conquista del espacio”, representada en chusca metáfora paraarquitectónica por la noria que en “irónico duelo cinético” se eleva en la playa de Santa Mónica, última frontera de Occidente.  

El lugar de esta complejidad nodal defendida a capa y espada por nuestro físico, donde todas las contradicciones y correspondencias colisionan, es lo que llama “Centro”: “Un lugar atractor donde convergen cielo y tierra, la delgada capa a la que va a parar todo cuanto vamos haciendo”, que por supuesto no es un espacio estable sino un “atractor complejo”, y apostilla: “esta capa de contacto entre cielo y tierra, rugosa y más bien extraña que habitamos, es, por así decirlo, la neurosis del planeta, lugar al que viene a manifestarse y donde toma forma cuanto ocurre tanto a nivel atmosférico y celeste (...) como a nivel de subsuelo”. Ya decía Chillida, otro obseso de los límites y el horizonte (al que tan bellamente elogió en Gijón con otro eje atractor que viene a reunir horizontal y vertical) aquello de que “en una línea el mundo se une, con una línea el mundo se divide, dibujar es hermoso y tremendo”. Otra afirmación del artista que abandonó la arquitectura por la escultura acerca también su obra al mundo de correspondencias inauditas de Mallo: “A mí me interesa más lo que pasa entre las formas que las obras en sí mismas”. En el cartesianismo revisitado (“simetría heterodoxa”) de Chillida, en esa desconfianza no exenta de admiración hacia el ángulo recto adorado por la modernidad, seguro que Jencks vería la oportunidad de señalar que Chillida es tan posmoderno como Mallo, aunque probablemente sería más apropiado decir que el donostiarra era más bien premoderno, sus ángulos blandos quizá inspirados por las imperfectas vigas de olivo que sostienen ancestrales caseríos vascos como el de Zabalaga de 1543 (en la foto), que vació como una escultura más, dejando al aire una bellísima pero inexacta red de vigas que es acaso la visión más hermosa de Chillida Leku: “El ángulo recto me ha llegado a parecer el ángulo más hermoso que hay entre todos los ángulos, pero es algo intolerante, no admite diálogo nada más que con sus iguales. Ante este poder del ángulo recto, pienso que hay ángulos a su alrededor desde los 88 hasta los 93, que son casi tan poderosos, y al mismo tiempo son más tolerantes, dialogan entre ellos. Creo que la virtud está cerca del ángulo recto, pero no en él” (del libro Aromas).

En fin. Mallo en realidad no creemos que invente nada nuevo en su libro, Fernández-Galiano ya hacía crítica arquitectónica con deslumbrantes correspondencias cuando nuestro físico estudiaba el BUP (aquí tienes una de las más recientes, una poética introducción a la obra de Sou Fujimoto en el último número de AV que se abre con la foto de una perfecta red de intransigentes ángulos rectos en simetría, esta vez, totalmente ortodoxa), pero es en el etiquetado de procesos y conceptos y, vuelvo a repetir, en las alucinantes (y valientes) conexiones interdisciplinares, sin olvidar una muy cuidada prosa, donde realmente brilla Mallo.

Termino. La ficción parece imponerse en todos los órdenes, hasta en la crítica arquitectónica, Jane Rendell nos lo recuerda en un reciente artículo (lo llaman architectural ficto-criticism nada menos). Bien está poner en valor aquello de la imaginación al poder ahora que el dataísmo y el sacrosanto algoritmo pueden acabar aniquilando la creatividad; lo mismo podríamos decir de esa desinhibición interdisciplinar de la que Mallo hace gala, que trae aire fresco a una insana compartimentación del conocimiento. El problema es, como todo, saber cuándo parar. Entre el dataísmo y el dadaísmo habría que buscar un término medio (si no fuera por lo bien hilvanado que está el discurso de nuestro físico, a veces diría que nos está tomando el cabello). En una exposición comisariada por Mariana Pestana para la Trienal de Lisboa de 2013, de inquietante título The Real and Other Fictions, ya se nos daba a entender que la realidad pronto quedará tan oculta bajo capas de ficción que no sabremos distinguirla de la pura invención (y es que, como decía Koolhaas en Espacio Basura, la realidad nunca ha interesado a nadie), pero ojo, que esto tiene mucho peligro. Como sabemos, el referéndum del Brexit se “ganó” con una campaña basada en información ficticia, por poner sólo un ejemplo, y ahí están las famosas fake news. Pero no nos pongamos rancios, que es verano, y sigamos disfrutando del estimulante pasatiempo intelectual que nos propone Mallo. Su mayor valor al cabo es no rehuir la complejidad de nuestro tiempo, abrazarla con enjundia, mostrando el camino a recalcitrantes nostálgicos instalados en una cómoda parálisis.

 

 

 


domingo, 26 de julio de 2020

Aulas



Abrimos hoy entrada con el colegio de ladrillos perforados en la ciudad de Tambacounda (Senegal) según un diseño de Manuel Herz, arquitecto suizo que está construyendo también allí un hospital con el mismo tipo de fachada (en origen la idea era crear sólo dos fachadas para testar su rendimiento, pero a un constructor local, Magueye Ba, se le ocurrió cerrar el espacio y dar lugar a una escueta escuela). Las fachadas se construyen así para que las estancias del futuro hospital y ahora también del colegio se ventilen de manera natural sin necesidad de recurrir a un costoso sistema de aire acondicionado. Al ver las fotos de recinto tan básico, la verdad, como que se te cae un poco el alma a los pies, y sin embargo, dándole vueltas al tema, igual más de uno hubiéramos preferido dar clase en esta escuela accidental antes que tener que ejercer de ciberprofesor durante el accidentado trimestre pandémico.

En este punto voy y te traigo no uno, sino dos artículos de David Trueba. El primero, para El País (Suspense general) lo leí durante el confinamiento, te cito un par de frases: “Los mejores profesores se esfuerzan porque la enseñanza telemática no sea una mera pantomima. Pero los peores seguro han encontrado la guarida perfecta para su vagancia. Como los alumnos”. Y hablando sobre un docente universitario en su último año de docencia que le marcó especialmente, apostilla: “Pero precisamente hoy conviene reconocer que la presencia física, su voz, su apariencia, la distancia entre infinita y mínima que provoca el aula, preservan como algo incomparable la clase sobre todo lo demás. No pidamos a la tecnología que sustituya lo que es mágico”. Aunque poco se puede añadir a ideas tan nítidas, apuntaré únicamente que dicha magia, que sin duda existe, no sólo la aportan los profesores (y bastante más los jóvenes que los talludos, aunque seguramente en la universidad sea al contrario que en los colegios), sino que también, y no pocas veces, los magos son los alumnos. Habrás oído montones de veces experiencias deprimentes en el aula contadas por sufridos profesores, pero apuesto que casi nunca habrás oído el argumento contrario, no en vano el pesimismo siempre vende más y aporta un cierto aura de intelectualidad que el optimismo nunca tendrá, como recuerda Daniel Innerarity en el último capítulo de su libro Política para perplejos, donde señala que para muchos ”un intelectual contento o es un impostor o es poco inteligente”. El filósofo argumenta que el pesimismo, simplemente, no es razonable, y para ilustrar su punto de vista (perdona el rodeo, pero me parece relevante en estos tiempos inciertos) menciona una fábula de Esopo: Un anciano cortó en cierta ocasión leña, cargó con ella a cuestas y emprendió un largo camino de vuelta a casa. Cuando se sintió vencido por el cansancio, decidió arrojar la carga y llamar a la muerte. Ésta apareció rauda y le preguntó por qué le había llamado. El anciano, cambiado su parecer, contestó: “para que me coloques de nuevo la carga encima”. Mientras hay vida hay esperanza: “Por eso lo más razonable es resistirse a dar al presente el carácter de lo definitivo” y propone nuestro pensador “posponer la respuesta, dejarla abierta”. Pero vuelvo ya con Trueba. En el segundo artículo que te mencionaba, una entrevista publicada por el Heraldo de Aragón hace sólo unos días, el escritor y cineasta responde así a una pregunta sobre cómo va a verse afectado el mundo de la cultura por la pandemia: “Por mucho que se desarrolle la cultura digital, es un oxímoron en sí mismo. La cultura es de cuerpo entero. Sin contacto humano no puede haber cultura”

Regreso al inicio, qué mareo. Se me ha ocurrido traerte la ventilada escuela senegalesa, con ese espíritu moderno en su sencillez y voluntad higiénica (con tanta obsesión por la profilaxis, ¿volverá el Movimiento Moderno?) tras leer un curioso artículo en el NYT en el que, hablando de las aulas y el coronavirus, se menciona una algo estrafalaria experiencia que se llevó a cabo en Nueva York en varios centros educativos a principios del siglo pasado, cuando la tuberculosis campaba por sus fueros. Como en aquellos tempos predigitales no había alternativa a la clase presencial, los valientes directivos de algunos colegios decidieron que las clases se impartieran en aulas donde las ventanas, por supuesto siempre abiertas, permitieran una buena ventilación o incluso en patios o azoteas siguiendo las últimas tendencias educativas que venían de Alemania. En el crudo invierno neoyorquino los alumnos no tenían más remedio que llevar “Eskimo sitting bags”, una especie de mantas-saco similares a las usadas por los esquimales (el artículo se ilustra con impagables fotos). Al parecer, la experiencia funcionó: las clases se dieron y ningún chaval enfermó de pulmonía. La autora del artículo (Ginia Bellafante) propone sin la más mínima sorna dar clases ocasionales en el exterior el próximo curso en lugar de mandar a los chavales a casa a estudiar vía internet, considerando que, pese a lo extremo de la solución, padres exhaustos tras un trimestre de homeschooling y maestros hartos de chapuzas telemáticas no lo verían con malos ojos. Entre eso y las algo ridículas pantallas plásticas que, rememorando a las burbujas setenteras de las que aquí hablábamos, proponen los responsables educativos allí para proteger a los docentes (¿alguien ha pensado en las consecuencias medioambientales de volver al plástico ahora que estábamos deshaciéndonos de él?), la idea, con las necesarias adaptaciones, no parece tan descabellada.

Muchos serán, con todo, los que sin duda preferirán la vuelta de la enseñanza a los mundos virtuales ahora que ya hemos presuntamente aprendido cómo gestionarlos. Además, con el prestigio del que goza lo tecnológico, pocos se atreverán a proponer soluciones tan pedestres como las que sugiere Bellafante. Máxime si las administraciones educativas, responsables de configurar “sistemas inteligentes” que den pautas firmes y claras para el regreso a la famosa nueva normalidad vuelven, como ya hicieron en el trimestre pandémico, a proponer medidas vagas, contradictorias e inasumibles. Y no olvidemos que está mucho en juego: la oportunidad única de hacer pasar por el aro virtual a una profesión que, al menos en lo que se refiere a las etapas preuniversitarias y salvo ejemplos aislados, siempre se había considerado inmune a la reconversión digital. Estos días hay una exposición de nombre Cybernetics of the Poor: tutoriales, partituras y ejercicios que pone el dedo en la llaga, reflejando cómo el arte hace frente, muy a duras penas, a esta nueva “arquitectura del poder” que domina el mundo mediante procesos de planificación, anticipación y sistematización facilitados por la masiva recopilación de datos. La exposición muestra las obras (a menudo crípticas) de un buen número de artistas en las que se utilizan diversas tácticas para desafiar el orden cibernético imperante en lo que los comisarios de la muestra han denominado la cibernética del pobre. Más información aquí.

En fin, que el debate está servido. Termino con cita de Santiago de Molina en Hambre de arquitectura: “Hoy que nos relacionamos con más seres humanos que nunca antes gracias a las tecnologías sociales, hoy que parece que la virtualidad está cobrándose el mayor número de víctimas posibles en almas sin cuerpo, reclamamos la realidad con el ansia del que reclama una pausa en un descenso sin frenos. Si T.S. Eliot dijo en el siglo pasado que los seres humanos no pueden soportar demasiada realidad, le faltó vivir este tiempo. En el siglo XXI parece que la necesidad de recobrar ese contacto con la realidad-real es cada vez más acuciante”. No lo perdamos también en las aulas.  


martes, 14 de julio de 2020

La modernidad reflexiva

CH-Reurbano en Ciudad de México, de Cadaval y Solà-Morales

“El dilema que se plantea actualmente consiste, dicho de manera concisa, en cómo continuar la modernización. Términos como desarrollo, crecimiento, aceleración, progreso y expansión aluden a un proceso que algunos se limitan a celebrar y otros, a la vista de sus no pocas consecuencias negativas, desearían parar. La sociología más reciente ha acuñado la expresión “modernidad reflexiva” para indicar la posibilidad de impulsar el desarrollo en sus diversas formas -tecnológico, económico, social- sin dejar de ponderar sus efectos negativos -sobre el medio ambiente o la integración social, por ejemplo- e introducir las correcciones correspondientes. Se trataría de desfatalizar los procesos sociales y entenderlos como posibilidades abiertas a la discusión. Con este esquema puede entenderse el nuevo reparto de papeles. La derecha estaría inclinada a subrayar el carácter inevitable de los procesos sociales y la izquierda tendría a hacer valer su dimensión configurable; la derecha preferiría la simplificación, la modernización sin más, mientras que la izquierda se inclinaría hacia la complejidad de una modernización reflexiva.

Una de las primeras cosas que esta diferenciación -en el caso de que sea certera- obliga a abandonar es la concepción lineal de la historia, el gran mito del progreso y del curso del tiempo que nos libera del lastre del pasado y nos conduce hacia un futuro emancipado. Los tiempos han cambiado tanto que ha variado incluso el tipo de cambio. Es inservible la idea del progreso si con ella se quiere indicar que el futuro será menos complejo, menos ambivalente que el pasado. (...) Algo esencial ha cambiado en el modo en que el tiempo discurre y las cuestiones políticas ya no se plantean en términos de modernización -es decir: quién llega antes o va más deprisa-, sino quién lo hace mejor, más reflexivamente y articulando las tensiones que generan los procesos sociales. (...) El principal problema ante el que nos encontramos no es el de llevar a cabo la revolución o sustituirla por reformas parciales, siempre en la misma dirección, sino el de procurar la coexistencia de tipos completamente heterogéneos de seres humanos, culturas, tiempos e instituciones.

(...) Así pues la izquierda ha de tomar partido por la complejidad frente a la simplificación, que es la gran tentación de la derecha, de lo que es buena muestra la simpleza, pero también la popularidad, de su discurso. Hasta hace poco, en la época de la modernización irreflexiva, la simplificación era la solución dominante. Era posible producir objetos (leyes, instituciones, industrias, comunicaciones, técnicas, mercados [¿edificios?]...) que no llevaban consigo consecuencias inesperadas y podían sustituir plenamente a otros objetos. Todo se basaba en la idea de que cuanta más ciencia y tecnología se aplicaran tanta menos discusión sería necesaria. (...) Hoy nos movemos en un campo bien distinto. (...) La ciencia y la técnica no suprimen las controversias, sino que las agudizan.(...) Los indicadores económicos no hacen innecesaria la discusión acerca de qué consideramos una buena sociedad, del mismo modo que tampoco el avance de la ciencia y la tecnología nos exime de establecer qué medio natural debemos conservar o cuáles son las condiciones no manipulables de nuestra corporalidad más allá de las cuales la vida se convierte en un artificio indigno. (...) El futuro será de quien conciba adecuadamente lo mixto, lo complejo y la articulación de lo heterogéneo.

(...) Si alguien considera que ya no tiene sentido hablar de derechas e izquierdas, distingamos, si se quiere, entre zurdos y diestros, relativicemos o subrayemos la diferencia; siempre habrá quien se ponga de parte de una objetividad escasamente maleable y quien prefiera la complejidad que supone entender la realidad social como un entramado de posibilidades, escasas tal vez, pero suficientes para que la política sea una aventura casi tan difícil como conseguir que una orquesta suene aceptablemente bien”. (Daniel Innerarity, Política para perplejos)