Acabábamos la entrada anterior con el “realismo-real” de Santiago de Molina, y en la penúltima, citábamos a Daniel Innerarity y la necesidad de la “complejidad de una modernidad reflexiva”. Hoy unimos felizmente ambos términos y te traemos el concepto de “Realismo Complejo” de Agustín Fernández Mallo en el libro que hemos empezado a leer, de estridente nombre Teoría general de la basura (cultura, apropiación, complejidad). Conocíamos el Realismo Mágico (algo hay también de él en este libro), no el Complejo, y aunque intuíamos que la realidad moderna de fácil no tenía un pelo, nos ha llamado la atención el enfoque así que vamos a darle una vuelta a esta y alguna otra idea presente en el singular ensayo.
Aún no he acabado ni el primer capítulo pero ya te puedo
decir que el libro es original, deslumbrante y, por supuesto, complejo. Su
autor, licenciado en Físicas, novelista, poeta y teórico de variopintos temas,
se mete en jardines de frondosidad considerable ayudado por una apabullante
cultura que bebe de las disciplinas más variadas y una inaudita habilidad para
conectar lo aparentemente inconexo, jardines de los que el lector medio sale
con dificultad, aunque es obvio su paciente empeño por guiarte a través del
proceloso periplo intelectual que nos propone en el que como digo mezcla sin el
más mínimo empacho churras, merinas y todo lo que se le pone por delante sin
diferenciar la, llamemos, alta cultura de lo más rabiosamente pop. Aunque
habla de la posmodernidad como una “cosmovisión” ya superada, yo diría que
Mallo parte de ella para llevarla a un paroxismo casi surreal en esa
hibridación desmedida que recuerda al Complejidad y Contradicción de
Venturi y Brown o al Espacio Basura de Koolhaas, por mencionar a otros
ilustres guerrilleros de las ideas que batallaron en el campo arquitectónico. Nosotros,
que en necio empecinamiento criticábamos no hace mucho la posmodernidad por
poco seria hasta que nos dimos cuenta de que, inadvertidamente, elaborábamos un
blog descaradamente posmoderno en el que la mezcla impura también campaba (y
campa) por sus fueros, caída del caballo (que no del cabello, que también) comparable
al momento en que Luke Skywalker es consciente de que su padre es Darth Vader
(el terrible “I am your father”), o, si me permites más símiles, a aquel en el que Harry Potter se da cuenta de que es un horrocrux, que lleva
en su interior una porción de su mayor enemigo, Voldemort (¿ves lo que te digo?), diremos que nos
sentimos cómodos en este mestizaje cultural que nuestro físico y poeta nos
propone. En ese reciclaje salvaje que se nos presenta casi como cruzada, el
residuo, lo desechado (la basura, vaya), cobra singular protagonismo, como
valioso objeto casi arqueológico que oculta jugosos relatos, pero dejemos que
el autor se explique: “Preguntarse hoy qué es lo real equivale a dar un paso adelante
respecto a aquellas cosmovisiones del siglo XX a fin de intentar construir una
imagen que se adapte a la complejidad en la que se ha instalado lo
contemporáneo. (...) Y es que cada día asistimos al discurso de la
fragmentación y atomización de la realidad contemporánea, pero, por otra parte,
y en un discurso contrapuesto, se nos dice que la globalización y la absoluta
conectividad se ha apoderado de nuestras vidas de tal modo que todo tiene
apariencia de un amontonamiento de residuos. La contradicción de
tales discursos resulta evidente: ¿cómo es posible que algo fragmentado
pueda estar al mismo tiempo hiperconectado? La solución a la falacia
pasa por cambiar el punto de vista: la realidad ni ha estado, ni está ni estará
nunca, fragmentada sino organizada en red: la fragmentación tan sólo es una
apariencia fruto de no haber cambiado la óptica de nuestro instrumento de
visión. Lo que eran desdeñables residuos materiales o simbólicos que sin orden
ni taxonomía se amontonaban ante nuestros ojos, pasan, bajo esta nueva óptica y
con tal de enfocar un poco mejor, a ser considerados como residuos
complejos, coherentemente conectados en múltiples redes, no fragmentados y
por tanto culturalmente aprovechables de otro modo.(...) De esas redes trata la
complejidad. Es a las derivaciones más orgánicas de esa configuración a lo que
llamamos realidad compleja, y a su correspondiente modo de
narrarla, Realismo Complejo”.
Su propuesta podría quizá asemejarse a ese pasatiempo
infantil que consiste en unir puntos numerados en una misteriosa red para, tras
conectarlos siguiendo el orden numérico, hallar la figura que se encontraba
oculta tras esa maraña de nodos inconexos. Mallo sugiere no seguir el orden
establecido por los números, sino unir los puntos siguiendo nuestra
intuición liberada de prejuicios y conocimientos, digamos, estandarizados, y esperar
a ver qué forma, concepto o relato surge de las "correspondencias” que
hayamos establecido. Dos ejemplos extremos te quiero contar de este afán que
promulga Mallo de realizar “descubrimientos” de esta manera. En el
primero el autor pretende explicar el verídico suceso que aconteció a Nietzsche
en Turín el 3 de enero de 1889 cuando, tras salir de su casa para pasear hacia
el centro de la ciudad, observa cerca de una de las puertas del palacio
Carignano una escena que cambiará su vida para siempre: un cochero está
maltratando un caballo porque el animal, exhausto, no quiere continuar la
marcha. Nietzsche se lanza a ayudar al pobre cuadrúpedo, rodea su cuello con
los brazos y entre sollozos pronuncia “una de las más crípticas frases de la
historia del pensamiento moderno” en palabras de Mallo: “Madre, soy tonto”.
Tras volver a su casa pierde el habla y la consciencia, que no recuperará hasta
su muerte en 1900, diez años después. Nadie sabe qué vio el filósofo en esa
plaza, qué pensamientos le hicieron derrumbarse mientras abrazaba al caballo.
Pero ahí está Mallo para lanzar su teoría. En lugar de unir los puntos de
manera convencional (Nietzsche venía de un periodo de intensa actividad
intelectual, etc.), en 2013 ni corto ni perezoso marcha a Turín para replicar
el trayecto del filósofo desde su casa en la calle Carlo Alberto 6 hasta el
punto exacto en el que ayudó al caballo. Le sorprendió a nuestro físico que en
ese justo punto había una boca de alcantarillado, y ya tenemos la correspondencia,
cito porque si te la explico yo no me creerías: “El sistema de
alcantarillado, esa red de nodos y links que agujerea el subsuelo de
nuestras ciudades es, ante todo, una estructura moral, una red moral,
algo que iguala al habitante del Palacio de la plaza de Carignano con el de un
suburbio de Turín. Podemos pensar que fue eso lo que vio Nietzsche, aquello que
le hizo enmudecer para siempre: la refutación de la moral pregonada años atrás
por su superhombre. El Zaratustra que regresa de la montaña para llevar a cabo
su prédica se da cuenta de que ese gesto de regresar para contar nada tiene que
ver con la moral del superhombre sino que (...) resulta un paso más en la
construcción del humanismo, la construcción del sujeto occidental, aquel que,
en efecto, regresa a la superficie terrestre para elaborar una narrativa, una
parábola, un cuento que, como lo hacen las alcantarillas, ha de propagarse sin
distinciones sociales”. Por lo que he entendido, las alcantarillas, acaso
la primera red de redes, no admite distingos, ni el mismísimo superhombre
estaba exento de liberar sus residuos orgánicos en tan democrático sistema. Eso
sería lo que habría descolocado sin remedio al filósofo. Flipante.
El segundo ejemplo de correspondencia que te traigo parte de
la obra de Luis Macías iniciada en 2011 (sigue en proceso al parecer) de nombre
Where Western Civilization Ends. Mallo habla aquí de la existencia de un
“Músculo Universal” que uniría dos extremos espacio-temporales: Atenas y
California. Para elaborar su obra Macías viaja a Los Ángeles y alrededores y,
tras recorrer lugares de culto, observar basuras varias vertidas a la playa por las
corrientes marinas, “vertederos de aguas fecales” (la escatología de nuevo) y demás, concluye que en esta zona de América se produce un “punto de
acumulación” de una masa cultural originada en la Grecia clásica que no
puede ir más allá. Pero eso no es todo. En ese punto hace su aparición el “mito
de la línea, el ansia de viaje y conquista occidental” que debe continuar
de algún modo, y para ello no tiene otra que “constituirse en movimiento
vertical: el cohete, la conquista del espacio”, representada en chusca
metáfora paraarquitectónica por la noria que en “irónico duelo cinético”
se eleva en la playa de Santa Mónica, última frontera de Occidente.
El lugar de esta complejidad nodal defendida a capa y espada
por nuestro físico, donde todas las contradicciones y correspondencias
colisionan, es lo que llama “Centro”: “Un lugar atractor donde convergen
cielo y tierra, la delgada capa a la que va a parar todo cuanto vamos haciendo”,
que por supuesto no es un espacio estable sino un “atractor complejo”, y
apostilla: “esta capa de contacto entre cielo y tierra, rugosa y más bien
extraña que habitamos, es, por así decirlo, la neurosis del planeta,
lugar al que viene a manifestarse y donde toma forma cuanto ocurre tanto a
nivel atmosférico y celeste (...) como a nivel de subsuelo”. Ya decía
Chillida, otro obseso de los límites y el horizonte (al que tan bellamente
elogió en Gijón con otro eje atractor que viene a reunir horizontal y vertical)
aquello de que “en una línea el mundo se une, con una línea el mundo se
divide, dibujar es hermoso y tremendo”. Otra afirmación del artista que abandonó
la arquitectura por la escultura acerca también su obra al mundo de
correspondencias inauditas de Mallo: “A mí me interesa más lo que pasa entre
las formas que las obras en sí mismas”. En el cartesianismo revisitado (“simetría
heterodoxa”) de Chillida, en esa desconfianza no exenta de admiración hacia
el ángulo recto adorado por la modernidad, seguro que Jencks vería la
oportunidad de señalar que Chillida es tan posmoderno como Mallo, aunque probablemente
sería más apropiado decir que el donostiarra era más bien premoderno,
sus ángulos blandos quizá inspirados por las imperfectas vigas de olivo que
sostienen ancestrales caseríos vascos como el de Zabalaga de 1543 (en la foto),
que vació como una escultura más, dejando al aire una bellísima pero inexacta red
de vigas que es acaso la visión más hermosa de Chillida Leku: “El ángulo
recto me ha llegado a parecer el ángulo más hermoso que hay entre todos los
ángulos, pero es algo intolerante, no admite diálogo nada más que con sus
iguales. Ante este poder del ángulo recto, pienso que hay ángulos a su
alrededor desde los 88 hasta los 93, que son casi tan poderosos, y al mismo
tiempo son más tolerantes, dialogan entre ellos. Creo que la virtud está cerca
del ángulo recto, pero no en él” (del libro Aromas).
En fin. Mallo en realidad no creemos que invente nada nuevo en su libro,
Fernández-Galiano ya hacía crítica arquitectónica con deslumbrantes correspondencias
cuando nuestro físico estudiaba el BUP (aquí tienes una de las más recientes,
una poética introducción a la obra de Sou Fujimoto en el último número de AV que se
abre con la foto de una perfecta red de intransigentes ángulos rectos en
simetría, esta vez, totalmente ortodoxa), pero es en el etiquetado de procesos y conceptos y, vuelvo
a repetir, en las alucinantes (y valientes) conexiones interdisciplinares, sin
olvidar una muy cuidada prosa, donde realmente brilla Mallo.
Termino. La ficción parece imponerse en todos los órdenes, hasta
en la crítica arquitectónica, Jane Rendell nos lo recuerda en un reciente artículo (lo llaman architectural ficto-criticism nada menos). Bien está
poner en valor aquello de la imaginación al poder ahora que el dataísmo
y el sacrosanto algoritmo pueden acabar aniquilando la creatividad;
lo mismo podríamos decir de esa desinhibición interdisciplinar de la que Mallo
hace gala, que trae aire fresco a una insana compartimentación del
conocimiento. El problema es, como todo, saber cuándo parar. Entre el dataísmo
y el dadaísmo habría que buscar un término medio (si no fuera por lo bien
hilvanado que está el discurso de nuestro físico, a veces diría que nos está
tomando el cabello). En una exposición comisariada por Mariana Pestana para la
Trienal de Lisboa de 2013, de inquietante título The Real and Other Fictions,
ya se nos daba a entender que la realidad pronto quedará tan oculta bajo capas
de ficción que no sabremos distinguirla de la pura invención (y es que, como
decía Koolhaas en Espacio Basura, la realidad nunca ha interesado a
nadie), pero ojo, que esto tiene mucho peligro. Como sabemos, el referéndum del
Brexit se “ganó” con una campaña basada en información ficticia, por poner sólo
un ejemplo, y ahí están las famosas fake news. Pero no nos pongamos rancios,
que es verano, y sigamos disfrutando del estimulante pasatiempo intelectual que
nos propone Mallo. Su mayor valor al cabo es no rehuir la complejidad de
nuestro tiempo, abrazarla con enjundia, mostrando el camino a recalcitrantes
nostálgicos instalados en una cómoda parálisis.
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