jueves, 15 de abril de 2010
Urbanismo e ideología
David Cameron, el líder tory inglés, presentó su programa electoral hace unos días. Y eligió un decorado que fuera también mensaje: la abandonada central eléctrica de Battersea en Londres, un potente volumen que fue icono underground gracias a los Pink Floyd (utilizaron la central como portada de su disco Animals) y que desde 1983 duerme el sueño de los justos convirtiéndose en símbolo incómodo del declive industrial británico. Cameron quería hacer la analogía entre el decadente mamut y el estado de su país llamando a una regeneración cuya chispa sería aportada por él y su proyecto, claro está. Y también quizá apuntarse al carro del proyecto urbanístico de Rafael Viñoly, quien, manteniendo la central como referente arquitectónico, quiere dar un cambio total a la zona introduciendo, cómo no, oficinas y casas a go-go (ver aquí más info y video) al estilo de lo que la remodelación del Tate Modern (otra antigua central) supuso para el South Bank londinense. Política, urbanismo, ideología...A mí esto me recuerda al follón que hay montado por aquí en torno al Cabanyal valenciano, con cargas policiales incluídas, denuncias por brutalidad policial y dramáticas portadas en prensa con fotografías de manfestantes lesionados. El Cabanyal, para los que no sigan el tema, es un barrio popular de la zona portuaria de Valencia en el que las autoridades locales (PP) quieren abrir una vía de acceso al mar a base de piqueta, con el rechazo frontal de vecinos y políticos de la oposición (PSOE). Para unos, es un expolio de una serie de casas de un al parecer valioso estilo pseudomodernista, para otros, una oportunidad histórica que sólo afectará al 10% del barrio; en realidad se trata de un nuevo campo de batalla político, caldeado de paso por la trama Gürtel.
El urbanismo ha sido utilizado por el poder, los políticos y los ideólogos desde siempre. Como vehículo propagandístico de monarcas y dictadores, es cierto, pero también como motor de mejoras sociales (ahí están los variopintos experimentos de los socialistas utópicos o las reducciones jesuíticas sudamericanas). En nuestro país, me temo que no es una disciplina muy popular: en el imaginario colectivo va asociada al destrozo de nuestra costa, la especulación salvaje y la corrupción política. Pero no olvidemos tampoco sus logros cuando políticos idealistas y excelentes urbanistas y arquitectos han trabajado codo con codo: La Barcelona post-olímpica es ya un referente mundial, el efecto Bilbao otro tanto, y en Madrid -por poner un ejemplo reciente- la impresionante regeneración del Pozo del Tío Raimundo, un mar de chabolas no hace tanto, ha sido premiada por la UNESCO.
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