sábado, 9 de marzo de 2024

La ciudad equilibrista (2)

 



Seguimos en Cuenca. El tercer edificio era el más fácil de adivinar, el Museo de Arte Abstracto de la ciudad Patrimonio de la Humanidad que como adelantábamos fue fundado por Fernando Zóbel en 1966. El año pasado finalizó la reforma que ha llevado a cabo el estudio experto en museos Frade Arquitectos, responsables por ejemplo de la rehabilitación del Museo Arqueológico Nacional o de las arquerías de Nuevos Ministerios (hoy Casa de la Arquitectura) en Madrid. Sobre la reforma del museo conquense, que se inició en 2016 coincidiendo con el 50 aniversario de su creación y cuya principal actuación ha sido la instalación de equipos de climatización, la Fundación March, desde 1981 responsable del mismo, editó una video-performance de nombre Vaciar el museo que puedes ver aquí. La intervención fue muy compleja teniendo en cuenta lo delicado del emplazamiento, las bellísimas Casas Colgadas del s.XV. 

El museo efectivamente tuvo que vaciarse casi al completo aunque nunca llegó a cerrar del todo y una selección de sus obras inició un periplo que le llevaría a diferentes ciudades españolas y extranjeras en una exposición itinerante que llevó por título El pequeño museo mas bello del mundo, frase que sobre él dijera Alfred H. Barr Jr cuando lo visitó en 1967. Hablamos, ojo al dato, del primer director del MoMA, el responsable de exposiciones canónicas como Cubismo y arte abstracto (1936), donde expuso el famoso mind map que trataba de explicar el arte del momento, hoja de ruta que aún hoy da que hablar (en 2020 la March dedicó una exposición a las genealogías del arte donde fue protagonista principal), por no hablar de las que dedicó a la máquina como objeto artístico (1934) o a la arquitectura moderna (1932) comisariada por Philip Johnson, el autor de las Torres Kio madrileñas y futuro pope de la arquitectura americana, y eso que por aquel entonces, hay que ver, aún no había estudiado Arquitectura, su major en Harvard había sido Filosofía. Ambos desarrollaron una intensa relación profesional y personal hasta el punto que Johnson diseñó su lápida como es obvio (observa por qué). Pues como decíamos Barr, en calidad de misionero de la modernidad como le llamó Alice Goldfarb, se pasó por Cuenca en 1967 recién jubilado y quedó prendado del flamante mini MoMA de Zóbel como no podía ser de otra manera. Así lo relata el pintor en sus diarios y lo recoge Ángeles Villalba en el catálogo de la exposición que le dedicara el museo Reina Sofía en 2003: "Barr visitó tranquilamente el lugar, tomando notas. Al final preguntó si tenía tiempo para dar otra vuelta. Lo hizo: empezó de nuevo por el principio y repitió todo el circuito. Almuerzo en casa de Sempere. Barr me susurró al oído que él y su esposa pensaban que era el museo más bello que habían visto nunca. Le pregunté si podía repetírmelo. Dijo que sí, y lo repitió en voz alta. Los asistentes aplaudieron y allí mismo le nombramos conservador honorario". 

Igual tendríamos que haber empezado hablando de Fernando Zóbel; la verdad es que sí. Déjame que subsane tamaño dislate dándote ahora unas breves pinceladas sobre el pintor detrás del museo conquense. Zóbel nació en Manila en 1924 en el seno de una adinerada familia de orígenes alemanes y vascos que aún hoy sigue liderando las listas de potentados asiáticos. Su padre, Enrique Zóbel de Ayala, hombre de negocios de gran éxito, aún conoció la dominación española de las islas, que llegaría a su fin en el famoso Desastre de 1898 donde devino palmario que del antiguo Imperio en el que no se ponía el sol nada quedaba ya. En la penosa guerra contra Estados Unidos perdimos Cuba, Puerto Rico y las Filipinas, estas dos últimas colonias vendidas a los americanos, si hubiéramos hecho lo propio con Cuba (jugosas ofertas hubo), otro gallo nos habría cantado, a nosotros y al resto del mundo (cómo habría cambiado la historia del siglo XX sin una Cuba libre). Como el dinero no tiene bandera la familia Zóbel de Ayala supo adaptarse bien a los nuevos conquistadores (poco se ha hablado por cierto de la cruenta guerra librada por los americanos contra los independentistas filipinos, una suerte de pequeño Vietnam pero con resultado muy diferente), aunque la Falange franquista, de la que Enrique era mano derecha en las islas, intentó conspirar contra los americanos durante la dominación japonesa en la Segunda Guerra Mundial. Enterado Franco (que pronto se dio cuenta de que los Estados Unidos sería el único país que podría sacarle del aislamiento internacional), desmanteló de un plumazo la Falange filipina y aquí paz y después gloria. No es momento ni lugar para hablar sobre la rapidez con la que se perdieron las raíces hispanas en las islas aunque la arquitectura, que al cabo es de las artes la más perdurable, ofrece ejemplos verdaderamente curiosos de la hibridación que allí se produjo entre el barroco español y los estilos locales, echa un vistazo a la iglesia de Miagao por ejemplo, declarada Patrimonio de la Humanidad en 1993. 

Como es lógico Zóbel, tras estudiar Filosofía y Letras en Harvard, comienza a trabajar en las empresas de su padre pero pronto descubre que su vocación es otra. La pintura desde siempre le ha atraído y durante los 50 compatibiliza con esmero obligación y devoción. Sus cuadros, al principio figurativos, se tornan abstractos tras descubrir a Rothko en una exposición en Providence (Zóbel viaja de manera compulsiva hasta el final de sus días: la muerte le sorprende en Roma adonde había ido a ver una exposición sobre pintura veneciana). Otro de los rasgos que definirán su obra, las suaves pinceladas caligráficas, son inspiradas por el arte chino, del que se hace experto tras el hallazgo en una de las fincas familiares de un yacimiento de porcelanas chinas. Japón también le inspira, tras un viaje al país nipón reforma su casa (que podría haber sido diseñada por Neutra) y la decora en un estilo minimalista. Estamos en 1958, Zóbel está muy involucrado en la vida artística de Manila (es nombrado por ejemplo conservador honorario del Museo Nacional de Filipinas), pero siente que necesita dedicarse aún más a su arte. Se toma un año de vacaciones y se instala en Madrid, en el 5 de la calle Velázquez. En el 59 ofrece su primera exposición individual en España (en Filipinas ya ha organizado varias) y se relaciona con los artistas del momento. Vuelve finalmente a Manila tras su año sabático pero su corazón se ha quedado en España. Oigamos lo que escribe en diciembre de ese mismo año: No es fácil determinar lo ocurrido el año pasado. Han pasado demasiadas cosas (...). España, en cambio, es una explosión de luz. Llena por completo el vacío. (…). Y hasta el placer de pasear por las calles y escuchar el sonido del español. El sonido del hogar. Puede que sea algo importante: este reconocimiento del hogar. Si hay que perderse en algún sitio, que sea en éste. Pese a todos los ornamentos, pese a la comodidad de la prosa inglesa, en última instancia me reconozco como español. Y lo demás es cuento. (...) Me encuentro a mí mismo en la pintura de España; soy uno más. Aceptado como tal por los otros, que son, en general, mis amigos. Me uno a ellos en el momento del descubrimiento, cuando empezamos a despertar interés. Sucede ante mis ojos: Tàpies cubierto de dinero y de gloria desde la Bienal de Venecia; Feito asentado en París; Saura en boca de todos; Canogar, con sus obras reproducidas a todo color en las revistas de arte francesas, sorprendentemente bien, y empiezo a participar en las exposiciones organizadas por el Gobierno en otros países: Suiza, Alemania, Escandinavia, Sudamérica. Es el momento propicio, por lo menos a ese nivel. Soy un pintor de renombre, con todo lo que eso significa. El verdadero descubrimiento es la posibilidad de aceptar un modo de vida"En 1960, año decisivo, entra en una crisis personal que, tras una depresión severa, le hace tomar la gran decisión: abandonar los negocios familiares, dedicarse a la pintura a tiempo completo e instalarse definitivamente en España. No mucho más tarde como sabemos, funda el museo que nos ocupa tras buscar emplazamiento primero en Madrid, luego en Toledo y finalmente, por consejo de su amigo Gustavo Torner, artista e ingeniero oriundo de Cuenca (al que debemos la escultura de la madrileña Plaza de los Cubos), en la ciudad única. Los contactos de Torner con las autoridades locales le facilitan por un precio ridículo el espacio de las Casas Colgadas. Monta su estudio en la ciudad, pronto le siguen Rueda, Saura, Millares, Mompó... Cuenca se hace abstracta.

Un último párrafo para hablar de la que es quizá una de las obras más importantes del museo y que también tiene su historia (breve). Se trata de la pieza Abesti Gogora IV de Chillida (una de las pocas que hizo en madera), que Zóbel adquiere tras conocer al escultor en 1964 por intermediación de Antonio Saura. Zóbel comenta que siente una conexión inmediata con el artista, acaso por tener raíces vascas (recordemos también que la esposa de Chillida, Pilar Belzunce, tenía ancestros filipinos) y haber experimentado las mismas dudas sobre qué camino vital tomar: Chillida dejó colgadas Arquitectura y el fútbol; Zóbel empezó Derecho tras estudiar Filosofía y Letras en Harvard pero lo abandonó, de su vida profesional ya hemos hablado. Además ambos nacieron el mismo año, 1924, estamos ya celebrando el centenario de Chillida; del de Zóbel nadie se ha acordado aún. Es obvio también que les unen rasgos estilísticos como el gusto por la abstracción, el arte primitivo y las formas caligráficas. De hecho, la galería Mayoral de Barcelona montó en 2019 una exposición bajo el título Camins Creuats (Caminos cruzados) en la que su comisario, Alfonso de la Torre, hizo dialogar obras de ambos artistas, nos da detalles Pilar Parcerisas: "Tretze pintures de Zóbel, datades entre 1961 i 1978 i deu escultures de Chillida, de 1978 a 1998, dialoguen als espais de la galeria i reclamen una atenció per a un moment dolç de la història de l’art espanyol que trencà amb l’hegemonia de l’ informalisme expressionista que representà El Paso a l’entorn de 1957 per una abstracció més ordenada, lluminosa, racional, silenciosa, que s’estendria a altres autors, com Gerardo Rueda i Gustavo Torner, amb qui Fernando Zóbel compartiria la creació d’aquest museu únic a l’estat espanyol, fruit de la seva passió pel col·leccionisme". 

Ahora que ya conoces un poco más sobre este museo (y a qué dedico el tiempo libre), me despido hasta  nueva entrada. 

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