domingo, 29 de septiembre de 2019
Delirios (2)
Estoy leyendo con creciente arrobo el libro Delirio de Nueva York de Rem Koolhaas, en la excelente traducción de Jorge Sainz. Escrito en un lejano 1978, cuando OMA se acababa de fundar, el libro es bastante más llevadero, sustancioso y comprensible que el posterior y tremendo S,M,X,XL. En realidad es una historia bastante lineal y ordenada de la urbe (más bien de Manhattan) que quiere erigirse como "manifiesto retroactivo", aunque es el peculiar estilo de Koolhaas lo que le confiere su singularidad y hace que se lea como si de una novela de suspense (y a veces de ciencia ficción) se tratara. Pasma su aguda capacidad de sintetizar conceptos, relacionar acontecimientos y etiquetar procesos, aderezado todo ello con una fina ironía que suele cristalizar en potentes frases-bomba. Veamos algunos ejemplos.
-"Manhattan es la piedra Rosetta del siglo XX". Aunque ahí lo deja, es obvio que el urbanismo desquiciado de Manhattan se ha convertido en una especie de modelo conductual de nuestra época. Sus torres cada vez más absurdamente altas compitiendo sin descanso entre sí son reflejo certero de una época en la que individualismo, competitividad y exhibicionismo nos definen (o, quizá, definían).
-"Manhattanismo": El libro presenta la teoría del manhattanismo, cuyo programa consistiría en "existir en un mundo totalmente inventado por el hombre, es decir, vivir dentro de la fantasía". Central Park es en realidad una "conservación taxidérmica de la naturaleza que exhibe para siempre el drama de cómo la cultura deja atrás la naturaleza".
-La "apoteosis de la cuadrícula": En 1811 una comisión formada por Simeon de Witt, el gobernador Morris y John Rutherford diseñan el modelo urbanístico que ocupará el futuro Manhattan: 12 avenidas que se extienden de norte a sur y 155 calles que van de este a oeste, en total una retícula de 2.028 manzanas idénticas que se mantiene hasta hoy: "en realidad se trata del más valioso acto de predicción realizado por la civilización occidental: el terreno que divide, desocupado, la población que describe, hipotética; los edificios que coloca, fantasmales, y las actividades que enmarca, inexistentes. (...) La retícula reivindica la superioridad de la construcción mental sobre la realidad".
-Manhattan como "una metrópolis del caos estricto": "La disciplina bidimensional de la retícula crea también una libertad inesperada para la anarquía tridimensional".
-Elisha Otis inventa el prodigio tecnológico que revolucionará Manhattan: el ascensor. Para demostrar que su invento es seguro se sube a una rudimentaria plataforma al descubierto. Cuando llega a su punto más alto, Otis corta el cable que la sostiene. Unos frenos detienen de inmediato el rudimentario ascensor cuando parecía se iba a abalanzar contra el suelo. "Al igual que el ascensor, cada invento tecnológco está preñado de una imagen doble: incluido en su éxito está el espectro de su posible fracaso. (...) Otis ha introducido un tema que será un Leitmotiv del futuro desarrollo de la isla: Manhattan es una acumulación de posibles desastres que nunca ocurren".
-El primer capítulo se dedica a Coney Island y los sucesivos parques de atracciones que allí se establecieron desde finales del siglo XIX. Coney Island sería un "Manhattan embrionario" pues allí va a crearse un mundo de fantasía tecnológica y delirios arquitectónicos nunca antes vistos. Las atracciones, de una imaginación desbordante y a menudo enloquecida, se explican en detalle. Algunas son tan surrealistas que dudas no sean un invento de Koolhaas, especialmente cuando lees en las páginas iniciales una inquietante nota en letra pequeña de GG, la editorial: "La editorial no se pronuncia, ni expresa ni implícitamente, respecto a la exactitud de la información contenida en este libro, razón por la cual no puede asumir ningún tipo de responsabilidad en caso de error u omisión". Por cierto, el origen del nombre de esta pequeña isla al sur de Manhattan proviene del holandés, no en vano fueron los holandeses los primeros colonos europeos que se asentaron en estas tierras (Nueva York fue durante un tiempo Nueva Ámsterdam), y es que en la isla había una enorme densidad de conejos (konijnen en holandés). La exorbitante afluencia de público (que llega a ser de un millón de visitantes al día -?!-) "exige la conversión sistemática de la naturaleza en servicio técnico". En 1890 la invención de la electricidad hace posible que la playa pueda utilizarse también en un segundo turno nocturno, es el "baño eléctrico". Aquí se inventa la Montaña Rusa, en 1884, o el hot dog, en 1871. El extasiado público puede montar en caballos mecánicos que corren en un hipódromo mecanizado, pueden ir a la luna en una enorme aeronave que se eleva 30 metros en el aire y donde se crea una ilusión de desinhibición, una "ingravidez moral que complementa la ingravidez literal que se ha generado en el viaje a la luna". Luna Park, de hecho el nombre de uno de los parques temáticos de la isla, va a construirse como un manifiesto: "Resulta maravilloso -dice su creador, Frederic Thompson- cómo es posible construir el despertar de las emociones humanas mediante el uso arquitectónico que se puede hacer de las líneas simples". Ni corto ni perezoso, Thompson levanta 1.326 torres iluminadas en la noche, mero decorado arquitectónico que sin embargo es capaz de crear "un espectáculo arquitectónico a partir del drama de su frenética pelea por la individualidad". Ha nacido el manhattanismo. Pero sigamos con los prodigios de Coney Island: hay estanques donde peces vivos y mecánicos "cohabitan en un nuevo ciclo de la evolución de Darwin", un salón de baile de 2.300 metros cuadrados donde, para dar más movilidad, que el cuerpo humano da de sí lo justo, se da a los excitados visitantes patines de ruedas: "su velocidad y sus trayectorias curvilíneas fuerzan las convenciones originales más allá de sus límites, atomizan a los bailarines y crean ritmos novedosos y aleatorios de emparejamiento y desemparejamiento entre los sexos". En Liliputia, trescientos enanos viven en una ciudad adaptada a su tamaño y tienen hasta un cuerpo de bomberos que cada hora interviene en una alarma fingida, "un eficaz recordatorio de la futilidad existencial del ser humano". Más tarde deberán intervenir en un incendio real que se produce en el parque ( la realidad supera a la ficción), que quedará arrasado en apenas tres horas. Más atractivo resulta aún el planteamiento de la miniciudad como un mundo anárquico, un experimento social que se mofa con saña de los eslóganes victorianos y donde se exhiben impúdicamente toda clase de comportamientos alejados de las convenciones de la época. La atracción de la Caída de Pompeya es una "pesadilla exorcizada", Suiza y Venecia también son replicadas. Pero la que se lleva la palma por bestia es el "edificio incubadora", una construcción en forma de antigua granja alemana donde se recoge a bebés prematuros de Nueva York y se les da cuidados (a la vista de los morbosos visitantes, claro), constituyendo "la variante benéfica del tema de Frankenstein". La incubadora es una creación del primer pediatra de París, Martin Arthur Couney, cuyo proyecto había sido rechazado por sus conservadores colegas allá donde lo había presentado (Berlín, Londres, Rio de Janeiro, Moscú...), para finalmente encontrar acomodo aquí. No es el único científico que puede desarrollar su trabajo en Coney. Santos-Dumond realiza un vuelo diario sobre la isla en su dirigible nº9. Es obvio que Koolhaas disfruta a fondo en este contexto de surrealismo desbordante para el que inventa etiquetas sin parar: "urbanismo psicomecánico" , "metrópolis de lo irracional", "isla madre". En 1938 el mítico jefe de urbanismo de Nueva York, Robert Moses, pone orden: playa y paseo marítimo de Coney Island quedan bajo la jurisdicción del Departamento de Parques y se cubre el 50% de la superficie de la isla con "vegetación inocua". Es la venganza de la naturaleza, hasta es posible que volvieran los conejos.
Hay mucho más, pero tendrás que leerlo en el libro, nosotros lo dejamos aquí. Buena semana.
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