domingo, 8 de septiembre de 2019

Pars pro toto


"La película muestra un proyecto de construcción en el que todo el mundo sintió la necesidad de entrometerse y dar su opinión. Fue también un proyecto con una asignación de responsabilidades de una complejidad excesiva. Numerosas organizaciones eran responsables de una parte pequeña del proceso de construcción. Y si todo el mundo es responsable, entonces nadie es responsable. Muchas organizaciones tienen ese problema y esta situación de pars pro toto es un problema en nuestra cultura de gestión. Por un lado se acaba empantanado con interminables reuniones y acuerdos, aunque por el otro se puede llegar a un resultado muy especial. En su análisis final, la película gira en torno a la ambición y la decepción, y sobre el hecho de que la democracia no siempre obtiene el mejor resultado. Eso dice mucho sobre la sociedad en la que vivimos, y la película refleja esto de manera magnífica". Así de demoledor se mostraba Wim Pijbes, director del Rijksmuseum, en 2013, en el momento de su reapertura tras diez años de profunda renovación (el doble de lo previsto) y una inversión de 375 millones de euros. Puede leerse en el folleto del video al que hace referencia, The New Rijksmuseum, the Film, realizado por Oeke Hoogendijk.

La película relata con aséptica objetividad, diseccionando con quirúrgica precisión sin un solo comentario en off, las tremendas vicisitudes, a veces épicas, otras cómicas, que tuvieron que arrostrar los intrépidos protagonistas de la renovación, desde sus directores (primero Ronald de Leeuw, después el citado Wim Pijbes) hasta el personal más modesto como Leo van Gerven, uno de mis personajes favoritos de este drama casi shakespeariano, guardián del enorme castillo que construyera en 1885 Pierre Cuypers, el Luytens holandés autor también de la fantástica Estación Central de Amsterdam o de la torre de la Nieuwe kerk (nueva iglesia) de Delft, que coronó en 1872 con una imponente aguja que elevó la torre hasta los 108 metros nada menos, la segunda más alta de Holanda.

Nuestros Antonios (Cruz y Ortiz), los arquitectos del Wanda Metropolitano madrileño y autores de la renovación del museo, son también protagonistas de esta historia interminable en la que se entremezclan varios subplots como en el mejor thriller, y en el que la directora ha recogido sin atisbo de la más mínima autocensura (y a veces con despiadada crudeza) momentos de alta tensión, decepción aguda y cabreo apenas disimulado. Uno de los puntos de fricción más importantes en el proyecto fue, como es bien sabido, la lucha sin cuartel que el lobby ciclista desató en contra de la solución que los arquitectos habían propuesto como entrada del museo. Cuypers había diseñado el edificio como una puerta de la ciudad, con un pasaje central que era utilizado por 13.000 ciclistas al día y un número imaginamos también alto de peatones. El problema es que el museo quedaba así seccionado en dos partes mal comunicadas, inconveniente que la renovación tenía que resolver de una forma u otra. Cruz y Ortiz deciden unir ambas alas mediante un enorme vestíbulo subterráneo al que se accedería precisamente a través del pasaje central mediante unas escaleras que descenderían al vestíbulo. Se deja espacio a los lados de las escaleras para que los ciclistas puedan seguir utilizándolo, pero es obvio que el espacio queda muy mermado y no parece quedar claro qué pasa con los peatones: ¿utilizan el mismo recorrido que las bicicletas o han de rodear el edificio? En varias escenas de la película puede verse a representantes del sindicato ciclista defendiendo a capa y espada en el ayuntamiento de Ámsterdam su pasaje para desmayo de los responsables del museo y en especial los arquitectos. "Nuestra solución es razonable y modesta, no es una pirámide, o algo arriesgado o arrogante", comenta Ortiz en la reunión donde se les dice que el ayuntamiento ha rechazado su propuesta para la entrada, y ya en su estudio de Sevilla, adonde Hoogendijk, la directora de la película, se desplaza (la escena se inicia irónicamente con Cruz llegando en bici al estudio), reconocen que quizá no sean ya los arquitectos adecuados para acometer la reforma ahora que la principal razón por la que fueron elegidos, la solución para la entrada, ha sido rechazada. Desganados, señalan que diseñarán otra entrada, pero no tienen empacho en afirmar que será "vulgar" y "banal". Ortiz es el encargado de presentar la nueva entrada en una conferencia de prensa posterior, en la que con casi británica flema, introduce la solución que a día de hoy sirve de entrada al museo: cuatro enormes puertas giratorias en el pasaje (dos a cada lado) que no interfieren con el carril central que se deja para los ciclistas. Los peatones, al igual que los visitantes del museo, utilizan sendos recorridos a ambos lados del carril-bici, vamos, como estaba antes. En la infografía que acompaña la presentación puede verse a los ciclistas cruzando el pasaje "de manera fantasmal", como comenta con sorna el arquitecto, para alborozo, real o fingido, de los asistentes. Ronald de Leeuw, aún director del museo por aquel entonces y firme defensor de la propuesta original, ríe con forzada mueca. Tras las bambalinas, las cosas cambian. Ortiz se sincera sin tapujos ante la cámara de Hoogendijk: "Ellos ganan, pero llevaron a cabo una campaña que no jugó limpio. Nunca quisimos eliminar las bicicletas. Eso es una mentira. Han doblado el brazo de una poderosa institución como el Rijksmuseum, es un gran día para ellos. Pero esto no es democracia, es una perversión de la democracia". 

Cuando De Leeuw, harto y a punto de jubilarse, deja el cargo de director del museo (en 2007) y lo asume Wim Pijbes, firme defensor también de la propuesta primera, el nuevo y flamante director intenta remover el tema. Cruz y Ortiz vuelven a proponer otra solución muy similar a su primer diseño. Si en el original la entrada (las escaleras que descienden desde el pasaje) están centradas, dejando a cada lado espacio para las bicicletas, ahora la escalera queda a un lado y el carril-bici en el otro. "Es simétrico y da más espacio a los ciclistas", apunta Pijbes, que se las promete muy felices, pero como todos sabemos el nuevo plan vuelve a ser desechado. Ortiz, desde Sevilla, estalla: "Estoy harto de esta ridícula historia, si me lo preguntas te diré que ya no me importa cómo va a quedar la entrada". Pijbes tampoco se muerde la lengua frente a la cámara ante las quejas de los ciclistas, que presionan alegando un aumento en el número de accidentes en bici en la zona ahora que el pasaje está cerrado, y llega a decir con rabia contenida y ojos vidriosos: "Pero qué me están contando, que se prohíba a los ciclistas usar el pasaje y punto". Siguen los alegatos ciclistas con renovados bríos en nuevas reuniones: "Montar en bici bajo el museo es una parte de la cultura de Ámsterdam de la que no es posible deshacerse. Es una verdadera vergüenza que se invoquen razones culturales para justificar esto. Sin duda La Ronda de Noche o La Lechera de Vermeer son fantásticos, pero acabar con el carril bici más bello del mundo y parte además de la red de comunicaciones urbanas en el nombre de la cultura es una desgracia". Cuando el ayuntamiento rechaza definitivamente la nueva propuesta, Pijbes está desatado: "Esta ciudad puede ser una democrática casa de locos". La película, obviamente, no puede acabar así, en los minutos finales vemos a los protagonistas ofreciendo una suerte de amable epílogo final. Ortiz señala, paseando en soledad por el soberbio vestíbulo subterráneo, que está satisfecho con su trabajo: "Parece que no ha hecho falta el más mínimo esfuerzo para hacerlo; alguien podría preguntar ¿Pero qué han estado haciendo todos estos años? El esfuerzo está escondido, lo cual podría ser una definición para la elegancia. Misión cumplida" (esto último lo dice en español).

Acabo con el inevitable apunte personal. La verdad, antes de saber toda esta historia, la primera vez que entré en el nuevo Rijksmuseum recuerdo que me llamó la atención la entrada, me dio la sensación de que no era la principal, que era un acceso secundario. Sin embargo me pareció al mismo tiempo original y muy elegante, y pronto se me olvidó al ver el magnífico vestíbulo o las fantásticas chandeliers, las enormes arañas colgantes que Moneo llama "jaulas metafísicas" en el catálogo de la exposición que el museo ICO dedicó hace un par de años a los arquitectos andaluces, y de las que señala, en su verticalidad, una posible vinculación al gótico, todo un guiño a Cuypers. Moneo no entra en la monumental polémica ciclista en torno al museo, pero sí incide en su condición de puerta sur de la ciudad en diálogo con la Estación Central, también de Cuypers, al norte. Me sorprende cómo se nos puede ir la pinza y pensar que nuestra visión de un problema puede estar por encima de lo que opina un nutrido colectivo que representa en este caso a toda una ciudad. Yo no sé si la entrada original era mejor que la definitiva o no, pero lo cierto es que si un ayuntamiento que representa a la ciudadanía a la que principalmente va dirigido el museo está de acuerdo en que el proyecto no debe cambiar lo que Cuypers diseñó, pues toca envainársela con estilo y sin aspavientos. La parte nunca puede anteponerse al todo, pero tampoco la parte que yo defiendo; habrá que ver qué parte es la más grande. Pero bueno, hablar es fácil...

Otro día te cuento más anécdotas de la película. Feliz rentrée.

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