jueves, 29 de septiembre de 2011
Blanca mañana
Ayer pude volver a ver (un rato al menos), El hombre tranquilo por la tele. Hacía muchos años que no la veía y me volvió a enganchar como nunca. Hay pocas películas que me hayan tocado tanto como esta obra maestra de John Ford en la que John Wayne interpreta a un boxeador retirado de oscuro pasado que vuelve a su Irlanda natal desde Estados Unidos con intención de restañar sus heridas y comprar la casa donde nació (White-o-Mornin´, Blanca mañana), hogar que había idealizado desde su infancia como emigrante en un duro suburbio americano. La casa, típicamente irlandesa, blanca y con el techo de paja, representa la pureza, la felicidad, la inocencia perdida. En ella se topará además con Maureen O´Hara, con la que iniciará una tortuosa pero divertidísima historia de amor. En la foto, una réplica de la casa en el condado irlandés de Mayo, cerca de donde se rodó el film, convertida, cómo no, en museo homenaje a la película.
No sé quién dijo que la arquitectura era como la magdalena de Proust. A menudo los recuerdos de la infancia van envueltos en arquitecturas que identificamos como paraísos perdidos que ya nunca recuperaremos. La casa de mis abuelos en Zaragoza tenía un pasillo interminable que aislaba el despacho de mi abuelo, músico, un lugar lleno de secretos vetado a los niños donde componía, tocaba el piano o daba clases. Qué feliz era aquellos días de verano correteando por aquel pasillo sin fin o aventurándome a entrar en aquel misterioso despacho.
"Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla", dice Machado. En busca del tiempo (y la arquitectura) perdidos.
lunes, 26 de septiembre de 2011
Parecidos razonables: Ordos/Lisboa
El nuevo museo del Arte y la Ciudad de Ordos en Mongolia (China), del estudio local MAD, es noticia. Sus formas onduladas, muy gehrianas (en el interior recuerda más a Hadid) quieren contrastar al parecer con el masterplan de la ciudad, de nueva creación, que Ai Weiwei, el artista en permanente conflicto con el gobierno chino, diseñó en formas rectilíneas. AV señala que sus formas están inspiradas en Bucky Fuller. A su vez, el blog Arquitectura+Historia lo compara con The Ark de Erskine. Nosotros aportamos nuestro granito de arena y lo comparamos al Pabellón Atlántico en Lisboa de SOM junto a Regino Cruz. Las dos primeras fotos corresponden al museo chino, las otras dos al pabellón lisboeta.
miércoles, 21 de septiembre de 2011
Bellezas
Si me preguntaran si esta casa es bella, diría, sin pensármelo dos veces, que no. Si a continuación me explicaran que esta casa se diseñó para ofrecer una vivienda digna al mayor número posible de sin techo, que se podía fabricar en poco más de un mes y levantar en siete horas, que introducía propuestas tan futuristas como un núcleo húmedo que albergaba los sanitarios y la cocina y se situaba dentro de un bloque cilíndrico en el centro de la sala principal, que ofrecía 52 generosos metros cuadrados para sus ocupantes, o que fue ideada por el mítico abate Pierre y un ingeniero visionario de nombre Jean Prouvé y financiada por una famosa empresa de jabones (Persil) y donaciones particulares obtenidas tras un incendiario discurso radiofónico del abad ("la insurrección de la bondad"), seguramente volvería a pensarme la respuesta. Y es que la belleza, tan subjetiva ella, es mucho más que skin-deep. Y un edificio, mucho más que una piel atractiva.
Por desgracia, la casa de Les Jours Meilleurs, como se denominó, no fue homologada por las autoridades pertinentes. Corrían los años 50 y esa unión malsana de cocina y baño y la falta de ventilación adecuada pudieron ser las causas de la negativa de los burócratas, y es que para cross-ventilation, nada mejor que vivir debajo de un puente. Quién sabe si los aplicados funcionarios además vieron peligrar el pingüe beneficio que suponía el ladrillo puro y duro. Mon Dieu, demasiada insurrección. Una década más tarde los jóvenes buscaban la playa bajo los adoquines parisinos y pedían que la imaginación subiera al poder. Al final llegaron los días mejores.
Todo esto viene a cuento de la exposición sobre Jean Prouvé que acaba de inaugurarse en Ivorypress. Debo confesar que del ingeniero y artesano francés apenas conocía una anodina gasolinera expuesta en ese parque temático arquitectónico que es el Vitra Design Museum, así que tenía una motivación casi nula para ir a verla. Los comisarios de la muestra (repiten Norman Foster y Luis Fernández-Galiano) y el lujazo asiático (ahora se dice premium) de darme una vuelta por Ivorypress fueron las únicas razones de peso para ir. De nombre La belleza fabricada/ Industrial Beauty, la primera sorpresa de la muestra es eso: el título. Los diseños del francés -tras un primer vistazo- serán muchas cosas, pero bellos... Su casa 6x6, expuesta a escala real, resulta un barracón bastante off-putting, hasta que, como en la casa del abate, te enteras de que estaba pensada para los damnificados de la Segunda Guerra Mundial y se construía igualmente rápido. La belleza está en el interior, nunca mejor dicho... Tras una lectura detallada de los paneles, la primera impresión va cambiando: Prouvé fue un hombre comprometido con su tiempo, un fabricador de ideas que se devanó los sesos para dar soluciones a problemas acuciantes en una época de extrema necesidad. Lo de las tres erres lo tenía ya claro hace 60 años: su propia casa en Nancy reutilizaba materiales desechados.
Decir también como epílogo que militó en la resistencia, que se le considera uno de los primeros creadores del muro cortina, que fue precursor del high-tech con sus investigaciones sobre las posibilidades del metal en la construcción, que presidió el jurado que eligió el centro Pompidou o que colaboró en el diseño del CNIT, el primer edificio singular de La Défense parisina. El compromiso con tu época, la innovación contra corriente,
la sostenibilidad (mucho antes de que se inventara el término), también son bellos.
miércoles, 14 de septiembre de 2011
Les cabanes tchanquées
Cada uno supera el síndrome postvacacional como puede, a mí me funciona ponerme a ver fotos de pasados veranos. Hace unos años estuve en Arcachon, cerca de Burdeos, famoso por su bahía y sus ostras. En las tiendas de souvenirs no dejaba de ver postales de las llamadas cabanes tchanquées (algo así como cabañas zancudas). Lo curioso es que no veía las cabañas por ninguna parte, hasta que finalmente me enteré de que estaban lejos de la ciudad, en el centro de la bahía, posadas al lado de la Isla de los pájaros, a salvo de las fuertes mareas de la zona gracias a sus enormes pilotis de madera. La primera cabaña, construida a finales del XIX como puesto de observación de una granja ostrícola, aguantó hasta que una tormenta acabó con ella allá por los años 40 del pasado siglo. Poco después se levantaron dos más con fines ya puramente recreativos, denominadas número 51 y 53. La primera, con sus contraventanas rojas, aún sigue en pie, la segunda fue reconstruida hace unos años. No me importaría nada pasar un fin de semana robinsoniano en una de ellas.
Es curioso que viviendas tan frágiles y sencillas se hayan convertido en símbolos de Arcachon, rivalizando con otros iconos identitarios de la región como la arquitectura modernista de las mansiones de la ville d’Hiver o la impresionante duna de Pyla (de más de 100 metros de altura). Tanto interés en crear iconos epatantes y exorbitantes cuando quizá lo único que tenemos que hacer es valorar más lo que ya tenemos.
domingo, 11 de septiembre de 2011
Dos iglesias para hoy
Pues aquí tenemos estas dos iglesias muy distintas y distantes. La primera es la iglesia de Iesu, de Rafael Moneo (no, no es de Siza), en Donosti, último ejemplo de la cruzada cartesiana que el arquitecto navarro libra contra el caos de lo aleatorio. O sea, otro cubo. La sobriedad es un don, según el título de la reseña que Fernández-Galiano hace de Apuntes sobre 21 obras del propio Moneo, y más ahora, pero la sobriedad puede resultar tan aburrida.
Frente al cubo impersonal, la recientemente inaugurada iglesia de Martin Luther King de Coop Himmelb(l)au en Hainburg (Austria), con su tejado imposible inspirado en un osario cercano. Por un momento, siento el escalofrío de que un hueso haya inspirado las extraña forma pero al informarme algo más descubro con alivio que se basa sólo en la curvatura que forma el tejado del edificio románico que lo aloja. Repetida aleatoriamente (al menos en apariencia), la curva conforma el caos que vemos en el tejado en forma de ola de fuerza desmedida, caracola gigante o bucle melancólico. Comparado a Le Corbusier, a mí me parece más cerca de Dalí. La pega es que semejante estructura sólo ha podido ser construida en un astillero dada la complejidad de sus formas, así que le habrá salido a la congregación por un buen pico. Pero tranquilos, estamos en del núcleo duro de la zona euro.
Pues eso, que aquí o diluvia o no cae una gota. Entre "el ascetismo del que renuncia a la expresión individual" en palabras de Fernández-Galiano o el desmelene surrealista ¿y gratuito? de los arquitectos vieneses, a ver con qué nos quedamos. Afortunadamente hay términos medios.
Más sobre la iglesia austriaca aquí.
jueves, 8 de septiembre de 2011
Mirar y ver
"Los arquitectos no sé si pueden cambiar el mundo, pero sí las ciudades y nuestra manera de mirar el mundo, que ya es bastante. El mundo lo cambiamos entre todos y los arquitectos podemos orientar esos cambios, ofrecer otras maneras de mirar, de sentir y de relacionarse con el mundo y la naturaleza. A pesar de estar inmersos en una cultura visual, al final, el ojo se está convirtiendo en un ojo infrautilizado. Nos pasamos el día mirando y no vemos nada. Hay una tremenda falta de atención colectiva. Quizá los arquitectos seamos capaces de enseñar a mirar. La crisis nos obliga a repensar cómo vivir, cómo construir, cómo habitar los espacios." (Entrevista a Martín Lejarraga en La Verdad. Foto: cabina móvil de información proyectada por el arquitecto).
sábado, 3 de septiembre de 2011
El hortus conclusus madrileño
"Abril es el mes más cruel" afirmaba T.S.Eliot en su famoso poema The Waste Land (La tierra baldía), todo un oxímoron: ¿no es la primavera la estación más dulce en la que la vida florece, la sangre se altera y logramos sobrevivir al crudo invierno? No lo ve así el poeta británico (aunque nacido en los EE.UU.) y premio Nóbel, para el que la primavera sólo marca el inicio de la cuentra atrás hacia la muerte: "El invierno nos daba calor, cubriendo la tierra con la nieve del olvido". Para el resto de los mortales, sin embargo, el mes más cruel es septiembre. Tras las vacaciones (eso si las has tenido) llega el momento de retomar tu trabajo (eso si aún lo conservas. Sin ir más lejos, 3.000 profesores de secundaria no lo recuperarán en Madrid, y es que hay que ahorrar: 80 millones en concreto. La remodelación del Palacio de Cibeles para convertirlo en la nueva sede del ayuntamiento costó 120).
Éste es por tanto el momento ideal para visitar un lugar mágico de la capital, un oasis de tranquilidad en medio del alocado ritmo de la ciudad, un hortus conclusus mucho mejor que el de Zumthor en Londres, que tendrá mucho diseño, pero al que falta un elemento fundamental que el nuestro sí tiene y heredamos de la cultura árabe: el agua en forma de relajantes fuentes de todo tipo. Se trata de los jardines de la antigua casa de Joaquín Sorolla (hoy museo) en el paseo del General Martínez Campos. Diseñados por el propio pintor (pueden verse sus bocetos allí mismo), utilizó como referentes los jardines de los Reales Alcázares de Sevilla, el Jardín de la Ría del Generalife y elementos italianos (Sorolla vivió en Italia un año), como esculturas clásicas y una bella pérgola. El rincón más zen es la Fuente de las confidencias (ahora vacía, con lo que pierde bastante, es la primera foto). Como curiosidad, decir que algunos de los árboles (como un árbol del amor) fueron plantados personalmente por el pintor valenciano, y que los arrayanes que pueden verse fueron traídos expresamente de la Alhambra de Granada.
Eliot y Sorolla fueron contemporáneos. De hecho, los jardines fueron terminados en 1917 y The Waste Land fue publicado en 1922. Pero qué mundos más opuestos. Frente a la luz radiante que emana de los cuadros del valenciano y la alegría andaluza que rebosa en el parque, la angustia existencial y la oscuridad (real y metafórica) del poema del inglés. Ambos artistas de renombre, optaron por reflejar su época de maneras contrapuestas: Sorolla se ciñe al costumbrismo y a una pintura tradicional que tantos éxitos le daría. Eliot, más comprometido quizá con su tiempo, refleja con su críptica y angustiosa poesía una época de convulsos cambios sociales, intelectuales y artísticos consecuencia de la primera Guerra Mundial.
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