miércoles, 21 de septiembre de 2011
Bellezas
Si me preguntaran si esta casa es bella, diría, sin pensármelo dos veces, que no. Si a continuación me explicaran que esta casa se diseñó para ofrecer una vivienda digna al mayor número posible de sin techo, que se podía fabricar en poco más de un mes y levantar en siete horas, que introducía propuestas tan futuristas como un núcleo húmedo que albergaba los sanitarios y la cocina y se situaba dentro de un bloque cilíndrico en el centro de la sala principal, que ofrecía 52 generosos metros cuadrados para sus ocupantes, o que fue ideada por el mítico abate Pierre y un ingeniero visionario de nombre Jean Prouvé y financiada por una famosa empresa de jabones (Persil) y donaciones particulares obtenidas tras un incendiario discurso radiofónico del abad ("la insurrección de la bondad"), seguramente volvería a pensarme la respuesta. Y es que la belleza, tan subjetiva ella, es mucho más que skin-deep. Y un edificio, mucho más que una piel atractiva.
Por desgracia, la casa de Les Jours Meilleurs, como se denominó, no fue homologada por las autoridades pertinentes. Corrían los años 50 y esa unión malsana de cocina y baño y la falta de ventilación adecuada pudieron ser las causas de la negativa de los burócratas, y es que para cross-ventilation, nada mejor que vivir debajo de un puente. Quién sabe si los aplicados funcionarios además vieron peligrar el pingüe beneficio que suponía el ladrillo puro y duro. Mon Dieu, demasiada insurrección. Una década más tarde los jóvenes buscaban la playa bajo los adoquines parisinos y pedían que la imaginación subiera al poder. Al final llegaron los días mejores.
Todo esto viene a cuento de la exposición sobre Jean Prouvé que acaba de inaugurarse en Ivorypress. Debo confesar que del ingeniero y artesano francés apenas conocía una anodina gasolinera expuesta en ese parque temático arquitectónico que es el Vitra Design Museum, así que tenía una motivación casi nula para ir a verla. Los comisarios de la muestra (repiten Norman Foster y Luis Fernández-Galiano) y el lujazo asiático (ahora se dice premium) de darme una vuelta por Ivorypress fueron las únicas razones de peso para ir. De nombre La belleza fabricada/ Industrial Beauty, la primera sorpresa de la muestra es eso: el título. Los diseños del francés -tras un primer vistazo- serán muchas cosas, pero bellos... Su casa 6x6, expuesta a escala real, resulta un barracón bastante off-putting, hasta que, como en la casa del abate, te enteras de que estaba pensada para los damnificados de la Segunda Guerra Mundial y se construía igualmente rápido. La belleza está en el interior, nunca mejor dicho... Tras una lectura detallada de los paneles, la primera impresión va cambiando: Prouvé fue un hombre comprometido con su tiempo, un fabricador de ideas que se devanó los sesos para dar soluciones a problemas acuciantes en una época de extrema necesidad. Lo de las tres erres lo tenía ya claro hace 60 años: su propia casa en Nancy reutilizaba materiales desechados.
Decir también como epílogo que militó en la resistencia, que se le considera uno de los primeros creadores del muro cortina, que fue precursor del high-tech con sus investigaciones sobre las posibilidades del metal en la construcción, que presidió el jurado que eligió el centro Pompidou o que colaboró en el diseño del CNIT, el primer edificio singular de La Défense parisina. El compromiso con tu época, la innovación contra corriente,
la sostenibilidad (mucho antes de que se inventara el término), también son bellos.
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