Con el título de "El patrimonio, ni mercancía ni museo", Luis Fernández-Galiano reseña en AV el libro Le patrimoine en questions de Françoise Choay, una antología de textos históricos precedida por una introducción que gira en torno al uso y abuso del patrimonio. Como queda claro en el título de la reseña, la historiadora y profesora de la universidad de París denuncia en palabras de Fernández-Galiano "la mercantilización universal del patrimonio, entregado al consumo del turismo de masas (...) y la ‘museificación’ de las arquitecturas del pasado, transformadas en parques temáticos sin otro uso que el recreativo, al servicio de la industria del ocio". Y yo me pregunto: ¿cuál es el problema? Como es obvio el patrimonio pertenece al estado y por tanto a los ciudadanos, que pueden y deberían disfrutar al máximo de dichos bienes, cuya conservación y restauración por cierto pagamos todos con nuestros impuestos. Me pregunto también qué otros usos daría la historiadora al patrimonio, la reseña habla solamente de la defensa de "una utilización ética de las construcciones heredadas para ponerlas al servicio de las nuevas demandas sociales", pero no se especifican. A Françoise, como a mí, lo que en el fondo nos encantaría es poder pasear por el Mont Saint Michel en verano sin tener la sensación de estar en el metro en hora punta, poder ver la Gioconda de cerca y no simplemente atisbarla en la distancia tras la habitual masa hermética de japoneses que parecería que viven allí permanentemente o poder subir al ascensor de la Torre Eiffel sin hacer una cola kilométrica, por poner ejemplos que tocan de cerca a la profesora francesa. Pero pensemos en los beneficios que esa masificación conlleva en términos económicos y culturales. En Gran Bretaña, donde todo se compra y se vende, la cultura y el patrimonio no son excepción. El Castillo de Warwick, una soberbia fortificación cuyos orígenes se remontan a Guillermo el Conquistador (s.XI) fue vendido por sus dueños en los 70 al grupo Tussauds (el del famoso museo de cera londinense) y tras fuertes inversiones en su restauración se abrió al público. Hoy en día pertenece al gigante del entretenimiento temático Merlin, dueño de por ejemplo el London Eye o parques temáticos ingleses de gran éxito. Pagando una entrada nada módica (unos 17 euros) podemos ver un edificio en perfecto estado exterior e interior, donde se reflejan con gran detalle y rigor escenas de la vida en palacio en distintos momentos de su larga historia. Al estado inglés no le cuesta un duro, el patrimonio británico no ha perdido un inmueble histórico y se ofrece a las masas un producto cultural digno. Veamos qué pasa en Grecia, donde el patrimonio se vive como rasgo identitario nacional (recuerdo el rapapolvo que una guía echó a una turista americana que cometió la supuesta frivolidad de posar para una foto ante una de las cariátides expuesta en el extinto museo del Partenón), lo que no impide que el estado haya levantado un caro museo para cuando el British Museum tenga a bien devolver al estado griego los expoliados mármoles de Elgin: tener los mármoles es cuestión de estado,... y de más frívolos turistas con frescas divisas. Ya hablamos también de la tremenda polémica que se montó allí cuando al músico Vangelis se le ocurrió dar un concierto en el templo de Zeus olímpico en 2001 entre los puristas defensores de la inviolabilidad del patrimonio y los progresistas -entre ellos el ministro de cultura griego- que defendían el uso del templo como marco incomparable que sirviera para proyectar la cultura griega en el exterior mediante la grabación de un video que luego se pasaría por un buen número de televisiones públicas del mundo (lee la noticia aquí).
¿Debería haber alternativa a esta masificación interesada de la cultura? ¿Cuál sería? ¿Habría que intentar desviar a las molestas masas a otros espectáculos para dejar el patrimonio en manos de los que realmente entienden de él? Sin duda el libro de Choay dará claves. Nosotros seguimos dando ejemplos. Le toca a España. En nuestro país el patrimonio es muy rico pero hasta hace bien poco apenas valorado. Eso explicaría que un vulgar chorizo como Erik el belga se haya paseado como Pedro por su casa por la geografía nacional robando en iglesias a diestro y siniestro y expoliando a expuertas nuestro patrimonio. Eso también explicaría que en juicio fuera absuelto, que la prensa le soliera tratar con una benevolencia inaudita (siempre defendía que robaba por amor al arte), y que ya jubilado repose de su ajetreada vida de robo, destrozo y fraude en la Costa del Sol, en el mismo país al que ha ultrajado privándole de piezas de valor artístico incalculable. Las autonomías con su incesante lucha por la preponderancia de lo local van cambiando este triste panorama, pero lo que está claro es que si hubiéramos seguido el modelo británico y heleno generando una mercadotecnia y un sentimiento de orgullo hacia todo nuestro patrimonio (no sólo El Escorial y cuatro sitios más) que hubiera atraído hacia él a las masas hoy nuestro patrimonio estaría probablemente intacto. Y es que al final el turismo cultural es un maná que aporta riqueza, que revierte en los bienes patrimoniales permitiendo su mejor protección y conservación y hace que las autoridades locales valoren las piezas artísticas que están a su cargo. Así que, no dejemos al patrimonio solo ante el peligro. Museifiquemos, por favor.
La octogenaria experta arremete también en su libro contra internet. Vuelvo a citar la reseña de Fernández-Galiano:"Al cabo, lo que preocupa más a la profesora emérita francesa es lo que llama revolución electro-telemática, con la promoción de lo virtual en demérito de la relación física del cuerpo con el mundo; la utilización de prótesis cada vez más sofisticadas materializando las anticipaciones de Freud sobre la transformación del hombre en un ‘dios protésico’". Entre mi pierna y una prótesis obviamente prefiero mi pierna, pero entre una prótesis y nada, prefiero la prótesis. Es evidente que si pudiera, me iría este puente a Eindhoven a ver cómo encaja el original De Blob de Fuksas en la ciudad, entraría y saldría de la enorme burbuja cristalina, haría unas fotos, me sentaría en un café cercano a observarlo un poco más de lejos. Al día siguiente me acercaría a pasear por los canales de Amsterdam y me volvería feliz a casa. Como no puedo, he de conformarme con ver las excelentes fotos y comentarios en Designboom, web sin la que para empezar ni me habría enterado de su existencia. Internet ofrece accesibilidad instantánea y universal a toda clase de datos y una indefinida permanencia de la información que ningún erudito debería desdeñar, por muchos riesgos que entrañe.
La positiva democratización de la cultura ha traído una a veces frustrante banalización de la misma, y la irrupción del vil metal en el hecho cultural siguiendo el modelo anglosajón puede que la haya vulgarizado. Pero ¿cuál es la alternativa?
Reseña completa aquí.
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