domingo, 26 de mayo de 2019

Ciudades maestras (3)



Porque vamos a ver ¿tú eres espacial o no? ¿Te has diluido ya en los mundos virtuales cual hikikomori insomne o te va todavía el rollo decimonónico del flâneur que deambula sin rumbo por la ciudad, curioso y alerta? ¿Estás con Gastón Bachelard, el autor de La poética del espacio (ese señor que decía que los ascensores destruían los "heroísmos de la escalera", quitando todo el mérito a vivir cerca del cielo) y con Michel Focault, que señalaba que a nuestra época le define su carácter espacial, o tú eres más de William J. Mitchell y su City of Bits, según el cual "vivimos ya en el antiespacio" relacionándonos solo mediante las redes sociales? ¿Te sientes las piernas? Paul Virilio en su Amanecer Crepuscular ya nos decía: "el polo principal para la arquitectura de la globalización es la compresión temporal. A diferencia de los años 50 y 60, cuando se hablaba esencialmente del espacio, ahora estamos obligados a hablar del tiempo. La compresión temporal es un término técnico que ilustra el hecho de que de ahora en adelante el tiempo real es un elemento determinante del poder". A esa compresión temporal también la llama presión dromosférica, que acongoja más. Y alerta ante la tremenda aceleración que vive la sociedad moderna (que se dirigiría a un "accidente total") defendiendo una ralentización en la que la ciudad tiene un papel clave: "Es seguro que uno de los desaceleradores es la morada, el inmueble. (...) No se puede negar que la ciudad desaceleró a los nómadas con el sedentarismo. (...) La velocidad agota al mundo". Santiago de Molina, en Hambre de arquitectura, apuntala la idea: "Hoy que parece que la virtualidad está cobrándose el mayor número de víctimas posibles en almas sin cuerpo, reclamamos la realidad con el ansia del que reclama una pausa en un descenso sin frenos. Si T.S. Eliot dijo en el siglo pasado que los seres humanos no pueden soportar demasiada realidad, le faltó vivir este tiempo. En el siglo XXI parece que la necesidad de recobrar ese contacto con la realidad-real es cada vez más acuciante. Hoy parece necesitarse una arquitectura capaz de aportar una dimensión sensible a la vida. Sin más". La ciudad desacelera y, como dijo mucho antes Ortega, civiliza. En la Rebelión de las masas dice: "La polis no es primordialmente un conjunto de casas habitables, sino un lugar de ayuntamiento civil, un espacio acotado para funciones públicas. La urbe no está hecha para cobijarse de la intemperie y engendrar, que son menesteres privados y particulares, sino para discutir de la cosa pública. Nótese que esto significa nada menos que la invención de una nueva clase de espacio, mucho más nueva que el espacio de Einstein" (tomo la cita del muy recomendable La arquitectura de la ciudad global de Eduardo Prieto). Volvamos al Ágora, que la desintermediación (fenómeno por el que desaparecen los intermediarios, algo cómodo cuando se trata de comprar algo por Amazon pero preocupante cuando alcanza otros ámbitos) produce monstruos. "En las redes manda el mensaje simple, unidireccional por cierto. La política compite ahí con el entretenimiento y se mimetiza con este. En una democracia desintermediada, en una sociedad hiperdigitalizada, en la política espectáculo ¿somos ciudadanos o audiencia? ¿Electores o followers? ¿Vale un voto lo que un "me gusta"? ¿Un meme lo que un programa político? Hay más voces, pero ¿hay más diálogo?", lo dice Ricardo de Querol en el Retina de ayer.

Te veo agobiado y exhausto tras tan denso párrafo. Trataré de desacelerarte con dos presentes que compensarán acaso tu esfuerzo lector. El primero es un relajante tema que abre el álbum The City de Vangelis, álbum compuesto por el músico griego en una sola noche insomne en un hotel de Roma y que como su nombre indica está dedicado a la ciudad, que por cierto hoy votamos (no olvides que también votamos por Europa, no te pierdas por cierto de nuevo este video de Koolhaas, europeísta militante).  El segundo regalo es una cita de Antonio Muñoz Molina, que compone un sentido homenaje a una ciudad: "Turín es una maqueta exacta de Turín. Turín es un modelo de ciudad que se parece a aquel mapa de Borges que era tan fiel en todos sus detalles que tenía el mismo tamaño del territorio que representaba. Turín es plana, cuadriculada, geométrica, como un tablero de ajedrez, una apoteosis del ángulo recto y de la perspectiva. Uno camina por una calle con soportales magníficos en dirección hacia una plaza que se distingue al fondo y el punto de fuga es una estatua ecuestre en el centro justo de la plaza, y los arcos de los soportales y las losas ajedrezadas del suelo van disminuyendo de tamaño según se alejan de la mirada, como en esos fondos de ciudades ideales en las pinturas del Quattrocento. En Turín el aficionado a la pintura y a las ciudades se acuerda unas veces de Piero della Francesca y otras de Giorgio de Chirico. De Piero es la claridad racional de lo visible en la plena luz limpia de una mañana. Según anochece y las plazas y las avenidas que desembocan en ellas van quedándose vacías, Turín tiene un aura de ciudad fantasma a la manera de De Chirico, que se acentuará sin duda en sus inviernos de capital ya muy al norte, y que quizá sería mucho más pronunciado en los tiempos en que Turín era abrumadoramente una ciudad industrial.
Primo Levi habla de la “geometría obsesiva” de Turín. La sorpresa de llegar es descubrir que no se trata de una geometría agobiante, y ni siquiera monótona. La calidad tan alta del planeamiento urbano, de los edificios, los parques, otorga una liviandad singular a lo que habría podido ser opresivo, a la manera de los grandes despliegues de magnificencia administrativa del antiguo mundo austrohúngaro. Hay escalas imponentes, pero también hay una especie de gracia, una amplitud que ensancha al mismo tiempo los pulmones del que camina y las perspectivas que contempla. Es, literalmente, una amplitud de miras: al final de muchas calles y de las avenidas mayores está unas veces la vista de las colinas verdes al otro lado del Po y otras el perdurable asombro de las laderas y las cimas de los Alpes coronadas de nieve, levantándose de pronto con vehemencia geológica en los límites de una llanura fértil. La seriedad maciza de las columnas de los soportales tiene su contrapunto en las filas de castaños y tilos de copas formidables en los bulevares y en los parques. Contra la piedra labrada de las fachadas, en la penumbra de las bóvedas, se empiezan a encender a la caída de la tarde los neones de colores suaves que anuncian cafés, restaurantes, bares, comercios. Aún no se ha hecho de noche y ya se despliegan como flotando en el aire las palabras iluminadas de un vocabulario de neón: Pizza, Caffè, Bar, Hotel....". Sigue leyéndolo aquí.  

domingo, 19 de mayo de 2019

Ciudades maestras (2)


Esta semana que un ciudadano Kane se haya gastado 91 millones de dólares en el famoso conejo de Koons nos ha dejado fuera de juego. Si lo unimos a la tremenda intrusión de una masa de aire africano, que ha dejado mi celebro más vaciado que España y casi tan desafinado como Madonna en Eurovisión, hoy no esperes gran cosa. Digamos que toca entrada pop. Tres cositas te traigo apenas enhebradas en torno a la ciudad tras lo cual por el foro haremos mutis.

La primera es un breve pero contundente video. Ricky Burdett hablaba en nuestra anterior entrada de la ciudad como maestra y casi como madre, aquí verás que puede ser también madrastra de la que es imperioso menester huir de vez en cuando si no queremos perecer en una asfixiante espiral de agobio autoinducido. No te digo más, aquí lo tienes.

La segunda es otro video que me llegó por whatsapp con ocasión de San Isidro, patrono de Madrid, mi ciudad. Igual ya lo conoces. Es algo más largo que el anterior, pero merece la pena. Es un video promocional de la capital en el que se da una refrescante vuelta de tuerca a lo cañí, que al cabo está ahí. Se intuyen los iconos arquitectónicos indiscutibles, pero se añaden otros más modernos. El más sorprendente, la biblioteca de Navarro Baldeweg en la Puerta de Toledo (en la foto), un edificio que aunque cilíndrico para mí que siempre quiso ser caja ortogonal, y que pasa completamente desapercibido para el común de los mortales, salvo para la avezada retina del director de este magnífico corto. Está bien que alguien se acuerde de esta baldía y desafortunada plaza, triste antítesis de la de la Independencia. Aquí tienes el enlace, disfrútalo.

Te he dejado para el final lo mejor. Don Luis Fernández-Galiano, experto también en ciudades (hace unas semanas daba un ciclo en la Juan March sobre cuatro urbes -Viena, París, Nueva York y Los Ángeles- que fueron capaces de aglutinar importantes movimientos culturales y artísticos en diferentes momentos del pasado siglo, ciclo del que trataremos de dar cuenta cuando encontremos un ratillo), escribió una glosa bellísima para El País de otra de mis ciudades-fetiche, Lisboa, cuando, allá por 1997, se estaba preparando la Expo 98. Recuperado el texto para Años alejandrinos, que leo por orden, como manda Moneo, y solo un artículo al día, que no quiero que se me acabe, justo antes de entregarme, exánime, a Morfeo (cuánta pedancia, por favor), te cito un par de exquisitos párrafos, toda una delicatessen de nuestro masterchef arquitectónico: "La ciudad blanca tiene muchos nombres. Este crisol de continentes finge su identidad en sus fragmentos, facetas fugaces de un caleidoscopio melancólico y pacífico. Lisboa se llama Alfama en su altura laberíntica y portuaria, y se llama Chiado en su costado mas romántico y abrupto; Lisboa es el Bairro Alto en su extensión próspera y barroca, y es también la Baixa iluminista y pombalina; (...). Fracturada en imágenes heteróclitas, esta Lisboa cosmopolita y callada vacila en el umbral del milenio entre la soledad y el ajetreo, navegante fatigada o animosa, quieta y resuelta al borde del océano. Ensimismada y ultramarina, Lisboa se contempla y mira en la distancia, abstraída en su belleza heroica y humilde, mestiza de europea y brasileña, de oriental y africana. Esta ciudad de claveles y colinas domina y se domina desde sus miradores, pero se aprecia más en las distancias cortas, que guían los pasos por las calzadas de granito y conducen las miradas hacia las fachadas de azulejo. Alicatada y empedrada, teatral y silenciosa, Lisboa se sabe emocionante y ajada, y desde esa convicción se remoza y se sueña...". 


domingo, 12 de mayo de 2019

Ciudades maestras




-¿Qué hacer para que Europa sea, de nuevo, un continente con futuro? 
-Dentro de 30 años tendremos otros problemas. Trump nos preocupa internacionalmente, pero tiene los días contados. Los problemas de las ciudades están por encima de las circunstancias temporales. En Europa estamos aprendiendo que no podemos vivir en ciudades cerradas. ¿Quién hará los trabajos? ¿De dónde llegará la renovación cultural? Con el Brexit, un bailarín necesitará visado para entrar, tendremos que esforzarnos para mantener vínculos con el resto del mundo.

-Si de lo que se trata es de tocar fondo para reaccionar, ¿estamos llegando?
-En los 30 años que llevo trabajando sobre ciudades he visto momentos de pánico, crisis y momentos de renacimiento. Para eso se necesitan líderes inspirados capaces de ir más allá de sí mismos. Doy clase a gente que va a cambiar el mundo. Lo sé en cuanto entran en el aula. Lo siento, pero soy muy optimista. Lo que está en la base del terrorismo es la incomprensión entre culturas diversas. Y no es nada nuevo del siglo XXI. Ha existido siempre. Lo que pienso, desde el punto de vista de la ciudad, es que un alcalde puede encender o apagar el interruptor para mejorar o empeorar la situación.

-¿Y cómo convivir? 
Ian Blair, un gran jefe de la policía londinense, dijo que todo dependía de que la policía pudiera ser aceptada y aceptable a todas las comunidades que comparten la ciudad. Me impresionó cuán espacial es esa idea. La confianza -o desconfianza- en las fuerzas de seguridad tiene que ver con la mezcla. La educación es familia, escuela y calle. Lo que sé es que si una parte de la ciudad está ocupada solo por un único grupo de gente, y da igual el grupo (...), esa segregación va a causar problemas. Es muy fácil imaginar al enemigo: siempre está en el otro lado de la calle. Si en las calles hay mezcla, el enemigo se cuestiona". (Ricky Burdett, entrevistado por Anatxu Zabalbeascoa en EPS de hoy).

domingo, 5 de mayo de 2019

Descentrados


Deseando ya quitarme esta fijación por la caja de una vez por todas me pasé el otro día por la exposición sobre Fernando Higueras del museo ICO. Todos sabemos que Higueras era un anti-miesiano militante. Del arquitecto madrileño ya hemos hablado aquí, pero te cuento cosas que he descubierto (tuve además la suerte de que se iniciaba una visita guiada cuando llegué).

Higueras se sentía un artista plenamente influido por la vanguardia de su tiempo. Como cuenta su pareja Lola Botia, su proyecto final de carrera (1959), una capilla funeraria donde revienta la caja en mil pedazos, fue casi más una obra pictórica que arquitectónica: Higueras roció de gasolina el encofrado y luego le prendió fuego para conseguir algo muy parecido al arte abstracto en pintura (el propio Higueras lo asemejaba a un cuadro de Manolo Millares).

La guía resaltó que el círculo es una constante en toda su obra, no solo en sus obras más conocidas (la mítica "Corona de Espinas" , el Centro de Restauraciones en la ciudad universitaria madrileña, o las diez residencias de artistas en El Pardo, si sigues el enlace le escucharás hablando del proyecto y de paso poniendo a caldo a Mies), sino también en diseños mucho más desconocidos como su refugio de montaña o un rascacielos horizontal en China junto al ingeniero Javier Manterola, un enorme dónut de 350 metros de diámetro sostenido por un pilar de 1000 metros de altura que alojaría una ciudad autosuficiente gracias a paneles solares y aerogeneradores en la que no sería necesario el automóvil y la seguridad estaría garantizada en virtud de su aérea condición. El proyecto estaba basado en una idea similar a escala más reducida que presentó para la expo de Zaragoza de 2008 en la que Higueras, que hizo la mili en la ciudad (durante dicho periodo comenzaría su fructífera colaboración profesional con Antonio Miró), propone una suerte de nuevo Pilar de Zaragoza rabiosamente high-tech.

Siempre me había llamado la atención que se eligiera a un arquitecto ácrata, iconoclasta y profundamente vanguardista para el proyecto de viviendas para militares de San Bernardo en Madrid (1972), que parecen recién puestas ahí por una nave extraterrestre. La guía nos cuenta que el general Medrano, a cargo del Patronato para casas militares, tenía un hijo estudiando arquitectura. Medrano quería algo diferente para San Bernardo y pidió a su hijo, fan de Higueras, opinión. Gracias a él (y a su visonario padre) tenemos este magnífico edificio en lo más granado de la capital. José María de Churtichaga se hace eco de esta inesperada asociación en un artículo de 2009 para la revista del COAM que tituló con inevitable oxímoron: Hedonismo castrense. Las viviendas, que muestran sin complejos su esqueleto de hormigón visto, hacen gala de unas magníficas terrazas de las que cuelgan, babilónicas, exuberantes plantas que dotan de cierta sensualidad a la potente estructura. El acceso al aparcamiento, de una belleza cruda y espectacular, invoca de nuevo al círculo. Un edificio que siempre será joven y nunca pasará desapercibido.

Pero quizá donde Higueras lleva al extremo su devoción por las formas circulares en permanente centrifugado, acaso como él mismo, es en su proyecto para el edificio multiusos en Montecarlo (1969). Lo conocía, pero la guía nos descubrió un dato verdaderamente curioso: nada menos que el comandante Cousteau formó parte del jurado. No ganó (Archigram se llevarían el gato al agua con una propuesta subterránea, una suerte de "paisaje equipado" como el Rascainfiernos del propio Higueras, que finalmente no se llevaría a cabo), pero el mediático oceanógrafo llamó en persona a nuestro arquitecto para explicarle por qué no había sido el elegido, al parecer se había excedido en las dimensiones de su edificio (lo tienes en la foto de arriba), que parecería la materialización del momento exacto en el que una pesada gota hace impacto sobre una superficie, estallando su centro y desparramándose hacia los extremos en aristas puntiagudas. Es en suma la Corona de Espinas llevada a sus últimas consecuencias. La guía nos preguntó a qué nos recordaba su forma. A punto estuve de soltar que al Halcón Milenario, pero me contuve: un señor ya tirando a vetusto diciendo semejantes chorradas, lo mismo hubiera llamado a Seguridad. Por cierto que Cousteau le dijo también que estaba pensando en diseñar una ciudad submarina y que le llamaría a él para proyectarla... Los 60 eran así.

Manuel Blanco, director de la ETSAM, dice de Higueras que es el "último arquitecto heroico". Su descentrado extremismo hizo avanzar la arquitectura, sin duda, pero al cabo ese afán de ruptura con todo condujo a un puñado de obras deslumbrantes, la mayoría imposibles de llevar a la práctica, y no sé si (quién soy yo para decir esto, por favor) mucho más. Eso quizá explique sus furibundas críticas hacia arquitectos menos heroicos pero con los pies en la tierra, responsables de proyectos más insulsos pero seguramente más útiles. Y ahora voy y me cito a mí mismo: "Enterrado en vida en su búnker blanco, no es difícil imaginarse al genio incomprendido y olvidado lamiéndose las heridas quizá envidioso de arquitectos que alcanzaron el éxito y reconocimiento que él nunca tuvo. Serían acaso menos brillantes que él, pero supieron ser más flexibles, más empáticos con su entorno, entendiendo la arquitectura como una disciplina al servicio de la ciudad y no a la inversa. Basta con ver su horrendo ayuntamiento de Ciudad Real, que no es otra cosa que el Centro de Restauraciones con sus mismas aristas punzantes (trasunto quizá del carácter de este arquitecto que no hacía prisioneros) pero embutido en el tejido urbano en lugar de estar situado en un espléndido aislamiento, para darse cuenta de las paradójicas limitaciones de Higueras como arquitecto".