viernes, 2 de junio de 2017

Genio y figura

El Lautner español
El arquitecto de la entrada anterior no es otro que Fernando Higueras, el de la Corona de Espinas (Centro de Restauraciones Artísticas en la Ciudad Universitaria de Madrid). El edificio de la foto que encabeza dicha entrada, con esas celosías como de película de ciencia ficción de los 70 (qué nostalgia de pronto), está en La Castellana madrileña, muy cerca de las Cuatro Torres (aunque su obra más conocida en la capital son las casas para militares que realizara en la Glorieta de San Bernardo). Nuestro más destacado brutalista, fue Higueras un artista integral, maldito, outsider y anárquico que demostró unas apabullantes dotes para la disciplina que hoy nadie duda tras duros años de ostracismo que arreciaron desde la segunda mitad de los 80 hasta los primeros 90. Iñaki Ábalos, que trabajó con él cuando se iniciaba como arquitecto, destaca su genio, capaz en un santiamén de corregir y mejorar el proyecto que a él le había costado los higadillos sacar adelante (recordemos que Ábalos no es un cualquiera que digamos: hasta hace nada era chair de la GSD de Harvard). Licenciado en el 59, cuando todo era Mies, se descolgó con arriesgados proyectos que rasgaban furiosamente la caja moderna con punzantes aristas. Menos es menos y más es más, decía, mofándose del famoso menos es más. Fue candidato en la primera edición de los Pritzker  en 1979 (la que ganara Philip Johnson nada menos). Y cuando casi nadie (Foster y para de contar) se preocupaba por la sostenibilidad, allá por 1972, se construyó a la vera del chalet familiar en el barrio madrileño de Chamartín un refugio subterráneo, sin tabiques y horadado a base de pico y pala (no cabían las máquinas en la exigua parcela) que prácticamente no necesitaba calefacción.  Es el mítico rascainfiernos, cuya única conexión con el exterior es un lucernario que arroja una bella luz cenital (seña de identidad de muchas de sus obras) y que, lejos de parecerse a un refugio nuclear, resulta un recinto cálido y amable según los muchos que lo han visitado (el propio arquitecto y su pareja, Lola Boitia, acabarían habitando en él hasta la muerte de Higueras, en 2008).


El rascainfiernos fue al parecer inspirado por Francisco Nieva, uno de sus muchos amigos artistas, como Lucio Muñoz o Nuria Espert, a los que les hizo casa, o Antonio López (que hiciera un bello dibujo del Centro de Restauraciones durante sus interminables obras y le ayudaría a pintar alguna de sus maquetas). Tras leerle el tarot varias veces, Nieva le vaticinó que le veía bajo tierra. No era su muerte lo que veía el dramaturgo valdepeñero, sino su nuevo hogar subterráneo. Óscar Tusquets señala también que estuvieron pensando en presentarse, Higueras y él, al concurso para reconstruir la zona cero tras el 11-S con un idea similar a su casa cavernaria, enterrando sendos rascacielos bajo tierra. Para evitar la sensación de claustrofobia, dispondrían de pantallas en lugar de ventanas que reprodujeran mediante cámaras lo que pasaba en el exterior...


Pero quizá su proyecto más espectacular (realizado) sea el hotel Las Salinas de Lanzarote, donde es capaz de levantar un brutal exoesqueleto de hormigón que milagrosamente encaja a la perfección con su entorno. Visto en fotos, uno no sabe si le recuerda a un ignoto palacio maya o a una construcción futurista imaginada por Syd Mead. Higueras y César Manrique se unieron en fructífera colaboración en la isla, de la que surgió la genial casa del canario (también bajo tierra), hoy sede de su fundación, del mismo modo, por cierto, que el rascainfiernos aloja la fundación de Higueras. De entre los proyectos no realizados sin duda el más destacado es el de un edificio para Montecarlo, un volcán de hormigón en plena erupción de belleza sobrecogedora. Nace este hombre en un país de la órbita anglosajona y es hoy un koolhaas.

Circula por la red un amarillento artículo en el que el arquitecto ofrece una entrevista surrealista con penosas boutades, y lo que es peor, pone a caldo a varios grandes arquitectos (uno de ellos trabajó con él fugazmente en la elaboración del proyecto de la Corona de Espinas, que fue por cierto premio nacional de arquitectura). Enterrado en vida en su búnker blanco, no es difícil imaginarse al genio incomprendido y olvidado lamiéndose las heridas quizá envidioso de arquitectos que alcanzaron el éxito y reconocimiento que él nunca tuvo. Serían acaso menos brillantes que él, pero supieron ser más flexibles, más empáticos con su entorno, entendiendo la arquitectura como una disciplina al servicio de la ciudad y no a la inversa. Basta con ver su horrendo ayuntamiento de Ciudad Real, que no es otra cosa que el Centro de Restauraciones con sus mismas aristas punzantes (trasunto quizá del carácter de este arquitecto que no hacía prisioneros) pero embutido en el tejido urbano en lugar de estar situado en un espléndido aislamiento, para darse cuenta de las paradójicas limitaciones de Higueras como arquitecto.

El COAM, en su obituario, habla de su arquitectura como "fiel a un organicismo exuberante y barroco". Efectivamente, fiel a sí misma y a nada más. Higueras, desde lo más bajo a  lo más alto, genio y figura. "Te doy la enhorabuena por haberme conocido en vida", le espetó a Manuel Ocaña. Faltaría menos.



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