domingo, 3 de marzo de 2019

Vuelve el hormigón



"¿Cómo se ha convertido esta humilde mezcla de cemento y arena, difamada durante décadas como azote de nuestras ciudades, en la expresión de un deseado estilo de vida que se utiliza para vender de todo, desde apartamentos de lujo hasta locales nocturnos?

Las cualidades que hacen atractivo el hormigón para unos son las mismas que siempre han repelido a otros. Es crudo, urbano e implacable, se alza como una mole geológica, formando acantilados vertiginosos y barrancos sin fondo, cavernosas bóvedas y musculosas pasarelas. Es el material que mejor encarna la era del estado de bienestar, la época en la que el sector público construía viviendas, colegios, hospitales y teatros a escala majestuosa. Es la roca líquida del socialismo, el relleno de un nacionalismo rotundo y de emocionantes monumentos esculturales para mayor gloria de olvidadas ambiciones. Es también el material más directamente relacionado con los problemas sociales que acompañaron el declive en la industria, la falta de mantenimiento y la decadencia del corazón de las grandes ciudades. Exuda optimismo y generosidad para algunos, violencia y miseria para otros. 

(...) Tras una generación en la que cayó en desgracia, cuando los mastodontes de hormigón solían encabezar las encuestas de edificios más odiados por el público, dicho material se ha puesto más de moda que nunca, en un momento en el que su catastrófico impacto medioambiental empieza a ponerse en evidencia. Un reciente informe señalaba que la producción de hormigón suponía un 8% del total de las emisiones de CO2 del mundo, mientras que el cemento desechado cubre un cuarto de la superficie de nuestros vertederos. 

"No creo que debamos usar hormigón en absoluto", dice Barnabas Calder, historiador experto en  arquitectura de posguerra y autor de Raw Concrete, un libro en el que razona con pasión sobre la belleza del brutalismo. Es un comentario inesperado viniendo de un adicto confeso al duro material que atesora fragmentos de aparcamientos derruidos como si de reliquias sagradas se trataran. "Por supuesto que parece encantador, pero tiene un impacto ecológico tremendo. Deberíamos mantener lo que tenemos y no construir más".  

Libros como el de Calder han ayudado mucho a popularizar el material de nuevo, y no hay señales de que los arquitectos vayan a darle la espalda por ahora. El resurgimiento del hormigón expuesto comenzó en los 90, principalmente como una reacción contra la percepción de inconsistencia de buena parte de la arquitectura de la época. Dos décadas de posmodernidad habían reducido la expresión arquitectónica a un ligero objeto decorativo, con edificios envueltos en cualquier vestido que al cliente le apeteciera. Los materiales podían fingir ser cualquier cosa que quisieran en una época en la que la representación era más importante que la sustancia. 

La consiguiente reacción trajo consigo una devoción casi religiosa a las propiedades innatas de los materiales en crudo. Los arquitectos persiguieron una suerte de limpieza espiritual a través de un enfoque basado en el retorno a lo esencial que puso todo su énfasis en el modo en el que los materiales afectaban a los sentidos. Escribieron densos tratados sobre fenomenología y la "coseidad de las cosas", defendiendo que los materiales fueran expuestos y tratados con honestidad. Había un primitivismo puritano en todo ello consecuencia de los excesos de los 80. (...)

En esta búsqueda de honestidad, pureza y la especial elaboración de las cosas, los suizos han estado en primera línea. Provenientes de la Eidgenössische Technische Hochschule (ETH)  de Zúrich, arquitectos como Peter Zumthor, Valerio Olgiati, Peter Märkli y Herzog & de Meuron crearon  nuevos estándares en lo referente a la potencialidad sensual y táctil del hormigón. Cada uno luchó para ser más primigenio y honesto que los demás. (...)

Puede que el hormigón sea visto cada vez más como un placer culpable, pero dicha idea aún tardará en cuajar. Permite infinitas posibilidades para conseguir efectos esculturales y hápticos: se puede pulir o moler, se le puede tratar para que su terminación sea rugosa, es posible incluso verterlo como si de aceite se tratara o compactarlo como si fuera muesli. Pero nuestra principal preocupación debería ser cuidar lo que ya tenemos: dada la cantidad de energía embebida en el stock existente de edificios con estructura de hormigón, la prioridad debe ser la preservación, modernización y recuperación de lo que ya está ahí, antes que la demolición que acabe llenando aún más nuestros vertederos". (Oliver Wainwright, Brutal beauty: how concrete became the ultimate lifestyle concept, dentro de la Semana del hormigón que The Guardian está dedicando a dicho material).







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