domingo, 31 de marzo de 2019
Antimonumentos (2)
Si es verdad que eres de donde están enterrados tus muertos, yo soy más de Zaragoza que de Madrid. Allí está el antimonumento que mencionábamos en la anterior entrada, el Ricón de Goya del arquitecto zaragozano Fernando García Mercadal. Como decíamos, le mandaron hacer un monumento dedicado al pintor de Fuendetodos y levantó una caja moderna, la primera de España, un manifiesto beligerante frente a la arquitectura historicista, regionalista o como la quieras llamar que en boga estaba por aquel entonces. Como muy bien decía Eduardo Prieto en el artículo que recientemente citábamos, la modernidad nunca supo crear monumentos y a la vista está. Mercadal quiso crear un edificio ante todo que tuviera una utilidad, un monumento visitable que ofreciera espacios para exposiciones o conferencias, para el diálogo y el intercambio de ideas, que ya sabemos que los modernos eran muy utópicos, más allá de la tradicional escultura sobre peana a mayor gloria del imperio. Giedion nada menos dijo del edificio que fue el primero en España capaz de romper con la tradición del siglo XIX. El problema es que la razón pura y dura (por mucho que la defendiera -presuntamente- el propio Goya, recordemos aquí su -ambiguo- cuadro El sueño de la razón produce monstruos) conecta mayormente mal con los sentimientos y al final el monumento resulta fallido. El Rincón de Goya sufrió todo tipo de violencias arquitectónicas debido a su digamos desconexión emocional, especialmente cuando, cielos, lo cogió por banda la Sección Femenina, que lo españolizó sin miramientos (algo parecido a lo que hicieron los nazis con el edificio de la Bauhaus, hoy celebramos el centenario de su creación, por cierto). En los 80 volvió a ser retocado para devolverlo a su modernidad primigenia, aunque no se hizo con la exactitud necesaria. Ya puestos diremos también que García Mercadal era seguramente el mayor experto en modernidad que tenía España por aquel entonces: fue invitado por Le Corbusier al que se considera el germen de los CIAM, el CIRPAC, el Comité internacional para la resolución de los problemas de la arquitectura contemporánea, celebrado en La Sarraz en 1928; asimismo fue uno de los socios fundadores del GATEPAC y viajó con asiduidad al extranjero para conocer la obra de los maestros modernos. Como conclusión al párrafo diremos que como monumento el Rincón de Goya resultó un fiasco, sí, pero hoy funciona como colegio para alumnos con necesidades educativas especiales, algo más útil que un monumento convencional que seguramente habría quedado olvidado también para la memoria colectiva cual "residuo invisible" en palabras de Jaume Prat.
En el mismo Parque Grande zaragozano (hoy de nombre José María Labordeta, el profesor de instituto y diputado aragonesista), que tantas dulces memorias atesora para el que esto escribe (no hay felicidad como la de la niñez) se levanta otro edificio singular que merece nos detengamos someramente. Se trata del bellísimo quiosco de música levantado por los hermanos navarros Martínez de Ubago, de un significado especial para nosotros porque se levanta en la glorieta dedicada a Ramón Borobia Cetina, músico local y bisabuelo de un servidor de usted. Fue levantado para la Exposición Hispano-Francesa de 1908, y desde entonces ha tenido una vida harto azarosa. Desmontado y trasladado de su emplazmiento original en la hoy llamada Plaza de los Sitios, pasó al emblemático Paseo de la Independencia. Con la llegada del tranvía a dicha arteria principal de la capital maña fue menester devolverlo a su emplazamiento original en la plaza, para finalmente ser llevado, en los últimos 60, a su emplazamiento actual en el parque. Pero tanta mudanza no fue lo peor que le iba a suceder. Hará un par de años dos descerebrados cogieron una retroexcavadora (tenía las llaves puestas) que andaba por las cercanías del templete y ni cortos ni perezosos, llevados por un inexplicable arrebato, se liaron a embestir el edificio. Fueron arrestados de inmediato por la Policía Local y condenados a pagar los 27.000 euros que costaría la delicada reparación (amén de ser condenados a cuatro años de cárcel, habría que ver si los monumenticidas llegaron a pisarla). Si eres madrileño no te rías mucho, la Cibeles ha sufrido vandalismos similares y no menos surrealistas. Hoy el fatigado y atónito quiosco (BIC desde 2008), con la cuidadosa restauración recién concluida, luce espléndido, ni que decir tiene que le deseamos encarecidamente una larga vejez sin más contratiempos. Por cierto que hablando de memoria maltratada, mis familiares me relataron con relativa guasa que en la placa de la calle dedicada a mi abuelo (José Borobia, también músico), en el barrio de Actur, habían colocado bajo el nombre por error "arquitecto", al confundirlo con José Borobio (acabado en "o"), arquitecto también de la generación del 25 como Mercadal y autor por ejemplo de la torre de la Feria de Muestras de la capital zaragozana junto a su hermano Regino. En fin.
Aunque mi viaje relámpago a la capital aragonesa no era para hacer turismo arquitectónico precisamente sino para recuperar memorias y lazos familiares penosamente desatendidos, sí tuve la oportunidad de dar una vuelta por el recinto de la Expo 2008. Esperaba encontrarme un aletargado bodegón de ruinas modernas, pero lo cierto es que se le ha dado utilidad en parte (alojando por ejemplo los Juzgados de la ciudad) y es un lugar visitado gracias al buen número de locales de restauración que se han abierto. Vergonzoso con todo resulta ver el icónico Pabellón-Puente de Hadid, ni pabellón pues nada alberga ni tan siquiera puente ya que está cerrado al paso. Para acabar diremos que la ciudad, vibrante con magníficos proyectos como los complejos deportivos próximos al Ebro, contrasta vivamente con la absoluta despoblación de su entorno y en general de la región. La España vacía se manifiesta con una crudeza casi dolorosa en el viaje desde Madrid, así que al llegar a Zaragoza y contemplar las imponentes torres del Pilar uno no da crédito ante el aparente espejismo, acaso como si nos encontráramos ante una ibérica Dubai.
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