domingo, 31 de marzo de 2019
Antimonumentos (2)
Si es verdad que eres de donde están enterrados tus muertos, yo soy más de Zaragoza que de Madrid. Allí está el antimonumento que mencionábamos en la anterior entrada, el Ricón de Goya del arquitecto zaragozano Fernando García Mercadal. Como decíamos, le mandaron hacer un monumento dedicado al pintor de Fuendetodos y levantó una caja moderna, la primera de España, un manifiesto beligerante frente a la arquitectura historicista, regionalista o como la quieras llamar que en boga estaba por aquel entonces. Como muy bien decía Eduardo Prieto en el artículo que recientemente citábamos, la modernidad nunca supo crear monumentos y a la vista está. Mercadal quiso crear un edificio ante todo que tuviera una utilidad, un monumento visitable que ofreciera espacios para exposiciones o conferencias, para el diálogo y el intercambio de ideas, que ya sabemos que los modernos eran muy utópicos, más allá de la tradicional escultura sobre peana a mayor gloria del imperio. Giedion nada menos dijo del edificio que fue el primero en España capaz de romper con la tradición del siglo XIX. El problema es que la razón pura y dura (por mucho que la defendiera -presuntamente- el propio Goya, recordemos aquí su -ambiguo- cuadro El sueño de la razón produce monstruos) conecta mayormente mal con los sentimientos y al final el monumento resulta fallido. El Rincón de Goya sufrió todo tipo de violencias arquitectónicas debido a su digamos desconexión emocional, especialmente cuando, cielos, lo cogió por banda la Sección Femenina, que lo españolizó sin miramientos (algo parecido a lo que hicieron los nazis con el edificio de la Bauhaus, hoy celebramos el centenario de su creación, por cierto). En los 80 volvió a ser retocado para devolverlo a su modernidad primigenia, aunque no se hizo con la exactitud necesaria. Ya puestos diremos también que García Mercadal era seguramente el mayor experto en modernidad que tenía España por aquel entonces: fue invitado por Le Corbusier al que se considera el germen de los CIAM, el CIRPAC, el Comité internacional para la resolución de los problemas de la arquitectura contemporánea, celebrado en La Sarraz en 1928; asimismo fue uno de los socios fundadores del GATEPAC y viajó con asiduidad al extranjero para conocer la obra de los maestros modernos. Como conclusión al párrafo diremos que como monumento el Rincón de Goya resultó un fiasco, sí, pero hoy funciona como colegio para alumnos con necesidades educativas especiales, algo más útil que un monumento convencional que seguramente habría quedado olvidado también para la memoria colectiva cual "residuo invisible" en palabras de Jaume Prat.
En el mismo Parque Grande zaragozano (hoy de nombre José María Labordeta, el profesor de instituto y diputado aragonesista), que tantas dulces memorias atesora para el que esto escribe (no hay felicidad como la de la niñez) se levanta otro edificio singular que merece nos detengamos someramente. Se trata del bellísimo quiosco de música levantado por los hermanos navarros Martínez de Ubago, de un significado especial para nosotros porque se levanta en la glorieta dedicada a Ramón Borobia Cetina, músico local y bisabuelo de un servidor de usted. Fue levantado para la Exposición Hispano-Francesa de 1908, y desde entonces ha tenido una vida harto azarosa. Desmontado y trasladado de su emplazmiento original en la hoy llamada Plaza de los Sitios, pasó al emblemático Paseo de la Independencia. Con la llegada del tranvía a dicha arteria principal de la capital maña fue menester devolverlo a su emplazamiento original en la plaza, para finalmente ser llevado, en los últimos 60, a su emplazamiento actual en el parque. Pero tanta mudanza no fue lo peor que le iba a suceder. Hará un par de años dos descerebrados cogieron una retroexcavadora (tenía las llaves puestas) que andaba por las cercanías del templete y ni cortos ni perezosos, llevados por un inexplicable arrebato, se liaron a embestir el edificio. Fueron arrestados de inmediato por la Policía Local y condenados a pagar los 27.000 euros que costaría la delicada reparación (amén de ser condenados a cuatro años de cárcel, habría que ver si los monumenticidas llegaron a pisarla). Si eres madrileño no te rías mucho, la Cibeles ha sufrido vandalismos similares y no menos surrealistas. Hoy el fatigado y atónito quiosco (BIC desde 2008), con la cuidadosa restauración recién concluida, luce espléndido, ni que decir tiene que le deseamos encarecidamente una larga vejez sin más contratiempos. Por cierto que hablando de memoria maltratada, mis familiares me relataron con relativa guasa que en la placa de la calle dedicada a mi abuelo (José Borobia, también músico), en el barrio de Actur, habían colocado bajo el nombre por error "arquitecto", al confundirlo con José Borobio (acabado en "o"), arquitecto también de la generación del 25 como Mercadal y autor por ejemplo de la torre de la Feria de Muestras de la capital zaragozana junto a su hermano Regino. En fin.
Aunque mi viaje relámpago a la capital aragonesa no era para hacer turismo arquitectónico precisamente sino para recuperar memorias y lazos familiares penosamente desatendidos, sí tuve la oportunidad de dar una vuelta por el recinto de la Expo 2008. Esperaba encontrarme un aletargado bodegón de ruinas modernas, pero lo cierto es que se le ha dado utilidad en parte (alojando por ejemplo los Juzgados de la ciudad) y es un lugar visitado gracias al buen número de locales de restauración que se han abierto. Vergonzoso con todo resulta ver el icónico Pabellón-Puente de Hadid, ni pabellón pues nada alberga ni tan siquiera puente ya que está cerrado al paso. Para acabar diremos que la ciudad, vibrante con magníficos proyectos como los complejos deportivos próximos al Ebro, contrasta vivamente con la absoluta despoblación de su entorno y en general de la región. La España vacía se manifiesta con una crudeza casi dolorosa en el viaje desde Madrid, así que al llegar a Zaragoza y contemplar las imponentes torres del Pilar uno no da crédito ante el aparente espejismo, acaso como si nos encontráramos ante una ibérica Dubai.
domingo, 24 de marzo de 2019
Antimonumentos
Haz memoria |
domingo, 17 de marzo de 2019
Marcas y marcos (2)
1. El monumento como marca.
"Ludwig Wittgenstein sentenció que la sociedad moderna ya no tiene nada que conmemorar. Que ha perdido sus lazos con el pasado y que es tan banal que no merece ser recordada. Si Wittgenstein pensaba esto de la convulsa y sofisticada sociedad europea de entreguerras, ¿qué no hubiera pensado de la nuestra? Y sin embargo, los años que vivimos no dejan de refutar el pesimismo del filósofo: nunca antes se había conmemorado tanto y tan indiscriminadamente como ahora. Nunca antes se habían construido tantos monumentos. Mirada desde el lado de la arquitectura, esta pulsión monumental pertenece a una agitada historia definida por las idas y venidas entre dos posturas: la de los arquitectos que daban la monumentalidad por muerta, y la de quienes pretendían mantenerla con vida. Al principio, el progresista siglo XX favoreció a los primeros. (...)
Las cosas cambiaron con la llegada de la posmodernidad, bien entrada la década de 1960, cuando la historia se puso de moda. De repente, todo lo que había sido tabú se convirtió en tótem. Los arquitectos se pusieron a replicar los estilemas del pasado; proliferaron pseudoclasicismos de toda laya; y, al calor de esta vis monumental, incluso multinacionales como Walt Disney encargaron oficinas en cuyas fachadas convivían columnatas, frontones y enanitos de Blancanieves. Todo esto se acompañó de un interés desmedido por la comunicación que hizo que la arquitectura dejara de ser considerada dominio exclusivo de la función y la técnica para verse como un lenguaje visual que apelaba al imaginario colectivo. Fue en este contexto fascinado a partes iguales por la historia y la semiótica donde la monumentalidad comenzó a tener de nuevo cabida en los debates de los arquitectos.(...)
El eco persistente de los ideales posmodernos, unido a la realidad inquietante de la globalización, han propiciado la aparición de un tipo inédito de monumentos: aquellos que no conmemoran nada ni tienen historia pero que no por ello dejan de ser menos eficaces en la tarea que se le exige a cualquier monumento, que es reforzar la identidad colectiva.
Son muchas las maneras de trabajar la identidad a través de estos monumentos. La principal consiste en crear imágenes singulares y fácilmente digeribles por el público; imágenes que emanan de los edificios pero que enseguida se libran de ellos para acabar pululando por las redes a golpe de "me gusta".
Nótese que en este caso forma y fondo no coinciden: los monumentos icónico-digitales no tienen contenido porque no conmemoran el pasado, sino sólo a sí mismos. Es una condición que, por supuesto, no alcanzaron a ver Wittgenstein y los intelectuales de su época, para quienes la idea del monumento se asociaba aún con lápidas, museos y cenotafios". (Eduardo Prieto, Nueva monumentalidad: por mi cara bonita, en El Mundo).
"Mucho menos aún importa la cuestión de la falta de funcionalidad, el inflado a posteriori de los costes o los graves defectos constructivos que presentan muchos de estos monumentos inmediatos. Una proporción desmesurada de los edificios-espectáculo son museos sin colección o galerías de arte fingidas, salas de exposición extravagantes en las que el continente es la auténtica atracción.(...) El público no está realmente interesado en ver edificios que funcionen; quieren ver construcciones raras, expresivas, melodramáticas, llenas de poesía estridente, y, puestos a elegir, si es posible, que sean también violentas, catastróficas, grotescas y espeluznantes. Pero esta actitud no es exclusiva de la "era del espectáculo". Se remonta al panem et circenses del Imperio Romano, a la afición medieval y moderna a contemplar ejecuciones en plazas, a los monstruos mal labrados y las grutas con sorpresa de los jardines manieristas a la moda, a las menageries barrocas con sus extraños animales orientales y los carnavales venecianos del siglo XVIII, al auge de la novela popular gótica y romántica, al entusiasmo por la guerra de los futuristas italianos, y también, y de forma muy especial, al éxito seguro, en el cine, de las historias de catástrofes o invasiones. Es nuestro lado decadente, la atracción del abismo que nos fascina en las prisiones de Piranesi. La muerte, la abyección, la destrucción y lo grotesco han sido siempre objeto de deleite, y nuestra época, en este sentido, tiene sus propias obsesiones: el fin de todas las cosas, lo inhumano y la ausencia de forma, lo inestable y lo desarticulado". (David Rivera, El monumento que cayó del cielo. Arquitectura-espectáculo y colisiones urbanas a principios del siglo XXI, en Teatro Marittimo n.4).
2. Marcas blancas, monumentos blanqueados.
"En Berlin hay cúpulas culpables. La ácida polémica entre Santiago Calatrava y Norman Foster en torno a la reconstrucción del Reichstag llama la atención sobre la intensidad de las pasiones que despiertan los edificios emblemáticos e invita a dirigir una mirada a nuestras propias arquitecturas representativas. Más allá de la rivalidad entre los arquitectos, el debate sobre la sede del Parlamento alemán refleja el marco emotivo de la construcción de los símbolos de la reunificación, y expresa una aguda conciencia de la dramática historia contemporánea de la nación. (...)
Destruida en el incendio de 1933, la que fuera símbolo de la Alemania guillermina ha debido esperar a la reunificación y al retorno de de la capitalidad a Berlín para que se propusiera su inevitablemente polémica reconstrucción. Nadie deseaba levantar una cúpula idéntica a la original, ya que se interpretaría como un deseo de avivar las brasas del imperio evocando su sombra; para muchos aquella cúpula fue culpable de dos guerras europeas. Pero tampoco estaba claro cómo conciliar el arrepentimiento histórico con la exaltación de la reunificación, de manera que los arquitectos tuvieron la difícil tarea de calibrar el sueño y la memoria de Alemania.(...)
Aunque Foster obtuvo finalmente el encargo, su proyecto definitivo se aproxima al más sensato de Calatrava, ya que prescinde del gran dosel y remata el edificio con una cúpula -denominada 'red hemisférica' para evitar connotaciones que la hagan políticamente inaceptable-, con aspecto de faro geodésico: una cúpula inocente, desmemoriada y tecnocrática, despojada del intenso lirismo que poseía en el proyecto del español, pero más capaz de expresar la voluntad de unos políticos de Bonn que temen -quien sabe si con motivo- remover el humus romántico del pueblo alemán. (...)
Si este nuevo Reichstag pasteurizado no puede suscitar entusiasmo, el enconado debate que ha provocado revela una sensibilidad ante la dimensión simbólica de la arquitectura que debe mirarse con envidia desde nuestros páramos ideológicos". (Luis Fernández-Galiano, Cúpulas culpables, artículo publicado originalmente en El País en 1994 y ahora recuperado para Años Alejandrinos).
3. Porque yo lo valgo (el arquitecto-marca).
"-¿Que un edificio sirva no es esencial?-La arquitectura funciona en dos niveles: el subjetivo y el conectado. Uno trabaja como un artista buscando una voz, saber quién es. Si haces lo que se espera de ti, algo ya visto, no llegas a nada. Cualquier artista pasa la mitad de su carrera tratando de entender quién es para saber qué marca quiere dejar en el mundo. Nada que ver con el ego. (...)
-¿Cómo educa un edificio?
-Ninguno de los nuestros parece normal. La gente se pregunta por qué son así. No vivimos un tiempo normal. Cambiamos. La innovación es nuestra razón de ser.
-¿Qué es hoy la innovación? ¿Que un edificio sorprenda?, ¿que ahorre energía?, ¿que mejore la ciudad?
-Nací cuando la necesidad de cambiarlo todo era el único acuerdo mundial. Empezó con Orwell, Freud y Einstein. El cambio me ha movido. (...)
-Admite que cuesta entender su trabajo.
-Me importa un bledo que no lo entiendan. ¡No lo consigo entender ni yo!
-Peter Eisenman se psicoanalizó porque un cliente lo acusó de egocéntrico.
-Sería un problema que vieran mis edificios como neutrales. Si les gustan o los odian, me va bien. (...)
-¿Lo más importante en un edificio?
-La forma.
-¿Y el uso?
-Cada vez hay más desconexión. Vivo en un loft que hace cien años servía para almacenar cajas y es mejor que cualquier casa. La cultura visual es elitista. No la entiende todo el mundo. Pasa lo mismo con la pintura o con la ópera. No me importa que que la gente no entienda mi arquitectura. Es para unos pocos". (Thom Mayne entrevistado por Anatxu Zabalbeascoa para El País de ayer. Foto de arriba: su museo Perot en Dallas. En Vigo va a hacer la estación del AVE...).
domingo, 10 de marzo de 2019
Marcas y marcos
Mochila ortogonal de Koolhaas para Prada. |
"-Me encanta su chaqueta: ¿sigue usted la moda?
-Nos parece interesante. A mí, personalmente, me seducen mucho la ropa y las telas. Mi madre, que era sastre, estaba siempre rodeada de telas, y eso me atraía mucho (...)
-Se ha dicho que su trabajo acrecienta la medida en que la arquitectura se ha convertido en moda.
-¿Porque hablamos de ropas y perfumes? A nosotros no nos molesta semejante comentario. Y si alguien lo dice peyorativamente, es que subestima el poder de la moda. ¿Por qué la moda tiene que ser algo que esté mal? Hay mucha gente que piensa que la moda, la música, e incluso el arte contemporáneo, son cosas superficiales comparadas con los propósitos y las responsabilidades de la arquitectura. Bueno, nosotros no estamos de acuerdo. Creemos que es arrogante pensar en tales categorías ... Esas actividades dan forma a nuestra sensibilidad, son expresión de nuestro tiempo. Y no es el aspecto encantador de la moda el que nos fascina. De hecho, en lo que en realidad estamos más interesados es en lo que la gente se pone, en lo que les gusta enrollar en torno a sus cuerpos ... Nos interesa mucho esa especie de piel artificial que acaba convirtiéndose en la parte íntima de la gente. (...) Y a este respecto, se puede comparar el cuerpo humano con un edificio: todo el mundo crea su propia arquitectura; que luego se convertirá en parte de la ciudad. La ropa es una especie de engarce entre lo público y lo privado, igual que una casa. En otras palabras, la arquitectura y la moda tienen unas cuantas cosas en común.(...) Y aunque los deseos cambian con el tiempo, la arquitectura debe conocer y responder a esos cambios. No es que nosotros queramos incorporar a nuestro trabajo todo lo que esté en boga, pero explorar la moda, la música, y especialmente, trabajar con artistas, nos da un sentido de los tiempos al margen del ámbito de la arquitectura. Todos los deseos y los gustos de un momento, considerados conjuntamente, crean el espíritu de un tiempo, la noción misma de nuestro tiempo. Una vida es un paseo por las capas y los espacios de varios de esos tiempos. Si haces arquitectura y no estás comprometido con tu tiempo, con la música de tu tiempo, el arte de tu tiempo, las modas de tu tiempo, sencillamente no puedes hablar el lenguaje de tu tiempo ... Y los arquitectos deben ser capaces de hablar el lenguaje de su tiempo porque la arquitectura es un arte público, es un arte para la gente. Paradójicamente, sólo entonces la arquitectura podrá perdurar, sólo entonces podrá ser más que una creación del momento". (Entrevista a Jacques Herzog en El Croquis, 1997).
"La belleza de un desfile de moda radica en que en un periodo de tiempo muy breve te enfrenta a una serie de condiciones únicas que reclaman tu atención y representan la belleza y una idea... mientras estás mirando no hay nada más en lo que puedas pensar. Por tanto se trata de algo realmente único, y esa intensidad de movilización de tu atención es algo que casi envidio. La arquitectura es una profesión anticuada que crea una serie interminable de prototipos de objetos que nunca se repiten. Trabajamos, invirtiendo nuestro tiempo, e incluso derrochándolo, en la creación de condiciones únicas. La belleza de la moda, por el contrario, es esa: haces algo sublime, y si tiene éxito lo repites y se convierte en una especie de modelo que se reproduce hasta el infinito. Y ese aspecto de la moda es por supuesto impresionante y serio". (Rem Koolhaas para CNN Style) [Tras la farragosa entrada del 24 de febrero quería descansaras varias semanas de mi verbo, pero llegados a este punto no puedo evitar intervenir para contar una anécdota del arquitecto que viste -como el diablo- de Prada y para la que diseñó, marco incomparable para la marca, su sede en Milán y una mochila frontal que, en sus palabras, "ofrece un sentido más íntimo de propiedad y un mejor control del movimiento, evitando la cadena de colisiones inconscientes que la mochila involuntariamente genera". La relata (la anécdota) Oliver Wainwright. Según el crítico de The Guardian el holandés lleva su móvil en un calcetín y no en el bolsillo para que no le estropee la línea del pantalón, imaginamos cuando viste de Prada. Sorprende que luego no tenga empacho en diseñar edificios como este para Brooklyn, donde fractura sin miramientos el slab moderno -Rem siempre matando al padre- y lo deja mirando a Cuenca, seccionado en dos irreconciliables bloques destinados a no encontrarse jamás, acaso haciendo referencia a la polarización sin remedio de nuestro tiempo en el que el socorrido centro queda ayuno de representación y ya sólo podemos optar por los extremos].
"Los ochenta hipertrofiaron el componente plástico de la construcción, reduciendo con frecuencia los edificios a imágenes, y engarzando la arquitectura con el mundo de la publicidad y de la moda. Hemos visto a los grandes estilistas ofreciendo su imagen y su marca, y hemos tenido ocasión de contemplar a Norman Foster anunciando Rolex; a Michael Graves vendiendo tanto Miele como Hush Puppies; a Jean Nouvel en la publicidad de Swissair y a Ricardo Bofill en la de Renault o American Express; y a Frank Gerhy vestido de jugador de hockey para anunciar los muebles de Knoll. Los arquitectos han vendido productos lo mismo que proyectos o ciudades -un proceso que el cineasta Éric Rohmer retrata con lucidez y ternura en El árbol, el alcalde y la mediateca- y han acabado confundiendo las palabras con los ecos, y mezclando la necesidad con la seducción. Aunque sería ridículo ignorar la importancia contemporánea de las imágenes y las marcas publicitarias (...), la fagocitación de la arquitectura por el marketing ha llegado probablemente a un punto de saturación tal que ya sólo cabe esperar que la publicidad regurgite ese menú excesivo e indigesto. Fascinados por su imagen en el espejo cóncavo del glamour, algunos arquitectos se han arrojado voluntariamente a ese vientre generoso y sombrío, donde, como Miralles en su vértigo caligráfico, se entregan a placeres solitarios". (Luis Fernández-Galiano, Marcas gimnásticas, artículo publicado en 1994 sobre el pabellón de gimnasia rítmica de Enric Miralles en Alicante, ahora recogido en Años Alejandrinos).
domingo, 3 de marzo de 2019
Vuelve el hormigón
"¿Cómo se ha convertido esta humilde mezcla de cemento y arena, difamada durante décadas como azote de nuestras ciudades, en la expresión de un deseado estilo de vida que se utiliza para vender de todo, desde apartamentos de lujo hasta locales nocturnos?
Las cualidades que hacen atractivo el hormigón para unos son las mismas que siempre han repelido a otros. Es crudo, urbano e implacable, se alza como una mole geológica, formando acantilados vertiginosos y barrancos sin fondo, cavernosas bóvedas y musculosas pasarelas. Es el material que mejor encarna la era del estado de bienestar, la época en la que el sector público construía viviendas, colegios, hospitales y teatros a escala majestuosa. Es la roca líquida del socialismo, el relleno de un nacionalismo rotundo y de emocionantes monumentos esculturales para mayor gloria de olvidadas ambiciones. Es también el material más directamente relacionado con los problemas sociales que acompañaron el declive en la industria, la falta de mantenimiento y la decadencia del corazón de las grandes ciudades. Exuda optimismo y generosidad para algunos, violencia y miseria para otros.
(...) Tras una generación en la que cayó en desgracia, cuando los mastodontes de hormigón solían encabezar las encuestas de edificios más odiados por el público, dicho material se ha puesto más de moda que nunca, en un momento en el que su catastrófico impacto medioambiental empieza a ponerse en evidencia. Un reciente informe señalaba que la producción de hormigón suponía un 8% del total de las emisiones de CO2 del mundo, mientras que el cemento desechado cubre un cuarto de la superficie de nuestros vertederos.
"No creo que debamos usar hormigón en absoluto", dice Barnabas Calder, historiador experto en arquitectura de posguerra y autor de Raw Concrete, un libro en el que razona con pasión sobre la belleza del brutalismo. Es un comentario inesperado viniendo de un adicto confeso al duro material que atesora fragmentos de aparcamientos derruidos como si de reliquias sagradas se trataran. "Por supuesto que parece encantador, pero tiene un impacto ecológico tremendo. Deberíamos mantener lo que tenemos y no construir más".
Libros como el de Calder han ayudado mucho a popularizar el material de nuevo, y no hay señales de que los arquitectos vayan a darle la espalda por ahora. El resurgimiento del hormigón expuesto comenzó en los 90, principalmente como una reacción contra la percepción de inconsistencia de buena parte de la arquitectura de la época. Dos décadas de posmodernidad habían reducido la expresión arquitectónica a un ligero objeto decorativo, con edificios envueltos en cualquier vestido que al cliente le apeteciera. Los materiales podían fingir ser cualquier cosa que quisieran en una época en la que la representación era más importante que la sustancia.
La consiguiente reacción trajo consigo una devoción casi religiosa a las propiedades innatas de los materiales en crudo. Los arquitectos persiguieron una suerte de limpieza espiritual a través de un enfoque basado en el retorno a lo esencial que puso todo su énfasis en el modo en el que los materiales afectaban a los sentidos. Escribieron densos tratados sobre fenomenología y la "coseidad de las cosas", defendiendo que los materiales fueran expuestos y tratados con honestidad. Había un primitivismo puritano en todo ello consecuencia de los excesos de los 80. (...)
En esta búsqueda de honestidad, pureza y la especial elaboración de las cosas, los suizos han estado en primera línea. Provenientes de la Eidgenössische Technische Hochschule (ETH) de Zúrich, arquitectos como Peter Zumthor, Valerio Olgiati, Peter Märkli y Herzog & de Meuron crearon nuevos estándares en lo referente a la potencialidad sensual y táctil del hormigón. Cada uno luchó para ser más primigenio y honesto que los demás. (...)
Puede que el hormigón sea visto cada vez más como un placer culpable, pero dicha idea aún tardará en cuajar. Permite infinitas posibilidades para conseguir efectos esculturales y hápticos: se puede pulir o moler, se le puede tratar para que su terminación sea rugosa, es posible incluso verterlo como si de aceite se tratara o compactarlo como si fuera muesli. Pero nuestra principal preocupación debería ser cuidar lo que ya tenemos: dada la cantidad de energía embebida en el stock existente de edificios con estructura de hormigón, la prioridad debe ser la preservación, modernización y recuperación de lo que ya está ahí, antes que la demolición que acabe llenando aún más nuestros vertederos". (Oliver Wainwright, Brutal beauty: how concrete became the ultimate lifestyle concept, dentro de la Semana del hormigón que The Guardian está dedicando a dicho material).
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