Hace un par de entradas despedíamos Alcobaça y sus
eléctricos amantes. Como etapa final del viaje, y tras visitar los tres mosterios allí mencionados de Batalha,
Tomar y el propio Alcobaça (que mi contraria imperdonablemente desconocía),
tocaba descubrir algo más actual. La coda última iba a ponerla una fugaz visita
a Lisboa que iba a devenir penosamente fenomenológica, pero no adelantemos
acontecimientos.
Mi objetivo era apenas adentrarnos en la capital lusa para
echar un vistazo a la nueva terminal de transatlánticos de Carrilho da Graça pero
sobre todo al MAAT (Museo de Arte, Arquitectura y Tecnología, casi nada...) de
AL_A, el estudio londinense de Amanda Levete, en realidad una extensión del
museo que EDP, el principal grupo eléctrico de Portugal, tenía ya en una
antigua central eléctrica aledaña. Empezando por el segundo, decir que fue un
tanto decepcionante. En foto me había hecho a la idea de que era enorme (cómo
engaña la fotografía, y la de arquitectura, como todos sabemos, más, aunque a
veces sucede al contrario: no muy lejos de allí la elegante sede precisamente
de EDP, a cargo mira tú por dónde de Aires Mateus, los de la casa ciega de
Alcobaça, mejora en vivo y en directo las fotos que había visto de ella), el
caso es que al entrar, tras pasar por el galáctico mostrador, me di cuenta de
sus modestas dimensiones: un espacio diáfano al que se desciende muy
teatralmente por unas escaleras apenas iluminadas (lo que no deja de ser
paradójico siendo un museo a la mayor gloria de EDP) con extrañas instalaciones
haciendo referencia a la corriente eléctrica que recordaban a los experimentos
de Tesla (o del doctor Frankenstein), un par de salas con contenidos ecológicos
de poca monta y pare usted de contar. Eso sí alabaré la alabeada azotea
accesible, que ofrece unas magníficas vistas sobre el Tajo y el puente del 25
de abril así como su espectacular fachada en forma de ola supertubo recubierta de modernos azulejos -como mandan los cánones
lusos- en tonos claros que al parecer emiten bellos reflejos al atardecer. Para
información más detallada aquí tienes más fotos y datos, que esto es un apunte
rápido y personal.
La verdad, me quedé con las ganas de saber qué falta hacía
crear esta extensión, salvo la de atraer a la ciudad más turismo aún: Lisboa,
pujante, pletórica y bellísima va camino de convertirse en la Barcelona del
Atlántico. La reciente ampliación que Amanda Levete, autora como decimos del
MAAT, ha hecho del V&A londinense, con una nueva entrada que recuerda a
Hadid (aunque menos extrema que la propuesta por Libeskind, que fuera descrita
en la cañera prensa inglesa como “el
Guggenheim de Bilbao puesto de lado y golpeado sin ton ni son con un martillo”),
es muy probable que tenga bastante que ver (junto a la calidad de las
exposiciones, obviamente) con la espectacular alza en el número de visitantes
del museo londinense, un 26% más que el año anterior, cuando el nuevo acceso
aún no estaba terminado. De hecho Tristram Hunt, director del museo, señala que
la nueva entrada y patio (que Oliver Wainwright no tuvo empacho en comparar a un chiringuito marbellí transplantado al centro de Londres) es mucho más atractiva para los “non-traditional museumgoers”. Algo de ese mismo afán de crear un
polo de atracción para visitantes poco convencionales es lo que seguramente
haya llevado a EDP a elegir la propuesta de Levete para el MAAT, que por cierto
contrasta con la contención rectilínea del Museo de Carruajes de Mendes da
Rocha, situado justo al otro lado de la avenida de Brasilia, la arteria que
conecta Lisboa con Belém (decir de paso que la pasarela elevada que también
Levete ha diseñado sobre la misma se lleva mal con el edificio del brasileño).
Te mencionaba al inicio de la crítica una críptica nota
acerca de una experiencia fenomenológica acaecida a un servidor de usted y de
la arquitectura moderna en el dicho museo lisboeta. Paso a relatarte sin más dilación.
Pues andaba yo arrobado mirando las lábiles y hábiles (qué cansino estoy hoy)
formas del edificio cuando tuve un momento
Koolhaas. Perdí aparatosamente pie y estampé mi
costillar contra el suelo con gran estrépito. Tanto hablar de la horizontalidad,
mi querido lector, que al final tenía que experimentarla en toda su crudeza matérica.
No me extenderé en la escena, humillante por demás, solo decir que tras
convencer a varios solícitos jóvenes de que no llamaran a una ambulancia
señalando con un punto chulesco (para eso soy madrileño) que no era nada (aunque
aquello dolía horrores y apenas podía respirar), salí por pies del recinto
ayudado por mi alarmada familia. Paramos en el cercano Espaço Espelho d’Água, un muy recomendable restaurante en forma de austero
galpón con cerchas y hormigón a punta pala y magníficas vistas al Tajo donde degustamos
una excelente comida de intenso sabor oriental (no en vano practican una
gastronomía de fusión inspirada por la época de los Descubrimientos) que me
supo a gloria y algo me recompuso. En caso de que te preocupe mi estado de salud, te comentaré que
a casi un mes del háptico evento el costado aún me molesta algo aunque ya desapareció
el tremendo cardenal en forma de triángulo (una suerte de letra escarlata de
Hawthorne, aunque aquí la “A” era por arquitectura, o por Amanda), y durante
muchos días un simple estornudo (por no hablar de otras varias funciones
fisiológicas que no especificaré) me hacía ver eléctricas estrellas. En fin.
Una vez hechas unas risas a mi costa volvamos al comentario
arquitectónico propiamente dicho si no te importa. A pesar de mi doliente costillar,
aún tuve ganas de parar en la novísima terminal de transatlánticos de Carrilho
da Graça, que de nuevo me decepcionó tras haber visto las alucinantes fotos de
Fernando Guerra (no te las pierdas), fotógrafo de arquitectura con una
historiada página web. Considero probable de todas formas que mi juicio
estuviera algo contaminado por mi deslomada condición. Mis fotos palidecen
frente a las del portugués (además no pude entrar a la terminal, estaba cerrada),
pero pondré al menos un par como testimonio, quizá más realista que sus fotos,
de mi renqueante paso por allí. Carrilho da Graça utiliza con profusión sus
habituales líneas rectas y sobrias (qué contraste con el MAAT), pero aquí le vemos algo más despendolado
recordando con sus tímidos pliegues a la Casa de Música de Koolhaas en Oporto.
Nos despedimos una vez más de Portugal, vecino muy querido
al que volveremos, y es que acaso el verdadero viaje no consiste en encontrar
nuevas tierras sino en mirar con nuevos ojos, según decía Marcel Proust, cita
que descubro hoy mismo en un soberbio artículo de Ángela Molina para Babelia que, si te va
la hauntology, desde el eléctrico
Frankenstein hasta los más modernos fantasmas, no deberías perderte: “La escala del tiempo es un espectro perdido
que retorna eternamente. Hace exactamente 200 años, el Frankenstein de Mary Shelley (...) inauguraba el ciclo
histórico de los replicantes. La clausura ya tiene fecha, noviembre de 2019,
cuando el cazador de androides Rick Deckard (Blade Runner, 1982) regrese al futuro”.
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