lunes, 27 de agosto de 2018

Microtectura



En un muy interesante artículo para La Revista de Libros de nombre Cuando las catedrales eran verdes, Richard Ingersoll habla de hipertectura, una arquitectura asociada a proyectos faraónicos a menudo innecesarios y movidos por intereses especulativos para contraponerlo a una arquitectura y urbanismo centrados en la consabida sostenibilidad, aportando numerosos ejemplos de edificios y ciudades donde dicha concienciación ecológica se ha tomado en serio. El profesor y crítico californiano afincado en Italia no es optimista, concluyendo su artículo de esta sombría guisa: "Las contradicciones entre arquitectos, urbanistas y ciudadanos, que desean la Catedral Verde (Renzo Piano, por ejemplo, ha producido muchos edificios en otras ciudades con el más alto nivel de sostenibilidad [acaba de hacer referencia al Shard]), muestran que la mano invisible del capitalismo especulativo, motivado por la economía del petróleo, es todavía más poderoso que la revisión concienzuda en pos de ciudades sostenibles". Dicha cita me recuerda a uno de los capítulos que Peter Sloterdijk dedica a este mismo tema en ¿Qué sucedió en el siglo XX?, libro que estoy leyendo con agónico esfuerzo (no sé si por culpa de las enrevesadas ideas del holandés, la traducción que me temo mira a Cuenca a menudo o mis neuronas que ya patinan), esfuerzo que a la postre queda compensado por los no pocos destellos enjundiosos que jalonan el escrito: "Es probable que el romanticismo de la explosión -dicho con mayor generalidad: los derivados psíquicos, estéticos y políticos de la liberación repentina de energía- sea juzgado retrospectivamente, desde las futuras tecnologías solares "suaves", como mundo expresivo de un fascismo energético masivo-culturalmente globalizado". El filósofo gusta de sacudir al lector con crudas metáforas (las que seguro necesitamos para salir de nuestro desesperante letargo) para describir el Antropoceno, que él preferiría llamar Euroceno: "El trato de los seres humanos con su planeta se asemeja, pues, a un filme de catástrofes en el que grupos mafiosos rivales se tirotean con armas de gran calibre a bordo de un avión a 12.000 metros de altura". Después de tamañas citas convendrás que ya solo puedo seguir en nuevo párrafo.

Al hilo de la hipertectura de Ingersoll a nosotros se nos ocurre, ya ves tú, sugerir el término de microtectura para etiquetar proyectos mínimos, modestos y silenciosos que sin embargo tienen mucho que enseñar y nos reconcilian con una disciplina a veces desnortada (acaso como todos nosotros). Aquí te voy a traer un par de ejemplos. El primero, el denominado Hotel de Insectos de Batlle i Roig en Masnou, es portada del último AV, dedicado al estudio catalán con el subtítulo "Construyendo con la naturaleza". Se trata de una serie de estructuras protegidas por una malla metálica que sirven de refugio para insectos en peligro de extinción y se insertan en el parque Vallmora (aquí más fotos y explicaciones de los arquitectos). Por cierto que el propio Ingersoll aparece en la revista con un artículo titulado Maestros de la geografía, afirmando sobre Batlle i Roig que desde Olmsted "ningún estudio de arquitectura ha tenido un impacto tan profundo en la conformación de la geografía de una ciudad" destacando que sus proyectos, entre la agrícultura y el Land Art, conforman "un paisaje antropizado que, a través de la participación humana responsable, puede dar pie a una mayor eficacia ecológica". Y es que la ausencia de ruido mediático (si los comparamos con otros arquitectos de postín más dados a lo macro) no significa que un estudio no esté haciendo proyectos revolucionarios. Y por cierto también, el último Arquitectura Viva (206), en línea con la portada de su hermana AV, está dedicado a la arquitectura animal presentándonos diez ejemplos de estructuras diseñadas para dar refugio a animales de todo tipo (como esta para lémures en Melbourne). Fernández-Galiano justifica así el número: "Los derechos de los animales, defendidos por filósofos como Peter Singer o José Ferrater Mora, abren una etapa en nuestra relación con ellos que se manifiesta ya en su exclusión de muchos espectáculos, en las normativas de alojamiento y transporte que evitan el hacinamiento y en los protocolos de sacrificio que persiguen hacerlo sin dolor. Si Sigfried Gideon comparó los mataderos industriales con los campos de exterminio, J.M. Coetzee piensa que la humanidad se haría vegetariana construyendo los mataderos de cristal...". Lo mismo dice mi contraria, vegetariana convencida. Sloterdijk también tiene algo que aportar al respecto, agárrate: "Las proteínas animales constituyen el mayor mercado legal de drogas. La monstruosidad de las cifras sobrepasa toda valoración sentimental; ni siquiera los holocaustos militantes de los nacionalsocialistas, de los bolcheviques y de los maoístas se acercan a las abismales cifras rutinarias en la cría y explotación de vida animal".


Nos vamos a Londres. ¿Es posible que la capital de la hipertectura (y la hypetecture, hoy estoy sembrado), contenga ejemplos de arquitecturas mínimas, delicadas y sutiles? Pues sí. Rowan Moore firmaba hace unos días un artículo para The Observer (Clerkenwell Close 15: poesía en piedra) en el que nos hablaba de un pequeño edificio de apartamentos en el mismo centro de la capital británica cuya fachada de piedra caliza hace gala de una variada paleta de terminaciones que van desde el pulido exacto hasta la cruda exhibición de las vetas originales de la piedra (con fósiles marinos incrustados) incluyendo las cicatrices provocadas en el proceso de extracción. "La piedra se celebra como algo vivo, animada por la geología y el trabajo de los canteros. (...) Es una delicia ver la piedra tratada de esta manera, cuando lo normal es verla cortada con mortal precisión para formar demacrados revestimientos" . El matérico edificio, que Moore compara a una ruina romántica inspirada por Mies, alberga siete apartamentos y el estudio de sus creadores, Groupwork+Amin Taha. Por cierto que los arquitectos han utilizado piedra caliza porque en la zona existió en tiempos de la invasión normanda un convento de monjas, y como quiera que los normandos trajeran a las islas el uso de dicha piedra para la construcción el estudio decidió utilizarla, importándola de la misma Normandía. Tanta sutileza no ha sido del agrado de las autoridades locales del distrito de Islington, que han conminado a los arquitectos (agárrate de nuevo) a echar abajo el edificio alegando que no casa con el resto del barrio (al parecer le habían obligado a construirlo con ladrillo, como la mayoría de las casas de la zona). Llama la atención tanta pijotería en Londres, ciudad que ha permitido engendros como el Walkie-Talkie de Viñoly o la torre Orbit de Anish Kapoor.


Como la entrada de hoy está resultando intensa, dramática y hasta apocalíptica, acabemos con tema algo más ligero. A veces las "construcciones" más mínimas también pueden jugar muy malas pasadas. Hablábamos de Kapoor, el artista angloindio, y hete aquí que un señor se ha caído en una de sus obras (una suerte de agujero negro literal de nombre Descent into Limbo) instaladas en el museo Serralves de Oporto. Siza y Kapoor, otra extraña pareja. El accidentado caballero (un sexagenario turista italiano), con el que me solidarizo plenamente, hubo de ser hospitalizado pero ya está dado de alta. Más lucrativo ruido para Kapoor, experto en estas movidas (y nosotros ayudando). Me despido con Sloterdijk, nuestro filósofo incendiario de guardia, que tiene también su punto de vista al respecto (qué hombre este, es que no deja títere con cabeza): "Este es un reflejo del desvalido vitalismo que surge de la pobreza de perspectivas del sistema de mundo basado en la energía fósil. Desde ese trasfondo se entiende por qué, más allá de la convergencia señalada entre aburrimiento y diversión, la actividad cultural en el palacio de cristal [metáfora con la que designa nuestro mundo occidental] muestra una desorientación profunda. El alegre nihilismo masivo-cultural de la escena del consmidor final está tan desorientado y sin futuro como el nihilismo de alta cultura de la gente acomodada que crea colecciones de arte para conseguirse importancia personal". 

sábado, 18 de agosto de 2018

Eléctricos (2)




Hace un par de entradas despedíamos Alcobaça y sus eléctricos amantes. Como etapa final del viaje, y tras visitar los tres mosterios allí mencionados de Batalha, Tomar y el propio Alcobaça (que mi contraria imperdonablemente desconocía), tocaba descubrir algo más actual. La coda última iba a ponerla una fugaz visita a Lisboa que iba a devenir penosamente fenomenológica, pero no adelantemos acontecimientos.


Mi objetivo era apenas adentrarnos en la capital lusa para echar un vistazo a la nueva terminal de transatlánticos de Carrilho da Graça pero sobre todo al MAAT (Museo de Arte, Arquitectura y Tecnología, casi nada...) de AL_A, el estudio londinense de Amanda Levete, en realidad una extensión del museo que EDP, el principal grupo eléctrico de Portugal, tenía ya en una antigua central eléctrica aledaña. Empezando por el segundo, decir que fue un tanto decepcionante. En foto me había hecho a la idea de que era enorme (cómo engaña la fotografía, y la de arquitectura, como todos sabemos, más, aunque a veces sucede al contrario: no muy lejos de allí la elegante sede precisamente de EDP, a cargo mira tú por dónde de Aires Mateus, los de la casa ciega de Alcobaça, mejora en vivo y en directo las fotos que había visto de ella), el caso es que al entrar, tras pasar por el galáctico mostrador, me di cuenta de sus modestas dimensiones: un espacio diáfano al que se desciende muy teatralmente por unas escaleras apenas iluminadas (lo que no deja de ser paradójico siendo un museo a la mayor gloria de EDP) con extrañas instalaciones haciendo referencia a la corriente eléctrica que recordaban a los experimentos de Tesla (o del doctor Frankenstein), un par de salas con contenidos ecológicos de poca monta y pare usted de contar. Eso sí alabaré la alabeada azotea accesible, que ofrece unas magníficas vistas sobre el Tajo y el puente del 25 de abril así como su espectacular fachada en forma de ola supertubo recubierta de modernos azulejos -como mandan los cánones lusos- en tonos claros que al parecer emiten bellos reflejos al atardecer. Para información más detallada aquí tienes más fotos y datos, que esto es un apunte rápido y personal.

La verdad, me quedé con las ganas de saber qué falta hacía crear esta extensión, salvo la de atraer a la ciudad más turismo aún: Lisboa, pujante, pletórica y bellísima va camino de convertirse en la Barcelona del Atlántico. La reciente ampliación que Amanda Levete, autora como decimos del MAAT, ha hecho del V&A londinense, con una nueva entrada que recuerda a Hadid (aunque menos extrema que la propuesta por Libeskind, que fuera descrita en la cañera prensa inglesa como “el Guggenheim de Bilbao puesto de lado y golpeado sin ton ni son con un martillo”), es muy probable que tenga bastante que ver (junto a la calidad de las exposiciones, obviamente) con la espectacular alza en el número de visitantes del museo londinense, un 26% más que el año anterior, cuando el nuevo acceso aún no estaba terminado. De hecho Tristram Hunt, director del museo, señala que la nueva entrada y patio (que Oliver Wainwright no tuvo empacho en comparar a un chiringuito marbellí transplantado al centro de Londres) es mucho más atractiva para los “non-traditional museumgoers”. Algo de ese mismo afán de crear un polo de atracción para visitantes poco convencionales es lo que seguramente haya llevado a EDP a elegir la propuesta de Levete para el MAAT, que por cierto contrasta con la contención rectilínea del Museo de Carruajes de Mendes da Rocha, situado justo al otro lado de la avenida de Brasilia, la arteria que conecta Lisboa con Belém (decir de paso que la pasarela elevada que también Levete ha diseñado sobre la misma se lleva mal con el edificio del brasileño).

Te mencionaba al inicio de la crítica una críptica nota acerca de una experiencia fenomenológica acaecida a un servidor de usted y de la arquitectura moderna en el dicho museo lisboeta. Paso a relatarte sin más dilación. Pues andaba yo arrobado mirando las lábiles y hábiles (qué cansino estoy hoy) formas del edificio cuando tuve un momento Koolhaas. Perdí aparatosamente pie y estampé mi costillar contra el suelo con gran estrépito. Tanto hablar de la horizontalidad, mi querido lector, que al final tenía que experimentarla en toda su crudeza matérica. No me extenderé en la escena, humillante por demás, solo decir que tras convencer a varios solícitos jóvenes de que no llamaran a una ambulancia señalando con un punto chulesco (para eso soy madrileño) que no era nada (aunque aquello dolía horrores y apenas podía respirar), salí por pies del recinto ayudado por mi alarmada familia. Paramos en el cercano Espaço Espelho d’Água, un muy recomendable restaurante en forma de austero galpón con cerchas y hormigón a punta pala y magníficas vistas al Tajo donde degustamos una excelente comida de intenso sabor oriental (no en vano practican una gastronomía de fusión inspirada por la época de los Descubrimientos) que me supo a gloria y algo me recompuso. En caso de que te preocupe mi estado de salud, te comentaré que a casi un mes del háptico evento el costado aún me molesta algo aunque ya desapareció el tremendo cardenal en forma de triángulo (una suerte de letra escarlata de Hawthorne, aunque aquí la “A” era por arquitectura, o por Amanda), y durante muchos días un simple estornudo (por no hablar de otras varias funciones fisiológicas que no especificaré) me hacía ver eléctricas estrellas. En fin. 

Una vez hechas unas risas a mi costa volvamos al comentario arquitectónico propiamente dicho si no te importa. A pesar de mi doliente costillar, aún tuve ganas de parar en la novísima terminal de transatlánticos de Carrilho da Graça, que de nuevo me decepcionó tras haber visto las alucinantes fotos de Fernando Guerra (no te las pierdas), fotógrafo de arquitectura con una historiada página web. Considero probable de todas formas que mi juicio estuviera algo contaminado por mi deslomada condición. Mis fotos palidecen frente a las del portugués (además no pude entrar a la terminal, estaba cerrada), pero pondré al menos un par como testimonio, quizá más realista que sus fotos, de mi renqueante paso por allí. Carrilho da Graça utiliza con profusión sus habituales líneas rectas y sobrias (qué contraste con el MAAT), pero aquí le vemos algo más despendolado recordando con sus tímidos pliegues a la Casa de Música de Koolhaas en Oporto.


Nos despedimos una vez más de Portugal, vecino muy querido al que volveremos, y es que acaso el verdadero viaje no consiste en encontrar nuevas tierras sino en mirar con nuevos ojos, según decía Marcel Proust, cita que descubro hoy mismo en un soberbio artículo de Ángela Molina para Babelia que, si te va la hauntology, desde el eléctrico Frankenstein hasta los más modernos fantasmas, no deberías perderte: “La escala del tiempo es un espectro perdido que retorna eternamente. Hace exactamente 200 años, el Frankenstein de Mary Shelley (...) inauguraba el ciclo histórico de los replicantes. La clausura ya tiene fecha, noviembre de 2019, cuando el cazador de androides Rick Deckard (Blade Runner, 1982) regrese al futuro”.


miércoles, 8 de agosto de 2018

Triaje



Superada con gran esfuerzo la pereza estival te traigo una selección de tres edificios últimos y sus correspondientes comentarios. La caló y el tener tanto tiempo para leer prensa me ha puesto de mala leche, aviso.


Tras tanto ascetismo minimalista, real o de pega, toca cambiar de palo con un edificio que parece sacado de El Mundo Today pero no, es una propuesta real como la vida misma de Coop Himmelb(l)au, el estudio austríaco que tanto juego nos ha dado en el pasado. Se trata de un rascacielos de 360 metros para Melbourne en su tradicional estilo deconstruido para la compañía Beulah internacional, una potente inmobiliaria australiana que se ve que quiere dar el cante para avisarnos con indisimulado regodeo de que ya se vislumbra en lontananza una nueva burbuja. La Wiener Blut, tan rebelde (Adolf Loos y Otto Wagner también eran vieneses), sigue vigente en un inmueble imposible que parecería sacado de una peli de terror futurista muy macarra (tipo Transformers) y sin embargo ahora que lo pienso refleja el dichoso Zeitgeist con una precisión quirúrgica (aquí más sobrecogedoras fotos). Fíjate en el tupé trumpiano que la remata, que aloja un descomunal penthouse en voladizo apto solo para los exorbitantemente ricos; siente su brutal presencia, puro exabrupto en una época en la que la diplomacia ya es historia; observa su potencia entrópica, la energía tan obscenamente gastada para componer sus caprichosas formas dislocadas, trasunto del concepto de expresionismo cinético de Peter Sloterdijk (supuestamente en retirada, aunque aún hay recalcitrantes negacionistas) según el cual hay que quemar energía como si no hubiera mañana, oye y el que venga detrás que arree. Se llevan los extremos más zafios, la polarización apocalíptica, el matonismo macho, y este eructo arquitectónico es buena muestra de ello. “Con estas indicaciones se hacen visibles los gigantes que chocarán entre sí durante el siglo XXI. Viviremos la lucha del expansionismo y minimalismo. Habremos de elegir entre la ética de los fuegos artificiales y la ética de la ascética” (Lo dice Sloterdijk en ¿Qué sucedió en el siglo XX?). Esperamos que el proyecto, que compite con cinco más también cantosos pero algo menos (a cargo entre otros de BIG, MVRDV u OMA), no gane.  



Este segundo edificio es de Jean Nouvel, y lo traemos como antítesis del de los austríacos. Es infinitamente más elegante, rozando casi lo metafísico, con esa vocación de muro transparente que querría desmaterializarse y volverse etéreo. Está en Rijsvijk, cerca de La Haya y acomoda la Oficina Europea de Patentes. Recuerda mucho a la famosa Fundación Cartier en París, también de Nouvel (con la que buscaba no sé qué de engañar a los sentidos en lo que denominaba un territorio de desestabilización donde jugaba con los límites sensoriales), y tiene la particularidad de que es más largo (156 metros) que alto (107) por lo que bien puede decirse que el arquitecto de Burdeos finalmente ha resuelto el gran dilema horizontalidad vs verticalidad: su edificio es tanto lo uno como lo otro, aunque lo que más llama la atención es que apenas llega a unos ridículos 25 metros de profundidad. De nuevo un inmueble que refleja nuestro tiempo, pero por favor este hombre es un genio: ahora que el conocimiento está a un golpe de tecla, lo horizontal parece poder al fin aspirar a la verticalidad, pero cuidado, todo es mera apariencia que esconde un conocimiento ersatz de superficialidad penosa. Aquí damos fe. 



Acabamos esta tríada con un documento gráfico demoledor. La modernidad hace aguas, o eso parece querer decir esta instalación del danés Asmund Havsteen-Mikkelsen en la que la canónica Villa Saboye de Le Corbusier se va literalmente a pique. Recuerda a aquel famoso montaje  del Royal Crown de Mies hundiéndose cual Titanic. Cómo mola cachondearse de Corbu y Mies. Pero ojo que según el artista lo que se hunde no es solo la arquitectura moderna sino y mayormente la racionalidad que esta representaba. Qué razón tienes Asmund (volvemos al inicio), lo de apelar a la razón es ya cosa de gilís, ahora se piensa con las tripas, que hay que sacar la raza, la tribu, la fuerza bruta, el animal de bellota que todos llevamos dentro (a flor de piel de hecho). Vamos a dejarlo que me caliento (aún más). La instalación está en el fiordo danés de Vejle, ¿te acuerdas? Sí, es donde Olafur Eliasson levantó ese peculiar edificio de formas blandas que parecía cimbrearse. Por cierto que en las fotos de la instalación se distinguen una serie de bloques de apartamentos de ondulantes formas (de hecho se llaman “The Wave”) del estudio local Henning Larsen, que mira tú por dónde son los mismos arquitectos con los que Eliasson trabajó en el Harpa de Reyjkiavik.

En fin, nada más por hoy. Mañana será otro día.