sábado, 30 de junio de 2018

Intermedios


¿Cansado del Urbanoceno?

"Las buenas arquitecturas siempre se han planteado como objetivo prioritario defendernos del viento, de la lluvia, de los ladrones, del calor, del deslumbramiento, del ruido, de los curiosos... y hacerlo de la manera más económica e ingeniosa posible, que evidentemente es también la más emocionante. 

Las buenas arquitecturas han convertido aquel exterior inhóspito en un interior confortable, donde la vida es posible porque todas las variables están dominadas a nuestra voluntad. 

Sin embargo muchas veces tenemos suficiente en controlar solamente algunas de ellas o incluso una sola dejando a las otras que hagan lo que quieran porque no molestan.

Esta modificación parcial de la naturaleza cualifica el lugar donde la hemos producido y y no podemos decir que estamos del todo fuera ni tampoco que estamos del todo dentro. Tampoco tenemos claro cuándo salimos y cuándo entramos porque sus límites son imprecisos. Decimos entonces que estamos en un espacio intermedio. (...) Unos espacios económicos, ambiguos y versátiles que proporcionan unas secuencias ricas y complejas en el traspaso entre interior y exterior, y que facilitan que el edificio se prolongue en el entorno y que el entorno penetre suavemente en el edificio. Todo lo contrario de la arquitectura totémica, ensimismada y aislada, que siempre alardea de su radical discontinuidad con relación al lugar donde aparece". 

Este fragmento corresponde a un texto de Lluís Clotet, de nombre Espacios intermedios, que he descubierto en la exposición que sobre el arquitecto catalán puede ahora mismo verse en las Arquerías de los Nuevos Ministerios en Madrid, espacio al que hacía mucho que no volvía y en el que he podido ver magníficas exposiciones sobre arquitectura cuando era el único lugar en el que se organizaban dicho tipo de exhibiciones en la capital. Esta en concreto llama la atención por su escenografía, una bizarra mezcla de Dalí y Twin Peaks en la que destaca nada más entrar, tras atravesar unos recios cortinajes rojos, una impresionante jaula (los comisarios, también arquitectos, han dado en llamarla "contenedor-gallinero-barca" ) cuyas angulosas formas replican las arquitecturas de Clotet y Óscar Tusquets, su socio de 1965 a 1983, y donde se exhiben junto a gallinas (de pega afortunadamente, haciendo referencia al parecer a los veranos rurales de la infancia del arquitecto), objetos variopintos diseñados por Clotet: muebles, atormentados accesorios de cocina para Alessi, bancos, campanas extractoras y no sé cuántas cosas más (¿quieres verla?). Ningún problema con el surrealismo, que nos va lo justo, pero debo decir que tras semejante inicio esperaba bastante más. La interesante obra de Clotet, que desconocía, queda resuelta con tres peliculillas de poco más de 15 minutos cada una en la que se da rauda cuenta de sus edificios junto a Tusquets y su nuevo socio ya en los 90, Ignacio Paricio, y si te he visto no me acuerdo. Cuando abres el espeso cortinaje tras estar en dichas "salas" (una de ellas con tres tristes sillas), esperando encontrar, qué se yo, unas imágenes con planos, unas maquetas o algo así, te encuentras con el absoluto vacío. En fin, será que uno es muy antiguo.

La casa de la foto de arriba no es de Clotet, que aquí nos gusta despistar, sino de otro arquitecto que también domina los espacios intermedios. Se trata, a ver si lo adivinas, de un "marinero convertido en anacoreta" (en palabras de Françoise Fromont), un "héroe extraviado en su refugio insular" (según Fernández-Galiano) que construye "una ruina griega habitada" (la casa de la foto), quien habla ahora es Rafael Moneo, que trabajó para él en los 60. Este "mallorquín honorario y secreto", de nuevo según Fernández-Galiano, quien le ha dedicado recientemente un número de AV (de donde están extraídas estas citas) con ocasión del centenario de su nacimiento, no es otro que Jørn Utzon, el autor del diseño de la Ópera de Sídney. Al poco de volver de Australia, tras ser excluído del mastodóntico y enrevesado proyecto, se refugiaría en esta casa de Mallorca (Can Lis), un recinto enfrentado al mar y al horizonte en la que la arquitectura queda reducida a su cualidad más metafísica, que ya dijo Heidegger que la esencia de la técnica no tenía nada de técnica sino que era pura metafísica. Bebiendo aquí el sol mediterráneo a grandes sorbos, como el reo de muerte de La balada de la cárcel de Reading de Oscar Wilde que bebía el sol a bocanadas como si creyera que era vino, sería Utzon acaso capaz, en metafísico intermedio, de olvidar la amarga experiencia de Sídney. Hace unos días descubría el artículo que otro arquitecto, Sergio Baragaño, experto en arquitectura modular, dedicaba a Can Lis, donde tuvo la suerte de poder dormir (y sobre todo poder despertar), no deberías perderte ni el texto ni las magníficas fotos, tan infrecuentes, de la casa. 



Esta casa sí que es de Clotet (y Tusquets): está en la isla Pantelleria, cerca de Sicilia.


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