lunes, 24 de septiembre de 2012

¿Arquitectos? No, gracias

a view of the River Lea, east London, before its regeneration for the 2012 Olympics


El crítico de arquitectura y escritor Jonathan Meades está a punto de publicar un nuevo libro, Museum Without Walls (El museo sin paredes). The Guardian ha sacado a la luz un extracto en un artículo (Jonathan Meades: los arquitectos son los últimos que deberían dar forma a nuestras ciudades), he aquí algunas citas del mismo:

"Desde muy pronto en su historia, la fotografía fue adoptada por los arquitectos como una forma de idealizar  sus edificios. Como bellos y heroicos, como muestra de su ingenuidad y el progreso de la humanidad, etc. Esta tradición inmoral continúa viva y exultante. Su objetivo: la necesidad imperiosa de mostrar el edificio fuera de contexto, como un monumento, separado de su contexto urbano, de torpes vecinos, del desorden. Una descomunal mentira institucional es lo que nos están contando las revistas de arquitectura de todo el mundo, los periódicos e innumerables documentales. También es lo que se nos cuenta en internet, lo cual es muy significativo y deprimente, pues demuestra hasta qué punto dicha convención ha impregnado nuestra sociedad. La presentación de los edificios nunca puede ser neutral. Ya en los años 30, Harry Goodhart-Rendel señalaba: "El dibujo arquitectónico moderno es interesante, la fotografía es magnífica y el edificio es una desafortunada pero necesaria etapa entre ambos".  (...)

La arquitectura habla de la arquitectura como si estuviera desconectada de todos los demás empeños del hombre, una disciplina autónoma con un fin en sí misma.(...) Aislar a la arquitectura es ceguera, y una renuncia a ejercer nuestra responsabilidad".(...)

Una causa de este fracaso es la falta de empatía de los arquitectos, su fracaso a la hora de proyectarse como no-arquitectos: la arquitecta Yona Friedman hace mucho señaló que la arquitectura olvida por completo a aquellos que usan sus productos. Otra causa de dicho fracaso es su inclinación hacia el totalitarismo estético, un rasgo que Nikolaus Pevsner alababa, por cierto. No había obra que admirara más que el St Catherine´s College de Oxford: una pieza arquitectónica perfecta. Y es ciertamente impresionante de una manera muy sutil. Pero es al mismo tiempo un ejemplo de un totalitarismo a nivel "micro". Arne Jacobsen diseñó no solo el edificio, sino también todo el mobiliario e incluso todas y cada una de las piezas de cubertería. A un nivel "macro", el creador de un masterplan se hará cargo de detalles como las calles, avenidas, casas, oficinas... Dicha persona será casi seguro un arquitecto (....), y todos conocemos la pomposa arrogancia resultante de esas películas en las que los actores se dirigen a sí mismos.(...)

Los Juegos Olímpicos de 2012, absolutamente despreciables y completamente inútiles, han sido un festival de ostentación arquitectónica y derroche de energía propios de una dictadura del tercer mundo, que solo ha servido para el lucro de la industria de la construcción. La actuación inmobiliaria y arquitectónica ocupa un solar que era mucho más valioso tal y como estaba con anterioridad. Era probablemente el más extenso terrain vague de  cualquier capital europea. (...) Un escritor, al menos este escritor -y no estoy solo en esto- ve belleza entrópica, carreteras a ninguna parte asfaltadas con gravilla de las pistas de aterrizaje de los cazas de la Segunda Guerra Mundial, decrépitas estaciones de bombeo de estilo victoriano oriental, ratas, carritos de supermercado en canales tóxicos, zorros en estado de putrefacción, condones usados, pan de pitta con moho verde, bolsas de politeno enganchadas en las ramas e infladas como mangas de viento, recortes de moqueta grasientos, descascarillados carteles de "Privado-No entrar" ignorados desde que fueron colocados,(...) [el autor sigue en este plan 9 líneas más]. Eso es lo que yo veo: capas de arqueología urbana, (...) un lugar de riqueza y múltiples texturas que alimenta la curiosidad. Es obviamente decadente, pero la decadencia, como sabe todo aquel que ha visto corromperse la carne, posee una vitalidad única. Esa vitalidad es infinitamente preferible a la esterilidad y los estadios".

Dí que sí, Jonathan. El futuro de la arquitectura está en la no-arquitectura. Y hagámoslo extensible a todo lo demás, volvamos a la frescura de lo primigenio, a la inocencia de la primera vez. Cuando se me estropee el baño, voy a llamar a un no-fontanero, quiero un enfoque creativo, no técnico. Y si tengo que estar un mes sin baño no me importa porque, como a tí, me encanta la entropía, su vitalidad, su aspecto y sobre todo su olor. Y la próxima vez que tenga que coger un avión, quiero que me me lleve un no-piloto, no quiero un despegue (con el aterrizaje no cuento) perfecto, académico, automatizado tras años de plomizo aprendizaje, quiero un despegue intuitivo, incierto, con la ingenuidad apasionada del amateur. Y no pongamos muros a los museos, como dices en el título de tu libro, y ya puestos, no pongámosles tampoco techo, total, para albergar las birrias que tienen muchos museos de arte moderno no hace la más mínima falta, y lo que nos ahorraríamos. Que urbanicen los no-urbanistas, nunca los arquitectos, válgame, esos individuos meticulosos y perfeccionistas (y por tanto fascistas). Mejor aún, no urbanicemos en absoluto, no hagamos estériles intervenciones, dejemos a nuestros hijos retozar entre, por utilizar tus eliotianas imágenes, ratas, zorros descompuestos, condones usados y demás ricas texturas. Genial, Jonathan. Suerte con tu novela.
 

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