lunes, 9 de abril de 2012

Un viaje al pasado









Hoy nos olvidamos del adjetivo que nos define. Traemos fotos del balneario de Corconte, justo en el límite entre Cantabria y Burgos, un lugar en el que el tiempo parece haberse detenido. Construido en 1922 por el arquitecto Valentín R. Lavín del Noval en estilo neomontañés, el edificio ha sido testigo de nuestra convulsa historia reciente. Ha alojado a Alfonso XIII o a Antonio Maura, un asiduo. Y en él almorzó en 1939, recién reabierto tras la Guerra Civil, el conde Ciano, yerno de Mussolini y a la sazón ministro de asuntos exteriores de Italia, cuando fue a visitar el monumento que en el cercano puerto del Escudo se erigió para recordar a los combatientes italianos caídos apoyando a Franco apenas dos años antes en la batalla de Santander. La prensa de la época, probablemente con una imaginación desbordante, habla de un multitudinario recibimiento popular a su llegada por barco a la capital cántabra y una comitiva de 100 coches nada menos que le habrían acompañado en su viaje por carretera a El Escudo. En el balneario de nuevo la cifra exorbitante de 200 camisas negras que habrían agasajado su estancia. Precisamente en el hotel aún se conserva la invitación conmemorativa de la comida que allí tuvo lugar. Cuatro años más tarde Ciano era fusilado tras intentar huír de la agonizante Italia fascista. Su suegro Mussolini, que no hizo nada para evitarlo, algo más de un año más tarde correría la misma suerte. La historia europea de estos años va así de rápida. El monumento de El Escudo, un mausoleo en forma piramidal rodeado de cruces, según dicen ya sólo lo visitan las vacas, y han desaparecido las cruces conmemorativas.

En esta época empieza el declive del hotel. Se salvó por poco de ser inundado por el inmenso embalse del Ebro, inaugurado en 1952, que aumentó el atractivo de sus vistas. Se intentó dar al establecimiento nuevos usos deportivos aprovechando la cercanía del pantano pero la iniciativa no funcionó. El auge del turismo de playa acabó definitivamente con su época dorada. Sobrevivió por la calidad de sus aguas (aún siguen embotellándose en una pequeña planta adyacente), que ya se conocían desde antes de 1850, y cuyas propiedades fueron alabadas hasta por Gregorio Marañón nada menos. Hoy en día el hotel se mantiene prácticamente como estaba en la belle epoque, de ello dan fe la puerta giratoria de la entrada o el piano de cola del salón de baile que deberían estar en un museo (el ascensor sí se ha cambiado afortunadamente, el primero que tuvo el establecimiento era manual, de todas formas para la época que fue construído tenía toda clase de innovaciones tecnológicas: electricidad, calefacción central, agua caliente, incluso cinematógrafo). La primera impresión que ofrece a un urbanita es de un lugar decadente y rancio, recordando al hotel de El resplandor de Kubrick. Pero una vez que te adaptas a su ritmo quedas atrapado por su fascinante arquitectura, sus magníficas vistas y la historia que en fotografías y documentos exhibe en sus paredes. Hoy, alejado del glamour, vuelve a su uso más fundamental: un hotel de baños ideal para desconectar. Su futuro es incierto en estos tiempos, pero con el retorno a la cultura de lo slow y lo vintage, bien podría ser brillante.

Unas últimas palabras para su arquitecto,Valentín Ramón Lavín del Noval. La ambición de crear un lugar especial queda reflejada en la elección de este arquitecto municipal de la capital cántabra, concejal y con el tiempo académico correspondiente de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Fue responsable, entre otras obras, del Ateneo o el Club de Tenis de Santander o del Banco de Santander en Reinosa, aparte de numerosas villas, escuelas e incluso iglesias siempre en un estilo regionalista. Una versión actualizada de dicho estilo montañés la tenemos en la Casa de Cantabria de Madrid, de Carlos de Riaño.


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