martes, 21 de octubre de 2025

Raíces y alas

 


Pues la casa que te traía en la pasada entrada (más fotos en el Lateral) es la Maison Louis Carré (1956-59), la única obra de Alvar Aalto en Francia. Volviendo brevemente a la foto que presidía la entrada anterior diremos que nos llamó poderosamente la atención el pomo en cuestión no solo por sus ergonómicas formas redondeadas y artesanales (no hay otro igual en la casa ni quizá en ningún otro sitio) sino por ese recubrimiento en cuero que puede parecer innecesario pero que en realidad nos habla de una de las claves de la arquitectura del maestro finlandés, acaso en sus tiempos el mayor "activista de la consciencia" que decía Holl: el deseo de hacernos sentir la arquitectura en sus más pequeños detalles, haciendo del simple gesto de asir una manivela una experiencia táctil placentera. Carme Pigem de RCR, arquitectos no menos activistas de lo sensorial, repitió en varias ocasiones durante su reciente charla en la Fundación Arquia de Madrid que el objetivo de su estudio era hacernos sentir el espacio que diseñaban con el mayor número posible de sentidos, yendo más allá de una simple percepción visual (aquí tienes un ejemplo). Volviendo al finés, la palabra "sensualidad" aparece mencionada un buen número de veces en la conferencia que Fernández-Galiano dedicara a Aalto en la Fundación March. La foto de hoy, también de la Maison Louis Carré, es otro de esos detalles que también nos llamaron la atención. La entrada principal de la casa está presidida por esta original columna negra revestida solo en parte por listones de madera que van disminuyendo en anchura hasta casi encontrarse con el suelo. Recordé que Antón Capitel hablaba de su obra en la conferencia recogida en Siete maestros de la arquitectura, de hecho explica esta columna híbrida, una práctica habitual: "Aalto revestía los soportes cilíndricos de hormigón con cerámica o con madera, sin llegar al techo o al suelo, y dejando así ver el cilindro. Es como si pensara que el cilindro corbuseriano, construcción demasiado esquemática, necesitara el añadido de una representación, de un decoro, para convertirse en arquitectura plena, en un verdadero orden. Personalmente, no me cabe ninguna duda de que Alto empleó estas columnas con la intención deliberada de utilizar un orden finlandés moderno, trouvé dans la tradition, e inventado por él mismo". El texto se llama Las formas ilusorias. La inspiración en la obra de Alvar Aalto y estudia algunos ejemplos de "ilusionismo" arquitectónico del finlandés, así los famosos soles de la biblioteca de Viipuri (unos lucernarios redondos que iluminan las salas) o las olas con las que tanto gustaba de adornar los techos, tan alejados de las rectilíneas formas de los modernos más recalcitrantes, recordemos aquí que aalto en finlandés significa precisamente ola. Nos preguntamos si la Biblioteca de los Mil Soles en Madrid de MADC & Partners, recién premiada por el COAM, con su cuidada iluminación natural y artificial a base de enormes lámparas circulares y donde la madera tiene un papel primordial no será un pequeño homenaje a Viipuri (¿Lo será también la Biblioteca de Álvaro Siza en Aveiro con su ondulante fachada de ladrillo y sus lucernarios circulares?). Aparte de un sentido metafórico, las olas celestes de Aalto tenían también una importante función acústica. Nuestra casa francesa también tiene sus olas, pero aquí es obvio que su motivación es meramente formal ya que no estamos ante un auditorio. ¿Serán el sol, el mar, el patio -surrealista casi- de Muuratsalo, veladas metáforas de su adorada Italia? Japón, nos recuerda Fernández-Galiano, es otra referencia del finlandés en su sencillez, uso de materiales naturales, especialmente la madera, y la relación armónica entre arquitectura y naturaleza. Y aquí podemos volver a enlazar a Aalto con RCR, devotos de la arquitectura japonesa. No en vano recibieron su Pritzker en Tokio, donde la emperatriz del país les regaló un libro dedicado al fomento de la lectura infantil en el que, lo contaba Pigem en la charla de Arquia, encontraron un oxímoron que se convertiría en mantra del estudio: tener a la vez raíces y alas. La importancia de estar arraigado a un lugar, lo que no impide innovar partiendo de la tradición. Prácticamente es lo mismo que decía Capitel sobre el "orden finlandés" creado por Aalto.

Siguiendo con más ocurrencias, otra de las señas de identidad de la casa es un tejado significativo, recordemos que Louis Carré se lo pidió a Aalto con insistencia. Es por ello que Carré, un marchante de arte, no quiso recurrir a Le Corbusier, que tiene cerca de aquí por cierto una de sus obras más icónicas, la Villa Savoye (1928-31), temiendo que el francosuizo le diseñara una de sus cajas de anodino tejado plano. ¿Buscó Aalto con esta obra, casi 30 años posterior a la Savoye, inevitable referente a solo media hora de distancia en coche, levantar una casa-manifiesto contra la modernidad heroica? El tejado altivo es efectivamente potente y resuena con la no menos pronunciada pendiente sobre la que se asienta la casa, pero lo que más me sorprende es la absoluta desconexión formal entre cubierta y techo. Si la primera es una flecha aguda, casi agresiva, el segundo es como decíamos un ondulado mar de cálida madera que se desparrama desde la entrada hasta el salón, al que se accede bajando algunos escalones que aquí sí pueden replicar el acusado desnivel tanto de la parcela como de la cubierta. 

Seguimos imaginativos. Esta semana he escuchado la conferencia inaugural de un máster de Medio Ambiente en la ETSAM. Y te preguntarás a ton de qué se me ocurre tal cosa. Pues porque la daba Eduardo Prieto. De título Imaginación ambiental en la arquitectura, el autor de Historia medioambiental de la arquitectura nos ha enganchado desde el minuto uno al último (y son 120), recordemos aquí una vez más que nuestra condición neófita nos hace más proclives al deslumbramiento. Así descubro con pasmo que Vitruvio fue el primer activista arquitectónico de la consciencia. Su magna commoditas no es otra cosa que un llamamiento a que la arquitectura dé placer a los sentidos, adelantándose unos cuantos siglos a Pallasmaa, Holl, Mombiedro y demás neuroarquitectos. Así, la arquitectura tendría un origen sociotérmico, pues fue la necesidad de calentarnos en mitad de los fríos bosques y estepas la que congregó a los primeros humanoides en torno al fuego. De ahí surge la colaboración para mantener el fuego vivo, y pronto la necesidad de comunicación y acaso hasta el lenguaje. El planteamiento fenomenológico de Prieto está limitado al aspecto térmico, cada vez más acuciante, y tiene una base principalmente histórica, de ahí su mayor diferencia con el planteamiento de Mombiedro quien, como veíamos en la pasada entrada, aparte de ofrecer una perspectiva más amplia del tema, se centraba en hacer un estudio científico del proceso por el que un espacio deviene placentero o no. Sin embargo, un planteamiento puramente cuantitativo de la cuestión que excluya los aspectos culturales no convence a Prieto, por conectarlo con lo anterior sería como tener alas pero carecer de raíces. Sin nombrar a Mombiedro o la neuroarquitectura, parecería estar contestando a la arquitecta cuando señala que la cuantificación por sí sola equivale a simplificación, y todos sabemos (bueno, no todos) que los problemas complejos no tienen soluciones simples. Aporta Prieto interesantes ejemplos de cómo a lo largo de la historia los edificios han buscado la salud térmica desde planteamientos que solo son explicables desde sus raíces culturales, así, el hecho de que las villas de Palladio estuvieran misteriosamente giradas se debía a un intento de evitar vientos nocivos que entonces se creía venían desde los cuatro puntos cardinales principales, de ahí que la orientación sesgada consiguiera esquivarlos (algo que también influyó, aunque en menor medida, en el diseño de El Escorial), una explicación que solo se logra mediante un riguroso estudio del momento histórico. De la misma manera explica cómo la Alhambra, que siempre habíamos valorado desde un punto de vista meramente artístico, es una portentosa máquina ambiental que consigue mantener unas temperaturas realmente agradables en pleno verano gracias, aparte de jardines, fuentes y demás artilugios que todos conocíamos, a la ventilación vertical y estancias convenientemente situadas a medio camino entre el interior y el exterior, estrategias todas propias del mundo árabe. Prieto defiende una vuelta a esa cultura ambiental porosa que desapareció con la irrupción del aire acondicionado, una tecnología que nos aisló completamente del exterior (y ahí seguimos). Nos gustó también su defensa de una naturaleza cotidiana, pequeña pero de gran influencia en nuestra vida -el pequeño parque del barrio, las plantas que cuidamos en nuestras casas- frente a la naturaleza romántica, sublime e inquietante, que se ve de lejos y con la que no se interactúa. Muy interesante también el repaso que hace de otros autores preocupados por los temas medioambientales en la práctica arquitectónica destacando de nuevo Fernández-Galiano, quien le dirigiera la tesis (que versó sobre este tema) y es a su vez autor de El fuego y la memoria (1991), uno de los primeros estudios de esta cuestión en nuestro país, libro que por cierto sigue concitando interés: este mismo verano don Luis fue invitado a dar una conferencia sobre él en un curso de posgrado ("Thinking with Fire") en la universidad de Edimburgo. A su vuelta a España tuvo oportunidad de experimentar el fenómeno en primera persona al escapar por los pelos de uno de nuestros múltiples incendios mientras se encontraba en la costa de Cádiz. Lo descubrimos, con espanto, en el último Arquitectura Viva. En fin, te enlazo a la conferencia de Eduardo Prieto para que sigas explorando el tema si así te place.  

De todas maneras, ahora que el Nobel de Economía ha entronizado la llamada destrucción creativa, otro pedazo oxímoron, como uno de los factores que más ayudan en el crecimiento sostenido de un país, uno se pregunta si las raíces tienen aún sentido (recordemos el incendiario manifiesto de Carlos Chacón, que va por ahí: "Por qué las formas antiguas han de ser veneradas y las contemporáneas no (...). Hoy todo es conservador. Se ha de reformar, no construir, se ha de imitar, no crear, se ha de reciclar, no imaginar, se ha de fusionar, no abstraer, se ha de callar, no proponer. (...) Actuar se ha vuelto delictivo"). Hay obvias ventajas del "modelo destructivo" pero imagino tendrá también su lado oscuro, cabría preguntarse en nuestra ignorancia si tiene sentido con la que está cayendo desde un punto de vista medioambiental premiar semejante concepto. En arquitectura las preexistencias, lo obsoleto a sustituir, pueden ser un verdadero incordio si se quieren conservar, pero igual la creatividad también se espolea con obstáculos, todos sabemos aquello de que "la mayor libertad nace del mayor rigor" de Paul Valéry. El otro día me encontré por casualidad en la biblioteca Eugenio Trías de Madrid el monográfico que El Croquis dedicó -volvemos a ellos, perdona el vaivén- a RCR cuando se les concedió el Pritzker (2017). Resulta que incluye un texto de Juhani Pallasmaa que se llama Significado en la abstracción donde nos dice que sí, que se puede fusionar y abstraer, reciclar e imaginar al mismo tiempo: "La cualidad más inesperada de la obra de RCR es el sentido de tradición, continuidad, pertenencia cultural y estratificación temporal. Casi por definición, la estética minimalista tiende a eliminar la experiencia del tiempo, pero las obras de RCR son capaces de transmitir un sentido de arraigo pese a su intrínseca radicalidad. De hecho, esto es característico de la auténtica radicalidad artística: las obras de arte más radicales terminan confirmando y reforzando el curso de la tradición. Basta con pensar en La consagración de la primavera de Igor Stravinski, que aunque provocó un escándalo cultural en su estreno en París en 1913 no ha cesado desde entonces de revitalizar la música moderna y de ofrecer una nueva lectura de la totalidad de la historia de la música. El efecto mágico de todo gran arte es que nos hace contemplar el pasado y su arte bajo una nueva luz". O sea, que en el campo de las artes parece claro que la destrucción de lo anterior no es nada creativa. Al día siguiente de encontrame el número de El Croquis, mientras hacía limpia en casa, me topé (ni te imaginas cuánto de este blog se debe al puro azar) con un librito de 1986 titulado Blade Runner en el que se reúnen varios ensayos sobre la icónica película de diferentes autores, entre los cuales Savater, Argullol, Molina Foix, Úrculo o Cabrera Infante. Uno de los textos, de genial nombre La frágil fama del futuro, pertenece a los arquitectos Juli Capella y Quim Larrea, bien conocidos en el campo de la crítica. Aunque era lo esperable no dan un punto de vista arquitectónico sobre la película pero sus apreciaciones, que demuestran tener una gran cultura cinéfila, son interesantes para el tema que nos ocupa: "Una de las propuestas ideológico-visuales más atractivas de la película, a la hora de imaginar el futuro, es la de proyectarlo como una realidad heteróclita, de desigual desarrollo y cargada de elementos atávicos, e incluso primitivos, chocantemente combinados con el más sofisticado desarrollo tecnológico: el mercado de animales artificiales, concebido como una mezcla de zoco moruno y mercado de pescado japonés, donde una especie de bruja oriental analiza por ordenador una escama de pescado (que resulta ser de serpiente biónica, con el número de serie incorporado), es quizás el mejor ejemplo de esta idea realmente innovadora, cargada de sabiduría antropológica". Lo mismo podría decirse de la arquitectura de la película, donde se combina la modernidad con edificios de un pasado más o menos remoto como el edificio Bradbury de George Wyman o el apartamento de Deckard, inspirado en la casa Ennis de Wright, por no hablar de las imponentes torres que remiten a zigurats. O de la banda sonora de Vangelis, que combina potentes temas electrónicos con otros de inspiración más clásica (a veces, como en el tema Memories of Green, genialmente fusionados). Alas y raíces...





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