sábado, 13 de enero de 2024

Lo anómalo

 


Estas frías Navidades me desplacé con la familia a Pedraza a pasar un par de días. La visita a la cercana Segovia era obligada, y tras el recorrido por los musts de rigor de la bella capital castellana que reúne un collage de estilos más propios de allende fronteras que de nuestro país (el acueducto romano, un alcázar que parece transplantado de la Touraine, la catedral con una potente torre que puede recordar a los beffroi flamencos o una bizarra iglesia -la de la Vera Cruz- que pertenece a la orden de Malta y tiene una planta centralizada dodecagonal que imita a la Mezquita de la Roca de Jerusalén), sometí a los míos al justo y necesario encuentro con la modernidad. Les llevé a ver el edificio que el estudio Sancho-Madridejos han levantado en las afueras dentro de un masterplan del mismísmo David Chipperfield (el llamado Círculo de las Artes y la Tecnología -CAT- que iba a incorporar once edificios, por ahora solo tenemos el mencionado) y que, con su cúpula bicónica inspirada al parecer en Chillida, esperaba generara en mis hijos y un servidor (no tanto en mi contraria) el famoso efecto wow. Decir que en el jurado para la selección del masterplan ganador (el concurso se falló en un lejano 2008) se encontraban Fernández-Galiano y Ezquiaga, vamos, que no se anduvieron los segovianos con medias tintas. Convendrás conmigo que con semejantes antecedentes había expectación por mi parte. 

Lo cierto es que el edificio de Sancho-Madridejos me dejó más bien frío. Con la mudanza en ciernes de un nutrido grupo de trabajadores del ayuntamiento, vallado, inaccesible, solo en mitad de un gélido páramo (me pareció ver el fantasma de la Ciudad de la Justicia madrileña rondando por allí), el inmueble y su espectacular cúpula bicónica se nos antojaba triste y aletargado, como hibernando tras un eterno invierno. Hubo otra poderosa razón que desvió mi atención casi de inmediato. Enfilando la carretera para ir al masterplan de marras, me veo de sopetón la torre bizarra, de un rojo carnal (frente al blanco moderno del edificio de Sancho-Madridejos) de la Choricera, nombre popular que se dio a la fábrica de embutidos Postigo, de Curro de Inza y Heliodoro Dols. No tenía ni idea de que estaba allí y para nada estaba en mis planes ir a verla. Apenas conocía unas añejas fotos tomadas por Paco Gómez en blanco y negro (recordemos que la fábrica se inauguró en 1966), y aunque sabía que tenía algún tipo de protección patrimonial y valor arquitectónico estaba totalmente fuera de mi radar. El caso es que tras bajar del coche para hacer fotos al edificio níveo y lustroso acabé pasando olímpicamente de él y dirigiéndome a esa extraña construcción que no había por donde coger. Segovia volvía a impactarme por su arquitectura anómala, extraña y extranjera; en un primer momento -ojo que se viene ocurrencia, nosotros ya sabes, irredentos en nuestra busqueda de las conexiones invisibles que diría Fernández Mallo (y Vangelis)- me recordó, agárrate, a un cruce entre la Torre Velasca, terminada a finales de los 50, y un ayuntamiento escandinavo tipo Oslo (también de por esos años). Y qué decir del tejado que recubre el edificio inferior. Pero por favor, si está plagado de aristas (aquí también podemos encontrar otra conexión con Sancho-Madridejos y su gusto por el origami arquitectónico: Los placeres del pliegue tituló Arquitectura Viva, un punto sassy, un monográfico sobre la pareja; ver como muestra este bello botón). ¿Es ese tejado cortocircuitado un reflejo de las montañas segovianas o nos estamos cargando al padre (Mies) con saña salvaje? ¿Esto es organicista o pura casquería (nunca mejor dicho) gore? Pero vamos a ver, si hasta a la minúscula caseta del guarda me le han puesto un tejado que sube y baja en vertiginoso vaivén. De qué van estos arquitectos, por Dior (como curiosidad, resulta que un par de días más tarde me volví a encontrar con la fábrica en la serie Berlín, spin-off de La casa de papel, donde aparece situada en Francia). 

De inmediato se hizo evidente que tenía que investigar, desde la superficialidad que nos caracteriza, no esperes maravillas, sobre Dols e Inza. Lo primero que me encuentro en internet es que son ambos de la promoción CX (1959) de la Escuela de Madrid en la que descubro arquitectos del calibre de Fernando Higueras (otro furibundo antimiesiano), autor de la Corona de Espinas madrileña o del tremendo ayuntamiento de Ciudad Real, donde vuelvo a ver a la Torre Velasca, igual me lo tengo que hacer mirar. Ya puestos recordar que la tal torre, icono milanés, es del estudio BBPR, la última R es por Rogers (Ernesto), primo del Richard de nuestra T4. Richard habla de su primo y de la torre en A place for all people, y fíjate lo que cuenta: "Ernesto se había unido al CIAM (...) en los primeros 50, pero se distanció de la posición dogmática de la primera generación de los arquitectos modernos, quienes veían su tarea arquitectónica -y social- como una que suponía empezar el mundo desde cero, haciendo tábula rasa. Ernesto desafió dicho concepto (...). Esto le hizo impopular entre entre algunos modernos como Reyner Banham, más tarde un buen amigo mío, de quien Ernesto se mofaba por su modernidad fría y cortante, llamándole un "defensor de los frigoríficos". O sea que en los 50 ya había un antimiesianismo rampante que, como todo el mundo sabe, explotaría en los 60, y yo que pensaba que eso era cosa de Higueras y algún otro lobo solitario más. Richard trabajó en la oficina milanesa de BBPR haciendo pequeños trabajos justo en la época en que se estaba diseñando la Torre Velasca, que dice recordarle a a los castillos lombardos medievales y donde su primo y demás socios unirían pasado, presente y futuro sin complejos. Por aquel entonces hacía el servicio militar, corría los Sanfermines y se metía en líos de toda índole (como ya te comenté en alguna ocasión acabó en un calabozo donostiarra por bañarse en la Concha en cueros), años después haría el Pompidou, otra trastada más. 

Pero no nos desviemos de tema. Estábamos con la promoción CX de la Escuela de Madrid, que como decíamos tenía entre sus filas arquitectos de postín. El trabajo de fin de carrera fue el diseño de una capilla funeraria en un cementerio militar, en los distintos trabajos vemos esa pulsión entre romper la caja moderna (el de Higueras, que ya conocía, es el más evidente) o replicarla con esmero, así el proyecto de Javier Martínez-Feduchi, aún manteniendo el apellido Martínez del que pronto se desharía, hijo del autor del Edificio Capitol en la Gran Vía madrileña y que acabaría haciendo, no muy lejos del Capitol, una obra que, por decirlo finamente, nunca he comprendido, la rehabilitación del Oratorio del Caballero de Gracia (en concreto su fachada a la Gran Vía). También tenemos en la promoción a José Serrano-Súñer Polo, sí, hijo del ministro de Franco y de la hermana de la esposísima. Con semejante genealogía acabaría diseñando casoplones para la jet set marbellí. Curiosamente también forma parte de esa añada un arquitecto totalmente contrapuesto a Súñer, Eduardo Mangada, quien sería con el tiempo miembro del PCE, concejal de urbanismo con Tierno Galván y Leguina y se centraría en promociones de vivienda social de elegante sobriedad (su proyecto es uno de los más miesianos). También andaba por aquí Luis Peña Ganchegui, el autor de la plaza del Tenis en Donostia junto al Peine del Viento o la de los Fueros en Pamplona Vitoria, ambas en colaboración con Chillida. Asienta su capilla funeraria sobre unas rocas de perfecta irregularidad como adelanto de sus trabajos posteriores. El diseño de Curro Inza, uno de los mejores (en mi modesta opinión), también recuerda a la fábrica segoviana, en él una esbelta torre se alza sobre una topografía artificial que luce tejados tan atormentados como aquélla. Es el único que acompaña su proyecto con un bello texto poemático (Curro escribía poesía, y le encantaba la música y la pintura), te extraigo una pequeña muestra de su final: "Y a los pies de la torre / duelen los oídos de silencio / de tan hueca y desnuda como está", afirmación que bien vale para la torre de la Choricera hoy en día, en estado de triste abandono. ¿No podrían haberse venido los trabajadores del ayuntamiento a este edificio para insuflarle nueva vida? Acaso el fantasma de gorrinos eviscerados no motivara al alcalde a hacer tal mudanza (la torre se utilizaba como secadero del embutido), sin olvidar las posibles chanzas populares: todos conocemos los segundos significados del término chorizo. En fin. Tienes aquí más información sobre dichos proyectos. 

Centrémonos brevemente en la fábrica de los Postigo. En un primer momento Heliodoro Dols es el encargado del diseño. Carlos Postigo le acompañará en un viaje por varios paises de Europa e incluso Estados Unidos para recopilar información sobre el diseño fabril ya que la familia estaba muy interesada en levantar una fábrica ante todo bella. Toma anomalía. Dols, viendo el calibre del encargo recurre a su compañero de promoción Inza, quien pronto toma los mandos del diseño cuando a Dols le ofrecen el proyecto de su vida: el diseño del santuario de Torreciudad. Podríamos decir, si me permites ese toque melodramático que tanto nos gusta, que en Heliodoro venció al cabo el espíritu sobre el mundo y la carne. Ganaría por aquellos años (en 1965) el premio nacional de arquitectura de manera (en mi opinión) harto anómala por una  fuente diseñada junto a Antonio López para Pedraza que hacía gala de inquietantes formas: un bosque de púas rodeando a una tierna niña dormida en un moisés. Afortunadamente no se llegó a hacer pero, oye, juzga tú mismo

Inza, ya solo a los mandos del proyecto charcutero, se lanzaría a hacer un diseño ante todo visceral. Las formas que tanto nos sorprenden (y eso que no puede verse el interior, aún más enjundioso al parecer, con escaleras que recuerdan a Gaudí y mobiliario diseñado especialmente para la fábrica) no son mera casualidad sino que responden a una arquitectura que Inza quiere surreal, absurda incluso, que pone en valor la sorpresa y el error, totamente alejada de los cánones del momento. Habla Moneo (de una promoción un par de años posterior, por lo que coincidió con el arquitecto en la escuela) en un artículo de 1978 presente en Escritos sobre arquitectos españoles (1961-2021): "Me atrevería a decir que Curro Inza desconfiaba de la contemporaneidad: nada le hubiese disgustado tanto como el que alguien le hubiese dicho que estaba al día". Todo eso le llevaría, en un contexto en el que pese a todo Mies aún tenía peso, a una cierta marginación profesional. De nuevo Moneo: "Los tiempos no estaban maduros para lo que Curro Inza quería decir y, buscando un campo más amplio para exponer sus ideas, aceptó una cátedra en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra, lo que contribuyó aún más a fomentar su voluntaria y provocadora marginación" (¿te imaginas cómo debían ser sus clases?). Te recomiendo la lectura del trabajo elaborado por el estudio segoviano SF23 Arquitectos donde se dan muchas claves de su peculiar manera de entender la disciplina (si quieres más, tienes la tesis doctoral de 741 páginas que le dedicó Ángel Verdasco en 2013). Termino ya, agradecido de que me hayas acompañado hasta aquí, con una cita de nuestro arquitecto: "Para mí, lo más bonito que tiene la arquitectura son sus anomalías. Como en el hombre, en las anomalías, equivocaciones, errores, es donde creo que hay un material inmenso, inagotable, de detalles. Eso lo tenemos visto en el Románico como en ningún otro estilo. Serie alucinante de errores y equivocaciones verdaderamente fundamentales". 



No hay comentarios:

Publicar un comentario