De nuevo en el cielo de los arquitectos, me encuentro hoy bajo un alcornoque en un campo interminable y amarillento, como africano, tan solo moteado por árboles crepusculares. En mitad de este paisaje casi estéril diviso una sencilla casa de muros encalados y ángulos rectos, un refugio silencioso que ofrece paz ante un mundo inclemente. Se escucha Inútil paisagem, la nostálgica canción de Antonio Carlos (Tom) Jobim en la versión mínima que los Morelenbaum (Paula y Jaques) y Ryuichi Sakamoto grabaron para el álbum Casa en el que fue hogar del maestro de la bossa nova en Río. La letra, interpretada por la bellísima voz de Paula (también la cantó Ella Fitzgerald en inglés, escúchala aquí), no es menos hermosa ("Mas pra que, pra que tanto céu, pra que tanto mar, (...)de que servem as flores que nascem pelos caminhos, se o meu caminho sozinho é nada"), aquí la tienes completa. Embelesado por la música, no me doy cuenta de que nuestro trío de arquitectos, conducidos por El Interlocutor, han llegado a la casa a bordo de un Mehari. Es obvio que hoy no toca glamour. Les oigo hablar animadamente y reír con ganas mientras accionan las manos con fruición. Al fin buen rollo entre ellos. Pero acerquémonos a ver qué se cuece mientras se sientan en el patio de la casa en unas sencillas sillas Leva (quién diría que son de Foster).
-"El Pritzker a Kéré es un premio al low-tech, ya lo siento Richard [en la foto, su escuela primaria en Gando]", dice el de pelo blanco y faz más risueña de los tres. "Es la vuelta a la tierra, al barro que cantaba Miguel Hernández: 'Me llamo barro aunque Miguel me llame. Barro es mi profesión y mi destino, que mancha con su lengua cuanto lame'".
-"'Antes de que la sequía lo consuma, el barro ha de volverte de lo mismo', bellísimo poema, cierto", interviene El Interlocutor. "Anna Heringer también construye con barro, su lema es menos hormigón y más tierra. Su obra es humilde, pero de una belleza punzante, que no tranquiliza sino que inquieta, hiriendo las conciencias y removiendo el paisaje plácido de la conformidad, como he dejado dicho en el folleto de la exposición que sobre ella he comisariado en el museo ICO".
-"Todo eso está muy bien", interviene, por alusiones, el inglés. "Pero lo mismo que la tecnología nos ha llevado a un punto de casi no retorno, será la misma tecnología la que nos salve. Volver al barro, a construir con las manos en clave vernácula puede ser una solución en Gando pero no en Londres. Heringer y Kéré son un ejemplo de arquitectos que pudiendo hacerse ricos decidieron poner sus conocimientos al servicio de comunidades pobres en Bangladés o Burkina Faso, comunidades con las que trabajaron en régimen de igualdad, nunca con un sentimiento de superioridad. Son esas actitudes las que principalmente les hacen merecedores de elogio. Pero pensar que la experiencia de la construcción en barro es extrapolable al mundo occidental es muy cuestionable. ¿Os imagináis un Manhattan de barro?"
-"Sí, está en Shibam", comenta el arquitecto en cuyos ojos aún brilla la utopía mientras se sirve una copa de vinho verde.
-"Por favor, seamos serios. Sostenibilidad sí, pero sin volver a la Edad Media".
-"El hormigón es necesario, sin duda, pero debe reutilizarse. Los edificios no deben durar para siempre, hay que abandonar ese deseo insano de construir inmuebles eternos, que lo que en verdad esconde es el miedo humano a la muerte, el gran tabú en nuestra sociedad: todos queremos ser jóvenes, lo viejo se rechaza, se cancela: la muerte no existe", tercia El Interlocutor. "Como tú hiciste para el Taller, reconvirtiendo una antigua fábrica (de hormigón precisamente) en espectacular vivienda y estudio".
-Siempre me ha llamado la atención que un postmoderno como tú viviera en un entorno tan brutalista, al igual que un arquitecto high-tech como Richard lo hiciera en una casa georgiana, es como el mundo al revés. Ya lo decía Léon Krier en aquel famoso artículo para AAM: Virtudes privadas y vicios públicos donde da un buen repaso a estas contradicciones (acaso cinismo) de un buen número de arquitectos que se mostraban rabiosamente modernos y resulta que vivían en rancias casas victorianas (o más antiguas aún), Krier nombra entre otros a Cook, Foster, los Smithson, el propio Richard o, quién lo iba a decir, Price, al que aprovecha para dar una buena clatellada como quien no quiere la cosa tildando el Fun Palace como lieu de tristesse et de mélancolie industrielle".
-"Algo tiene lo clásico que nos encandila (mi Antigone es un Versalles del pueblo), y no solo en arquitectura, cuántos pioneros de la música electrónica han acabado rendidos a la música que llamamos clásica: ahí tenéis lo más último de Vangelis", dice mientras hace sonar el tema en su móvil.
-"¿Y qué me decís de esta casa?", pregunta El Interlocutor, señalando la vivienda que les rodea, "simple en sus formas, pero contundente, plantando cara a un entorno inhóspito. Muy Heidegger. Hecha de madera y ladrillo casi en su totalidad. Una fortaleza mínima que sigue la tradición de las alcáçovas portuguesas, una derivación de la kasbah árabe".
-"Walden 7 es una kasbah vertical. Igual que la Muralla Roja. Siempre volvemos a lo vernáculo".
-"Sí, pero actualizado. ¿Por cierto, qué te parece que La Muralla Roja sirviera de telón de fondo a El juego del calamar, o que Abraxas saliera en Los juegos del hambre? ¿Por qué tu arquitectura se asocia a la distopía en el cine?"
-"Me gusta el cine. Yo, como el Rem por cierto, he hecho un par de películas. Ya lo sabes, entre utopía y distopía el límite es mínimo. Cuando haces una arquitectura extrema, sin concesiones, pasan estas cosas. Ya no se pueden hacer edificios así. Pido un minuto de silencio por la Torre Nakagin, que ya han empezado a derribar".
Todos se levantan ceremoniosos y alzan sus copas. La conversación se detiene bastante más que el minuto preceptivo, mientras una pertinaz saudade se apodera de nuestros maestros.
-"El calamar me resultó fotut, la verdad", retoma sin ganas el ideólogo de la Barcelona olímpica. "Lo aguanté mezclándolo con Todas las criaturas grandes y pequeñas, una serie cándida realizada con primor británico y ambientada en los Yorkshire Dales (quizá lo mejor).
-"Pues yo creo que la arquitectura singular aún puede tener sentido", vuelve a atacar el inglés nacido en Florencia. "Incluso como simple juego, en plan tongue-in-cheek. El Depot del Boijmans en Róterdam, que Wainwright tachó de slapstick architecture, inspirado en una ensaladera de Ikea y con una piel recubierta de espejos, ha traído la alegría a una ciudad que fue desventrada por la guerra y suturada después con una arquitectura seca de aristas y angst, al igual que hizo el feliz Markthal también de MVRDV. El tremendo Instituto holandés de arquitectura de Coenen, reflejado en sus convexos espejos, pierde su brutal dureza y se convierte en una imagen amable y jovial".
-"Vaya, como los espejos del Callejón del Gato que tanto gustaban a Max Estrella. El esperpento como terapia".
-"La arquitectura crea así un implante de memoria falsa como en Blade Runner. Eso lo dicen Montaner y Muxí, que conste, y no como cumplido precisamente", tercia El Interlocutor.
-"Pues yo estoy contigo, Richard. A veces hace falta un joke arquitectónico, como hice en el Teatro Nacional de Cataluña: un guiño al mundo clásico en Barcelona, una ciudad donde el clasicismo nunca cuajó. Te quedaste a cuadros, Luis, cuando te lo comenté en aquella entrevista para Arquia, ¿recuerdas? Y La Muralla Roja es un juego a lo Escher".
-"Sí, me quedé muerto (con perdón) con tu comentario. La arquitectura como chiste no es una idea que me seduzca, la verdad", responde por alusiones El Interlocutor. "El icono ya es historia, pero el que esté libre de culpa que tire la primera piedra. De todas formas me quedo con la belleza esencial y comprometida de Heringer o Kéré".
-"Pero la alta tecnología también puede ser increíblemente hermosa: tengo pendiente visitar (en espíritu) la exposición de mi gran amigo y colega Foster en el Guggenheim de Bilbao: Motion. Autos, art, architecture. Este Pegaso Z-102, uno de los coches expuestos allí, es puro arte".
-"Como también lo puede ser un modesto 2CV. Sé que Foster tiene uno (el Sahara, una versión 4x4 con dos motores que empezó a producirse en 1958), si no lo ha traído a la exposición el narrador se va a mosquear".
Salgo sonriendo de la casa y vuelvo a mi árbol. Al cabo de un rato veo salir a El Interlocutor, que se despide efusivamente de los tres arquitectos para regresar ya al mundo de los vivos. Mientras la mancha naranja del Mehari se diluye en el amarillo infinito del montado alentejano, adivino húmedos los ojos del profesor.
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