domingo, 19 de enero de 2020
La casa (2)
Esta semana hemos visto fotos de la casa que Pawson se ha hecho en los bellos Cotswolds y de inmediato hemos deseado replegarnos en ella como dice Esquirol en el libro que me estoy leyendo, La resistencia íntima, y que te citaba en la última entrada. El filósofo catalán cita mucho a Heidegger, que como todos sabemos se replegó en una aislada cabaña para escribir y decía aquello de que "en una noche cerrada de invierno cuando una salvaje y poderosa tormenta desata su furia alrededor de la cabaña y oculta y cubre todo, ése es el momento perfecto para la filosofía". Muchos otros pensadores obraron igual, demostrando acaso que la creatividad solo es posible en soledad, ahí van algunos: Mahler, Grieg, Knut Hamsun, Wittgenstein, Strindberg, Dylan Thomas, Lawrence de Arabia o Virginia Woolf (quien afirmara: "una mujer debe tener dinero y una habitación propia si desea escribir ficción" en A Room of One´s Own). Eduardo Outeiro señala en Cabañas para pensar: "La cabaña es la cueva hecha acto de de pensar. O el pensamiento hecho estructura. Parece ser el armazón-materialización de un deseo, de una pulsión arrolladoramente intensa. El exoesqueleto de una actividad. Como la armadura de Quijote. Sale de dentro afuera".
Pero qué bonito. Ahora bien: ¿podremos algún día todos los mortales, y no solo cuatro intelectuales, gozar de los beneficios de la casita aislada? Pues no, entre otras razones porque nuestra maltrecha Tierra no da para tanto. Nuestra época reclama nuevos modelos de habitar y nuevas formas de construir. El proyecto Entresitios, en el madrileño barrio de Usera, es un buen ejemplo. Como explica su arquitecto, Iñaki Alonso, el edificio, construido parcialmente en madera, tiene una vocación socializadora ("cohousing") que haría feliz a Andrés Jaque: así, el ático, en lugar de reservarse a unos pocos vecinos acaudalados se dedica a zonas comunes, lo cual no deja de tener su lado oscuro en forma de posibles fricciones vecinales (la puertourraquización de la que hablaba Jaque). Un sistema similar sería según la arquitecta Paz Martín ideal para enfrentarnos a las necesidades de vivenda adaptada para el tsunami gris que se avecina. Otras formas de construir como decíamos son también necesarias. Esta misma semana Oliver Wainwright, tras afirmar que el sector de la construcción en Gran Bretaña emplea el 60% de los materiales producidos y emite el 45% de todo el CO2 que genera el país, se hace la siguiente pregunta: ¿Y si no se construyeran nuevos edificios sino que se reciclaran los ya existentes? Y nos presenta a Thomas Rau, un arquitecto holandés que trabaja en la catalogación de materiales presentes en edificios para su posible reutilización: "Hay que pensar en los edificios como depósitos de materiales". Holanda es puntera en estos planteamientos circulares, con propuestas como eliminar el concepto de propiedad (que mata la innovación según Rau) por el de alquiler de los materiales (desde la fachada hasta las bombillas) obligando a las grandes empresas a ofrecer planes de mantenimiento y lograr acabar, por ejemplo, con la obsolescencia programada. En la misma línea, la urbanización danesa Resource Rows (en la foto de arriba) reutiliza fragmentos de fachada de la destilería Carlsberg en Copenhague, recientemente demolida, reduciendo las emisiones de CO2 en su construcción en más de un 50%. Estas drásticas medidas son mucho más efectivas que los actuales certificados de sostenibilidad que, como Eduardo Prieto señalaba en otro artículo aparecido esta semana en El Mundo, se otorgan a edificios que parecen todo menos sostenibles: "Este modo sostenible -este modo contable- de entender la relación de los edificios con el medioambiente no tendría nada malo si no fuera porque resulta rudimentario en su afán por reducir la complejidad de la arquitectura a datos numéricos. La medida de la sostenibilidad arquitectónica la dan hoy certificados emitidos por empresas especializadas que, acreditando la condición ecológica de un edificio, lo dotan también de un prestigio ético que muchas veces produce perplejidad: ¿cómo es posible -nos preguntamos- que tantas construcciones completamente vidriadas y herméticas puedan blasonar de certificados verdes pese a refutar el más chato sentido común?". Lo mismo puede decirse de esos SUV premium híbridos de 450 CV, 3.000 kilos y distintivo medioambiental ECO. Prieto por cierto, filósofo y arquitecto, acaba de publicar libro sobre el tema: Historia medioambiental de la arquitectura. Y podemos ampliar la escala: en The Guardian de nuevo un interesante artículo propone volver a las ciudades low-tech "tontas" ante la posibilidad cierta de que las ciudades "inteligentes" donde todo queda controlado y registrado telemáticamente acaben resultando demasiado costosas y complejas de gestionar (y por cierto, ¿adónde irá tanto dato? ya hay quien habla de"surveillance capitalism"; el capitalismo de la vigilancia). El artículo propone una resilvestración de las ciudades siguiendo ejemplos de arquitecturas vernáculas que han demostrado su eficacia.
Todos los pre-pre-millennials educados con Heidi (puro Heidegger, por cierto), sufrimos un shock emocional sólo comparable a la muerte de la madre de Bambi cuando nos enteramos de que las vacas, esos animales bucolizados y de inocencia primigenia (Loos comparaba precisamente su ruda belleza con la de la casa), podían ser también nocivos y contaminantes, en concreto sus flatulencias. Otra de las batallas que se está librando en la guerra sin cuartel contra el cambio climático se centra en la reducción o incluso eliminación del consumo de carne. Y no sólo porque evitaría que se aliviaran hacia una atufada atmósfera ingentes cantidades de metano, sino porque ello liberaría terreno para uso agrícola. George Monbiot tiene un documental sobre el tema de título Apocalypse Cow. Puede haber otras soluciones: ¿Recuerdas a Philip K. Dick preguntando si los androides soñaban con ovejas eléctricas? Ya se han hecho experimentos hibridando robots mínimos con células animales, así que podemos soñar con tener en un futuro animales que aporten carne para consumo pero que sin embargo, y me vas a perdonar, no se pedan. Mientras tanto, la resilvestración (que ya adelantara nuestro César Manrique) se impone, llegando incluso a los museos, así la exposición Narciso o la floración de los mundos que puede verse ahora mismo en el MÉCA de Burdeos (el centro cultural diseñado por BIG), tendencia que puede llegar a extremos delirantes como el taller que Zhang Bo planteó en la última Bienal de Venecia (Plant Sex Workshop): cómo tener sexo con una planta (¿con paciencia?).
En fin, reiremos por no llorar. El tema lo permea todo, y no es para menos. Hasta Manuel Rodríguez Rivero en su columna de Babelia, glosaba ayer mismo un libro sobre ello, Otro fin del mundo es posible, decían los compañeros de Jorge Riechmann: "Riechmann parte de que ya no se puede detener la catástrofe, porque la lógica y la evolución del capitalismo "fosilista" desde los años setenta del siglo XX hacen sospechar que ya no habrá tiempo "para transiciones socioecológicas razonables". Ya estamos, viene a decir (...) en "tiempo de descuento". (...) El Titanic -Riechmann reutiliza el símil- ya se ha topado con el iceberg, y lo mejor que podemos hacer es aceptar lo inevitable y organizar el salvamento, sin autoengaños ni mixtificaciones: de eso va el libro". Pues eso, que hay que aprender a "colapsar mejor". Te invito a acompañar esta dolorosa apreciación con el nostálgico tema central de Blade Runner 2049 de Hans Zimmer, en la estela de la mítica banda sonora de Vangelis (en él suena, alto y claro, el legendario sintetizador CS-80).
En bucle melancólico, acabamos como empezamos: con filósofos, cruciales en estos tiempos acaso terminales. Esta semana, Roger Scruton se nos ha ido. Solo le conocía por sus sonadas polémicas como director del organismo británico Building Better, Building Beautiful (te prometo que la primera vez que leí el nombre de esta comisión gubernamental me pareció una coña del articulista), pero resulta que era un destacado filósofo conservador. También activo ecologista, arrimaba el ascua a su sardina ideológica afirmando que la lucha por el medioambiente, tradicionalmente considerada de izquierdas, se basaba en la preservación a ultranza, el equilibrio y la oikofilia ("el amor al hogar") y era por tanto en esencia conservadora. Lo que está claro es que dicho amor al hogar debe salir del reducto de la casa y extenderse al planeta entero como ya hace varias décadas afirmaba Buckminster Fuller: no somos sino pasajeros en la nave espacial Tierra.
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