Pues como ya todos sabemos Robert Venturi, fundador y apóstol del posmodernismo y defensor del Less is a Bore frente al miesiano Less is More, acaba de fallecer. Muchos se han lanzado a hablar sobre el legado del iconoclasta arquitecto, premio Pritzker en 1991. Veamos algunos comentarios sobre tan particular figura, prestos, como señala el propio Venturi en una dedicatoria para una primera edición de su famoso Complexity and Contradiction in Architecture, a aprender también de lo que no nos gusta.
Empezamos por aquí cerca. Juan Navarro Baldeweg, acaso él también posmoderno, comenta para Icon Design en un artículo de significativo título Robert Venturi, el hombre que quiso que la arquitectura fuera una fiesta que el principal valor del arquitecto americano es incluir en su obra una serie de referentes populares que estaban apartados de la disciplina arquitectónica, por aquel entonces (estamos en los 60) dominada por el estricto discurso estético del Movimiento Moderno. El siempre incisivo Oliver Wainwright, crítico de The Guardian, va en esa misma dirección en un artículo con titular no menos palmario, Robert Venturi, el arquitecto de mal gusto que se lió a martillazos con la modernidad: En metáfora gramatical (que curiosamente utiliza exactamente igual Paul Goldberger en The Architect's Newspaper), Venturi rechazó el "o...o" (o esto o lo otro) reflejo de una actitud de pureza y orden típica de la modernidad por la riqueza y pluralidad del "tanto...como" (tanto esto como aquello). Goldberger comenta que precisamente su primera entrevista como crítico arquitectónico fue al propio Venturi y su esposa y socia, la también arquitecta Denise Scott Brown (nunca se entendió que el Pritzker no fuera compartido). Vincent Scully nada menos se los presentó. Goldberger cuenta una jugosa anécdota narrada en dicha conversación: en 1971 un amigo había encargado a Venturi una casa, que muy bien podría haberse convertido en su obra más representativa. Ya con el proyecto terminado se puso a la venta cerca de allí una antigua y bella mansión y el arquitecto recomendó a su amigo que la comprara, porque la casa que había diseñado para él no podría nunca superarla. Su proyecto nunga llegaría a ver la luz. Por su parte Sean Griffiths (el arquitecto de FAT que citábamos hace poco porque nos sorprendió su contradictorio alegato en defensa de la modernidad y una arquitectura despojada de significado) vuelve al redil posmoderno con un entusiasta artículo en Dezeen (Robert Venturi y Denise Scott Brown eran nuestros héroes arquitectónicos), no en vano la pareja posmoderna eran (según él) seguidores incondicionales de la obra disparatadamente posmoderna de FAT. Para Griffiths el gran mensaje de Venturi y Brown consiste en que la arquitectura no es una forma artística pura que se manifesta en formas ideales e inmaculadas, sino que es una disciplina desordenada e invertebrada, producto de complicadas negociaciones; pues eso, compleja y contradictoria como la vida misma. También él tiene anécdota para compartir: tras una conferencia que los integrantes del estudio dieron en Filadelfia a la que acudieron sus idolatrados mentores, Venturi les espetó: Terrific...Keep up the bad work! (Genial, seguid adelante con vuestro mal trabajo). Y ellos tan felices. No por nada dice Peter Eisenman que echará en falta su dry sense of humour.
En fin, hemos aprendido que la voluntad inclusiva e híbrida de Venturi y Brown dio en el clavo en un momento de claro hartazgo frente a los asfixiantes postulados modernos y provocó una rica polémica que llega a nuestros días, en los que (como se quejaba el propio Griffiths) tenemos hiperinflación de narrativas, metáforas y significados. También que no es exacto que la pareja se cepillara la modernidad, sino que más bien lo que hicieron fue fusionarla con elementos clásicos, pop y todo lo que pillaban por ahí en una mezcla surrealista y lisérgica ajena al prejuicio y al buen gusto. Es la horizontalidad, que nos persigue cual espectro recurrente. Poniéndonos aristotélicos, ya ves tú, la modernidad aportaría el logos y el ethos, pero le faltaría el pathos, la emoción, la pasión, la empatía, que sería la gran aportación de la posmodernidad. En la casa para su madre (la Vanna Venturi house), Venturi coge la caja moderna y la despoja de su tejado plano colocándole uno tradicional a doble vertiente. No contento con eso, saja el frontón, que queda temblando con dolorosa hendidura, y por encima de lo que parece la puerta principal dibuja un arco inútil y atávico. No esperes simetría en la disposición de las ventanas, cada una va a su bola. Finalmente, la pinta de verde, que el blanco moderno es sospechoso de connotaciones supremacistas (racismo cromático lo llama sin empacho Eduardo Prieto en La vida de la materia, donde cita esta perla de Theo van Doesburg, líder de De Stijl: "el artista tiene que ser blanco, esto es, sin drama ni mancha (...) ¡Blanco! He aquí el color del tiempo nuevo, el color que significa toda una época: la nuestra, la de la perfección, la pureza y la certidumbre. (...) Blanco, blanco puro. Si miramos en nuestro entorno solo vemos fango y es en el fango donde viven los sapos y los microbios". Pardiez, casi me da miedo reconocer que tengo un coche blanco). En su intervención para la National Gallery de Londres de 1991, el año del Pritzker, que consiguió tranquilizar al mismísimo Príncipe Carlos, Venturi y Brown utilizan el lenguaje clásico pero dotan a la fachada de un toque travieso (le pusieron jazz en sus propias palabras) jugando con las columnas, que quedan dispuestas con absoluta falta de simetría para, cuando la fachada se gira, hacerlas desaparecer mutando el edificio en moderno casi sin darnos cuenta. Con todo, hay quien dice que dicho proyecto fue el canto del cisne del posmodernismo al no convencer ni a tradicionalistas ni a vanguardistas. Margaret Thatcher lo explicó muy bien: "Quedarte en mitad de la carretera es muy peligroso, al final te atropella el tráfico de los dos lados".
Me voy. Sigo con mi empanada moderna (y ahora postmoderna) a cuestas, deseando que los grandes abandonen las ensimismadas alturas de la Academia y bajen al fango de la crítica para aclararnos las muchas dudas que aún tenemos. ¿La obra de Venturi y Brown es realmente tan importante? ¿El yugo moderno del que libraron a la arquitectura, acaso su principal logro, era tan terrible? ¿No hubo otros arquitectos menos famosos que reinterpretaron el lenguaje clásico desde la modernidad (Lutyens, Muzio, Behrens, Plečnik...) antes que ellos y de una manera mucho más sofisticada? ¿No será que la pareja posmoderna supo conectar con una época ávida de ruido, color y banalidad, y poco más? ¿La arquitectura espectáculo es legado suyo? ¿Por qué en una entrevista para Architect Magazine en 2001 abjuró Venturi del posmodernismo ("No soy ni he sido postmoderno")?
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