Qué semana tan preñada de prodigios. Hemos por ejemplo podido ver a John H. Elliott, el historiador inglés especialista en España (su tesis, publicada en 1963, versó sobre La rebelión de los catalanes, vaya ojo), en deliciosa conversación con nuestro Luis Fernández-Galiano, devenido ya metarquitecto, en la Juan March acerca entre otros temas del éxito del concepto de monarquía compuesta (capaz de con palo y zanahoria mantener a las centrífugas perfierias en el redil centrípeto) mientras casi a la par contemplábamos a nuestros monarcas eméritos (y no) descompuestos tras una contundente intervención que en metáfora arquitectónica acaso podríamos asemejar a la que Aires Mateus han realizado en la ciudad belga de Tournai para su facultad de arquitectura (en la foto de arriba). Pobres preexistencias.
Ahíto como estarás de másteres misteriosos y golpistas rebeldes sin causa (ni pausa), llevarte quiero a la periferia para relajar los ánimos. Leía hace unos días el Icon Design y me encontraba un artículo de un tal Stephen Bayley en el que sacaba a relucir defectos poco conocidos de grandes iconos arquitectónicos con evidente mala baba. Le di a la tecla para descubrir quién era el caballero y resulta que el tal Bayley, considerado un gurú del diseño en Inglaterra, fue delfín de Terence Conran (con él fundó en los 80 el Museo del Diseño londinense hoy dirigido, en su nueva sede, por Deyan Sudjic) y se le encargó la titánica tarea (en la que fracasaría a la postre) de pensar cómo llenar el mastodóntico Millenium Dome de Rogers. Dandy un punto repelente (pero juzga tú mismo), es crítico y periodista, y ha publicado libros y artículos de temas varipointos casi siempre centrados en el diseño con un atractivo estilo chispeante donde usa con arte la puya (si tienes un rato prueba a leer este artículo). En la búsqueda resulta que me topé con un artículo que no sé cómo ya conocía. Publicado en 2008 en la revista Car, de la que fue crítico de diseño, hablaba, de nuevo con bastante mala uva pero más razón que un santo, de la penosa estrategia comercial de Citroën, marca que había conseguido dilapidar un pasado glorioso de coches míticos como el DS Tiburón centrándose en el precio y olvidando el diseño. Curiosamente poco después (a principios de 2009) la marca francesa se sacaba de la manga una marca con aire premium (DS, sí, como el nombre oficial del Tiburón) para diferenciar su gama, dispersa hasta el extremo (¿vender a la vez el 2 caballos y el SM con motor Maserati?) mientras creaba un resultón concepto como de povera chic para sus productos más básicos y refrescaba a fondo sus diseños.
Pero volvamos al artículo de marras, en el que Bayley saca a relucir pifias arquitectónicas de todo tipo (dice estar estar planteándose escribir un libro sobre el tema): que si Fallingwater tiene goteras, que si el Pompidou es difícil de limpiar y tal. Todo muy profundo (y mira quién habla), anda que no hay fallos de juzgado de guardia en el mundo de la arquitectura, como en todas las demás profesiones. Aunque fijarse en el grano más que en el todo no deja de ser algo mezquino (ojo, yo mismo también lo he practicado aquí con enjundia), nada que objetar a hablar de defectos si sirven como aprendizaje, al fin y al cabo aprendemos del error y solo se equivoca el que nunca hace nada nuevo. Pero si solo sirve para hacernos unas risas que no vayan a ninguna parte y regodearnos en las miserias ajenas, como parece por el tono general del artículo, casi que nuestro gurú podría haber dedicado su valioso tiempo medido en Rolex a otra cosa. Y hablando de pifias, él también mete la gamba. El Walkie-talkie no "derritió, literalmente, el Jaguar de un ejecutivo", como señala, sino que deformó los acabados de plástico, que poco no es, pero no es lo mismo (nosotros también dimos cera al rascacielos, que conste). Volviendo al artículo sobre Citroën, Bayley comenta: "Por supuesto, la antigua Citroën estaba en bancarrota, ya que todo el mundo debía seguir la máxima caballeresca de Andre según la cual 'desde el momento que una idea es buena, no importa lo que cueste'. Todos sabemos que la calidad es recordada mucho después de que el precio se olvide. Ay, los banqueros no estuvieron de acuerdo, pero nadie recuerda sus nombres, aunque todos recordamos el de Citroën". Pues lo mismo te digo, querido Stephen, aquí: nadie (menos tú, por hacer la gracia) se acuerda de los granos de Fallingwater, pero Wright será siempre uno de los grandes.
Para compensarte por esta errática entrada te voy a enlazar a una crítica arquitectónica simplemente perfecta. Así como lo oyes. Que la disfrutes.
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