Si Mies levantara la cabeza... |
Paseaba la otra tórrida tarde por la calle, y de pronto me sentí impregnado de un frescor inaudito que emanaba de un cortinglés aledaño. Arrastrado sin remedio por mis abotargados sentidos, entré en el gran almacén aunque nada tenía que comprar. No hay experiencia fenomenológica comparable a sentir cómo la temperatura baja diez grados en un santiamén. Sin saber muy bien qué hacer me encaminé a la sección de discos guiado por un atávico impulso (hace ya lustros que, gracias a internet, no tiene sentido), mas mira tú por dónde esta vez iba a hallar una preciada joya que no me esperaba. Ni más ni menos que el vídeo de la gira de conciertos 3D que Kraftwerk hiciera hace un par de años y para los que eligió venues arquitectónicos de primer orden, entre otros el MoMA, el Tate Modern londinense, la Opera de Sídney y la de Oslo, el auditorio Walt Disney de Los Ángeles, la fundación Louis Vuitton de París, el Guggenheim de Bilbao (y con este van tres gehrys), y por supuesto, la Neue Nationalgalerie de Berlín de Mies. Ya comentábamos en su momento sobre este mismo concierto la conexión entre el arquitecto de Aquisgrán y el grupo de Düsseldorf: "sobriedad germánica, mundos artificiales, pureza formal..." (no olvidemos además la coincidencia de fechas: Mies acabaría su obra en 1968, justo el año en el que se conocerían Ralf Hütter y Florian Schneider, fundadores dos años más tarde de Kraftwerk). De hecho la única foto que ilustra la carátula del video es de dicho edificio. Esperaba encontrarme en el vídeo referencias a dichos lugares pero lo cierto es que sólo incluye cuidados videoclips con los cuatro componentes del grupo en su tradicional pose maquinista, cual robots ya ligeramente geriátricos (Hütter, único de los fundadores que sigue en la brecha, tiene ya 71 años), eso sí, los temas han recibido al menos nuevos arreglos que los han actualizado acertadamente e incluso se han introducido cambios en la letra (por ejemplo menciones a Fukushima, Chernóbil o Harrisburg en su mítico tema Radioactivity).
El sueño de la razón produce monstruos, y el de la modernidad también. Oliver Wainwright nos traía esta semana un curioso edificio que acaba de recibir protección patrimonial en Inglaterra, y que no es otro que el que ilustra la entrada de hoy. Es una estación de bombeo en Londres que parece sacada de Bob Esponja. Perpetrada por un tal John Outram en los 80, el crítico de The Guardian le reivindica como el arquitecto que trajo la diversión de vuelta a la arquitectura. Yo con el posmodernismo es que no puedo, pero hay que reconocer que tras 40 largos años de austeridad formal, blanco nuclear y ángulos rectos impuestos dogmáticamente a sangre y fuego, la verdad es que es lógico que la arquitectura explosionara en violenta deflagración cromática y formal. Wainwright añade también una intencionalidad política en Outram: sería también una puya, en plan tongue-in-cheek que se dice allí, al gobierno de Thatcher, que había decretado que todos los desarrollos urbanísticos en la zona de los docklands fueran llevados a cabo por empresas privadas (más serias se supone) con una excepción: los edificios de servicios públicos. Pues taza y media entonces. Me pregunto por qué en España, salvo una par de ocurrencias de Oiza, no se ha prodigado el posmodernismo. Quizá porque para ese desfogue formal ya teníamos las Fallas.
Seguimos con el surrealismo, que tantos buenos ratos nos reporta. He flipado en colores con el artículo que cierra el último número de Arquitectura Viva (196) con el título La ingeniería humana. Lo firma Luis Fernández-Galiano nada menos, director de la revista, y en él hace referencia a un libro editado por el BBVA (El próximo paso: la vida exponencial) en el que una veintena de eminencias en el campo de la biocencia lanzan peregrinas teorías sobre el futuro de la humanidad. Cito: "Si algunos autores transitan por territorios familiares (...), otros exploran campos más insólitos: los viajes posthumanos, la hiperhistoria y los sistemas multiagente (que organizan el mundo postwesfaliano donde los humanos ya no ocupan el centro de la infoesfera), y last but not least, el uso de la ingeniería humana para frenar el cambio climático". Hombre, ya puestos, hubiéramos agradecido a don Luis que se hubiera demorado en algunos de los conceptos que menciona, y que nos mantendrán insomnes sin remedio: ¿qué será la hiperhistoria? Conocíamos la historia virtual de Ferguson, pero semejante prefijo aplicado a la historia ¿tendrá que ver con una historia enriquecida, mutante, revertida quizá gracias a los viajes en el tiempo como postula la no menos surrealista El Ministerio del Tiempo? ¿Y qué será lo de los viajes posthumanos? Conocíamos lo de la postverdad, repetido ad nauseam por cualquier columnista que se precie, pero lo de la posthumanidad nos supera. ¿Y lo de los sistemas multiagente? El colmo es la teoría de un tal S. Matthew Liao, director del Centro de Bioética de la universidad de Nueva York, que propone mejorar al ser humano chutándole drogas de diseño que lo conviertan en vegetariano, altruista o empático (por lo visto el tal Matthew da por hecho que padres y educadores somos unos inútiles), "limitando la natalidad con potenciadores de inteligencia" (o sea que tener hijos es de gilipuertas) e incluso "reduciendo el tamaño de los seres humanos" con tratamientos de choque genéticos (era cuestión de tiempo que el concepto flatpack de Ikea llegara a la genética). No sé si reír o llorar. A este señor le mandaba yo una copia de Los Viajes de Gulliver para que se centrara en el tercer viaje, el que lleva al protagonista a Laputa (el nombre no es casual), esa isla flotante en la que académicos y científicos, completamente aislados del mundo real, desarrollan teorías a cual más absurda, como esos profesores de lenguas que tratan de eliminar el lenguaje hablado para no desgastar los pulmones (en lugar de designar las cosas con palabras, la comunicación se establecería mediante muestrarios de objetos que se enseñarían en silencio unos a otros, muy práctico), o un profesor de matemáticas que hace comer a sus alumnos barquillos con fórmulas escritas con una tinta especial que el cerebro supuestamente absorbería, consiguiendo así que los estudiantes resolvieran problemas sin estudiar (también hay betún para los arquitectos: en Laputa las casas se construyen empezando por el tejado siguiendo el ejemplo de la araña y la abeja, por cierto como Lamela en las Torres de Colón, y se huye del ángulo recto porque se desprecia la geometría). Tengo yo que conseguir el libro del BBVA (anda, si se puede descargar).
En fin, ya hemos desbarrado bastante por hoy. Te dejo con el tema The Robots de Kraftwerk (versión 2016), con unos seres posthumanos que parecen bailar una hipersevillana. Buena semana.
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