jueves, 13 de abril de 2017

Arquitectura en democracia

Fernández-Galiano, ordenando nuestra memoria

Pues retomando lo que decía James Joyce (lo de que quería pasar a la posteridad como alguien que recortaba y pegaba según veíamos en la entrada anterior, qué feliz hubiera sido en la era digital), voy a hacer lo propio con retazos del ciclo de conferencias que Luis Fernández-Galiano y La Fundación Juan March tuvieron afortunadamente a bien ofrecernos hace tan solo unos días en la sede madrileña de la fundación. Fueron esta vez cuatro sesiones de hora y cuarto cada una con un ambicioso objetivo: cubrir la evolución de la arquitectura española (y su entorno político y social) desde el regreso de la democracia a nuestro país hasta el momento actual. Más de cuarenta años sintetizados en cuatro intensas lecciones magistrales. Cada sesión se centraba en un periodo representado por una obra arquitectónica significativa: así, los convulsos años de la Transición, objeto de la primera, quedaba representada por el donostiarra Peine de los Vientos de Chillida, enfrentado, como nuestra frágil democracia, al bravío Cantábrico; la segunda sesión se centraba en los años 1982-96, los del gobierno de Felipe González, representados en este caso por el Museo de Arte Romano de Mérida a cargo de Moneo; la tercera lección enfocaba los años del gobierno de José María Aznar y la arquitectura espectáculo, con su epítome mayor de estandarte, la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia de Santiago Calatrava, mientras que los últimos años, los que el catedrático de la ETSAM llama de la incertidumbre, eran objeto de la última sesión y quedaban representados por el Matadero madrileño, una obra coral junto al casi faraónico Madrid Río.

Sólo pude asistir a la tercera sesión, pero resulta que trasteando en la página web de la Fundación March he descubierto con gran alegría que todas las conferencias estaban grabadas (puedes incluso descargártelas) y lo que es más, puedes también bajarte las cuatro presentaciones de Fernández-Galiano (con unas 120 fotografías para cada sesión nada menos que don Luis, como es habitual en sus conferencias, proyecta en grandes dimensiones y le sirven para hilar su discurso, en ningún caso utiliza ni un papel ni una mísera ficha como socorrida chuleta), así que aquí vengo a contarte lo que he descubierto (algunas cosas, que conste, ya las conocía), éste al fin y al cabo no es sino un blog de aprendizaje (un poco de paciencia, querido lector, de todas formas me permito recordarte que éste no es un blog obligatorio, acabáramos).

Empezamos pues por la primera sesión, centrada en los complejos años de la Transición. Fernández-Galiano nos recuerda que Chillida, como decimos utilizado como referente en esta primera lección con su Peine del Viento, tiene en el exterior de la propia Fundación March una escultura, “Lugar de encuentros 6” (las otras esculturas de la serie están en Madrid, donde se encuentran tres, y en Bilbao, Palma y Toledo). Quizá la más famosa de ellas es la pieza que cuelga bajo el puente de Eduardo Dato sobre la Castellana madrileña, hoy ya ignorada (mira que he pasado veces y ni me he fijado), pero que estuvo envuelta en polémica ya que hasta 1978 no se instaló por motivos ideológicos (llegó a recibir por ello el jocoso sobrenombre de la sirena varada). Para el catedrático es por tanto todo un símbolo artístico de la Transición, prometo detenerme en ella la próxima vez que pase por allí. Ya sobre el Peine del Viento, don Luis nos recuerda que el que luce en Donosti hace el número 15 de la serie: nada menos que 25 años le llevó al escultor vasco encontrar la forma definitiva, y nos muestra fotos sobrecogedoras de su construcción, para la que se utilizaron alambicados andamios sobre el Cantábrico. Otro dato verdaderamente curioso es que para la inauguración en 1977 (enmarcado en la explanada que Peña Ganchegui diseñara para ensalzarlo) sólo 9 personas acudirían (treinta años después se volvería a hacer una inauguración digamos de consolación), fue un monumento por tanto, como la sirena madrileña, rechazado seguramente porque su rotunda modernidad disgustaba a los nostálgicos.

Una de las ideas que también resaltó don Luis fue que la Transición se pudo realizar de una manera relativamente sosegada porque la sociedad española ya se había ido modernizando desde los 50, y una de las disciplinas que contribuyeron a dicha, digamos, pretransición, fue la arquitectura. Y es curioso que la Iglesia fuera una de las promotoras de esos cambios al encargar a arquitectos rompedores obras emblemáticas, así el monasterio de Arantzatzu, a cargo de Sáenz de Oíza y Oteiza, una obra que tardó en completarse casi 20 años ya que la propia Iglesia no comulgaba con la iconografía de Oteiza (sus fantasmagóricos apóstoles). Fisac también aprovechó sus encargos eclesiásticos para abordar nuevas concepciones del espacio. En Cataluña mientras tanto era la vivienda privada (con Coderch y su casa Ugalde a la cabeza) la que lideraba el cambio. De Coderch Fernández-Galiano resalta su compromiso moral e intelectual con la modernidad con obras de “insólita pureza”.

En los 50 el régimen empezó a moverse viendo su total aislamiento del que finalmente sería rescatado por los Estados Unidos, y es que en la guerra fría no había aliado pequeño. En 1955 España entra en la ONU y se producen guiños aperturistas en el mundo del arte: unos años antes (1952) se creaba el primer museo de Arte Moderno (diseñado por Fernández del Amo dentro de la Biblioteca Nacional), algo inaudito para lo rancio del momento, y en 1953 se produce otro acto que don Luis no duda en calificar de casi subversivo al organizarse el primer curso sobre arte abstracto. En la foto de rigor vemos al incombustible Manuel Fraga, jugando en el bando aperturista del régimen.

Me da que arte y arquitectura cumplían por tanto el papel de fachada moderna de un sistema político que quería disfrazar su anomalía en una Europa que le daba la espalda. En esa línea se encuentran los poblados de colonización de Fernández del Amo de nuevo, en los que las tipologías rurales se llevaban a una abstracción radical en una peculiar modernidad vernácula (una suerte de Mondrian estepario). España se moderniza a partir de sus raíces. Alejandro de la Sota realiza en la misma línea el poblado de Fuencarral, en Madrid, que el general Muñoz Grandes, metido a crítico arquitectónico, calificara de “boxes para caballos”. Franco, que al parecer también lo visitó, no pondría tantos peros y ello dio nuevas alas a esta extrema abstracción que culminaría en el sorprendente Gobierno Civil de Tarragona (de de la Sota).

En Barcelona, siempre singulares, la modernidad arquitectónica recaería en edificios industriales, como no podía ser de otra manera dada su potencia fabril, en concreto el ejemplo más notorio de la época es el comedor de la SEAT de César Ortiz Echagüe en el que se usa aluminio corrugado, mismo material utilizado en aviones (y es que las bases americanas que se fueron instalando en España fueron también fuente de inspiración arquitectónica). Dicho comedor recibiría en 1957 el premio internacional Reynolds, premio del que formaba parte del jurado nada menos que Mies van der Rohe. Ortiz Echagüe le visita en Chicago y a la vuelta levanta en Barcelona una torre para SEAT, todo vidrio y metal, profundamente miesiana. A su vez Coderch diseña por entonces las Torres Trade, con su fachada ondulada que aún hoy llaman la atención cerca de la Diagonal en la entrada a la Ciudad Condal, siguiendo un lenguaje más orgánico cuyos juegos formales auguran una prosperidad de la que el país quiere hacer gala. Entramos en la etapa conocida como desarrollismo.

Un poco después nos topamos con uno de los hitos arquitectónicos de la época: el Pabellón de España en la expo de Bruselas de 1958 (la que levantó el Atomium). Y en una curiosa foto que nos muestra LFG vemos el brutal contraste entre el bosque de árboles metálicos de una modernidad espectacular (fue premiado en la muestra) y sus ocupantes: militares con sus mejores galas y curas de sotana asistiendo a un espectáculo de los coros y danzas de la Sección Femenina. El pabellón, triste ruina moderna, languidece hoy en la Casa de Campo como todos sabemos.

Sigue el apasionante relato de cómo unos pocos pugnaban por dotar a nuestro país, aislado, acomplejado y atrasado, de una modernidad a la altura de las naciones más avanzadas. Don Luis menciona a Pérez Piñero, nuestro Fuller (eso lo añado yo); el Colegio Maravillas de de la Sota, con sus aulas colgadas sobre el gimnasio, ya construido con acero (material hasta no hace mucho drásticamente racionado); García de Paredes y su iglesia de Almendrales, muy criticada por su similitud con una mezquita (de nuevo la Iglesia liderando la modernidad con encargos que luego le explotaban en la cara); Fernández Alba con su aaltiano convento del Rollo; Carvajal (nuestro Rudolph, eso sí es de LFG) y sus opacas construcciones brutalistas (Saura rodaría en su casa-búnker La madriguera); Fisac y sus huesos de hormigón (entramos ya en los 60) quien destacaría en el uso casi escultórico que da a este material; las icónicas Torres Blancas de Oíza, sensualmente orgánicas, marcando músculo arquitectónico al tiempo que España se va haciendo próspera; Fernando Higueras y su extraterrestre Corona de Espinas en la ciudad universitaria madrileña que tardaría 25 años en construirse; César Manrique, el primer ecologista; Tusquets y sus jugueteos libertarios mezclando los órdenes clásicos con la arquitectura vernácula; Bofill, que diseña junto a su interdisciplinar equipo el Walden 7, una suerte de monumental macrocomuna… y en esto llega Adolfo Suárez de la mano de Juan Carlos I.

Pero descansemos un poco tras este agotador reprise. Fernández-Galiano hace en este punto especial mención a dos edificios de la época, ambos en la Castellana madrileña, ambos bancos, construidos casi a la par por arquitectos que habían sido maestro y discípulo, y que sin embargo no pueden ser más opuestos. Hablamos del Banco de Bilbao de Sáenz de Oíza y el Bankinter de Moneo. El primero, moderno sin concesiones, en acero y cristal, prepotente e icónico, el segundo escondido tímidamente tras un palacete que se quiere conservar, hecho en ladrillo madrileño y con una insólita forma de cuña. Moneo da una lección magistral en su primera gran obra de cómo hacer ciudad protegiendo lo existente y mimetizándose con el medio. Modernidad frente a postmodernidad (seria, y esto lo añado yo, que ya habrá tiempo para la postmodernidad de chirigota representada sin ir más lejos por el propio Oíza en el Palacio de Congresos de Santander). Como resalta el director de Arquitectura Viva, “lo nuevo y lo viejo no discuten en Moneo, sino que hablan civilizadamente”. García de Paredes logrará algo parecido en su Auditorio Manuel de Falla en Granada.


En esto que se falla en Sevilla el concurso para su sede del Colegio de Arquitectos. LFG se detiene aquí de nuevo mostrándonos una foto del jurado, en relajada pose en torno a un velador, en el que están lo más granado del panorama arquitectónico del momento: Peña-Ganchegui, García de Paredes, Coderch, Moneo y Aldo Rossi nada menos, el arquitecto más influyente del momento. El ganador es el proyecto de Ruiz Cabrero y Perea, un edificio que desconocía por completo, y en el que de nuevo vemos cómo se mezclan tradición y modernidad en perfecta comunión. En esta misma línea Fernández-Galiano continúa hablando aquí de César Portela, Manuel Gallego, Linazasoro, Bofill con su “clasicismo alucinado” de Abraxas, arquitecturas todas ellas sin complejos que nos dan la lección de que se puede ser moderno y al mismo tiempo construir tejados a dos aguas o usar ladrillo. Acaba la sesión con la foto de la enorme urna (diseñada por García de Paredes) en la que, como una descomunal papeleta de voto, se ha encerrado el Guernica de Picasso, finalmente recuperado una vez que ha quedado demostrado (a pesar del susto del 23-F) que nuestra democracia progresa adecuadamente. La arquitectura y el arte, remata nuestro conferenciante, dando forma y voz a las inquietudes y esperanzas de cada época. 

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