Fernández-Galiano, ordenando nuestra memoria |
Pues retomando lo que decía James Joyce (lo de que quería
pasar a la posteridad como alguien que recortaba y pegaba según veíamos en la
entrada anterior, qué feliz hubiera sido en la era digital), voy a hacer lo
propio con retazos del ciclo de conferencias que Luis Fernández-Galiano y La
Fundación Juan March tuvieron afortunadamente a bien ofrecernos hace tan solo
unos días en la sede madrileña de la fundación. Fueron esta vez cuatro sesiones
de hora y cuarto cada una con un ambicioso objetivo: cubrir la evolución de la
arquitectura española (y su entorno político y social) desde el regreso de la
democracia a nuestro país hasta el momento actual. Más de cuarenta años sintetizados
en cuatro intensas lecciones magistrales. Cada sesión se centraba en un periodo
representado por una obra arquitectónica significativa: así, los convulsos años
de la Transición, objeto de la primera, quedaba representada por el donostiarra
Peine de los Vientos de Chillida, enfrentado, como nuestra frágil democracia,
al bravío Cantábrico; la segunda sesión se centraba en los años 1982-96, los
del gobierno de Felipe González, representados en este caso por el Museo de
Arte Romano de Mérida a cargo de Moneo; la tercera lección enfocaba los años
del gobierno de José María Aznar y la arquitectura espectáculo, con su
epítome mayor de estandarte, la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia de
Santiago Calatrava, mientras que los últimos años, los que el catedrático de la
ETSAM llama de la incertidumbre, eran objeto de la última sesión y quedaban
representados por el Matadero madrileño, una obra coral junto al casi faraónico
Madrid Río.
Sólo pude asistir a la tercera sesión, pero resulta que
trasteando en la página web de la Fundación March he descubierto con gran
alegría que todas las conferencias estaban grabadas (puedes incluso
descargártelas) y lo que es más, puedes también bajarte las cuatro
presentaciones de Fernández-Galiano (con unas 120 fotografías para cada sesión nada
menos que don Luis, como es habitual en sus conferencias, proyecta en grandes
dimensiones y le sirven para hilar su discurso, en ningún caso utiliza ni un
papel ni una mísera ficha como socorrida chuleta), así que aquí vengo a
contarte lo que he descubierto (algunas cosas, que conste, ya las conocía),
éste al fin y al cabo no es sino un blog de aprendizaje (un poco de paciencia,
querido lector, de todas formas me permito recordarte que éste no es un blog obligatorio, acabáramos).
Empezamos pues por la primera sesión, centrada en los
complejos años de la Transición. Fernández-Galiano nos recuerda que Chillida, como
decimos utilizado como referente en esta primera lección con su Peine del
Viento, tiene en el exterior de la propia Fundación March una escultura, “Lugar
de encuentros 6” (las otras esculturas de la serie están en Madrid, donde se encuentran
tres, y en Bilbao, Palma y Toledo). Quizá la más famosa de ellas es la pieza
que cuelga bajo el puente de Eduardo Dato sobre la Castellana madrileña, hoy ya
ignorada (mira que he pasado veces y ni me he fijado), pero que estuvo envuelta
en polémica ya que hasta 1978 no se instaló por motivos ideológicos (llegó a
recibir por ello el jocoso sobrenombre de la sirena varada). Para el catedrático es por tanto todo un símbolo
artístico de la Transición, prometo detenerme en ella la próxima vez que pase por
allí. Ya sobre el Peine del Viento, don Luis nos recuerda que el que luce en
Donosti hace el número 15 de la
serie: nada menos que 25 años le llevó al escultor vasco encontrar la forma
definitiva, y nos muestra fotos sobrecogedoras de su construcción, para la que
se utilizaron alambicados andamios sobre el Cantábrico. Otro dato
verdaderamente curioso es que para la inauguración en 1977 (enmarcado en la
explanada que Peña Ganchegui diseñara para ensalzarlo) sólo 9 personas
acudirían (treinta años después se volvería a hacer una inauguración digamos de
consolación), fue un monumento por tanto, como la sirena madrileña, rechazado seguramente
porque su rotunda modernidad disgustaba a los nostálgicos.
Una de las ideas que también resaltó don Luis fue que la
Transición se pudo realizar de una manera relativamente sosegada porque la
sociedad española ya se había ido modernizando desde los 50, y una de las
disciplinas que contribuyeron a dicha, digamos, pretransición, fue la arquitectura. Y es curioso que la Iglesia fuera
una de las promotoras de esos cambios al encargar a arquitectos rompedores
obras emblemáticas, así el monasterio de Arantzatzu, a cargo de Sáenz de Oíza y
Oteiza, una obra que tardó en completarse casi 20 años ya que la propia Iglesia
no comulgaba con la iconografía de Oteiza (sus fantasmagóricos apóstoles).
Fisac también aprovechó sus encargos eclesiásticos para abordar nuevas
concepciones del espacio. En Cataluña mientras tanto era la vivienda privada
(con Coderch y su casa Ugalde a la cabeza) la que lideraba el cambio. De
Coderch Fernández-Galiano resalta su compromiso moral e intelectual con la
modernidad con obras de “insólita pureza”.
En los 50 el régimen empezó a moverse viendo su total
aislamiento del que finalmente sería rescatado por los Estados Unidos, y es que
en la guerra fría no había aliado pequeño. En 1955 España entra en la ONU y se
producen guiños aperturistas en el mundo del arte: unos años antes (1952) se
creaba el primer museo de Arte Moderno (diseñado por Fernández del Amo dentro
de la Biblioteca Nacional), algo inaudito para lo rancio del momento, y en 1953
se produce otro acto que don Luis no duda en calificar de casi subversivo al
organizarse el primer curso sobre arte abstracto. En la foto de rigor vemos al
incombustible Manuel Fraga, jugando en el bando aperturista del régimen.
Me da que arte y arquitectura cumplían por tanto el papel de
fachada moderna de un sistema político que quería disfrazar su anomalía en una
Europa que le daba la espalda. En esa línea se encuentran los poblados de
colonización de Fernández del Amo de nuevo, en los que las tipologías rurales
se llevaban a una abstracción radical en una peculiar modernidad vernácula (una
suerte de Mondrian estepario). España se moderniza a partir de sus raíces.
Alejandro de la Sota realiza en la misma línea el poblado de Fuencarral, en
Madrid, que el general Muñoz Grandes, metido a crítico arquitectónico,
calificara de “boxes para caballos”. Franco, que al parecer también lo visitó,
no pondría tantos peros y ello dio nuevas alas a esta extrema abstracción que
culminaría en el sorprendente Gobierno
Civil de Tarragona (de de la Sota).
En Barcelona, siempre singulares, la modernidad arquitectónica
recaería en edificios industriales, como no podía ser de otra manera dada su
potencia fabril, en concreto el ejemplo más notorio de la época es el comedor
de la SEAT de César Ortiz Echagüe en el que se usa aluminio corrugado, mismo
material utilizado en aviones (y es que las bases americanas que se fueron
instalando en España fueron también fuente de inspiración arquitectónica).
Dicho comedor recibiría en 1957 el premio internacional Reynolds, premio del
que formaba parte del jurado nada menos que Mies van der Rohe. Ortiz Echagüe le
visita en Chicago y a la vuelta levanta en Barcelona una torre para SEAT, todo
vidrio y metal, profundamente miesiana. A su vez Coderch diseña por entonces
las Torres Trade, con su fachada ondulada que aún hoy llaman la atención cerca
de la Diagonal en la entrada a la Ciudad Condal, siguiendo un lenguaje más
orgánico cuyos juegos formales auguran una prosperidad de la que el país quiere
hacer gala. Entramos en la etapa conocida como desarrollismo.
Un poco después nos topamos con uno de los hitos
arquitectónicos de la época: el Pabellón de España en la expo de Bruselas de 1958 (la que levantó el Atomium). Y en
una curiosa foto que nos muestra LFG vemos el brutal contraste entre el bosque
de árboles metálicos de una modernidad espectacular (fue premiado en la
muestra) y sus ocupantes: militares con sus mejores galas y curas de sotana
asistiendo a un espectáculo de los coros y danzas de la Sección Femenina. El pabellón,
triste ruina moderna, languidece hoy en la Casa de Campo como todos sabemos.
Sigue el apasionante relato de cómo unos pocos pugnaban
por dotar a nuestro país, aislado, acomplejado y atrasado, de una modernidad a
la altura de las naciones más avanzadas. Don Luis menciona a Pérez Piñero,
nuestro Fuller (eso lo añado yo); el Colegio Maravillas de de la Sota, con sus
aulas colgadas sobre el gimnasio, ya construido con acero (material hasta no
hace mucho drásticamente racionado); García de Paredes y su iglesia de Almendrales, muy criticada
por su similitud con una mezquita (de nuevo la Iglesia liderando la modernidad
con encargos que luego le explotaban en la cara); Fernández Alba con su
aaltiano convento del Rollo; Carvajal (nuestro Rudolph, eso sí es de LFG) y sus
opacas construcciones brutalistas (Saura rodaría en su casa-búnker La madriguera); Fisac y sus huesos de hormigón (entramos ya en los
60) quien destacaría en el uso casi escultórico que da a este material; las
icónicas Torres Blancas de Oíza, sensualmente orgánicas, marcando músculo
arquitectónico al tiempo que España se va haciendo próspera; Fernando Higueras
y su extraterrestre Corona de Espinas
en la ciudad universitaria madrileña que tardaría 25 años en construirse; César
Manrique, el primer ecologista; Tusquets y sus jugueteos libertarios mezclando
los órdenes clásicos con la arquitectura vernácula; Bofill, que diseña junto a
su interdisciplinar equipo el Walden 7, una suerte de monumental macrocomuna… y
en esto llega Adolfo Suárez de la mano de Juan Carlos I.
Pero descansemos un poco tras este agotador reprise.
Fernández-Galiano hace en este punto especial mención a dos edificios de la
época, ambos en la Castellana madrileña, ambos bancos, construidos casi a la
par por arquitectos que habían sido maestro y discípulo, y que sin embargo no
pueden ser más opuestos. Hablamos del Banco de Bilbao de Sáenz de Oíza y el
Bankinter de Moneo. El primero, moderno sin concesiones, en acero y cristal,
prepotente e icónico, el segundo escondido tímidamente tras un palacete que se
quiere conservar, hecho en ladrillo madrileño y con una insólita forma de cuña.
Moneo da una lección magistral en su primera gran obra de cómo hacer ciudad
protegiendo lo existente y mimetizándose con el medio. Modernidad frente a
postmodernidad (seria, y esto lo añado yo, que ya habrá tiempo para la
postmodernidad de chirigota representada sin ir más lejos por el propio Oíza en
el Palacio de Congresos de Santander). Como resalta el director de Arquitectura Viva, “lo nuevo y lo viejo
no discuten en Moneo, sino que hablan civilizadamente”. García de Paredes
logrará algo parecido en su Auditorio Manuel de Falla en Granada.
En esto que se falla en Sevilla el concurso para su sede
del Colegio de Arquitectos. LFG se detiene aquí de nuevo mostrándonos una foto
del jurado, en relajada pose en torno a un velador, en el que están lo más
granado del panorama arquitectónico del momento: Peña-Ganchegui, García de
Paredes, Coderch, Moneo y Aldo Rossi nada menos, el arquitecto más influyente
del momento. El ganador es el proyecto
de Ruiz Cabrero y Perea, un edificio que desconocía por completo, y en el
que de nuevo vemos cómo se mezclan tradición y modernidad en perfecta comunión.
En esta misma línea Fernández-Galiano continúa hablando aquí de César Portela,
Manuel Gallego, Linazasoro, Bofill con su “clasicismo alucinado” de Abraxas,
arquitecturas todas ellas sin complejos que nos dan la lección de que se puede
ser moderno y al mismo tiempo construir tejados a dos aguas o usar ladrillo.
Acaba la sesión con la foto de la enorme urna (diseñada por García de Paredes)
en la que, como una descomunal papeleta de voto, se ha encerrado el Guernica de Picasso, finalmente
recuperado una vez que ha quedado demostrado (a pesar del susto del 23-F) que
nuestra democracia progresa adecuadamente. La arquitectura y el arte, remata
nuestro conferenciante, dando forma y voz a las inquietudes y esperanzas de
cada época.
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