sábado, 29 de abril de 2017

Lecciones

Atención pregunta...

Hoy toca examen sorpresa. Ya me vas mirando estas maquetas y diciéndome de qué y de quién son. ¿Cómo? ¿Que hala qué difícil? Por favor, qué poco espíritu. En fin mira, como estamos de puente y tal, me pillas generoso y te voy a dar una pista (como si la torre no fuera ya suficiente) en forma de cita, de ese libro al que llevamos ya varias entradas recurriendo (Hambre de arquitectura de Santiago de Molina), y que seas o no arquitecto, incluso si la arquitectura te da igual, deberías leer porque en él encontrarás inestimables lecciones de vida, como esta misma, de sobra conocida pero sistemáticamente olvidada:
"'El arquitecto no hace él solo ni la caseta del perro', decía Javier Carvajal. Ambas fórmulas encierran una verdad acuciante: por mucho que algunos de los protagonistas de la arquitectura de todos los tiempos hayan aparecido ligados a la historia con sus nombres bramantes y poderosos, erguidos frente al mundo como monumentos al genio creador, solos no habrían construido ni un refugio de podencos. Ni Palladio, ni Fischer von Erlach, ni Loos, ni Koolhaas, ni, mucho menos, Le Corbusier.(...)
El papel del arquitecto se halla entre engranajes cada vez más complejos y hace depender su labor de una especial forma de diálogo. Nada está ya supeditado a su voluntad, ni acaso a la de su cliente o a la de los participantes de la obra, sino a la pura y simple consecución coherente de algo superior. Poco queda del arquitecto como general al mando de un ejército. Poco de aquel arquitecto-director de una cacareante orquesta. Poco depende ya la arquitectura de un arquitecto que mande, organice o dirija, porque al mando de todo se encuentra, siempre fue así, la Arquitectura. Y es sabido que de no obedecer sus órdenes calmas, por mucho que se la conjure a gritos, no hará acto de presencia". 
 El autor del proyecto de las fotos es un arquitecto por encima de todo fiel a su disciplina que incluso en mitad del fragor de la arquitectura espectáculo luchó a brazo partido por hacer una arquitectura que pasara desapercibida y se pusiera con humildad al servicio de la ciudad. Una arquitectura que vista desde el exterior puede resultar decepcionante, especialmente en foto, acostumbradas como están nuestras retinas a los edificios bramantes de arquitectos alfa que tan bien quedan en las revistas. Pero entra. Tiene este señor que hoy nos ocupa, por poner un solo ejemplo y de una obra menor, una iglesia que en su anodino exterior parece un copia y pega descarado de Siza, pero basta cruzar su umbral para que hasta el más recalcitrante ateo se sienta de inmediato en paz consigo mismo y con el mundo y entre en un estado de recogimiento casi místico.




¿Ya caes? Pues claro que es Moneo. Y el de arriba es un proyecto que realizó a finales de los 60 para el ayuntamiento de Ámsterdam que quedó finalista. Está expuesto, junto con el resto de sus obras, en la retrospectiva que puede verse estos días en el Thyssen, edificio que él mismo remodeló para convertirlo en museo.

sábado, 22 de abril de 2017

Arquitectura en democracia (2)


Seguimos relatando las dinámicas conferencias que sobre la arquitectura española en las cuatro décadas largas de democracia ha dado Luis Fernández-Galiano en la Fundación Juan March de Madrid. Me reafirmo -permíteme que insista- en que es éste el resumen de un aficionado casual, así que si controlas no pierdas aquí tu valioso tiempo (aunque si te va el rollo hater siempre puedes dedicarte a la busca y captura del probable gazapo). Hoy toca la segunda sesión, centrada en los gobiernos de Felipe González (1982-1996), etapa para la que como decíamos el catedrático de Proyectos de la ETSAM había elegido como símbolo arquitectónico el Museo Romano de Mérida de Rafael Moneo concluido en 1986, que no duda en calificar como la obra más importante de la arquitectura española de estos últimos 40 años. Este “galpón de ladrillo” en su aspecto exterior no debería hacernos olvidar el diálogo magistral que el edificio establece con la antigüedad al reflejar tanto la regularidad como la condición masiva de la arquitectura romana, y lo hace desde la modernidad al estilo Rossi (la que se ha dado en llamar postmodernidad), atenta a la memoria y lejos de la “amnesia” del Movimiento Moderno. Moneo utiliza arcos, algo inaudito para los modernos, tan obsesionados con el ángulo recto, y construye con ladrillo, de nuevo un material cálido completamente ajeno al lenguaje de Le Corbusier, Mies y sus secuaces, tan proclive al metal, hormigón o vidrio. Moneo por tanto “hace un museo romano a la romana”, una suerte de peplum arquitectónico en palabras de don Luis.

En lo político estos años están dominados por las cuatro legislaturas consecutivas del PSOE, que hizo del cambio (tranquilo) exitoso eslogan. Uno de los primeros efectos de la llegada de la izquierda al gobierno de España por primera vez desde la Guerra Civil fue un deseo de dignificar los barrios periféricos. Así, en Palomeras (Madrid), los hermanos de las Casas entre otros construyen masivos castillos de ladrillo, torres que aquí tuvieron aparentemente más éxito que los brutalistas high-rises residenciales británicos (¿será, me pregunto yo, por la calidez del ladrillo frente a la frialdad del hormigón?). Sáenz de Oiza hace lo propio con otra fortaleza residencial (El Ruedo), antipático (casi carcelario, la verdad), por fuera, pero colorista y juguetón por dentro, donde se hace evidente la influencia de Rossi y Venturi, quienes, hartos de la monótona y dogmática modernidad, defienden flipantes jugueteos a costa del lenguaje clásico que en ocasiones, a qué negarlo, te pueden llegar a poner los pelos como escarpias. Observa aquí cómo da la cara Oiza defendiendo su creación ante otro tipo de críticas menos académicas. 

Y aquí, como ya hizo antes en esa interesante contraposición entre los bancos madrileños de Bilbao y Bankinter, Fernández-Galiano vuelve a compararnos los dos planteamientos, tan opuestos, de Oiza y Moneo, maestro y discípulo (y encima ambos navarros) comparando dos edificios sevillanos: el Edificio Triana del primero y el de Previsión Española del segundo. El Triana es una actualización del Castel Sant´Angelo en palabras de LFG (otro ruedo ibérico que también tiene un punto de transatlántico felliniano o Maestranza tuneada por Terry Gilliam si se me permite la morcilla). La Previsión (hoy sede de Helvetia) es por contra un edificio que, como casi todos los de Moneo, apenas se distingue, “tan contextual que niega su voluntad de afirmarse”. 


Discípulos de Moneo en Barcelona son Martínez Lapeña y Elías Torres o el también tándem Garcés-Soria (autores, según me entero indagando un poco, de la sede del Museo Egipcio que tuve la ocasión de visitar hace unos meses), aunque la Barcelona del periodo hay que entenderla siempre girando alrededor del gran Oriol Bohigas, esa suerte de Rey Sol arquitectónico (esto es mío, que hay que sazonar un poco la narración), quien puso los cimientos para crear la ciudad de los arquitectos, ese parque temático de la arquitectura por el que se pirrian millones de turistas de todo el mundo y que está gentrificando la ciudad por momentos hasta que ya sólo puedan vivir en ella turistas pudientes (ojo, ya está empezando a pasar en Madrid). Su receta, simple pero efectiva: “higienizar el centro y monumentalizar la periferia” al loable objeto de que el habitante de las anónimas barriadas alejadas del centro se sintiera orgulloso de su entorno (¿será ésta la prehistoria de la starchitecture? Ahí está por ejemplo el espectacular puente de Bac de Roda de Calatrava uniendo dos distritos separados por las vías del ferrocarril cuando el valenciano no era nadie), proceso que culminaría con las Olimpiadas del 92, momento estelar (y estelado) en el que Barcelona se colmató de soberbias obras de entre otros Foster, Isozaki o Meier que basculaban entre la “emoción técnica” del inglés, la abracadabrante experimentación del japonés y el lenguaje neocorbuseriano del norteamericano en un relato de éxito tsunámico que todos conocemos hasta límites cansinos. (Por cierto, hablando de Foster, menudo alegrón me he llevado al enterarme de que en junio abre al fin la tan esperada Fundación del británico en el palacete de Monte Esquinza. Por los pelos...). 

¿Y qué decir de la Expo de Sevilla? El 92 fue un año de orgullo masivo (y casi recalcitrante) en el que no hubo colectivo español que no quisiera celebrar los fastos hispánicos del famoso quinto centenario. Don Luis remarca aquí que más allá del relumbrón de los pabellones, lo que significó este evento andaluz, del que ahora celebramos su 25 aniversario, fue la creación de unas potentes infraestructuras que vertebraron la península aliviando la fractura histórica Norte-Sur (aún pendiente sin ir más lejos en Italia), destacando en esa hercúlea sutura el AVE para el que Cruz y Ortiz (más conocidos por la remodelación del Rijksmuseum) levantarían la estación de Santa Justa, una de las mejores del mundo en palabras de Fernández-Galiano. Moneo diseñaría el aeropuerto de San Pablo (de nuevo he de decir que lo descubro ahora) y Calatrava levantaría el puente del Alamillo que, ahora sí, le lanzaría al estrellato. Por cierto que don Luis me sorprendió indicando que Moneo, a raíz de sus encargos andaluces (ya lo había hecho en el aeropuerto sevillano), tomó la Mezquita como modelo para las hileras de enormes columnas que sostienen la visera de su ampliación de la madrileña estación de Atocha, también acometida por estas fechas. Había oído que la torre del reloj (icono personal que veo todos los santos días nada más salir de casa rumbo al trabajo) era de influencia escandinava, pero que también hubiera influencias árabes lo desconocía por completo, una fascinante mezcla. Hablando de Madrid decir que la capital no podía quedarse atrás en este nuestro annus mirabilis y fue nombrada capital europea de la cultura, menos da una piedra. Al hilo de este evento Moneo de nuevo remodelaría el Palacio de Villahermosa para convertirlo en el Museo Thyssen. 

En este punto don Luis introduce una sucesión de arquitectos que empezaron a descollar en estos años (Navarro Baldeweg, Vázquez Consuegra, Campo Baeza) deteniéndose especialmente en Enric Miralles, del que dice que su cementerio de Igualada (en el que yace enterrado, murió con 45 años), realizado junto a Carmen Pinós, es junto al Museo de Mérida de Moneo uno de los grandes edificios del momento. Nos relata también el conocido desplome de su Palacio de los Deportes de Huesca en el que afortunadamente (sucedió por la noche), no hubo desgracias personales. Lo que no sabía es que Miralles y Pinós lo reconstruyeran reteniendo parte de la ruina destruida y dándole una forma "catastrófica" que fuera casi triste memorial de su hundimiento. Don Luis habla aquí de una metabolización del fracaso, profunda frase que da para meditar largo y tendido. Fletaba yo varios autobuses vinilados, tan de moda, con ese lema. Salimos del impasse filosófico violentados con las imágenes de la frankensteiniana rehabilitación (otra destrucción, pero esta voluntaria y alevosa) perpetrada en el anfiteatro de Sagunto por un tal Giorgio Grassi y que condujo a un levantamiento popular en toda regla. Los tribunales, en una sentencia sin precedentes, ordenaron la demolición de la obra que finalmente no se llevaría a cabo por la imposibilidad ya de extirpar la obra nueva de la fábrica original sin mutilar salvajemente el monumento.

Fuera de estas tres localizaciones también hubo vida arquitectónica. Así Siza levantó el Centro Gallego de Arte Contemporáneo en Santiago y un ubicuo Moneo diseñaría en Palma la Fundación Joan Miró, con una forma fracturada cual fortaleza renacentista, justo en el lugar donde Sert construyera un estudio al pintor catalán (se da la coincidencia de que el navarro era por aquel entonces decano en Harvard, mismo cargo que Sert había ostentado treinta años antes). Volviendo a Barcelona LFG menciona otra obra de Moneo, L´illa en la Diagonal, un “rascacielos tumbado” a lo largo de tres manzanas con 300 metros de largo, momento en el que el navarro recibiría el Pritzker (1996), por cierto que en la foto ilustrativa que se nos muestra se le ve celebrándolo con cava y al lado de la copa puede verse lo que menos me podía esperar: un volumen del S,M,X,XL de Koolhaas, publicado un año antes. Es cierto pues que los extremos se tocan. 

Post festum, pestum decían los latinos. Y efectivamente el resacón tras tanta celebración tomó cuerpo en una crisis económica que, junto los sucesivos casos de corrupción política, hundiría el país en un profundo desencanto que Fernández-Galiano representa con dos obras arquitectónicas del momento, ambas en Madrid: las Torres Kio, largo tiempo inacabadas, y la Peineta de Cruz y Ortiz (que ahora mismo están ampliando como sede del Atlético), “memento melancólico” de las sucesivas (3) fallidas candidaturas madrileñas a los Juegos Olímpicos. Pero estas brasas darían lugar a un nuevo incendio, aún más intenso si cabe… la era de la arquitectura espectáculo. Queda pendiente para otro día. 

domingo, 16 de abril de 2017

Realities



"No es ninguna novedad declarar muerta la arquitectura. Otro tanto ha ocurrido con la literatura, la filosofía o la misma cultura a lo largo de la modernidad. (...) Puede que vivamos rodeados de cadáveres; sin embargo, solo gracias a ellos somos capaces de sentir una especial continuidad con el mundo.(...)
Hoy que contemplamos ediciones sin fin de realities televisivos en versiones y formatos impensables, hoy que nos relacionamos con más seres humanos que nunca antes, gracias a las tecnologías sociales, hoy que parece que la virtualidad está cobrándose el mayor número de víctimas posibles en almas sin cuerpo, reclamamos la realidad con el ansia del que reclama una pausa en un descenso sin frenos.
Si T.S.Eliot dijo en el siglo pasado que los seres humanos no pueden soportar demasiada realidad, le faltó vivir este tiempo. En el siglo XXI parece que la necesidad de recobrar ese contacto con la realidad-real es cada vez más acuciante. Hoy parece necesitarse una arquitectura capaz de aportar una dimensión sensible a la vida. Sin más.
(...) Como con el excesivo ancho de un charco que nos fuerza el paso y nos obliga con algo de fastidio a saltarlo sin éxito, la realidad nos espera y estimula como vivencia. Y la arquitectura y la ciudad parece que se han convertido en su penúltimo refugio". (Santiago de Molina. Hambre de arquitectura).


Arquitecturas casi reales de Miquel Navarro

jueves, 13 de abril de 2017

Arquitectura en democracia

Fernández-Galiano, ordenando nuestra memoria

Pues retomando lo que decía James Joyce (lo de que quería pasar a la posteridad como alguien que recortaba y pegaba según veíamos en la entrada anterior, qué feliz hubiera sido en la era digital), voy a hacer lo propio con retazos del ciclo de conferencias que Luis Fernández-Galiano y La Fundación Juan March tuvieron afortunadamente a bien ofrecernos hace tan solo unos días en la sede madrileña de la fundación. Fueron esta vez cuatro sesiones de hora y cuarto cada una con un ambicioso objetivo: cubrir la evolución de la arquitectura española (y su entorno político y social) desde el regreso de la democracia a nuestro país hasta el momento actual. Más de cuarenta años sintetizados en cuatro intensas lecciones magistrales. Cada sesión se centraba en un periodo representado por una obra arquitectónica significativa: así, los convulsos años de la Transición, objeto de la primera, quedaba representada por el donostiarra Peine de los Vientos de Chillida, enfrentado, como nuestra frágil democracia, al bravío Cantábrico; la segunda sesión se centraba en los años 1982-96, los del gobierno de Felipe González, representados en este caso por el Museo de Arte Romano de Mérida a cargo de Moneo; la tercera lección enfocaba los años del gobierno de José María Aznar y la arquitectura espectáculo, con su epítome mayor de estandarte, la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia de Santiago Calatrava, mientras que los últimos años, los que el catedrático de la ETSAM llama de la incertidumbre, eran objeto de la última sesión y quedaban representados por el Matadero madrileño, una obra coral junto al casi faraónico Madrid Río.

Sólo pude asistir a la tercera sesión, pero resulta que trasteando en la página web de la Fundación March he descubierto con gran alegría que todas las conferencias estaban grabadas (puedes incluso descargártelas) y lo que es más, puedes también bajarte las cuatro presentaciones de Fernández-Galiano (con unas 120 fotografías para cada sesión nada menos que don Luis, como es habitual en sus conferencias, proyecta en grandes dimensiones y le sirven para hilar su discurso, en ningún caso utiliza ni un papel ni una mísera ficha como socorrida chuleta), así que aquí vengo a contarte lo que he descubierto (algunas cosas, que conste, ya las conocía), éste al fin y al cabo no es sino un blog de aprendizaje (un poco de paciencia, querido lector, de todas formas me permito recordarte que éste no es un blog obligatorio, acabáramos).

Empezamos pues por la primera sesión, centrada en los complejos años de la Transición. Fernández-Galiano nos recuerda que Chillida, como decimos utilizado como referente en esta primera lección con su Peine del Viento, tiene en el exterior de la propia Fundación March una escultura, “Lugar de encuentros 6” (las otras esculturas de la serie están en Madrid, donde se encuentran tres, y en Bilbao, Palma y Toledo). Quizá la más famosa de ellas es la pieza que cuelga bajo el puente de Eduardo Dato sobre la Castellana madrileña, hoy ya ignorada (mira que he pasado veces y ni me he fijado), pero que estuvo envuelta en polémica ya que hasta 1978 no se instaló por motivos ideológicos (llegó a recibir por ello el jocoso sobrenombre de la sirena varada). Para el catedrático es por tanto todo un símbolo artístico de la Transición, prometo detenerme en ella la próxima vez que pase por allí. Ya sobre el Peine del Viento, don Luis nos recuerda que el que luce en Donosti hace el número 15 de la serie: nada menos que 25 años le llevó al escultor vasco encontrar la forma definitiva, y nos muestra fotos sobrecogedoras de su construcción, para la que se utilizaron alambicados andamios sobre el Cantábrico. Otro dato verdaderamente curioso es que para la inauguración en 1977 (enmarcado en la explanada que Peña Ganchegui diseñara para ensalzarlo) sólo 9 personas acudirían (treinta años después se volvería a hacer una inauguración digamos de consolación), fue un monumento por tanto, como la sirena madrileña, rechazado seguramente porque su rotunda modernidad disgustaba a los nostálgicos.

Una de las ideas que también resaltó don Luis fue que la Transición se pudo realizar de una manera relativamente sosegada porque la sociedad española ya se había ido modernizando desde los 50, y una de las disciplinas que contribuyeron a dicha, digamos, pretransición, fue la arquitectura. Y es curioso que la Iglesia fuera una de las promotoras de esos cambios al encargar a arquitectos rompedores obras emblemáticas, así el monasterio de Arantzatzu, a cargo de Sáenz de Oíza y Oteiza, una obra que tardó en completarse casi 20 años ya que la propia Iglesia no comulgaba con la iconografía de Oteiza (sus fantasmagóricos apóstoles). Fisac también aprovechó sus encargos eclesiásticos para abordar nuevas concepciones del espacio. En Cataluña mientras tanto era la vivienda privada (con Coderch y su casa Ugalde a la cabeza) la que lideraba el cambio. De Coderch Fernández-Galiano resalta su compromiso moral e intelectual con la modernidad con obras de “insólita pureza”.

En los 50 el régimen empezó a moverse viendo su total aislamiento del que finalmente sería rescatado por los Estados Unidos, y es que en la guerra fría no había aliado pequeño. En 1955 España entra en la ONU y se producen guiños aperturistas en el mundo del arte: unos años antes (1952) se creaba el primer museo de Arte Moderno (diseñado por Fernández del Amo dentro de la Biblioteca Nacional), algo inaudito para lo rancio del momento, y en 1953 se produce otro acto que don Luis no duda en calificar de casi subversivo al organizarse el primer curso sobre arte abstracto. En la foto de rigor vemos al incombustible Manuel Fraga, jugando en el bando aperturista del régimen.

Me da que arte y arquitectura cumplían por tanto el papel de fachada moderna de un sistema político que quería disfrazar su anomalía en una Europa que le daba la espalda. En esa línea se encuentran los poblados de colonización de Fernández del Amo de nuevo, en los que las tipologías rurales se llevaban a una abstracción radical en una peculiar modernidad vernácula (una suerte de Mondrian estepario). España se moderniza a partir de sus raíces. Alejandro de la Sota realiza en la misma línea el poblado de Fuencarral, en Madrid, que el general Muñoz Grandes, metido a crítico arquitectónico, calificara de “boxes para caballos”. Franco, que al parecer también lo visitó, no pondría tantos peros y ello dio nuevas alas a esta extrema abstracción que culminaría en el sorprendente Gobierno Civil de Tarragona (de de la Sota).

En Barcelona, siempre singulares, la modernidad arquitectónica recaería en edificios industriales, como no podía ser de otra manera dada su potencia fabril, en concreto el ejemplo más notorio de la época es el comedor de la SEAT de César Ortiz Echagüe en el que se usa aluminio corrugado, mismo material utilizado en aviones (y es que las bases americanas que se fueron instalando en España fueron también fuente de inspiración arquitectónica). Dicho comedor recibiría en 1957 el premio internacional Reynolds, premio del que formaba parte del jurado nada menos que Mies van der Rohe. Ortiz Echagüe le visita en Chicago y a la vuelta levanta en Barcelona una torre para SEAT, todo vidrio y metal, profundamente miesiana. A su vez Coderch diseña por entonces las Torres Trade, con su fachada ondulada que aún hoy llaman la atención cerca de la Diagonal en la entrada a la Ciudad Condal, siguiendo un lenguaje más orgánico cuyos juegos formales auguran una prosperidad de la que el país quiere hacer gala. Entramos en la etapa conocida como desarrollismo.

Un poco después nos topamos con uno de los hitos arquitectónicos de la época: el Pabellón de España en la expo de Bruselas de 1958 (la que levantó el Atomium). Y en una curiosa foto que nos muestra LFG vemos el brutal contraste entre el bosque de árboles metálicos de una modernidad espectacular (fue premiado en la muestra) y sus ocupantes: militares con sus mejores galas y curas de sotana asistiendo a un espectáculo de los coros y danzas de la Sección Femenina. El pabellón, triste ruina moderna, languidece hoy en la Casa de Campo como todos sabemos.

Sigue el apasionante relato de cómo unos pocos pugnaban por dotar a nuestro país, aislado, acomplejado y atrasado, de una modernidad a la altura de las naciones más avanzadas. Don Luis menciona a Pérez Piñero, nuestro Fuller (eso lo añado yo); el Colegio Maravillas de de la Sota, con sus aulas colgadas sobre el gimnasio, ya construido con acero (material hasta no hace mucho drásticamente racionado); García de Paredes y su iglesia de Almendrales, muy criticada por su similitud con una mezquita (de nuevo la Iglesia liderando la modernidad con encargos que luego le explotaban en la cara); Fernández Alba con su aaltiano convento del Rollo; Carvajal (nuestro Rudolph, eso sí es de LFG) y sus opacas construcciones brutalistas (Saura rodaría en su casa-búnker La madriguera); Fisac y sus huesos de hormigón (entramos ya en los 60) quien destacaría en el uso casi escultórico que da a este material; las icónicas Torres Blancas de Oíza, sensualmente orgánicas, marcando músculo arquitectónico al tiempo que España se va haciendo próspera; Fernando Higueras y su extraterrestre Corona de Espinas en la ciudad universitaria madrileña que tardaría 25 años en construirse; César Manrique, el primer ecologista; Tusquets y sus jugueteos libertarios mezclando los órdenes clásicos con la arquitectura vernácula; Bofill, que diseña junto a su interdisciplinar equipo el Walden 7, una suerte de monumental macrocomuna… y en esto llega Adolfo Suárez de la mano de Juan Carlos I.

Pero descansemos un poco tras este agotador reprise. Fernández-Galiano hace en este punto especial mención a dos edificios de la época, ambos en la Castellana madrileña, ambos bancos, construidos casi a la par por arquitectos que habían sido maestro y discípulo, y que sin embargo no pueden ser más opuestos. Hablamos del Banco de Bilbao de Sáenz de Oíza y el Bankinter de Moneo. El primero, moderno sin concesiones, en acero y cristal, prepotente e icónico, el segundo escondido tímidamente tras un palacete que se quiere conservar, hecho en ladrillo madrileño y con una insólita forma de cuña. Moneo da una lección magistral en su primera gran obra de cómo hacer ciudad protegiendo lo existente y mimetizándose con el medio. Modernidad frente a postmodernidad (seria, y esto lo añado yo, que ya habrá tiempo para la postmodernidad de chirigota representada sin ir más lejos por el propio Oíza en el Palacio de Congresos de Santander). Como resalta el director de Arquitectura Viva, “lo nuevo y lo viejo no discuten en Moneo, sino que hablan civilizadamente”. García de Paredes logrará algo parecido en su Auditorio Manuel de Falla en Granada.


En esto que se falla en Sevilla el concurso para su sede del Colegio de Arquitectos. LFG se detiene aquí de nuevo mostrándonos una foto del jurado, en relajada pose en torno a un velador, en el que están lo más granado del panorama arquitectónico del momento: Peña-Ganchegui, García de Paredes, Coderch, Moneo y Aldo Rossi nada menos, el arquitecto más influyente del momento. El ganador es el proyecto de Ruiz Cabrero y Perea, un edificio que desconocía por completo, y en el que de nuevo vemos cómo se mezclan tradición y modernidad en perfecta comunión. En esta misma línea Fernández-Galiano continúa hablando aquí de César Portela, Manuel Gallego, Linazasoro, Bofill con su “clasicismo alucinado” de Abraxas, arquitecturas todas ellas sin complejos que nos dan la lección de que se puede ser moderno y al mismo tiempo construir tejados a dos aguas o usar ladrillo. Acaba la sesión con la foto de la enorme urna (diseñada por García de Paredes) en la que, como una descomunal papeleta de voto, se ha encerrado el Guernica de Picasso, finalmente recuperado una vez que ha quedado demostrado (a pesar del susto del 23-F) que nuestra democracia progresa adecuadamente. La arquitectura y el arte, remata nuestro conferenciante, dando forma y voz a las inquietudes y esperanzas de cada época. 

domingo, 2 de abril de 2017

Hilando fino


"Para recordar, antes de la escritura, el ser humano inventó sistemas de relaciones capaces de facilitar su memoria. Inventó el poema para recordar historias gracias a su ritmo y su cadencia. Inventó las constelaciones para recordar fechas cuando aún no había calendario sobre el que fundamentar sus plantaciones y cosechas. Inventó la arquitectura para preservar la memoria de los hombres.(...)
Cada investigador, poeta, músico o arquitecto ha luchado desde entonces por descubrir y coser partes alejadas del mundo por medio de fórmulas, palabras, sonidos o formas. El trabajo del arquitecto es una exaltación de la secreta tarea de hilar delgado y fino.(...) Porque cada obra vale tanto más por lo que consigue relacionar en ese tejido, las obras vecinas o el pasado, con la materia de la que se constituye, que su propio valor como objeto. Por eso el arquitecto es costurero antes que constructor.
'Con gusto pasaré a la posteridad como un tipo que recorta y pega', dijo alguien sospechoso de todo menos de no aspirar a una posteridad digna: James Joyce". (Santiago de Molina, Hambre de arquitectura).