sábado, 18 de febrero de 2017
Menos es nada
Así podría estar ahora la City de Londres si Mies hubiera levantado ahí semejante torre. Me entero, con pasmo (qué poquito sé de arquitectura, y cuanto más aprendo, más me percato de lo mucho que desconozco), en The Guardian. Mies, en el que iba a ser su último proyecto (moriría semanas después de presentarlo, en 1969), no hizo como puedes observar el más mínimo esfuerzo para adecuarse al entorno, y el edificio, al menos en apariencia, es copia y pega descarada de su torre Seagram en Nueva York. Para qué vamos a cambiar nada, si la modernidad es ya ferpecta, además ya para entonces el Movimiento Moderno había devenido Estilo Internacional, así que punto en boca. No debe sorprender que el proyecto de este cuerpo extraño en el mismísimo hard core del más rancio tradicionalismo británico (al lado mismo de este solar hay egregios edificios como el Banco de Inglaterra de Seoane, una iglesia de Wren, un banco de Lutyens y la residencia oficial del alcalde) durmiera durante una década larga el sueño de los justos para finalmente ser apuntillado a pesar del entusiasmo de su promotor, Lord Palumbo, fan del alemán que en 1972 se quedaría con la Farnsworth cuando su dueña, harta de la falta de privacidad de la casa de cristal y tras un farragoso juicio contra Mies -Less is Nothing alegaba la pobre- que perdió, se largó con viento fresco (mucho se ha hablado de esta relación tortuosa entre la doctora y el arquitecto que según dicen le prohibía instalar cortinas para que no rompiera la extrema transparencia del paralelepípedo (?!): vivir en un manifiesto arquitectónico -Mies no hacía edificios- es lo que tiene: ahora parece que hasta Hollywood va a llevar la historia de amor-odio arquitectónico a la gran pantalla), por cierto que Palumbo hizo un buen negocio con la dichosa casa: la compró por 120.000 dólares y la vendería en 2006 por 7,6 millones... Tranquilo, cierro ya el denso párrafo para que cojas aire.
Pero volvamos a los últimos 70 y primeros 80 cuando al parecer Palumbo, tras luchar contra viento y marea más de diez años y tocar todos los palos habidos y por haber (jugaba en el mismo equipo de polo que el mismísimo Príncipe Carlos, aunque ahí, claro, pinchara en hueso), tiene posibilidades reales de colocar la torre de Mies. El proyecto no es únicamente la torre, también incluye una plaza que es quizá lo más interesante (y sorprendente) del mismo. Estamos en una zona densamente construida de la City, esa ciudad dentro de la ciudad, en la que Mies quiere liberar espacio para el esparcimiento de los ciudadanos. Esta idea en los 60, ya se sabe, la época del flower power, quedaba muy bien, pero ahora ya en los 80 las cosas se han torcido. Son los tiempos de la Naranja Mecánica de Kubrick, las manifestaciones salvajes, el terrorismo del IRA y Margaret Thatcher, la dama de hierro. Vamos, lo que le faltaba al proyecto para que lo tumbaran del todo. El Príncipe Carlos, en su mítico discurso del carbuncle contra la ampliación de la National Gallery (1984) aprovechó para darle la puntilla final, tildando la torre de muñón de cristal más apropiada para Chicago que para Londres. Palumbo, finalmente vencido, respondería con una frase histórica casi a la altura del "No mandé a mis barcos a luchar contra los elementos" de Felipe II tras la derrota de la Armada Invencible: "Solo puedo decir que Dios bendiga al Príncipe de Gales, pero que el mismo Dios nos salve de su juicio arquitectónico". Quién sabe si su incondicional apoyo a Lady Di, de quien devino amigo y confidente (observa en esta foto su evidente complicidad con la Princesa del Pueblo) no fue sino una velada revancha, epílogo a este culebrón miesiano.
Pero Lord Palumbo no se iba a quedar quieto. Quería dejar huella en la City, y vaya si la dejó. Puso entonces su vista en James Stirling nada menos, el que hoy da nombre al más prestigioso premio arquitectónico en la Gran Bretaña (por cierto que había defendido el proyecto de Mies), y le dio el encargo de construir un edificio que colmatara su solar, sin plaza ni historias. Y así surgió, otro shock morrocotudo que me llevo (conocía el edificio, pero no sabía que era de Stirling), el conocido como Poultry nº1 (por la calle donde se encuentra), un bloque de un postmodernismo kitsch que echa para atrás, aún más ajeno a su entorno que la torre de Mies, y que parece diseñado por los Monty Python (que Kahn me perdone, yo es que el posmodernismo no lo llevo bien).
El artículo de The Guardian culmina con una interesante paradoja: tanto aspaviento por un edificio de 19 plantas cuando hoy en la ciudad se están levantando torres mucho más altas (y bastante más horrendas). ¿Dónde estaba el Príncipe Carlos cuando se aprobó el Walkie Talkie?
(Coda final: ¿Y si Koolhaas -siempre acabamos volviendo a él- hubiera querido recordar el proyecto de Mies al culminar su torre para Rothschild, justo al lado de la escena del crimen, con un paralelepípedo miesiano, y al dejar en su base un vacío que permite ver precisamente la iglesia de Wren que mencionábamos arriba?)
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