A veces a los arquitectos les gusta enseñar las entrañas de los edificios. En este, la Asamblea de Madrid vista desde el repudiado gallinero hacia el techo, se nos muestran en impúdica exhibición vigas, tuberías y pasadizos secretos que quedan ocultos desde el hemiciclo. Nunca sabremos si sus arquitectos, Ramón Valls y Juan Blasco, quisieron hacer un guiño al jolgorio tecnológico del Pompidou y sus secuelas high-tech (fue inaugurado en 1998, el mismo año que el palacio de Congresos de Valencia de Foster al que me recuerda por el gran voladizo sostenido con esbeltas columnas de su fachada principal), o si en realidad querían hacer una sutil referencia performativa (que se dice ahora) al complejo entramado de la maquinaria política, un flujo laberíntico de ideas, pactos, luchas y por desgracia cosas peores. A Koolhaas le habría gustado esta descarnada visión de elementos expuestos, no en vano en la Bienal de Venecia de hace dos años hizo girar la exposición principal ("Elements of Architecture") en torno a estos componentes olvidados. Sea como fuere, el caso es que el Triángulo de Palomeras (que no de las Bermudas por más que en él sucediera algún que otro fenómeno de lo más paranormal), como llamó al edificio uno de los cronistas más celebrados de la Villa y Corte, Moncho Alpuente, en un artículo para El País que no deberías perderte, hace gala de una caótica tela de araña tecnológica que es capaz de quitar protagonismo al mismísimo mural de Lucio Muñoz. Es lo que Fernández-Galiano, en el Arquitectura Viva 169 (subtitulado precisamente "Elementos" al hilo de la exposición de Koolhaas), llama las inciertas razones de los techos, esos lugares de vida misteriosa.
Mientras asistimos, con esfínteres apretados, a la incierta deriva de la política nacional y somos testigos de la penosa disfuncionalidad de parte de nuestros políticos por más que algunos de ellos estén en funciones, quiero acabar la entrada con una cita, mira tú por donde del propio Koolhaas (entrevistado junto a Kunlé Adeyemi, el de la escuela flotante de Makoko, en torno a la ciudad de Lagos, la caótica capital nigeriana con más de 10 millones de habitantes), que es toda una invitación a surfear sin miedo en medio de las incertidumbres del caos (como no podía ser de otra manera viniendo del holandés):
"-Qué podrían aprender otras ciudades de Lagos?
-Podrían aprender a no tener pánico. Vivimos en una sociedad donde el riesgo es sistemáticamente reducido. Donde el riesgo es reemplazado por el confort. Así que creo que si la gente pudiera aprender algo es que el riesgo es un componente esencial de una sociedad viva e inteligente".
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